El amor y el odio son las pasiones que mueven el mundo. Escribir sobre ellas es mi pasión, sólo espero que leer mis palabras sea la tuya.
Clara.

viernes, 27 de abril de 2012

LA PELI DEL FINDE

Esta semana toca un auténtico peliculón dirigido por Vicente Aranda y protagonizado por un trío de auténtico lujo: Victoria Abril, Jorge Sanz y Maribel Verdú.

La película cuenta la historia de un muchacho que tras finalizar el servicio militar se traslada a Madrid. Planea casarse con su novia, pero otra mujer se cruza en su camino. Finalmente, tendrá que elegir entre ambas.

En fin, un excelente thriller criminal.

¿Os gusta este género? ¿Qué thriller es vuestro favorito?

martes, 24 de abril de 2012

CHRISTMAS SUN 6


Asunción se quedó quieta cuando los dos perros, un pastor alemán de color negro y un chucho enorme de raza indeterminada se acercaron ladrando hacia donde ella se encontraba. No sabía si echar a correr o echarse a llorar, pues los ladridos no tenían nada de bienvenida, muy al contrario, daban verdadero terror. Se quedó paralizada ante aquellas dos bestias que le gruñían y le enseñaban los dientes como si fuesen los perros guardianes del averno. El hombre se fue acercando a la cerca hablándoles a los perros con suavidad.

-¡Tango!, ¡Cash! ¡Basta! Quietos… Buenos chicos –dijo cuando les alcanzó y acariciándoles suavemente la cabeza, estos dejaron de gruñir y ladrar para sentarse tranquilamente como si fuesen corderitos.

-Perdónales, pero no están acostumbrados a desconocidos… Soy Roberto Montalbán –dijo el hombre mientras alargaba el brazo sobre la cerca para estrechar la mano de Asunción.

-Sun… Asunción Martínez –y estrechó la mano que se le tendía.

El apretón fue firme y él retuvo el contacto un poco más de lo necesario como si no quisiera soltarla. Mirándola directamente a los ojos y pensando que era la mujer más bella que había visto en su vida.

-Perdona… -dijo azorado soltándole la mano y sonriendo al mismo tiempo.

-No pasa nada.

Asunción se fijó en aquel hombre tan guapo y varonil que tenía ante sus ojos, su pelo algo enredado le daba un aire bohemio, ojos negros con un brillo pícaro que le hipnotizaban, aquella sonrisa abierta, sincera de aquella boca de labios finos y que dejaban al descubierto unos dientes perfectos. Aun en invierno su piel conservaba el tono bronceado de los hombres del campo, pero sus manos eran suaves, desde luego no eran las de un granjero. Con el mono que llevaba puesto y las botas de agua que le llegaban hasta las rodillas, no podía distinguir su cuerpo, pero era alto y de espaldas anchas un hombre que…

Asunción volvió a la realidad cuando Roberto empezó a hablar.

-He oído decir que has vivido durante mucho tiempo en Nueva York y quería pedirte un favor…

Asunción no podía dejar de mirar a aquel hombre, hacía tiempo que no sentía lo que en aquel momento le recorría la espalda y en su estómago notaba el cosquilleo que le producía su cercanía.

-Soy el maestro de la escuela que tenemos aquí en Pozuelo, ya sabes, pocos niños y muchas responsabilidades, pues al ser unitaria está todo bajo mi cargo –dijo Roberto sonriendo –Bueno, estamos organizando algo muy especial para el festival de Navidad, quizás podrías echarnos una mano y explicarles además cómo se celebra la Navidad en Estados Unidos. Aquí, ya sabes, los Reyes, el Belén y todo eso, quizás tú pudieses…

-No tengo tiempo para esa clase de tonterías –le atajó Asunción abruptamente –lo siento.

Se dio la vuelta tan bruscamente que resbaló en un montón de nieve que había junto al camino cayendo de culo contra el suelo. Roberto saltó la cerca de un brinco y tendió su mano, riéndose, para ayudarla a levantarse.

-Por estas tierras, las botas que llevas no son las más adecuadas, aunque debo admitir que te sientan muy bien.

Asunción le dio un manotazo a la mano tendida de él y como pudo se levantó y echó a andar por el camino con los vaqueros Gucci ceñidísimos que llevaba puestos mojados y con todo el trasero manchado de barro.

Con toda la dignidad que fue capaz de reunir siguió andando por el camino, sin volver la vista atrás, pero notando en su nuca que dos ojos negros estaban pendientes de ella.

Roberto se apoyó en la cerca mirando cómo se alejaba, sonriendo todavía, pensando que era una mujer orgullosa y prepotente pero con una cara divina que se le había quedado prendada en la retina y con un cuerpo espectacular. Volvió a saltar la cerca y se reunió con sus perros, Tango y Cash.

-Vamos chicos, tenemos trabajo que hacer. Sólo hemos parado un ratito para hablar con una diosa –y echó a andar hacia su casa.



Roberto Montalbán llevaba cinco años en Pozuelo, llegó como maestro a la escuela unitaria, un puesto que nadie quería, pues aceptarlo era el destierro, pero para Roberto era el lugar perfecto para curar sus heridas.

Se había casado con la mujer de la que se enamoró en la Universidad, Carmen, los dos maestros, él generalista y ella maestra de infantil. Tenían los mismos gustos a la hora de elegir película para ir al cine, los dos disfrutaban más de un buen libro que de la televisión, excepto en el fútbol, que a él le encantaba, en el resto eran como almas gemelas. Cuando decidieron vivir juntos, pasaron horas en los rastrillos y en las tiendas de segunda mano para amueblar el pequeño apartamento alquilado en pleno centro madrileño, donde las callejuelas todavía poseían el embrujo de principios del siglo XX. Los dos trabajaban en aquello que les gustaba, eran felices con lo que habían conseguido y su amor era el minutero que marcaba sus vidas.

Cuando Carmen le dijo años después que estaba embarazada, creyó morir de felicidad. Se tendrían que mudar, aquel pequeño apartamento no tenía espacio suficiente para los tres, deberían buscar una casa o un adosado para que su hijo creciera rodeado de naturaleza. Al final de una minuciosa búsqueda encontraron una vieja casa rodeada de un gran jardín, con una pequeña piscina en la parte de atrás, un salón con una gran chimenea y una escalera de madera tallada que subía al piso superior donde se encontraban las habitaciones. Era una casa preciosa aunque tuvieron que dedicarle tiempo y esfuerzo para pintarla, decorarla y devolverle la vida que el tiempo y el desuso le habían arrebatado.

Llegado el momento Carmen dio a luz a Alba, la pequeña que para ellos supuso un nuevo amanecer, una pequeña que tenía los mismos ojos azules que su madre y el pelo azabache de su padre.

La vida les sonreía, los años iban pasando, Alba iba creciendo en un entorno feliz y tanto Carmen como Roberto se desvivían por la pequeña.

Roberto conducía todas las mañanas para dejar a Carmen y Alba en la escuela donde su mujer trabajaba y luego proseguía hasta el colegio donde él impartía sus clases. A las cinco salía del colegio y pasaba de nuevo a recogerlas para volver juntos de regreso a casa. El viaje no era pesado poco más de media hora, si no cogían algún atasco, pero valía la pena. Su casa era su refugio.

Una noche de regreso a casa caía una fina lluvia que poco a poco se fue convirtiendo en una fuerte tormenta. Roberto conducía con mucha precaución, a su lado Carmen intentaba calmar a Alba que lloraba asustada en el asiento posterior. De repente algo cayó sobre la carretera obligando a Roberto a dar un fuerte volantazo al tiempo que frenaba, perdiendo el control del coche que salió de la carretera dando varias vueltas de campana. Cuando llegó la policía y las ambulancias, Roberto estaba gravemente herido. Carmen falleció en el recorrido hasta el hospital debido a la pérdida de sangre y la pequeña Alba había fallecido en el momento del impacto contra el suelo.

Roberto pasó varias semanas en el hospital, los médicos se dejaron la piel para salvarle la vida y en algunos momentos perdieron toda esperanza de poder hacerlo: tenía rotura de bazo, hemorragias internas que le habían dañado el hígado, costillas astilladas que le habían perforado los pulmones y graves traumatismos. Pero era un hombre joven y fuerte y salió con vida, algunos pensaron que milagrosamente, de todo aquello. Salió vivo del hospital porque respiraba y aquello lo confirmaba, pero muerto por dentro, había perdido todo aquello por lo que vivir. Necesitaba huir, y pensó enterrarse en vida en el lugar más apartado del mundo. Cuando vio la oferta de trabajo en Pozuelo no lo pensó, simplemente, se dijo a sí mismo: “Pozuelo será mi tumba”. Jamás regresó a Madrid, ni visitó las dos tumbas iguales del cementerio, pues pensó que no podría resistirlo. Ahora sólo pensaba en sus niños de la escuela que le habían devuelto la sonrisa y en cuidar a Tango y Cash, sus perros, que llevaban el nombre de la película favorita de Carmen, que estaba enamorada platónicamente de Kurt Russell, esa fue la única concesión que se dio para el recuerdo. Todo lo demás quedó atrás.

Y cuando creía que jamás volvería a mirar a otra mujer apareció Asunción que le había abierto una pequeña brecha en su endurecido corazón.


viernes, 20 de abril de 2012

LA PELI DEL FINDE

¿Quién no habrá visto esta peli de los años 80 protagonizada por Dennis Quaid y Meg Ryan? Para quienes no la conozcan os diré que es una  peli muy divertida en la que Quaid es miniaturizado y, por error, introducido en el cuerpo de un joven hipocondríaco (Martin Short). Juntos tendrán que huir de innumerables peligros y conseguir que Quaid recupere su tamaño original.

¿Os gustan las pelis en las que se mezcla humor, aventuras y romance? 

martes, 17 de abril de 2012

CHRISTMAS SUN 5


Se despertaba cuando todavía era de noche, no dormía bien, tenía sueños en los que de repente despertaba asustada, con el corazón palpitante y pensando que había olvidado hacer una llamada importante, o que se había saltado una reunión…, su vida anterior seguía fijada en su memoria como una pesadilla recurrente. Sólo cuando echaba una mirada a su alrededor volvía a la realidad, estaba en su cuarto, en casa de sus padres, pero en vez de calmar su estado de ánimo, Asunción notaba que se sentía como si fuese cayendo despacio en un pozo cuyo fondo todavía no había alcanzado y a cuyas paredes intentaba aferrarse para frenar la caída sin conseguirlo.

Su padre, hombre de pocas palabras, pasaba casi todo el tiempo en la vaquería que con tanto esfuerzo y trabajo había logrado construir a escasos kilómetros del pueblo. Recordaba cuando de pequeña cogida de su mano, aquel gigantón de pelo negro y mirada profunda, la acompañaba a las ferias agrícolas que se celebraban año tras año en la capital y cómo él le iba explicando las distintas variedades de ganado vacuno.

-Mira aquella es una vaca suiza, el año que viene quizás podamos tener una…, aquel tiene pinta de ser un buen semental… - le decía su padre, aunque para Asunción una vaca era una vaca y poco más.

Asunción no decía nada sólo escuchaba a su padre con devoción, pues para ella era el hombre más guapo y tierno que había sobre la faz de la tierra y el ir cogida fuertemente de su mano era un motivo de orgullo. Todos le conocían y le saludaban con respeto.

La pequeña vaquería que había heredado de sus padres se fue convirtiendo poco a poco en un buen negocio, cada vez tenía más vacas que daban una producción mayor de leche y todas las tardes un camión-cuba se acercaba a la vaquería para recoger los cientos de litros de leche que allí se producían.

En la parte posterior un gran prado verde se extendía en pequeñas ondulaciones hasta casi perderse de vista y las vacas pacían tranquilas holgazaneando casi todo el día, hasta el atardecer cuando eran ordeñadas por su padre y un par de mozos del pueblo que había contratado. Asunción todavía podía recordar el sabor de aquella leche recién ordeñada, todavía tibia, dulce, que bebía con verdadero placer y, que le dejaba un bigote blanco sobre los labios que ella se limpiaba con la lengua.

Su padre fue uno de los pioneros en su sector y mecanizó la granja para poder aumentar la producción de leche, pero las vacas seguían en el prado. Siempre se negó a encerrarlas en la actual gran vaquería.

A menudo cuando llegaba a casa le decía a su madre:

-Margarita y Verónica te envían recuerdos…

-Diles que mañana pasaré a visitarlas -respondía su madre mirando a su marido con verdadero amor.

-¿De quién estáis hablando? –preguntaba Asunción mientras sus padres se echaban a reír.

-Estáis locos ¿cómo podéis poner esos nombres a unas vacas? –se enfurruñaba Asunción, ya hecha una joven adolescente.

-La locura sería llamar Ramón a una vaca ¿no crees? –le respondía su padre de buen humor.

Todas las vacas tenían nombre y tanto su padre como su madre podían distinguirlas y hablarles, nombrándolas tal y como se las había bautizado.

Invariablemente su padre entraba en la vaquería con las primeras luces del día.

-Buenos días señoritas ¿cómo han pasado la noche? -e iba saludándolas tocándoles la testuz, alguna le lamía la mano con su rugosa lengua…

-Magdalena, ¿todavía acostada? Vamos levántate perezosa, que tenemos que salir a estirar esas preciosas piernas que tienes.

Y así día tras día. Después de su mujer, Pilar, su gran amor, aquellas eran sus novias.

Lo que para Asunción fue divertido en su niñez dejó de serlo cuando acudió al Instituto del pueblo más grande de la comarca, para ella era casi como una gran ciudad. Allí cambió su estilo de vestir, de peinarse de comportarse, empezó a seguir a los grupos musicales que más estaban de moda y a fumar que era lo más de lo más. Fue una adolescencia dura tanto para ella, que quería ser alguien diferente, como para sus padres que no sabían qué hacer para manejar a aquella jovencita que se había teñido el pelo con mechas de colores, que nunca hablaba y que cuando se le preguntaba la única respuesta que recibían por su parte era el portazo que daba cuando se encerraba en su habitación.

Cuando acabó el Bachillerato tenía muy claro que quería estudiar periodismo y la universidad que impartía la licenciatura estaba en Madrid. Con su mochila colgada al hombro se despidió de sus padres y llegó a la gran ciudad que la engulló y la fascinó de tal forma que volver a su pueblo cada día se le hacía más difícil, poco a poco las visitas se fueron alargando más y más. Durante las primeras Navidades pasó algunos días con sus padres pero tenía otros planes con sus amigos para Nochevieja y Reyes así que volvió a cargarse su mochila y desapareció de nuevo.

-Guardadme los regalos de Reyes para Pascua, volveré después de los exámenes a finales de marzo –les dijo a sus padres.

En Madrid compartía un pequeño apartamento con otras tres compañeras y que podía costear gracias a la asignación que religiosamente todos los meses le enviaban sus padres.

En Pascua pasó por el pueblo pero sólo a saludar, pues le venía de paso para ir de viaje con sus amigos que se iban a recorrer la costa gallega. Tienda de campaña, saco de dormir, algo de ropa y algunas latas era todo lo que necesitaba.

Los años de la universidad fueron pasando y su pueblo junto con sus padres se fueron alejando de sus prioridades. Las llamadas se hicieron cada vez más escasas y cuando le propusieron la beca para Estados Unidos no lo pensó dos veces, aquella iba a ser su gran oportunidad. Llamó por última vez a sus padres.

-Os llamo para deciros que me voy a Nueva York, ya os llamaré cuando llegue. Así podréis venir a visitarme.

Pero nunca llamó. Asunción se convirtió en Sun Martin y borró de un plumazo todo su pasado.

Ahora su pasado le golpeaba de nuevo y tenía que aferrarse a él, pues era lo único que le quedaba y, pensaba, que como el ave fénix algún día podría resurgir de sus cenizas.

Cuando llegaba a la cocina, para desayunar, casi de madrugada, sus padres ya estaban allí. Su padre sentado, tomando su café y su trozo de pan tostado con queso, mientras su madre se afanaba preparándolo todo. Pilar, su madre, le daba el gran tazón de café con leche a su marido y distraídamente se rozaban los dedos, casi como al descuido, cada vez que ella iba de un lado a otro de la cocina, le acariciaba el pelo o le acariciaba la espalda desde un hombro al otro. A la hora de irse su marido, la cogía suavemente de la cintura con aquellas manos fuertes, grandes, endurecidas por el trabajo y le daba un beso en el cuello.

-Te veo luego Pilar –le decía bajito.

-Hasta luego, Paco, saluda a mis amigas –y sonreía mientras lo decía mirándole a los ojos.

Asunción veía estas escenas y no podía creer que tras 30 años de estar juntos, sus padres todavía tuviesen esa complicidad, como si fuesen dos amantes, que se despedían a hurtadillas cada mañana. La ponía enferma verlos. Su madre, aquella inteligente mujer que lo había dejado todo para encerrarse en aquel agujero. No lo entendía y la despreciaba por su cobardía.



Por las mañanas salía a pasear, pues era lo único que se podía hacer allí, y también le permitía salir de la casa que la ahogaba. Durante los paseos dejaba vagar sus pensamientos y sus pasos la llevaban cada vez a una parte distinta de las afueras del pueblo.

Aquella mañana Asunción caminaba por un camino de tierra y hierba que cruzaba zigzagueando el valle, cuando a lo lejos distinguió el antiguo caserón que si no recordaba mal, había estado abandonado desde que tenía uso de razón. Se fue acercando lentamente advirtiendo que la gran casa había sido rehabilitada: tenía tejas de pizarra nuevas, las paredes habían sido remozadas y levantados los muros de piedra que el tiempo había derruido, un pequeño huerto en la parte de atrás indicaba que alguien vivía allí. Al lado del huerto una pared de piedra había sido levantada y en ella se apoyaban unas cuantas jaulas de conejos y junto a ellas unas cuantas gallinas sueltas picoteaban tranquilamente por el suelo.

Asunción se acercó a la cerca que cerraba el camino de la entrada pero no vio a nadie. De repente una puerta en la parte de atrás se abrió y reconoció al hombre que la había sobresaltado unas noches atrás, que salía al huerto trasero flanqueado por dos perros. Los perros comenzaron a ladrar al percatarse de su presencia. El hombre miró en su dirección y le hizo una seña de saludo levantando el brazo.

-¿Quién será ese hombre? –se preguntó Asunción intrigada.


viernes, 13 de abril de 2012

LA PELI DEL FINDE

En esta ocasión la peli recomendada es la favorita de J. que confiesa que la ha visto tantas veces que hasta se sabe los diálogos.

Es un film que mezcla romance y aventuras en la que aparecen unos jovencísimos Michelle Pfeiffer, Mathew Broderick y el gran Rutger Hauer.

Y vosotros, ¿hay alguna película cuyos diálogos conozcáis? ¡Contadme!

martes, 10 de abril de 2012

CHRISTMAS SUN 4


Tuvo que limpiarse bien las botas de montaña antes de entrar en el bar. Sabía que si no lo hacía la señora Angelita le llamaría la atención, exactamente igual que él hacía cada mañana con sus muchachos.

Aunque almorzaba todos los días en el colegio mientras preparaba algún examen, ordenaba su despacho o hacía llamadas urgentes, después acudía al bar para tomar un cremoso y aromático café que con tanto cariño le preparaba la dueña. La señora Angelita era quien mejor conocía a Roberto, no era mucho lo que con ella había dialogado y compartido, pero sí mucho más de lo que lo había hecho con el resto de vecinos.

Roberto era muy querido en el pueblo aunque únicamente llevaba viviendo allí dos años. Su profesión de maestro en la escuela unitaria del diminuto Pozuelo le hacía relacionarse con todos los aldeanos: los niños, los padres y los abuelos que recogían a sus nietos a la hora de la comida porque sus hijos trabajaban en los pueblos de alrededor donde había bastante más industria y algo más de comercio.

Además de director de la escuela, no había ocasión en que no ayudara a alguna cosa en el pueblo, desde el mantenimiento de los cultivos hasta la elaboración de un proyecto del ayuntamiento. Era un hombre muy servicial, entendido en el desempeño de muchas profesiones y con mucho tiempo libre, puesto que no estaba casado ni tampoco tenía hijos. Cuidar de los animales y los jardines de su imponente casona a las afueras de Pozuelo era su única obligación.

Los ancianos se preguntaban por qué no tendría una mujer a su lado para cuidarlo y darle hijos. Las mujeres lo miraban disimuladamente de arriba abajo mientras lo saludaban, pues era el director más joven y atractivo que había pasado por el colegio. Su pasado era una gran incógnita para todos.

Roberto tenía un cuerpo fibroso y bien definido. De tez morena y ojos grandes y negros. Parecía estar siempre de buen humor y su gran sonrisa junto a un brillo especial en la mirada le daba un poder de atracción que él desconocía.



Tras haberse limpiado las botas entró en el bar atusándose el cabello para hacer desaparecer algunos copos de nieve que le humedecerían la corta melena morena que siempre llevaba despeinada.

Al apoyarse en la barra habiendo saludado a los pocos vecinos que jugaban a las cartas escuchó como la señora Angelita comentaba con una amiga:

-Después de tanto tiempo. Deben de haber pasado al menos diez años. No les ha llamado nunca, ni ha vuelto al pueblo para nada. Desapareció de repente. Y ahora, ¿para qué habrá venido? Ha tenido que ocurrir alguna cosa -cuchicheaba desde detrás de la barra.

-No ha ocurrido nada, mujer. O bien se ha quedado sin dinero, o puede ser que esté embarazada –contestó la vecina.

-¿Embarazada? ¿De un americano? –preguntó la señora Angelita muy sorprendida.

La vecina le pidió silencio con un sigiloso gesto a lo que acababan de comentar y se marchó del bar.

Roberto disimuló la curiosidad que sentía por saber de quién hablaban, quién sería la mujer que había llegado al pueblo. Las preguntas pasaron por su mente unos segundos y después las olvidó.

-Y, ¿qué tal van los últimos preparativos de la fiesta de fin de curso? –se interesó la señora Angelita mientras le servía el café.

-Se puede decir que todo va según lo previsto –contestó Roberto –aunque tenemos un hueco de una hora para el que no hay ninguna actuación ni actividad preparada. Quizá algún padre se anime a participar con los chicos, podrían hacer un árbol de Navidad de recortables, dulces navideños o un recital de cuentos de Navidad –mirando fijamente a su amiga y sonriendo le hizo una proposición –Angelita, ¿usted no se animaría a ayudarme?

-No, no puedo. Tengo mucho trabajo. Únicamente llevaré los pastelitos navideños e iré a ver a mi nieto disfrazado de pastorcillo para el teatro. Nada más. Lo siento mucho, Roberto –sentenció la mujer.

Él no quiso insistir y se quedó pensativo en la barra intentando encontrar una solución al problema. El malestar que sentía la señora Angelita por no poder ayudar a Roberto le hizo ponerse a limpiar enérgicamente las mesas del bar mientras ideaba una alternativa. Y no habían pasado ni dos minutos cuando ella volvió a la barra.

-Ha vuelto Asunción al pueblo. Es una chica joven. Ha estado viviendo varios años en Estados Unidos. Quizá pueda hablar a los chicos de cómo se celebra allí la Navidad, os enseñe fotos o cocine algún plato. A ti te sacará del apuro, y a ella le vendrá bien reencontrarse con la gente del pueblo. ¿Qué te parece? –preguntó a la vez que guiñó un ojo a Roberto.



Pasó la tarde entre el despacho corrigiendo los últimos exámenes y el pequeño salón de actos colocando el gran árbol de Navidad que habían comprado el año anterior con los beneficios de un mercadito solidario.

Fueron muchas las ocasiones en que recordó ir a conocer y a hablar con Asunción, pero absorto en sus obligaciones la noche llegó rápidamente. Era ya la hora de la cena cuando cerraba el colegio. Había parado de nevar hacía un par de horas, las temperaturas continuaban bajando y una espesa niebla cubrió todo el valle.

Al girar la esquina del colegio hacia su casa pudo diferenciar una silueta ayudado por la luz de la farola bajo la que se encontraba aquella persona. No se movía, estaba de espaldas, cabizbaja y unos leves pero rápidos movimientos de hombros le hacían entender que la persona lloraba desconsoladamente. Roberto, muy preocupado, se acercó para descubrir de quién se trataba y así poder ayudar. Estando ya muy cerca vio que era una mujer envuelta en un abrigo de piel, con botas de tacón y una larga melena que el suave viento alborotaba.

Él ya estaba casi detrás de ella y aún no había logrado identificar de quién se trataba. Ella, al escuchar las pisadas que se aproximaban en la nieve giró tímidamente la cabeza, intentando ocultar el llanto que la invadía.

Sus miradas se encontraron. Pasaron segundos, quizá minutos. No articularon palabra alguna. Sus ojos entendían cuanto pudieran decir. Un fugaz pero intenso golpe de viento hizo reaccionar a Asunción que huyó de aquella calle corriendo mientras Roberto quedó con las botas clavado en la nieve y aquella mirada clavada en el corazón.

-¿Asunción? ¿Será esta la mujer de la que hablaban? –pensó.




viernes, 6 de abril de 2012

LA PELI DEL FINDE

Este fin de semana os propongo una película cuanto menos inquietante. Está basada en la novela del mismo título de Ira Levin. Aprovecho la ocasión para recomendaros su lectura.

Es una película del año 78 con un reparto de lujo: Gregory Peck, Laurence Olivier y James Mason interpretan los papeles principales.

El film plantea la posibilidad de que Hitler fuera clonado, ¿terrorífico no?

¿Conocíais la novela de Ira Levin? ¿Os gustan estas adaptaciones? 

martes, 3 de abril de 2012

CHRISTMAS SUN 3


Sun Martin llegó al aeropuerto JFK bajo una suave manta de nieve, la noche anterior había empezado una lluvia fina que se fue convirtiendo en pequeños copos y que vistieron la ciudad con su suave tono blanco. ¡Navidad, blanca Navidad! Pensó Sun mientras cerraba la maleta y sellaba con cinta las últimas cajas que guardaría en un guardamuebles no sabía por cuánto tiempo, de momento indefinido.

Entró en el aeropuerto con paso firme y buscó el check-in de IBERIA destino Madrid. Sólo había una pareja en la cola. Cuando entregó el billete a la azafata ésta preguntó con extrañeza:

-¿Sólo billete de ida?

-Sólo de ida –asintió Sun.

Con la tarjeta de embarque en la mano comenzó a andar hacia el control de pasaportes, primero debía pasar por control de seguridad. Depositó en una bandeja su abrigo de piel, su bolso Vuiton, su reloj, su iphone, todo lo que llevaba encima y con cada objeto que dejaba sobre la bandeja se iba desprendiendo de un trocito de su yo americano. Sun Martin se había quedado depositada en una bandeja de plástico y no tenía la certeza de si volvería a serlo. Pasó por el arco de detección de metales y al cruzar tuvo la revelación de que Sun se quedaba al otro lado, ahora era de nuevo Asunción Martínez que regresaba a casa de sus padres en España.



Había salido del pequeño pueblo norteño español con un montón de sueños e ilusiones bajo el brazo, ahora casi diez años después, volvía con su ropa de marca, carísimos accesorios y convertida en una mujer de casi 30 años, pero sus sueños se habían desvanecido como se desvanecen cada mañana al despertar y llevaba el corazón hecho añicos.

El vuelo fue todo lo agradable que se podía esperar, aunque un nudo cada vez mayor le iba atenazando el estómago, debía enfrentarse a los reproches que, no sin razón, iba a recibir de sus padres, volver al pequeño pueblo que juró no volver a pisar jamás. Ahora volvía y tendría que soportar los chismes y las miradas cargadas de un mal disimulado desdén.

Desde el aeropuerto de Barajas en Madrid, cogió un taxi que la llevo a la estación de autobuses, donde después de dos horas de espera, cogió el autocar que la llevaría a su pueblo, tras avisarle de que no podrían entrar hasta el centro del municipio, ya que había nevado y la pequeña carretera llena de baches que comunicaba la carretera nacional con el pueblo, había sido cortada por una nevada. Era un pequeño camino, poco más de un kilómetro, no le importó, andaría hasta el pueblo.

Bajó del autobús y tomó con decisión el camino dejando tras de sí las huellas de sus carísimas botas y las dos líneas paralelas que iban dejando las ruedecillas de su enorme maleta. Al fondo se veían los tejados cubiertos de nieve y las humeantes chimeneas. En el centro el alto campanario de la iglesia, cuya campana hacía años que había dejado de tañer.

El pueblo se alzaba en una suave colina de las muchas que se vislumbraban hasta perderse en el horizonte, plagadas de pinos y ahora adornadas de blanco. Un pequeño riachuelo recorría uno de los lados de la colina formando un hondo valle donde los lugareños habían dibujado huertos donde cultivaban hortalizas y verduras de las que se abastecían para su propio consumo. Al otro lado un inmenso prado roto por algunas cercas hechas de troncos se extendía hasta las altas montañas que rompían la suavidad de la panorámica, donde algunas vacas pacían buscando pequeños brotes verdes bajo la capa de nieve.

Asunción continuó su penoso ascenso hasta el pueblo, maldiciéndose a sí misma, se había equivocado de ropa, de calzado, de todo. Su vida era para ella en este momento una gran equivocación, un error al que tenía que enfrentarse, tragarse todo su orgullo, el poco que le quedaba y pensar qué iba a hacer de ahora en adelante. Lo más inmediato, lo que más le preocupaba era encontrarse de nuevo con sus padres. Ellos no sabían nada de lo que había sucedido, no sabían que venía vencida, de momento no les iba a dar motivos para que se enterasen, ya llegaría el día en que pudiese hablar con sinceridad con ellos, pero no ahora, más adelante quizás.

Cruzó la plaza que estaba desierta y se metió por la primera calle porticada donde se encontraba el único bar, la única carnicería, la única panadería y el único pequeño comercio que vendía un poco de todo, desde un dedal a una lata de atún. Era una especie de Harrod’s londinense en miniatura, pero que anunciaba con letras doradas Droguería, Paquetería, Bebidas y Comestibles pintadas en una pequeña vidriera que les servía de escaparate. Desde luego no es como la 5ª Avenida, pensó Asunción pasando de largo. Al final del pórtico pasó un gran arco y giró a la derecha, bajando con cuidado aquella calle asfaltada con adoquines resbaladizos que a punto estuvieron de mandarla de bruces al suelo un par de veces. El último caserón era su casa, la que la había visto crecer y a la que renunció para ser otra persona.

Cuando llegó frente a la puerta suspiró, se enderezó y dio dos golpes rotundos. Tras un instante, la puerta se abrió y vio a su madre. Había envejecido, pero todavía quedaban rastros de aquella belleza impresionante que tuvo en su juventud.

-¿Te vas a quedar como una estatua ahí parada o vas a entrar? –dijo la mujer.

Asunción soltó la maleta y el bolso que cayeron al suelo sobre la nieve y se abalanzó para abrazar a su madre.



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