El amor y el odio son las pasiones que mueven el mundo. Escribir sobre ellas es mi pasión, sólo espero que leer mis palabras sea la tuya.
Clara.

miércoles, 30 de noviembre de 2011

CAPÍTULO. 19

Mientras conducía de camino al hospital, Sarah no podía dejar de pensar lo terrible que era la vida: Anita, la dulce y buena Anita, luchando en el hospital por salvar su vida.

Pensó en ello, ¿hacía cuánto que la conocía? A su pesar, Sarah sonrió; Anita había vivido en Green Valley desde que ella podía recordar.

Sarah cerró la puerta del coche. El aparcamiento del hospital estaba vacío. Apresuró el paso, tenía que darse prisa en regresar al Taylor's Coffee Shop antes de que Steven Taylor se diera cuenta de que había salido durante su turno.
Antes de entrar en el pabellón en el que Anita estaba ingresada, Sarah compró un ramilleta de margaritas. Asociaba a Anita con las margaritas: bella, humilde y sencilla.
En el ascensor oprimió el número dos.
La habitación de Anita era la 207. Con suavidad, entreabrió la puerta: vio a Anita tendida en la cama, con los ojos cerrados y con una palidez que la asustó.
La mirada de Sarah se posó en la silla que había junto a la cama de Anita: era la chaqueta de Alfred. El corazón le dio un vuelco.
-¡Qué alegría me da verte, Sarita! -la voz débil de Anita sobresaltó a Sarah.
Esbozó una sonrisa y entró en la habitación. Se acercó a su cama y la tomó de la mano, ¡qué delgada estaba!
-Te he traído unas flores, pensé que te gustarían -dijo Sarah mientras besaba dulcemente a Anita en la frente.
-¡Oh, son maravillosas! Eres encantadora -los ojos de Anita, ahora cercados por profundas y oscuras ojeras, la miraron tiernamente.
-Vamos, no es nada. Quise venir a verte aunque sólo podré quedarme unos minutos... me he escapado del trabajo -explicó.
-Realmente eres una mujer maravillosa. No tenías que haberte molestado... aunque me alegra que hayas venido. No querría irme sin despedirme de ti -dijo Anita mirándola fijamente a los ojos.
-Vamos, Anita, no seas dramática. Estoy segura de que en unos días estarás en casa. La hacienda se iría abajo sin ti -trató de bromear Sarah.
El aspecto de Anita era realmente era preocupante y Sarah trataba de reprimir las lágrimas. Unos golpes en la puerta interrumpieron la conversación. La enfermera entró.
-Anita, es la hora. ¿Le importaría dejarnos? -dijo dirigiéndose a Sarah.
Sarah abrazó a Anita, ¡la veía tan débil! Anita susurró a su oído:
-Sé feliz y cuídale cuando yo no esté.
Sarah trató de hablar pero los sollozos se lo impidieron. Abrazó con más fuerza a Anita y evitando su mirada, no quería que la viera llorar, salió de la habitación. En el umbral de la puerta se volvió y la miró por última vez.
Cerró la puerta y, apoyando la espalda sobre la misma, lloró. Lloró en silencio y amargamente, ¡aquello no era justo!
Con el dorso de la mano se limpió las lágrimas que surcaban su rostro. Se dirigió al baño de la planta; mojó su cara con agua fresca, intentando borrar el rastro del llanto. Caminó hacia al ascensor y al abrirse la puerta allí estaba él. Sarah contuvo la respiración, no podía emitir sonido alguno, aquel hombre la turbaba. Él salió del ascensor y se plantó frente a ella, estaban cerca, muy cerca. La abrazó.
-¡Oh, Sarah! -notó cómo él se estremecía.
Sarah se separó de él y le miró de frente. Parecía muy cambiado: su aspecto era el de una persona que tuviera que soportar una dura y pesada carga; sus ojos, normalmente vivaces, aparecían enmarcados por unas profundasojeras y reflejaban una honda preocupación. Era la viva imagen de la desesperación.
-Yo... he venido a visitar a tu madre -Sarah deseaba reconfortar a aquel hombre. Nunca le había visto tan abatido.
-Estupendo. Vamos. Acompáñame -Alfred trató de cogerla de la mano.
Sarah retiró su mano, no quería más engaños. Ansiaba sentir el contacto de su piel pero eso ya no podía ser: a él no le interesaba Sarah y a ella... bueno, estaba William.
-La enfermera está con ella. Me ha hecho salir de la habitación -dijo Sarah. Evitaba mirarle a los ojos, sabía que se delataría.
-Ah, entonces vayamos a por un café. Estoy roto -Alfred se encaminó hacia el final del pasillo, donde se encontraba la máquina de cafés.
Sarah le siguió. Ahora sí se atrevía a mirarle: Alfred caminaba cabizbajo y parecía cansado, muy cansado. Cualquiera que hubiera observado la mirada que Sarah dirigió a Alfred habría dicho que era la mirada de una mujer enamorada. Sabía que le amaba pero también era una mujer herida que se había hecho la firme promesa de iniciar una nueva vida. Y además estaba William...
-¿Te apetece uno? -la voz profunda de Alfred la sacó de sus pensamientos. Le ofrecía un café.
-No, gracias. Tengo que volver al trabajo.
Alfred la observaba. Algo había cambiado en Sarah, ¿o quizá nunca había sentido nada por él? La sola idea de que ella no sintiera nada por él produjo un dolor que Alfred nunca había sentido.
-Necesito que hablemos, Sarah. Tienes que ayudarme porque yo... -comenzó Alfred.
La voz de la enfermera le interrumpió:
-Señor Gonzales, su madre desea hablar con usted -dijo la enfermera desde la 207.
-Bien. Sarah, esta tarde pasaré por el Taylor's Coffee Shop. He de recoger unas cosas en la piscina así que... allí te recojo -en los ojos de Alfred había una súplica.
Sarah se sintió desfallecer. Lo último que necesitaba era pasar tiempo con Alfred pero no podía negarse, él la necesitaba y había prometido a Anita que le ayudaría. Además, él no estaba interesado en ella y, bueno, estaba William.
-De acuerdo, allí te espero -Sarah hizo un ademán con la mano y se encaminó hacia el ascensor.
Desde la habitación de Anita, Alfred la despidió.
Ya en el ascensor, no podía dejar de pensar en Anita y en su promesa de ayudar a Alfred. Él no sentía nada por ella y ella tenía a William. Trató de sacar la imagen de Alfred de su cabeza y sustituirla por la de William. Fue imposible. Sacudió la cabeza y pensó en la decisión que había tomado. Ya no había sitio para Alfred y si había accedido a quedar con él era sólo por Anita, ¿o no?



viernes, 25 de noviembre de 2011

LA PELI DEL FINDE

Esta semana la película recomendada es Piratas del Caribe. Estoy segura de que la mayoría la habréis visto. Sin embargo, es una de esas pelis de las que nunca me canso, ¡si hasta me compré los DVD!
En fin, para quienes aún no la hayáis visto no puedo menos que recomendarla fervientemente: es una peli de aventuras divertida, muy entretenida y para toda la familia. Además, ¿se puede estar más guapo que Johnny Deep en su papel de Jack Sparrow?
¿Cuáles son las películas de las que nunca os cansáis? ¿Cuáles habéis visto más de mil veces?

jueves, 24 de noviembre de 2011

CAPÍTULO. 18

Todos los domingos por la mañana se llenaba la cafetería con los clientes que, motivados por las buenas temperaturas y el radiante sol, se animaban a dar agradables paseos por Green Valley, para finalizar la mañana en el Taylor's Coffee Shop y así tomar un aperitivo antes de acudir a la comida en algún prestigioso restaurante de la ciudad.

Aquella mañana hacía especialmente calor, desde bien temprano había desaparecido el frescor que dejaba durante varias horas el alba. Sarah al levantarse ya tuvo esta sensación y pensó que hoy serían muchos los clientes que acudirían a la terraza para resguardarse del bochorno y, que esto, les obligaría a su compañera y a ella a tener mucho más trabajo del habitual.

Se encontraron a la entrada del complejo. Laura tenía aspecto de cansada y aquella mañana acudió un tanto desaliñada, para como ella era de coqueta.
-Buenos días, ¿qué haces tan temprano en el trabajo? Aún quedan muchas horas por delante hasta que podamos marcharnos otra vez -le dijo Laura con talante serio.
-Buenos días. Hoy hace mucho calor. Me desperté temprano y decidí venir a ayudarte y así desayunas juntas -le propuso Sarah, mientras guiñaba un ojo a su amiga.
Laura esbozó una triste sonrisa. Se alegraba por la sorpresa de su compañera, aunque realmente le apetecía estar a solas para así no hablar con nadie. Laura no había descansado demasiado aquella noche. Pensó mucho en Roy y en lo ocurrido en el Country Club.
Sarah tomó a su amiga rodeando con un brazo sus hombros, la atrajo hacia ella bromeando acerca de si podría aguantar todo el día de duro trabajo.
-¿Serás capaz de aguantar todo el día? No tienes buen aspecto. No pretenderás que haga yo tu trabajo, ¿verdad? -bromeó Sarah.
Laura ni se inmutó. Sarah sorprendida dijo:
-¿Qué te ocurre, Laura? Comienzo a preocuparme. Pensaba que estabas así porque aún no te habías despertado, pero percibo que no es solamente eso -interrogó Sarah a su amiga.
-No te preocupes, porque no es nada. Tranquila, no puedo estar siempre de buen humor. Algún día debía de ser al revés, ¿no? -dijo Laura.
-¿Te ha ocurrido alguna cosa que quieras contarme? ¿Roy tiene algo que ver con la carita con la que te has levantado hoy? -volvió a indagar su amiga.
-Te repito que todo está bien, no sigas por ahí. Roy no es tan importante para mí como para que... -explicó Laura mirando al infinito desde la puerta de acceso a la terraza del local.
De repente, Laura se giró para preguntar ella esta vez:
-¿Y qué tal con William? ¿Te divertiste mucho anoche?
-Me lo pasé en grande. Desde hacía mucho tiempo no había disfrutado de una noche de concierto con unos amigos -contestó Sarah.
-Me alegro mucho. Pero, ¿con William qué tal? -volvió a insistir.
-William es un gran hombre. Me hace sentir especial, y eso me encanta en él. Se esfuerza mucho por complacerme -respondió.
Su amiga, acercándose a Sarah y mirándola fijamente a los ojos, le preguntó:
-Y tú, ¿tienes que esforzarte para estar a gusto con él?
La pregunta de Laura llegó a lo más profundo de su ser. Su amiga había hecho la misma pregunta que se repetía ella una y otra vez.
Sarah era consciente de que no estaba enamorada de William pero pensaba en Paul, y eso era lo que le motivaba para seguir al lado de O'Connor. Se repetía siempre que algún día llegaría a amarlo y que debía hacer ese esfuerzo por el bienestar de su hijo, porque él necesitaba un padre a su lado, y William adoraba tanto a Paul como amaba a Sarah.
Los primeros clientes comenzaron a llegar, y las dos chicas debieron abandonar sus confesiones para servir los primeros cafés del día.
La mitad de las mesas del  comedor interior estaban ocupadas, y en la terraza solamente quedaba una mesa libre, ya que sólo estaba parcialmente protegida por el sol, la sombrilla no cubría toda la mesa y el calor sofocante de aquella mañana no daría descanso agradable a quien allí se sentara.
Las horas avanzaban y los clientes ya comenzaban a pedir refrescos y cócteles olvidando los calientes cafés de los primeros momentos del día.
-Por favor, un refresco de naranja y un daiquiri -pidió Sarah a su compañera.
-Me he acordado de algo que ocurrió anoche. Tenemos que hablar -le dijo Laura muy inquieta.
-Bueno, mira cómo está la cafetería. Más tarde me lo cuentas, ¿vale? -propuso Sarah alejándose de la barra para servir un encargo anterior.
Laura continuó trabajando detrás de la barra preocupada por no haber hablado antes con su amiga. Lo que le tenía que decir sería muy importante para ella. Decidió contárselo al final de la jornada, pues la noticia entristecería a su amiga y solamente dificultaría su trabajo.
-Hoy Sarah tenía un buen día -pensó Laura, y lo que le iba a contar no tenía una solución inmediata y ella poco podría hacer.
Un grupo de ocho o diez personas entró a la vez en la cafetería, llevaban sus mochilas de deporte. Sarah apreció cómo, momentos antes, estas mismas personas se dirigían al edificio de la piscina. Se extrañó y frunció el ceño, pero viéndose desbordada por la situación no pudo dedicar más tiempo a sacar conclusiones, ya que debía sentarlos en diferentes mesas y atender sus encargos.
Se dirigió  a la barra donde se encontraba Laura boquiabierta y con el rostro de sorpresa. Sarah le correspondió con un gesto parecido, y después de entregarle la nota de las bebidas que debía prepararle comentó lo que había descubierto.
-No entiendo lo que ocurre. ¿Por qué vienen a la cafetería sin haber tomado sus clases? -le preguntó Sarah.
-¡Ay niña, que ya sé lo que ha sucedido! Esperaba contártelo al final del día, pero... -comenzó a explicarle Laura.
-Disculpa un momento -la interrumpió Sarah.
La habían llamado de una mesa para hacerle un nuevo encargo; al mismo tiempo que se marchaban unos clientes de una de las mesas de la terraza, la cual limpió y recogió inmediatamente para que otros nuevos pudieran acomodarse. Volvió a la barra a por nuevas bebidas. Laura intentó contárselo esta vez, pero Sarah no podía detenerse, había muchísimo trabajo.
Fue a la hora de la comida cuando las dos amigas descansaron de todo el estrés de la mañana. La gente se había marchado a los restaurantes dejando casi vacía la cafetería, pues únicamente había una pareja de jóvenes enamorados en una de las mesas de la terraza. Y ellos necesitaban intimidad, dijeron las dos amigas a la vez, acompañando a una gran carcajada.
-¿No te has fijado, Laura, hoy no ha venido Alfred a trabajar? Tenía un curso a las doce. Me parece muy extraño -comentó Sarah.
-Niña, por fin puedo contarte lo que ocurrió anoche. Discúlpame por no haberlo hecho antes, pero es que yo... -intentó argumentar Laura interrumpida por su compañera.
-Pero, dime, ¿qué ha pasado? ¿Qué le ha ocurrido a Alfred? ¿Está bien? -preguntó Sarah muy angustiada.
-Tranquila amiga, Alfred está bien. Es su madre la que se ha puesto enferma y anoche ingresó en el hospital -dijo Laura con enorme tristeza.
-¿Anita? Pero si es una mujer joven y sana. ¿Qué le habrá ocurrido? ¿Habrá tenido algún accidente en la casa de los Taylor? -cuestionaba Sarah tremendamente inquieta cogiendo a su amiga de las manos.
-Esta mañana me lo ha contado mi madre en el desayuno. Se enteraron al oír anoche la sirena de la ambulancia. Todo Green Valley lo sabe. Lo siento amiga por no habértelo dicho... -volvió a ser interrumpida por Sarah que no salía de su asombro.
-Tengo que ir a ver a Alfred. Estará en el hospital con su madre. Tengo que verle. Necesitará a alguien a su lado que le apoye en este momento tan difícil -expresaba Sarah totalmente invadida por el nerviosismo al enterarse de la noticia.
-Ve amiga, yo recogeré esto. Vuelve pronto, por favor, ya sabes que estas escapadas son muy peligrosas. Si se enterara el señor Taylor... -le advirtió Laura.




sábado, 19 de noviembre de 2011

LA PELI DEL FINDE

Esta semana la película recomendada es un peliculón, uno de esos que te mantienen pegado a tu asiento y no te dejan ni pestañear. Para quienes no la hayáis visto, deciros que es una peli que os hará pensar.

Se ambienta en los últimos años de la República Democrática Alemana. A un capitán de la Stasi se le asigna la misión de espiar la vida de una popular pareja formada por un escritor y una actriz. Esta misión, sin duda, cambiará su vida y su  visión del mundo.



miércoles, 16 de noviembre de 2011

CAPÍTULO. 17

Alfred llegó al hospital  a los pocos minutos, había salido rápidamente de su apartamento, después de escuchar el mensaje de su contestador, y condujo su coche a través de las desérticas calles de Green Valley a gran velocidad.
Durante el trayecto su cabeza era un torbellino de pensamientos, se sentía culpable por lo que había sucedido en la fiesta. No debía haber aceptado la invitación de Anya y así su madre no habría sufrido la humillación a la que la había sometido. Se había comportado como un estúpido aceptando todo lo que le había dado Anya y siguiéndole el juego. Y ahora su madre estaba sufriendo por su estupidez.
Cuando abrió la puerta de la habitación del hospital donde estaba Anita, Alfred se encontró con la mirada de Linda Collins que, sentada en un pequeño sillón junto a la cama, estrujaba sin cesar un pañuelo qu sostenía con sus manos y su rostro reflejaba una honda preocupación.
Al otro lado de la cama un médico y una enfermera atendían a Anita que estaba muy pálida, yacía con los ojos cerrados y un rictus de dolor se había apoderado de sus labios. Varias bolsas pendían a su lado y su contenido iba directamente a su brazo, dos monitores medían sus constantes con un pitido monótono.
Alfred no estaba preparado para la escena que estaba mirando con perplejidad, su madre había sido siempre una mujer muy fuerte y la Anita que estaba en aquella cama de hospital daba la sensación de ser tan frágil como si en cualquier momento pudiese romperse.
El médico giró el rostro y vio a Alfred petrificado en la puerta de la habitación.
-¡Oh! ¿Es usted el señor Gonzales? -inquirió con el rostro serio.
Alfred sólo atinó a asentir varias veces con la cabeza.
-Acompáñeme fuera, necesito hablar con usted -dijo el doctor Young cogiéndolo suavemente del brazo y llevándolo hacia el pasillo.
-Mi nombre es Michael Young -dijo el médico tendiéndole la mano a modo de  presentación -Soy médico oncólogo de este hospital. Como sabrá su madre lleva varios meses recibiendo tratamiento para...
-Pero... ¿qué está usted diciendo? -le cortó Alfred.-¿Mi madre recibiendo tratamiento?... Yo no sabía nada.
-Perdóneme señor Gonzales, pensé que su madre le había hablado de su enfermedad.
-¿Enfermedad? ¿Mi madre enferma? -Alfred sentía que estaba cayendo en un pozo oscuro y notaba que el suelo desaparecía bajo sus pies.
-Señor Gonzales, siéntese aquí, siento mucho tener que ser yo quien le de esta noticia, pero debido a las circunstancias creo que es lo que debo hacer.
Alfred miraba al doctor Young y oía sus palabras, pero se negaba a aceptar lo que éste le estaba contando. Su madre sufría un cáncer... varios meses... tratamiento... terminal.. no había esperanzas... ¡No! No podía creerlo, su madre era todavía una mujer joven, tenía una vida por vivir y él la necesitaba, era su única familia.
La voz del doctor Young le devolvió a la realidad, a la dolorosa y triste realidad.
-Verá, con los calmantes que le hemos dado se encontrará mejor, pero es lo único que podemos hacer por ella, intentar paliar el dolor dentro de lo posible. El cáncer se ha extendido rápidamente y aunque el tratamiento ha retrasado en algunos meses la situación, en estos momentos Anita se encuentra en fase terminal y le queda poco tiempo. Señor Gonzales, lo siento muchísimo, pero no hay nada que podamos hacer por su madre. Ha sido una mujer muy valiente y ha luchado hasta el último momento en una batalla que sabía perdida desde el principio, su madre Señor Gonzales, es una mujer excepcional.
-Gracias doctor Young -dijo Alfred con la voz rota -si me disculpa, voy a ver a mi madre.
Alfred se levantó y caminó hacia la habitación como si llevase todo el peso del mundo sobre sus hombros. Un gran nudo atenazaba su garganta y los ojos anegados en lágrimas. Asido al pomo de la puerta trató de recomponersse, aspiró varias bocanadas de aire para calmarse y cuando pensó que había reunido el suficiente coraje para enfrentarse a su madre, abrió la puerta y entró.


Mientras Alfred hablaba con el doctor Young, en la habitación de Anita la enfermera se cercioró de que todo estaba funcionando correctamente y salió calladamente dejando a Linda a solas con Anita que continuaba con los ojos cerrados, recostada sobre la almohada. El dolor había remitido gracias a la medicación que le habían inyectado. Anita era consciente de la presencia de Linda y por ello se obligaba a mantener los ojos cerrados, no se sentía con fuerzas para enfrentarse a ella.
Linda escrutaba el rostro de Anita esperando ver un destello de vida, algún signo que le indicase que ella podía oírla.
Al fin Anita entreabrió lentamente los párpados encontrando el rostro de Linda que la miraba insistentemente.
-¡Oh! ¡Anita, qué susto nos has dado! -dijo Linda con una honda preocupación.
-Linda, yo...
-¡No te esfuerces Anita! ¡Guarda todas tus fuerzas! Tienes que luchar para vencer a esta enfermedad -Linda hablaba con vehemencia -Estos médicos no lo saben todo, ¿sabes? A veces se equivocan...
-No, Linda, no hay equivocación -dijo Anita entrecortadamente -este es el final de mi camino.
-¡No digas eso, Anita!
-Debo arreglar algunas cosas antes de irme: Linda perdóname. Necesito oírtelo decir.
-No hay nada que perdonar, aquello pasó hace mucho tiempo, y si yo he sufrido, tú también lo has hecho.
-Linda, creía que no lo sabías...
-Lo supe desde el primer momento cuando regresaste a la casa.
-Pensé que me odiabas.
-No, nunca te he odiado. Yo quería a Steven, estaba locamente enamorada de él, pero no se merecía mi amor. Desde el principio me hizo infeliz, siempre con otras mujeres, siempre mintiéndome -Linda hablaba despacio sin dejar de mirar a Anita y cogiéndola de la mano. -Cuando tú volviste pensé que quizás tú lograrías lo que yo no había podido hacer, que Steven se quedase en casa, pero no fue así, es un hombre mezquino que no se merece ni mi amor, ni tu devoción, Anita.
-Alfred... -intentó hablar pero las palabras no salían de su garganta.
-Sí Anita, sé que Alfred es hijo de Steven, aunque él no lo creyese, ni lo aceptase jamás. Anita, te confesaré que Alfred ha sido como mi hijo. Siempre pensé que Dios me había concedido el regalo de verlo crecer. Fui testigo de sus primeros pasos, luego le veía corretear entre las viñas y de alguna forma en muchos instantes pensé en él como si fuese el hijo que nuca tuve. Tienes mucha suerte Anita, de haber tenido un hijo como Alfred.
Anita lloraba en silencio, gruesas lágrimas rodaban por sus mejillas. Aquella mujer con la que había compartido más de media vida y que era una desconocida para ella, se descubría ahora cuando ya casi no le quedaba tiempo para enmendar errores, como una gran mujer y que había sufrido lo indecible junto a Steven Taylor.
-Linda, tienes que hacerme un favor -susurró Anita con la voz rota -Cuida de Alfred,  cuando yo me haya ido.
-No te preocupes por Alfred, será como mi hijo. Te lo prometo.
-Gracias Linda, me hubiese gustado conocerte mejor, pero creo que no va a ser posible -dijo Anita con una triste sonrisa.
-Sí, a menudo nos damos cuenta de las cosas cuando ya no tienen remedio -añadió Linda tristemente. -Anita, descansa ahora, duerme un poco...
La puerta se abrió y entró Alfred, tenía el rostro demudado, parecía perdido, y la tristeza apagaba el brillo de sus bellos ojos.
Linda se levantó despacio y fue a su encuentro con los brazos abiertos. Alfred se dejó abrazar por Linda, como si aquel abrazo fuera su único asidero y comenzá a sollozar como si fuese un niño al que nada, ni nadie, pudiera consolar.


Anita con los ojos cerrados se perdió en sus recuerdos...
Desde que había llegado de Méjico, Anita había trabajado como ama de llaves en la mansión de la familia Collins, y se ocupaba especialmente de atender a la única hija del matrimonio, Linda. Anita era muy feliz en Green Valley. Era una muchacha alegre, sonriente, despierta, trabajadora, de una bondad sorprendente y muy bella.
Meses después de llegar Anita a la mansión Collins, se incorporó a trabajar un nuevo capataz, el joven Steven. Era un muchacho de enormes ojos verdes, alto y varonil; siempre expresaba sus deseos por trabajar mucho y muy duro para mejorar en la vida. Incluso, algún día, llegar a ser el dueño de alguna pequeña bodega. Aquellos sueños anonadaban a Anita, que podía quedarse horas escuchando cómo Steven planeaba su futuro. Ella también quería prosperar y llegar a ser alguien en la vida. Compartían sueños e ilusiones, lo que la hacía sentirse muy cerca de él.
Semanas más tarde, Anita se dio cuenta de que estaba profundamente enamorada de Steven. Y ella sabía que este amor era correspondido. Habían compartido pícaras miradas, provocados encuentros en las caballerizas de la mansión, fugaces caricias interrumpidas, y algún que otro beso inocente en la mejilla de Anita que le provocaban un inquietante cosquilleo.
Estos escuetos coqueteos se convirtieron, días más tarde, en encuentros más prolongados: inolvidables cenas a la luz de las velas en el porche de la casa de los trabajadores; bellos atardeceres en lo alto de una colina, en los que Steven regalaba a Anita tanto el fatigado sol que ya se escondía, como la emergente luna que daba paso a la noche; apasionadas noches, que ellos sentían fugaces, en las que sus cuerpos se unían acalorados por la excitación incontrolable.
Y así pasaron varios meses, hasta que Anita tuvo que regresar a su pueblo en Méjico para cuidar a su madre que había enfermado repentinamente. Estando allí descubrió que el amor que sentía por Steven ahora sería todavía más intenso, puesto que le daría un hijo.
Transcurrieron trece largos meses en los que Anita pensaba, segundo tras segundo, en su enamorado. No dejaba de imaginar cómo sería su reencuentro, y la cara de felicidad de Steven al descubrir que tenía un hijo, un hijo del inmenso amor que sentían el uno por el otro.
Vivirían en la mansión de los Collins, donde no les faltaría de nada ni a ellos, ni al pequeño. Steven sería un padre maravilloso, comprensivo con su hijo, le daría una buena educación. Los imaginaba corriendo, jugando en la explanada frente a la puerta del edificio principal.
Ella, junto a Steven, unidos por aquel grandísimo amor sería capaz de sobrellevar cualquier problema o enfermedad. El hogar que ellos ya habían planeado para su futuro sería el centro de su vida, al que dedicaría todo su esfuerzo y en el que volcaría todo su amor para cuidar a Steven y a su hijo.
Anita volvió junto a su hijo, Alfred, a Green Valley un soleado día de primavera a última hora del atardecer. La llegada de Anita coincidió con la fiesta que celebraban los Collins para celebrar la Pascua. Había muchísimos invitados, la casa estaba realmente bonita, con una bella decoración; elegantes coches ocupaban todo el sendero hasta la entrada principal de la mansión.
Anita reconoció a tres de sus compañeros que estaban asando la carne en la barbacoa gigante que habían mandado construir para estas ocasiones. Se saludaron alegremente. Anita miraba a un lado y a otro intentando encontrar a Steven.
Acudió a la casa de los trabajadores, donde esperaba encontrarlo cambiándose de ropa después de haber finalizado sus tareas, para así encontrarse más cómodo.
No había nadie en la casa. Anita empezó a preocuparse. Nadie le había dicho dónde estaba Steve, sus compañeros le respondieron evasivamente que no le habían visto en todo el día.
Comenzaban a desvanecerse todas las ilusiones alimentadas durante esos meses  imaginando el tan esperado reencuentro con su amor.
El bebé comenzó a llorar. Anita mecía con dulzura a su hijo entre sus brazos, le besaba la frente una y otra vez. El bebé no paraba de llorar y a cada momento su llanto se hacía más intenso y desgarrado. El niño sentía la inquietud de su madre.
Anita comenzaba a desesperarse por Steven y por su hijo. Mientras acurrucaba al niño contra su pecho acariciándole su débil y pequeña espalda, Anita desde la puerta de la casa miraba hacia uno y otro lado intentando encontrar a Steven. Decidió acercarse a otro trabajador para preguntar por él.
Por el camino, Linda Collins la interceptó para saludarla, darle la bienvenida y también felicitarla por la sorpresa que la acompañaba. Linda estaba feliz, pletórica, radiante. Anita jamás la había visto tan llena de vida, una inmensa luz de felicidad iluminaba su rostro.
Ella también tenía una hermosa noticia que darle: se había casado hacía un mes y medio. Anita la felicitó muy sinceramente con dos tiernos besos. Se alegraba muchísimo por ella y le deseó un futuro muy dichoso junto a su marido.
Entre la multitud de personas pudo distinguir la figura de Steven que se dirigía hacia donde ellas estaban. Anita dibujó una enorme sonrisa en su rostro.
-Creo que Steven viene hacia aquí. Ya me ha visto -dijo alegremente a Linda.
-Seguro que me busca para que le acompañe a saludar a algún invitado recién llegado -dijo Linda a Anita.
Anita creyó no entender muy bien las palabras de Linda. Por un segundo quedó algo sorprendida por el comentario, pero la felicidad que sentía por el reencuentro con Steven anulaba cualquier otra cosa o persona que estuviera allí.
Resplandeciente de alegría, Anita miraba desde lo lejos a Steven, le miraba a los ojos intentando hacer encontrar sus miradas, aunque él se dirigía a un lado y a otro saludando y sonriendo a todos los invitados. Cada vez estaba más cerca de ella. Estaba segura de que él también la había visto. Imaginaba que la besaría apasionadamente, le acariciaría el pelo, la miraría profundamente a los ojos mientras le decía todo lo que la había echado de menos, haciéndole prometer que nunca jamás se volvería a apartar de él porque si no enloquecería por no tenerla cada día a su lado para amarla y hacerla feliz.
Al fin Steven llegó donde ellas estaban. Cogió a Linda de una mano, la besó en los labios y desaparecieron entre la multitud.







viernes, 11 de noviembre de 2011

LA PELI DEL FINDE

Para este finde la peli recomendada es UP. Vaya por delante que no soy muy aficionada a las películas de dibujos animados (¡qué anticuado suena esto!) pero hay excepciones y Up es una de ellas. Es una película deliciosa, tierna y divertida  que cuenta, en mi opinión, una de las más bonitas historias de amor que nunca haya visto en cine. Para quienes seáis de lágrima fácil os recomiendo tener cerca unos cuantos pañuelos... Y ahora es vuestro turno, contadme ¿os gustan las películas de animación? Si es así ¿con cuál os quedaríais? FELIZ FIN DE SEMANA

viernes, 4 de noviembre de 2011

LA PELI DEL FINDE



La peli de esta semana seguro que os suena a todos los que hayáis nacido  en los años ochenta. Los Goonies es quizá la peli que más veces vi durante esa época. ¡¡Me encanta!!  Los Goonies cuenta la historia de un grupo de adolescentes que viven una fantástica aventura, con tesoro incluido,  en su última noche antes de que su barrio sea derribado para convertirlo en un campo de golf.  A todos os recomiendo la peli: a los que ya la habéis visto, seguro que os hace recordar aquella época y a los que no, os aseguro que merece la pena.

Y ahora, contadme, ¿hay alguna película que os haya dejado una huella especial? ¿Por qué?                                                                                                           

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