El amor y el odio son las pasiones que mueven el mundo. Escribir sobre ellas es mi pasión, sólo espero que leer mis palabras sea la tuya.
Clara.

lunes, 28 de mayo de 2012

CHRISTMAS SUN 11


La excitación y las ganas de volver a sentirla junto a él le imposibilitaban alejarse de la puerta. Allí quedó inmóvil, donde por primera vez había besado sus labios, intentando quedarse para sí su calor.
-Asun, te deseo. Eres tan especial -decía Roberto aún creyendo que estaba a su lado y podía escucharle.
Estaba apoyado en la puerta, bajo el muérdago, cautivado por la dulzura de Asun al besarle, evocando el momento, pensando que aquel sentimiento tan fuerte no quedaría únicamente en aquello. La huella de Asun en sus labios y en su corazón era ya imborrable. Su majestuosa belleza la convertía en divinidad, una diva de la que había quedado prendado desde el primer momento y nunca se atrevería a negarlo. Lucharía por ella y por el amor que acababa de germinar. Sentía su pecho expandirse de amor, de júbilo al haberla podido besar, era una mujer imponente. Tendría que esforzarse en conquistarla y así lo iba a hacer. Se sentía enamorado, después de mucho tiempo, su corazón volvía a latir por una mujer.
Miraba al infinito sonriendo. Imaginando la próxima vez que la volviera a ver. Lo deseaba con todas sus fuerzas. De momento, observó como de entre la neblina podía diferenciar una figura que se acercaba hacia el colegio a toda prisa, un segundo más tarde diferenció la silueta de Asun corriendo hacia él.
-¡Roberto! ¡Roberto! -gritaba desesperada intentando hacerse oír.
Roberto corrió hacia ella todo lo rápido que le permitieron sus piernas. Al encontrarse Asun rompió a llorar presa del miedo. Sólo repetía su nombre, seguía llamándolo entre el llanto. Él la había sujetado con sus fuertes y grandes manos por los hombros, intentaba entender qué le ocurría, ansiaba calmarla pero ella no reaccionaba, no conseguía zafarse de aquella aflicción.
-¡Asun! Estoy aquí, cariño. ¡Mírame! -le decía Roberto intentando captar su atención- ¿Qué ha ocurrido? ¿Qué te ha pasado?- repetía una y otra vez.
-¡Roberto! ¡Roberto! Mi padre. Ayúdame. Roberto, por favor, ayúdame -contestó Asun después de unos minutos de máxima ansiedad.
-¿Qué le ha pasado a tu padre? Dime. ¿Dónde está? -preguntaba él con muchísima inquietud viendo cómo estaba Asun.
Asun se abrazó a él con todas sus fuerzas sin parar de llorar. La calidez del abrazo con que Roberto le correspondió hizo que ella se calmara tímidamente, aunque fue suficiente para que ella pudiera informarle de lo que ocurría.
-Tranquila, Asun, yo estoy contigo. No temas nada, y dime qué le ha sucedido a Francisco -le habló Roberto mientras le acariciaba con dulzura el rostro.
-Mi padre está en el hospital. Ha sido un infarto. Está muy mal. Es grave, Roberto. Tienes que venir conmigo, por favor -le decía Asun mientras rompía a llorar una vez más totalmente desolada.
Roberto asintió con la cabeza y cogidos de la mano corrieron hasta casa de Asun donde el todoterreno de su padre les esperaba aparcado. Ella estaba muy nerviosa para poder conducir, cada vez que pensaba que podía perder a su padre para siempre un nuevo gemido de dolor salía de su alma, cuando esto ocurría Roberto la abrazaba sujetándola por la cintura con sus fuertes brazos, estaba destrozada y podía suponer un peligro para ellos que fuera Asun quien condujera. Él no podía soportar verla así, y mucho menos iba a permitir que se subiera al volante del coche en aquel estado. Le abrió la puerta del copiloto, ella subió y antes de cerrar le dio un tierno beso en la frente y le susurró al oído:
-Tranquila, mi amor, yo estoy contigo.
No tardaron muchos minutos en llegar al hospital. Asun pasó todo el viaje sin dejar de llorar, lamentándose de lo que le había ocurrido a su padre preguntándose por qué a él, que era un hombre joven y sano. Roberto estuvo concentrado en la conducción sin descuidar a Asun, a la que regalaba tiernas miradas cada vez que el tráfico se lo permitía, repitiéndole palabras tranquilizadoras intentando sosegar su nerviosismo.
Al llegar, Asun corrió junto a su madre, se abrazaron llorando permaneciendo así largos minutos de dolor. Compartiendo el sufrimiento por lo ocurrido a Francisco y con la angustia de no tener nuevas noticias de los doctores. Madre e hija se sentaron una junto a la otra cogidas de las manos, mirándose a los ojos y jurándose que no le pasaría nada al hombre que, las dos, más habían amado en todo el mundo.
Roberto quedó apartado voluntariamente de aquella escena. Absorto en lo que acababa de hacer. Nunca pudo imaginar que volvería a conducir un coche, pues solo la idea le hacía revivir todo lo pasado y las emociones de desolación, mortificación y arrepentimiento renacían en él para hundirlo en la desesperanza más absoluta. Pero ahora había sucedido todo lo contrario. Lo había hecho. Había logrado conducir. Y él sabía por qué. Era ella, Asun. No podía soportar verla sufrir de aquella manera. Él la amaba y se había jurado hacer cuánto pudiera para demostrarle su amor. Fue entonces cuando Roberto se dio cuenta de la pureza de ese sentimiento. Se dio cuenta de que no había hecho falta proponérselo, en ningún momento pensó que no había conducido desde el accidente, no aparecieron los miedos. El amor que sentía por Asun había logrado vencer los fantasmas del pasado. Sonrió agradecido.
Permanecieron sentadas en silencio mirando la puerta que comunicaba la sala de espera con el área de urgencias. Numerosos médicos la atravesaban una y otra vez, pero ninguno se dirigía hacia ellas. Pasaron los minutos y cada una quedó abstraída en sus pensamientos y oraciones, pues no dejaron de rezar desde que la desazón y la congoja menguaron un poco. De pronto, Asun preguntó.
-Mamá, ¿cuánto amas a papá? -preguntó mientras continuaba mirando al infinito.
-Jamás podré contestarte a esa pregunta, hija. El amor no se cuantifica, el amor sólo se siente -contestó Pilar mirando a Asun con ternura y esbozando una disimulada sonrisa.
-¿Qué gratificaciones has tenido al compartir tu vida con él en un pueblo como Pozuelo? Desde hace mucho tiempo me hago esa pregunta. Nunca encontré una respuesta -inquirió Asun exponiendo su reflexión.
-Ya lo sabía, cariño. Lo sé desde hace mucho tiempo. Me has visto como una perdedora, alguien sin personalidad que decidió abandonarse en un minúsculo pueblo arrastrada por la promesa de amor de un hombre -contestó Pilar mirando a los ojos de su hija.
Un pesado silencio se apoderó de ella. Asun quedó abrumada ante la declaración de su madre. Se sintió desnuda por un segundo. Su madre le había hecho ver la transparencia de la que ella tanto presumió no tener. Durante todo este tiempo conocía la inquietud y el descontento que ella sentía por el destino que su madre había decidido escoger. No pudo articular palabra. Pilar continuó.
-Es cierto que un futuro prometedor se abría ante mí, pero era un futuro profesional únicamente. Tu padre me ofrecía compartir con él el más difícil de los trabajos a desempeñar: crear un hogar. Tu padre me ofrecía toda una vida. Elegí, y lo hice con todas las consecuencias. Escuché a mi corazón. No he renunciado a nada, Asun, he apostado por el amor.
El Doctor Manzano se acercó a Pilar para informarle del estado de salud de su marido. Las noticias no podían ser más alentadoras. Francisco había superado el infarto, aunque debía quedarse en el hospital durante al menos unos días para estabilizarle completamente. Había supuesto un fuerte percance y estaba muy debilitado. Pilar lloraba de alegría y agradecía al médico sin descanso todo el esfuerzo que habían hecho en sanar a su marido, Asun abrazó a su madre por los hombros compartiendo la felicidad que les había traído la noticia.
- Doctor, ¿Francisco pasará la Nochebuena con nosotros?- preguntó Pilar inquieta.

viernes, 25 de mayo de 2012

LA PELI DEL FINDE

Revisando esta sección del blog me he dado cuenta que aún no había puesto ni un solo documental así que tenía que ponerle remedio.

Os recomiendo vivamente este magnífico documental de Fernando Trueba en el que se buscan los orígenes musicales del gran Bebo Valdés, desde Cuba hasta Salvador de Bahía. Allí acuden hasta Candeal, una favela en la que gracias a la iniciativa de Carlinhos Brown, las drogas y las armas han sido sustituidas por la música.

Mención especial y destacada merece la banda sonora, una auténtica delicia.

¿Os gustan los documentales? ¿De qué tipo? ¿Os gusta la música de Bebo Valdés? ¿Y de Carlinhos Brown?

lunes, 21 de mayo de 2012

CHRISTMAS SUN 10


Los preparativos para el festival navideño habían comenzado. Las clases de matemáticas, ciencias y lengua habían dejado paso a un trabajo mucho más divertido para los niños y niñas. Se afanaban en realizar todos aquellos pequeños adornos que iban a decorar el pequeño salón multiusos, que igual servía de gimnasio que de salón de reunión para los padres a principios de curso.

Roberto iba de un lado para otro, sin parar un minuto. Un grupo se dedicaba a realizar pequeños pompones de papel maché que luego colgarían del techo, otro grupo hacía cadenas de colores con pequeñas tiras de papel de cartulina, otros recortaban estrellas que luego recubrían con papel de aluminio para que pareciesen de plata, y así poco a poco los adornos iban tomando forma. Por las tardes ensayaban el pequeño teatro que iban a hacer festejando la natividad del niño Jesús.

Roberto montaba con unos cuantos troncos lo que iba a ser el pesebre y donde se desarrollaría el pequeño teatro. Subido a una escalera y martillo en mano, clavaba los grandes clavos que sujetaban la estructura.

Asunción entró en la escuela, sin saber muy bien a donde dirigirse pero el jolgorio y las risas de los chavales le señaló el camino. Allí estaban, poco más de una veintena de niños y niñas de distintas edades sentados en grupos y cada uno realizando una tarea distinta. Se apoyó en el quicio de la puerta, sin saber muy bien qué hacer, hasta que vio al fondo a Roberto, subido a una escalera no muy segura, dando martillazos. Se quedó mirándolo por unos instantes, ahora no llevaba el mono de trabajo, sino unos vaqueros, que no le quedaban nada mal, una camiseta negra y una camisa de franela de cuadros desabrochada y con las mangas arremangadas hasta el codo, ¡la verdad es que estaba realmente atractivo! El pelo rizado le caía sobre la frente y, como siempre, parecía que no se había peinado, de todas formas no le hacía falta. Asunción pensó que le gustaría enredar sus dedos en aquellos rizos y acariciar…

-¡Asunción, has venido! –un grito fuerte la sacó de su ensoñación.

Todos se giraron a mirar a aquella mujer tan guapa que estaba en la puerta y que no conocían. Asunción caminó despacio entre las mesas, admirando lo que los niños estaban haciendo, mientras se dirigía hacia donde Roberto se encontraba. Bajando de la escalera estuvo a punto de caerse, lo que fue coreado por una carcajada colectiva.

-Esta escalera es un peligro, algún día me romperé la crisma, aunque la tengo muy dura ¿verdad chicos? –dijo Roberto uniéndose a las risas de los demás.

-Vamos a descansar un rato, sacad los almuerzos y salid al patio a jugar. Luego seguimos –les dijo a los niños, que se levantaron rápidamente, porque aunque la tarea de hacer adornos había roto la monotonía de la escuela, salir al patio a jugar y correr era lo que más les gustaba.

Roberto cogió su mochila que estaba en un rincón, y se acercó a Asunción.

-Siéntate, estás en tu casa –le dijo.

-Muchas gracias, profe, pero no he traído almuerzo –dijo ella sonriendo.

-Vale, por ser buena y haber venido, compartiré el mío, pero que conste que esto lo hago sólo por esta vez, la próxima te quedas sin comer –dijo bromeando Roberto, mientras sacaba un termo y una bolsa de madalenas caseras.

Sirvió una taza de café con leche a Asunción mientras él bebía directamente del termo. Asunción pensó que aquello sí que era café y no lo que bebía en Nueva York.

-Coge madalenas, están riquísimas. Me las hace expresamente la señora Angelita, creo que me ve muy delgado y quiere que engorde –los dos rieron al unísono.

-Bien –dijo ella –aquí me tienes, estoy dispuesta a echar una mano, sólo tienes que decirme exactamente qué quieres que haga.

-La verdad es que no sé muy bien lo que quiero. Aquí vamos a hacer el festival, ya sabes, muy tradicional, el Belén, adornos y todo eso. Al fondo junto al pasillo pondremos unas mesas donde los padres y las madres de los niños traerán distintas viandas navideñas, mazapán, turrón casero, polvorones. Pedro, el dueño del ultramarinos, traerá su orujo especial navideño, espero que se pueda beber sin padecer una úlcera de estómago, también habrá sidra casera, zumos para los críos, en fin un atracón de comida en toda regla –explicó Roberto, mientras Asunción asentía en silencio, encontrándose con aquellos ojos que la cautivaban y escuchando su voz que le infundía un estado de paz. Aquel hombre le atraía mucho más de lo que ella quería admitir.

-Vale, déjame pensar lo que puedo hacer. Mañana vengo y me pongo a la tarea. ¿Te parece bien? –dijo Asunción tomando el último sorbo de café.

-Me parece bien, pero ¿tengo que esperar hasta mañana para volverte a ver? –dijo Roberto mirándola fijamente con un punto risueño en sus ojos.

-Bueno… esto no es Nueva York, así que estoy convencida de que si pones algo de empeño me volverás a ver de nuevo unas… veinte veces –contestó Asunción con un tono pícaro en su voz. Se levantó y anduvo hacia la puerta, deseando no tropezar o resbalar de nuevo, porque estaba segura que Roberto le seguía con la mirada.

-Gracias por el almuerzo, mañana invito yo –dijo Asun sin girarse alzando la mano en señal de despedida.

Roberto se quedó allí sentado pensando en Asunción, era la primera mujer que le había interesado, la primera a la que había mirado desde la muerte de Carmen.

El tiempo que había transcurrido desde el desgraciado accidente, la soledad en la que había vivido habían mitigado el dolor por la pérdida, y el sentimiento de culpa se había diluido como si aquello hubiese sido un error del destino por el que tenía que pagar dejando en su corazón un vacio que jamás podría recuperar. Carmen y Alba estarían siempre con él, en sus recuerdos, en sus sueños, en sus noches de insomnio, pero por primera vez desde entonces, estaba sintiendo algo parecido al enamoramiento con aquella mujer altiva que había aparecido en su vida y que despertaba en él sentimientos y deseos olvidados.

Se levantó de la silla, salió al patio y llamó a los niños, dando unas palmadas.

-¡Vamos! ¡Se acabó el juego, debemos continuar! –les dijo. Mientras entraban, Roberto les tocaba la cabeza a uno, le acariciaba el pelo a otro, al más pequeño le dio un pequeño pellizco en la nariz… Aquellos niños significaban mucho para él, eran como sus hijos, como si viéndoles crecer, pudiera reconocer el espíritu de su hija Alba creciendo entre ellos. Aquello era su alegría y, aunque pensó que su destierro a aquel pueblo perdido iba a ser su tumba, se equivocó, ya que por el contrario, aquellas gentes sencillas y aquellos niños le habían devuelto la esperanza en el futuro y, en ese futuro, ahora también veía a Asunción.

No se encontró con ella, aunque la buscó durante toda la tarde.



Al día siguiente a las nueve de la mañana Asunción apareció en el colegio con varios paquetes.

Sonrió al ver a Roberto que le sonreía a su vez.

-No te vi… -empezó él.

-Me escapé –contestó ella guiñándole un ojo.

Una de las cajas contenía un árbol navideño de los que venden en los grandes almacenes y que se montaba pieza a pieza.

-¡Pero mujer, si aquí hay montones de pinos! –dijo Roberto asombrado.

-Ya, pero hay que cortarlos y luego se mueren, así que este nos durará un montón de años, además no es un pino, es un abeto ¡listillo! -dijo muy digna.

La otra caja contenía adornos, tiras de perlas de colores, bolas, copos de nieve bañados en purpurina que reflejaban la luz y otros muchos adornos.

-Ayúdame –dijo Asunción –necesito tu escalera y que la sujetes bien firme.

Cogió una ramita de muérdago y con ayuda de la escalera subió hasta alcanzar el quicio superior de la puerta de entrada y, allí la clavó con una chincheta. Cuando bajaba con cuidado de la escalera, ésta se tambaleó y Asun perdió pie, aterrizando en los brazos de Roberto.

Así abrazados, mirándose a los ojos a pocos centímetros, Asun le dijo.

-Esto es una ramita de muérdago, la tradición dice que cuando en Navidad dos personas

se encuentran bajo la rama deben darse un beso…

-Entonces, sigamos la tradición –dijo Roberto acercando su cara a la de Asun y la besó en los labios. Fue un beso dulce, sintiendo la calidez de sus labios, la textura de su piel. Un beso largo, Roberto la retenía entre sus brazos y ella poco a poco había enlazado los suyos alrededor del cuello de Roberto.

Unas risitas contenidas los sacaron de su momento. Los niños a duras penas podían dejar de reír al ver a su profesor con una mujer en brazos y besándose como en las películas.

Se separaron despacio, mirándose a los ojos.

-Perdona, yo no quería…-dijo él un poco azorado.

-Tenemos que quedar más a menudo en esta puerta. Me gustan las tradiciones, pero ésta ha sido una de las más bonitas que he vivido –dijo ella suavemente- y, por favor, serías tan amable de dejarme en el suelo. Me siento un poco tonta, aquí en tus brazos, con todos los niños riéndose de mí.

Roberto la soltó, sintiendo que aquel abrazo acabara y deseando que sólo existiese esa puerta con el muérdago clavado en su quicio, y justo debajo de él, encontrarse con Asunción a cada momento del día.

Siguieron los trabajos y cuando se fueron colgando aquel triste salón se llenó de color y alegría. Las estrellas colgaban de las vigas de madera del techo, alrededor de las ventanas festoneaban las cadenas de colores. En un rincón el gran árbol se iba llenando de adornos. Los niños se lo pasaban en grande. Roberto miraba a Asunción de hito en hito y rememoraba el beso una y otra vez. Asunción miraba de reojo a aquel hombre despeinado que la había besado con tanta ternura y que era incapaz de apartarlo de su pensamiento.

Cuando llegó la tarde, los niños se fueron a sus casas mientras Roberto y Asunción cerraban los botes de pintura, limpiaban los pinceles y barrían los recortes de papel que habían quedado abandonados en el suelo.

Cuando acabaron Asunción se puso el chaquetón y comenzó a salir del salón, Roberto la llamó.

-¡Asunción, espera! –ella se paró y se dio la vuelta mientras Roberto recogía la mochila y en unas zancadas se plantó delante de ella.

-La tradición, ya sabes… -dijo él.

Entonces fue cuando Asun se percató de que se había parado justo debajo del muérdago. Él la rodeo con sus brazos dejando caer la mochila al suelo, acercándola contra su pecho; ella le rodeó la espalda con uno de sus brazos, mientras el otro se apoyaba en el hombro de Roberto. Éste agachó la cabeza para encontrarse con los labios de Asunción que le recibieron con la misma calidez que antes, pero con el deseo de que aquel beso fuese único, inigualable. Ella le acarició la nuca y al fin pudo enredar sus dedos en los rizos de su pelo. Entreabrió los labios encontrando la boca de él, ansiosa por conocer su sabor, sus lenguas se encontraron y acariciaron curiosas, y buscaron el placer del primer beso hasta quedar casi sin aliento.

-Asun, te deseo…-dijo Roberto atrayéndola más hacia él, si aquello era posible.

-Aquí no, Roberto, ahora no –dijo Asunción deshaciéndose del abrazo. Le besó de nuevo -Nos vemos mañana- y salió arrebujándose bajo el chaquetón.

Roberto se quedó allí parado, ardiendo de deseo por aquella mujer que se había escabullido de sus brazos.


viernes, 18 de mayo de 2012

LA PELI DEL FINDE

¿Quién no habrá visto Pulp Fiction? ¿Quién no conoce la increíble banda sonora de esta fantástica película de Quentin Tarantino?

El reparto de este film es absolutamente alucinante: John Travolta, Uma Thurman, Samuel L. Jackson, Bruce Willis...

Especialmente recordada es la escena en que los personajes de Uma Thurman y John Travolta se marcan un bailecito.

¿Os gustan las pelis de Tarantino? ¿Y las de John Travolta?

martes, 15 de mayo de 2012

CHRISTMAS SUN 9


Caminaron uno al lado del otro, cada uno absorto en sus pensamientos. Asunción sentía una emoción ya casi olvidada, involuntariamente sonreía. Se sentía en paz. Por su mente pasaron fugazmente recuerdos de su infancia, ¡cuánto le gustaban los columpios de la plaza Mayor! Recordó cómo conseguía convencer a su padre a base de carantoñas y besos para que la llevara cada tarde a merendar y a jugar allí. No importaba el cansancio de Francisco después de una larga jornada en la vaquería, pues con una sonrisa de Asunción desaparecía rápidamente.

Volvió a sonreír. Se preguntó si era posible que pudiera sentirse a gusto en Pozuelo, si podría aguantar algún tiempo sin sentir la necesidad de salir de aquel minúsculo pueblo, intentaba encontrar los motivos por los que decidió huir de allí. Ahora, ya no le parecían tan importantes. La sensación de angustia comenzaba por primera vez a desaparecer. Su jaula se desmoronaba poco a poco.

Entró en casa. Sus padres la esperaban terminando de poner la mesa para cenar. Sentados ya en la mesa quiso compartir con ellos la decisión que acababa de tomar.

-Me han hecho una propuesta que no voy a rechazar –dijo con decisión Asun.

Sus padres se miraron extrañados. Se volvía a marchar de Pozuelo y por eso estaba contenta. Tan solo había llegado hacía unos días y una vez más los volvía a abandonar. Se desvanecía la alegría de volver a tener a su hija junto a ellos. Únicamente podían resignarse ante el camino que Asun había decidido recorrer.

-No me miréis así. Tranquilos. He decidido ayudar a Roberto, el director de la escuela, en la preparación de la fiesta de Navidad del colegio –dijo Asun -¿Qué os parece?

Pilar y Francisco se miraron durante unos segundos. No podían creer lo que acababan de escuchar. Invadidos por la alegría y la sorpresa no eran capaces de articular palabra. Incrédulos miraban a Asun, sonreían, y volvían a mirarse uno al otro. No reconocían a su hija. ¿Qué había ocurrido para aquel repentino cambio de actitud?

-¿Estás segura de lo que vas a hacer? –preguntó su padre.

-Claro que sí, papá. Me vendrá bien distraerme durante estos días, además tampoco hay mucho más... –intentaba explicarse Asun cuando su padre la interrumpió.

-No, ayudar en el pueblo no es una distracción, ni tampoco un juego. No puedes llegar y pretender hacer y deshacer como quieras. No te lo tomes como si fuera uno más de tus caprichos –contestó Francisco en tono severo.

-Bueno, si Asunción lo ha decidido así, ya es mayor para saber a qué se compromete –intentaba apaciguar su madre.

Asun ya no escuchó a Pilar. Por un momento sintió la necesidad de contestar a su padre. La había ofendido, ella ya no era una niña y no podía consentir que se dudara de su sentido de la responsabilidad de esa manera. Su corazón se aceleró. No entendía por qué le hablaba así. Debía apoyarla, debía estar muy contento porque iba a ser un primer paso para volver a integrarse en el pueblo. No veía alegría alguna en el rostro de su padre y esto le causaba mucho dolor. Si sus padres siempre habían querido que ella viviese en el pueblo, si su marcha supuso un fuerte varapalo que les costó mucho superar, ¿por qué había sido esa la respuesta? No entendía la reacción de su padre.

Empezaron a cenar. Asun continuaba en silencio mientras sus padres charlaban animadamente en relación al nacimiento en el pueblo de trillizos hacía un par de semanas. Pilar había ido a visitar a la familia.

Con el paso de los minutos Asun volvió a serenarse poco a poco. Muchas y muy diferentes ideas, pensamientos y reproches pasaban por su mente sin tiempo, a veces, para entenderlas. De repente recordó la conversación con la señora Angelita y con Santiago, el cartero, en el bar. Observó a su padre detenidamente. La emoción de la ira dejaba paso a un sosiego casi sorprendente. Sus miradas se cruzaron. Asun sonrió, y su padre le correspondió guiñándole un ojo. Ahora entendía todo. La respuesta de su padre tenía sentido. En aquel momento sintió como si su pecho se expandiese, de su corazón brotaba amor, un amor ya casi enterrado que resurgía con toda su fuerza. Entendió perfectamente que su padre había sentido miedo. Miedo a pensar por un instante que Asun podía ser feliz allí. No podía dejarse llevar por el instantáneo renacer de tan inmensa dicha: volver a tener a su hija a su lado. De la única manera que supo y pudo protegerse de este deseo fue poner en duda el compromiso que iba a aceptar Asunción. Entendió también que una nueva decepción haría demasiado daño a su familia.


viernes, 11 de mayo de 2012

LA PELI DEL FINDE

¿Podéis creer que hasta este año no había visto ni una sola de las ocho películas que componen esta famosísima saga?

He de decir que las dos primeras ni fu ni fa, que me parecían demasiado infantiles pero a partir de la tercera "Harry Potter y el prisionero de Azkabán" me enganché total y absolutamente y no paré hasta verlas todas.

No sabría deciros cuál de todas es mi favorita.
Y vosotros, ¿las habéis visto? ¿Podríais elegir vuestra preferida?

martes, 8 de mayo de 2012

CHRISTMAS SUN 8


Durante unos minutos permaneció plantada en la puerta del bar de la señora Angelita. Sabía que tenía que disculparse, no había ninguna razón que excusase el grosero comportamiento que había tenido con Roberto. Pero, ¡maldición! ella era Sun Martin y no había llegado donde lo había hecho disculpándose. De pronto, interrumpió sus pensamientos, ¿dónde había llegado exactamente? Había vuelto al punto de partida, al lugar del que había salido hacía ya muchos años. De nada había servido todo su talento, todo su orgullo, toda su arrogancia... Nada había valido.

Decidió no darle más vueltas a todo aquello. Tenía que disculparse. Subió la cremallera de su chaquetón; apretó los dientes y comenzó a andar en dirección a casa de Roberto. Caminó con paso firme hasta que divisó la enorme casona. Allí se detuvo y comenzó a pensar qué iba a decirle; quería excusarse pero no sabía cómo. No podía recordar cuánto tiempo hacía desde la última vez que había tenido que disculparse. Pensaba en cómo iniciar la conversación, en cómo se iba a comportar Roberto con ella después del modo tan infantil en que había actuado. De nuevo, ajustó su chaquetón y decidida atravesó el pequeño jardín de entrada de la casa. Se paró frente a la puerta de entrada sin decidirse a llamar al timbre. Desde el interior, los ladridos de Tango y Cash la sobresaltaron. De repente, la puerta se abrió y Roberto apareció luciendo una sonrisa resplandeciente.-Adelante, pasa. No te asustes por los perros. Me alegra volver a verte.

Asunción estaba sorprendida. ¿Por qué aquel hombre actuaba como si no pasara nada?

-Bueno, gracias, verás yo he venido a explicarte lo de antes... Supongo que no te habrás llevado una buena impresión de mí... Yo normalmente no soy así. Bueno, sí lo soy pero sé que no debería... Quiero decir que... –las palabras se atravesaban en su garganta. No sabía qué estaba diciendo ni qué quería decir. Aquel hombre la turbaba enormemente –Cuando quieras me paras, no te cortes –dijo Asunción con una tímida sonrisa.

Me estaba encantando tu discurso. Tengo entendido que eres una magnífica periodista y por lo que he podido escuchar tienes un gran dominio del lenguaje –contestó él con una sonrisa pícara –Venga, pasa, si no acabaremos los dos congelados. Creo que va a empezar a nevar en un par de minutos.

Asunción asintió con la cabeza y ambos entraron en la casa. El vestíbulo era enorme y allí junto a la puerta había un enorme arcón que parecía muy antiguo. En el perchero había colgados varios abrigos, un par de bufandas y un gorro. Junto a la puerta, había un par de viejas botas desgastadas.

-No soy lo que se dice un hombre demasiado ordenado, como habrás podido comprobar.

-Oh, disculpa, no quería parecer indiscreta. Es sólo que... –no sabía cómo terminar esa frase.

-Venga, estaba de broma. Pasa al salón tengo la chimenea encendida, estaremos más calentitos. Déjame tu chaqueta, la colgaremos aquí.

Asunción se quitó el chaquetón y Roberto pudo comprobar su apabullante belleza. Llevaba unos ceñidos vaqueros negros y un jersey negro de cachemira de cuello alto. Asunción se sentó en un amplio sofá de piel junto a la ventana, desde la que podía observar el inmenso prado nevado que se extendía frente a la casa. Por primera vez en mucho tiempo se sintió en paz.

-¿Puedo ofrecerte algo? –preguntó él cortés.

-No, no será necesario –contestó ella saliendo de su ensimismamiento –No quiero molestar. Sólo he venido a ofrecer mi colaboración en el festival de la escuela, puedo también ayudar con la decoración y con...

-Vamos por partes. No molestas. Yo voy a prepararme un chocolate caliente para merendar, si quieres te preparo uno y hablamos largo y tendido del festival, ¿de acuerdo?

Asunción asintió con la cabeza y se arrellanó en el sillón. Continuó disfrutando de las vistas hasta que sintió que sus ojos se cerraban. Trató de luchar contra la somnolencia que comenzaba a apoderarse de ella, pero todo su esfuerzo fue en vano. Cuando Roberto regresó trayendo las dos tazas de chocolate, la encontró completamente dormida, abrazada a sí misma.

Depositó las tazas sobre una mesita auxiliar colocada justo frente al sillón y arropó a Asunción con una de las mantas que cubrían el sofá. A su vez, él cogió el libro que descansaba sobre el aparador y se tumbó sobre el sofá dispuesto a terminar aquel libro que tanto le estaba costando leer. Pronto los ojos comenzaron a pesarle y finalmente se durmió. Apenas cinco minutos después un golpe sordo le despertó. Se incorporó sobresaltado y miró a su alrededor. Asunción trataba de recoger los restos de la taza de chocolate que acababa de tirar, ¿cómo había podido quedarse traspuesta en casa de Roberto?

-Vaya, parece que no doy una contigo. Primero me comporto como una energúmena y ahora rompo tu taza –se excusó Asunción, avergonzada.

-Sí, realmente eres una mujer encantadora –dijo él con sorna –Vamos a recoger y luego hablamos de tu participación en el festival, me encanta que hayas cambiado de opinión.

Ambos se pusieron manos a la obra y en un par de minutos, todo estuvo recogido. Finalmente, sentados juntos en el sillón, comenzaron a hablar del festival.

-¿Qué te ha hecho cambiar de opinión? Me pareció muy creíble tu primera negativa –preguntó él muy serio.

-No me lo recuerdes, me siento muy avergonzada –contestó Asunción ruborizada -Pero no ha habido un qué que me hiciera cambiar de opinión, ha sido más bien un quién.

-¿Y puedo saber a quién tengo que agradecerle este cambio de opinión? –dijo él acercándose a ella y mirándola fijamente a los ojos.

Instintivamente Asunción se alejó de él. Aquel hombre le resultaba perturbador.

-Ha sido la señora Angelita, creo que está enamorada de ti. Te ha puesto por las nubes y claro, después de todo lo que ha dicho no me quedaba más remedio que venir aquí a implorar tu perdón –bromeó.

-Creo que le debo una. Mañana mismo la invito al cine –replicó jovial.

Asunción y Roberto hablaron hasta que el reloj del salón marcó las nueve de la noche. Cuando terminaron, la nieve llevaba un buen rato cayendo. Roberto se ofreció a acompañarla a casa. Ella aceptó.

viernes, 4 de mayo de 2012

LA PELI DEL FINDE

Revisando esta sección me he dado cuenta de que no había puesto esta deliciosa y famosísima comedia romántica protagonizada por la gran Audrey Hepburn y el maravilloso George Peppard.
Imagino que todo el mundo conoce este film pero por si hay alguien que no la ha visto os la recomiendo vivamente. Ella es una joven frívola y desenfadada que va de fiesta en fiesta; él, su nuevo vecino, es un aspirante a escritor. Ambos son personajes atrapados tras una apariencia feliz que finalmente acaban enamorándose.
¿Esta pareja os parece tan atractiva como a mí? ¿Sabíais que José Luis de Villalonga tiene un pequeño papel en la película? ¿Habéis leído la novela de Truman Capote en la que se basa el film?

martes, 1 de mayo de 2012

CHRISTMAS SUN 7


Asunción apretó el paso. Quería escapar, huir… No podía creer lo que acababa de suceder. ¡Mira que caerse! Y justamente delante de aquel hombre. Un momento, se dijo, ¿por qué justamente delante de aquel hombre? No podía negar que sentía cierta atracción por él. La idea la asustó, ¿cómo era posible? Ella, Sun Martin, atraída por alguien como él: un hombre que vivía en aquel pueblo perdido de la mano de Dios, en una casa aislada, rodeado de... ¡nada! Agobiada, metió la mano en su bolso y buscó su paquete de cigarrillos, necesitaba fumar. El paquete estaba vacío. Menudo momento para quedarse sin tabaco, pensó. Se detuvo. ¿Dónde iba a comprar tabaco? Parada en medio de la plaza observaba todo a su alrededor. Algunos niños corrían en torno a la fuente, un par de mujeres conversaban bajo los soportales y un hombre salía con un paquete de cigarrillos en la mano. Asunción siguió con la mirada el lugar del que había salido y con paso firme se dirigió hacia allí.

Empujó la puerta con suavidad y un soplo cálido le acarició el rostro. Entró y lo que vio la sorprendió. Esperaba encontrar un bar anclado en el pasado y sin embargo, la realidad era muy distinta. Era un espacio amplio y diáfano, de suelo de piedra y paredes pintadas en tonos suaves. La barra, decorada con azulejos en tonos grises y marrones, ocupaba toda la pared situada justo enfrente de la puerta de entrada. En un lateral, varias mesas de madera maciza, ocupadas por varios parroquianos.

La señora Angelita, faenaba tras la barra, preparando algunos cafés. Asunción buscó la máquina de tabaco y la encontró tras una columna situada a la izquierda de la sala. Insertó las monedas necesarias y marcó su selección. Esperó. Nada. La máquina se había tragado su dinero, ¡maldito pueblo! ¿Podía sucederle algo peor?

Resoplando y resignada se acercó a la barra. La señora Angelita seguía ocupada con más cafés; carraspeó.

-Ejem, ejem.

La señora Angelita se dio media vuelta y al verla esbozó una gran sonrisa.

-¡¡Asunción, Asunción!! ¡Qué alegría verte de nuevo! –dijo al tiempo que salía de detrás de la barra y le plantaba dos sonoros besos en ambas mejillas. La abrazó fuerte.

Asunción estaba demasiado sorprendida para reaccionar, se había acostumbrado a vivir sin ese contacto físico tan común en España.

-Pero déjame que te vea, cariño, estás preciosa. Hay que ver cuánto has cambiado, cuando saliste de aquí no eras más que una chiquilla y ahora, mírate... Estás hecha toda una mujer –dijo la señora Angelita mirándola de arriba abajo –Cada día te pareces más a tu madre, que también era una belleza.

-Angelita, vienen esos cafés, ¿o qué? –preguntó uno de los parroquianos que estaba sentado en una de las mesas jugando al dominó con otros hombres.

-Miguel, ya voy, ya voy –dijo la señora Angelita llevando la bandeja con dos cafés y un par de cortados –Querida, siéntate en la barra. Tenemos mucho de lo que hablar.

Mecánicamente Asunción se sentó en uno de los taburetes. Miró las fotos colgadas en las paredes del local; fotos en tonos sepia de los rincones más bellos de la comarca: la ermita situada en lo alto de la montaña, el valle en primavera, una vista de Pozuelo desde una colina cercana...

-Ya estoy aquí guapa, ¿te gusta cómo ha quedado el bar? Mi hijo, que era interiorista en Madrid, ha decidido volver al pueblo a montar un hotelito rural y me ha ayudado con la reforma. Creo que el pueblo tiene un brillante futuro. Sólo necesitamos que los jóvenes vuelvan aquí. Mi hijo y mi nuera han vuelto y han traído a mi nieto. Hace ya algunos años que volvieron a abrir la escuela, no sabes cuánto bien hace tener niños otra vez en el pueblo. Al principio no teníamos maestro nadie quería...

-Disculpa, Angelita, yo venía a por... –la interrumpió Asunción cansada de tanta cháchara.

-Cariño, perdona, te pongo un cafelito. Es que hacía tanto tiempo que no venías por aquí –dijo sirviéndole una taza de humeante café.

-Bueno, yo quería algo más... –comenzó Asunción.

-Disculpa, cielo, con este frío probablemente querrías un licorcito para entrar en calor. Toma, prueba este licor. Lo hago yo misma con las hierbas que recojo en el monte, es una receta secreta –dijo guiñándole un ojo y sirviendo dos copas –Brindemos por tu regreso, todos estamos muy orgullosos de lo que has conseguido.

Asunción no conseguía articular palabra. Demasiada información se mezclaba en su cabeza. Tomó el vaso y probó el licor. Estaba delicioso. Un agradable calorcito recorrió su cuerpo y la reconfortó. De repente, se sintió en casa. Era una sensación maravillosa, hacía ya muchos años, demasiados, que no se sentía así. Notó, no sin asombro, que le interesaba lo que le estaba contando la señora Angelita.

-Así que hace poco que han vuelto a tener escuela. Cuando yo era pequeña éramos bastantes niños, más de cien creo recordar –su memoria se trasladó a los días felices de su infancia, a los juegos en el patio y a su vieja maestra, Doña Margarita, que fue quien la animó a dedicarse al periodismo -¿Cuándo cerraron la escuela?

-Vamos a ver –dijo la señora Angelita tratando de hacer memoria –creo que fue un par de años después de que te marcharas a estudiar a Madrid. Durante mucho tiempo en este pueblo no hubo ni un solo niño. Afortunadamente, en los últimos tiempos los niños han vuelto y ahora en la escuela ya tenemos casi veinte.

-¿Y me decía que nadie quería hacerse cargo de la escuela? –preguntó Asunción con verdadero interés.

-No, aquello fue muy duro. Por fin volvían los niños a Pozuelo y no podíamos abrir la escuela. Durante casi un año estuvimos buscando y buscando. Menos mal que apareció Roberto. Los niños le adoran y nosotros también. Ha hecho mucho por este pueblo. Cuando llegó, la escuela era un viejo caserón que asustaba a los niños. Él lo ha convertido en un centro que todos los vecinos podemos usar. Ha organizado actividades extraescolares para los chavales e incluso ha organizado clases para adultos. La verdad es que no sé de dónde saca tanta energía y tantas ideas. Es un gran hombre.

-Caramba, Angelita es casi como un santo –bromeó Asunción.

-Bueno, aquí le queremos todos mucho. Es un hombre muy amable aunque muy reservado. Compró el viejo caserón que está a la entrada del pueblo. Parece que no le gusta mucho tener vecinos cerca aunque no sé muy bien por qué... Aquí todos le adoramos, hace mucho por la comunidad ¿Tú sabes la cantidad de tiempo que hacía que no teníamos una fiesta de Navidad? Los niños están entusiasmados, todos vamos a participar. Yo soy la encargada de las provisiones. Voy a preparar mis famosos mazapanes, llevan mucho trabajo pero merece la pena. Todos estamos ilusionadísimos. Querida, ¿te pasa algo? –se interrumpió al ver la palidez que había cubierto el rostro de Asunción.

-No, no es nada ¿Cuánto te debo? Tengo que hacer una cosa –Asunción se sentía realmente fatal. Se avergonzaba de sí misma y de su comportamiento.

-No, cielo. Aquí hoy no vale tu dinero. Me conformo con que vengas más a menudo por aquí. Me encantará saber todo lo que has hecho durante todos estos años. Dame un beso –y unió su frase con la acción.



Asunción, se dirigió hacia la salida pensando en cómo iba a disculparse con Roberto cuando alguien la cogió de la mano.

-Asunción, ¿eres tú? Todo el pueblo está hablando de tu regreso.

Se giró hacia su interlocutor y se encontró frente a un hombre de unos setenta años. De alta estatura y pelo cano. Sus profundos ojos azules la miraban con cariño.

-¿No te acuerdas de mí? Soy Santiago, era el cartero. La cantidad de veces que hemos merendado juntos. Soy muy amigo de tu padre. No sabes lo que ha presumido de hija durante todos estos años. Tu padre es muy pesado, que si mi hija ha aprobado la carrera con matrícula, que si le han dado una beca de trabajo en Estados Unidos, que si la han contratado en una revista importantísima, que si es redactora jefa, que si Asunción esto, que si Asunción lo otro... No sabes lo pesado que se ponía. Espero que ahora que estás aquí deje de hablar tanto de ti, ¡ja, ja! Aunque ahora viéndote entiendo lo orgulloso que se siente.

Aquello ya fue demasiado para Asunción, ¿su padre orgulloso de ella? ¿Le estaba tomando el pelo? Le observó con detenimiento. Parecía sincero. La cabeza le daba vueltas, nada era como ella había creído que era... Murmurando una excusa se despidió y salió a la fría calle.

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