El amor y el odio son las pasiones que mueven el mundo. Escribir sobre ellas es mi pasión, sólo espero que leer mis palabras sea la tuya.
Clara.

martes, 14 de febrero de 2012

CAPÍTULO 30




-Esto es para ti -William colocó sobre la mesa una pequeña cajita.

-¿Para mí? -Sarah le miró sorprendida.

Habían salido a cenar a un coqueto restaurante en el centro de Green Valley. Estaban cenando en la terraza con una preciosa noche estrellada como telón de fondo.

-Sí, hoy es nuestro aniversario. Pero ya veo que sólo es importante para mí -parecía enfadado.

-William, por favor, perdóname. Es que, ya sabes, con Paul, el trabajo y todo… pues me he despistado. Pero tú ya sabes que también es muy importante para mí -Sarah acarició su mano y le miró con ojos implorantes, no quería hacerlo sufrir.

-No, perdóname tú a mí, Sarah. No tengo derecho a hablarte así. Guarda mi regalo, ya lo abriremos después -William esbozó una sonrisa pero sus ojos estaban profundamente tristes.

El resto de la cena transcurrió de una forma un tanto extraña. Sarah se esforzó por mantener una alegre conversación y aunque William se comportó tan encantador como siempre, Sarah le notó extrañamente ausente.

Tras la cena, ella propuso ir al cine, tal y como habían planeado.

-Prefiero dar un paseo, Sarah.

-¿Por qué? Bueno, si es lo que quieres -Sarah le abrazó, quería a toda costa complacerle, que olvidara su desliz con el aniversario.

William la besó en la frente y la separó de sí. Durante unos minutos caminaron en silencio.

-¿Dónde vamos, William? -Sarah sentía que lo había lastimado y eso era lo último que deseaba.

-A ninguna parte, Sarah. Ese es el problema. Sentémonos aquí. ¡Tiene gracia! -una risa amarga se le escapó a William.

-¿Qué es lo que tiene gracia? William, por favor, lo siento -Sarah no entendía nada.

-Ni siquiera te acuerdas -miró a su alrededor -Aquí comimos juntos por primera vez, un sándwich - suspiró.

-Vamos, William, no seas injusto. ¡Claro que recuerdo aquello! -Sarah no sabía qué le ocurría y comenzaba a enfadarse.

-No te enfades. Yo sabía que esto ocurriría, pero me dio igual. Pensaba que esto cambiaría, que yo lo aguantaría, que... ¡yo te quiero tanto! -William la miró -Pero no puedo, Sarah, no puedo.

-Por Dios, William, ¿de qué hablas? -Sarah tomó sus manos entre las suyas.

-Hablo de que no me quieres Sarah, de que nunca me has querido y de que nunca me querrás. Pensé que con el tiempo me querrías pero el amor no se puede imponer. El amor surge y tú, Sarah, no me amas -viendo que ella iba a interrumpirle William posó uno de sus dedos en los labios de Sarah, pidiéndole silencio -No te estoy recriminando nada, Sarah. No puedo exigirte amor. Pensé que sólo con tenerte podría ser feliz y créeme durante este tiempo he sido un hombre inmensamente feliz. Tú y Paul sois fantásticos... Pero, Sarah, tú no lo eres y yo no puedo consentir que seas infeliz. Nunca me perdonaría ser el causante de tu infelicidad. Eres maravillosa y mentiría si te dijera que no te amo pero, precisamente porque te amo, no puedo hacerte esto.

-William... -las lágrimas comenzaban a correr por las mejillas de Sarah.

-Sarah, no llores. Verte llorar me parte el corazón pero no puedo, no puedo permitir que destroces tu vida, te quiero demasiado.

-William, eres un hombre maravilloso y yo te quiero... -dijo mientras trataba de secar sus lágrimas con el dorso de su mano.

-Toma, no llores -William le entregó un pañuelo -Sí, claro que me quieres, pero como a un hermano. Pensé que eso me bastaría pero no es así, ni siquiera soy capaz de hacerte feliz y eso Sarah sí que no puedo consentirlo... Tienes que vivir, Sarah y vivir un auténtico amor...

-¿Amor? No me hagas reír -Sarah dejó escapara una amarga carcajada.

-Sí, Sarah, amor. No vale sólo con sentirse amada, también tienes que amar... sólo así serás feliz.

-¿Realmente lo crees? No, William, ya he amado y mírame. ¿Crees que no quise a Robert? ¿Que no creí volverme loca cuando me abandonó? Tú no sabes nada.

-Pues cuéntamelo. Yo te quiero y siempre te querré. Seré tu amigo, tu confidente... lo que quieras, Sarah. Cuéntame -con sus dos manos enmarcó el rostro de Sarah -Cuéntame.

Sarah le miró fijamente. Nunca había hablado de Robert, era demasiado doloroso. Esta vez, sin embargo, sintió que tenía que hablar de él, sacarlo de su vida y seguir adelante y, ¿quién mejor que William para escuchar su historia?

Se acurrucó en el pecho de William y comenzó a hablar. Lo hizo en voz muy baja, incluso él hubo de inclinar la cabeza para poder oírla. Sarah comenzó a hablar...

-Robert es el padre de Paul. Bueno, lo de padre es un decir... Nos conocimos en la universidad, en mi primer año. Él estaba en su último curso y... me deslumbró. Me enamoré de él casi al instante, él de mí no. Le costó un poco más enamorarse... bueno, no creo que estuviera enamorado... no sé. Comenzamos a salir y todo era maravilloso. Yo lo veía todo a través de él, no había nada en Robert que no me gustara. Todo el tiempo que estuvimos juntos fui inmensamente feliz, le quería tanto que hasta me dolía. Luego... me quedé embarazada. Cuando lo descubrí creí morir. De hecho, me pasé varios días llorando, sin salir de la cama. En todo momento Robert estuvo junto a mí, consolándome. Decidimos que lo mejor sería que cada uno fuera a su casa para contar lo sucedido, después volveríamos a la universidad. Yo seguiría con mis estudios hasta que diera a luz. Los dos compaginaríamos los estudios y el cuidado de nuestro bebé. ¡Iba a ser perfecto! Además, no teníamos que preocuparnos por el dinero. Robert ya trabajaba como ayudante en un despacho de arquitectos y le habían propuesto un trabajo en cuanto se licenciara así que... no iba a haber ningún problema. Yo le creí, creí todas y cada una de sus palabras. Decidimos que lo mejor sería ir a casa cuanto antes así que el fin de semana siguiente yo regresé a Green Valley y él voló a Nueva York, ya que sus padres vivían allí. Nunca habló de su familia y yo lo único que sabía era que vivían en Nueva York y que su hermana mayor se llamaba Carol.

Cuando llegué a casa, no tuve que contar nada: en cuanto vi a mi madre me eché a llorar y ella ya lo intuyó todo. No me dijo nada y eso fue lo peor. Mi padre sí que no paró de interrogarme, claro, ¡ellos no conocían a Robert!

Cuando sentados en el salón les conté todo lo que habíamos planeado Robert y yo, no dijeron nada. Mi madre sólo preguntó que por qué no me había acompañado. Yo respondí que él también tenía que contárselo a sus padres. Mamá y papá se miraron, entonces no entendí su mirada ¡qué ingenua!

Robert no me llamó en todo el fin de semana y yo no conseguí contactar con él, tenía el teléfono desconectado. Aquello me intranquilizó, pero no me preocupé demasiado, ya me contaría el lunes qué había sucedido.

Mis padres se dieron cuenta de que no había hablado ni una sola vez con él. El lunes, cuando me acompañaron a coger el autobús, papá me dijo:

- Cariño, sabes que esta es tu casa y que estamos aquí, para lo que quieras.

Le abracé fuerte y oculté las lágrimas, algo tenía que haberle ocurrido a Robert... él nunca me dejaría sola. Me despedí de papá y abracé a mamá, ella me dijo:

- Sé fuerte, Sarah, sé fuerte.

La miré sin comprender y subí al autobús.

Cuando llegué a Sacramento, Robert no estaba. Me fui a mi apartamento, estaba intranquila. Habíamos quedado en vernos el lunes. Pasé toda la noche en vela, pensando que quizá había sufrido un accidente, que, por algún motivo, había tenido que quedarse unos días más con su familia... pero, ¿por qué no me llamaba? ¿por qué tenía el teléfono desconectado? Pasó el martes, el miércoles... el jueves fui a hablar con sus amigos. Ninguno sabía nada o eso dijeron. Yo sabía que vivía en Nueva York pero, ¿dónde? Pasé un día entero llamando a todos los números que encontré en la guía pero, ¿sabes cuántos Jackson viven en Nueva York?

Finalmente, fui al despacho de arquitectos. Me dijeron que se había despedido la semana anterior, ¡no podía creerlo! La habitación me daba vueltas y sentí que me faltaba el aire. Desorientada, confusa, sola, salí de allí, necesitaba respirar, sentir los rayos de sol. ¡Aquello no podía estar pasando! ¡Era una pesadilla!

Pasé las siguientes semanas metida en la cama, sin salir y casi sin comer. No me importaba nada, me daba igual todo y ni me preocupé por mi bebé. Casi lo pierdo. Estuve en el hospital ingresada. Sólo Mike vino a verme. Mike era amigo de Robert, me había dicho que no sabía nada de él. Cuando le vi entrar en la habitación supe que no me iba a gustar lo que iba a escuchar:

-Sarah, te mentí. Soy amigo de Robert desde los seis años... Él me pidió que no te dijera nada pero... Le he llamado. Le he contado lo que te ha pasado. Me ha enviado esta carta. No tiene matasellos, porque no quiere que lo localices, Sarah. Le he dicho que me parece un sucio cobarde, no puede dejarte sola. En cualquier caso, me ha defraudado. No quiero un amigo así. En este otro sobre he anotado su dirección y teléfono en Nueva York. Tú decides.

Me dio un beso y salió de la habitación dejándome el corazón vacío y dos sobres. Abrí la carta que me había escrito Robert. Me la sé de memoria, decía:

“Querida Sarah,

Probablemente me odies y no te culpo por ello. Te he engañado y te he dejado sola con todo esto. Creo que tú eres fuerte y saldrás adelante. Con respecto al niño, haz lo que consideres oportuno.

No estoy preparado para ser padre ni para asumir la responsabilidad que ello conlleva. Soy muy joven y tengo toda la vida por delante. No quiero hipotecar mi futuro por un error. Tengo planes, proyectos,... y en ellos no cabe un niño, y ahora tampoco tú.

Espero que algún día puedas perdonarme y que tú también consigas todos tus sueños.

Un beso.

Robert”.

Lo mejor de todo era que acompañaba la carta con un cheque de seis mil dólares, ¡quería pagarme por las molestias! Cuando salí del hospital recogí todas mis cosas y volví a Green Valley. Iba a tener a mi hijo y lo iba a sacar adelante. Ya conoces el resto de la historia.

Sarah se calló y permaneció acurrucada en el pecho de William. Él acariciaba su pelo, pensativo. Casi sin pensarlo, dijo:

-¿Y qué hiciste con el cheque? ¿y con la dirección? -en cuanto se dio cuenta de que había pronunciado esas palabras en voz alta trató de disculparse -¡Oh, cielos, qué estúpido soy! Sarah, discúlpame, no quería...

-No te preocupes, no pasa nada. El cheque lo cobré y está en una cuenta a nombre de Paul, aunque no sé si nunca llegará a cobrar ese dinero... no sé muy bien para qué lo tengo... Y la dirección, bueno, va siempre conmigo -Sarah abrió su bolso, sacó su cartera y extrajo de ella un sobre muy arrugado y amarillento -Ya ves, aquí la tengo. Nunca he abierto el sobre. Al principio porque resultaba demasiado doloroso y ahora... no sé muy bien por qué... -Volvió a guardar el sobre en su bolso -Y eso es todo -Trató de esbozar una sonrisa -¿Aún crees que debo vivir un auténtico amor? Tú eres lo que yo necesito -dijo besándolo tiernamente en los labios.

William permaneció en silencio por unos instantes, se sentía tentado a decir que sí, a estar con Sarah... ¡la amaba tanto! Precisamente porque la amaba tanto respondió:

-Sí Sarah, debes vivir un auténtico amor. Alguien que acelere tu corazón, que te haga perder la cabeza... alguien como Alfred Gonzáles -al ver la cara de sorpresa de Sarah, William continuó -Es evidente que es a él a quien amas. No hay más que verte cuando Paul habla de él, te transformas -se separó un poco de ella y observándola detenidamente, le dijo:

-Que una vez saliera mal no significa que siempre vaya a salir mal. No puedes dejar pasar la vida, tienes que disfrutarla, exprimirla, saborearla...

- Alfred no, William. Ese tren ya pasó.

Ambos se abrazaron y así estuvieron por unos instantes. Fue William el primero en hablar:

- Será mejor que nos vayamos.

William la acompañó hasta su coche. Sarah subió y esperó a que lo hiciera él.

-¿No te llevo a casa? -le preguntó extrañada.

-Ya sé que una vez te dije que los caballeros acompañan a las damas hasta su casa, pero incluso un caballero andante tiene que lamer sus heridas- se acercó hasta la ventanilla abierta y la besó en la frente -Te deseo mucha suerte, Sarah Slater.

Permaneció en el coche observando cómo la silueta de William desaparecía en la oscuridad de la noche. Cuando fue incapaz de verlo arrancó el coche y se dirigió a su casa.

Buscando en su bolso las llaves para entrar en casa tropezó con el regalo de William. Lo abrió. Era un colgante con dos manos entrelazadas. En la nota ponía: si me necesitas, silba.

3 comentarios:

  1. Cd quedamos para ir de rebajas?? ;)
    Un beso guapa!

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  2. cmo acabara esto? quiero más

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  3. Pobreta... aunque William ha demostrado tener el valor que algunas personas no tienen por otro lado Sarah no, y eso de engañarse a sí misma no le hará ningún favor ni ahora ni nunca...

    Sebastian

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