El amor y el odio son las pasiones que mueven el mundo. Escribir sobre ellas es mi pasión, sólo espero que leer mis palabras sea la tuya.
Clara.

martes, 31 de julio de 2012

LA PELI DEL FINDE


AVANTI!

Comedia romántica protagonizada por Jack Lemmon y Juliet Mills y dirigida por el genial Billy Wilder  en 1972. En español esta película se tituló como ”¿Qué pasó entre tu madre y mi padre?” pero el título original es “Avanti”. Una película encantadora, fácil de ver  y con una banda sonora magnífica, la canción “Senza fine” interpretada por Bertini Paoli    es una delicia. Película tremendamente recomendable para las largas tardes calurosas del verano, echada en el sofá y saboreando un café con hielo y una rodaja de limón. 

Esta es una de las pelis que te dejan un buen sabor y una sonrisa en los labios. 


¿Qué pensáis de las viejas películas? Personalmente me encantan y hay algunas que no deben dejarse de ver. Creo que voy a ir recomendando algunas que me apasionan, y me comentáis que os parecen. Aquí comienza una serie de “oldies”. Espero que os gusten.

jueves, 26 de julio de 2012

CUENTOS DE AMOR, DESAMOR Y OTROS MALES - AGUSTÍN



AGUSTÍN

Lo primero que hizo al abrir los ojos fue buscarla con la mirada. Giró la cabeza a la derecha y buscó su cabeza en la almohada. No estaba. Cerró los ojos y suspiró. 

Pasó un buen rato tumbado en la cama sin moverse mirando fijamente el techo.
Pasadas las diez decidió que ya era hora de levantarse. No le apetecía en absoluto pero sabía que no tenía otra opción. Fue a la cocina y preparó dos cafés con leche con tostadas. Lo puso
en una bandeja y lo llevó al salón, donde solía desayunar. 

Sólo se dio cuenta que había preparado dos tazas cuando fue a servirse el azúcar. Aquel pequeño detalle le hizo derrumbarse. Dejó la taza sobre la mesa auxiliar y sosteniendo su cabeza entre las manos sollozó amargamente. Aquello era lo más duro que nunca le había pasado en su vida y por primera vez se supo clarísimamente incapaz de superarlo.
 Emilia era y había sido el gran amor de su vida. De hecho, sonrió al recordarlo, había sido su único y verdadero amor.
Había pasado con ella los mejores momentos de su vida y recordaba todos los instantes que
habían compartido juntos. Recordó la primera vez que la vio, desde el primer segundo supo
que aquella mujer tenía que ser para él aunque ella no lo tuvo tan claro como él. De hecho, le
costó un par de meses conseguir que ella siquiera se fijara en él.
 

El teléfono le sacó de sus pensamientos. El identificador de llamadas le reveló que quien
llamaba era Martina, ¡pobrecita! Desde que todo había sucedido no había dejado de llamarle ni
un solo día y casi no le dejaba ni a sol ni sombra. Sin embargo, Agustín necesitaba sentir su
soledad. De hecho tenía que asumir que ahora estaba solo. Emilia no estaba y no iba a volver y él tenía que empezar a aprender a ser uno. Ya no eran Emilia y Agustín ahora sólo era Agustín, y le costaba aceptarlo.
Tomó una decisión. Con paso firme y seguro se dirigió al baño y se dio una larga ducha. Se
afeitó cuidadosamente, se perfumó y se puso sus mejores galas.
El tibio sol de marzo acarició su rostro cuando salió a la calle. Vacilante, dio sus primeros pasos en la calle tras meses de encierro voluntario. Pronto se fatigó y decidió sentarse en un banco cerca del precioso jardín que había cerca de su casa. Observó los rosales florecidos, las palomas que volaban entre los pinos y las jóvenes parejas que iniciaban su amor. Aquello le animó, aquello era la vida. Algunas cosas terminaban pero la vida seguía su discurrir implacable. El mundo no se había detenido; su mundo había dejado de existir pero el mundo seguía girando.
Inspiró y se levantó del banco. Sabía muy bien hacia dónde iba, era algo que había tratado de
evitar durante meses pero tenía que hacerlo. Tenía que hablar con ella y aclarar todo lo que
pasaba por su cabeza.
Disfrutó del paseo y apenas advirtió que había llegado a su destino. Atravesó la puerta de
entrada y aunque sólo había estado allí una vez no vaciló en ningún momento y en pocos
minutos estuvo frente a ella.
Todo el discurso que había preparado en su cabeza se le esfumó en cuanto la vio. Sus ojos se
llenaron de lágrimas y un sollozo se apoderó de su garganta. Se había prometido a sí mismo
que no lloraría, que estaría bien y que aquello era lo mejor para él. Sin embargo, en aquellos
instantes no podía recordar nada de eso.
Emilia le miraba sonriendo dulcemente, tal y como él la recordaba. No podía dejar de mirarla y
no podía evitar que aquella congoja se fuera apoderando de él. Pronto fue incapaz de
controlarse y lloró como un niño. No le importaba hacerlo ni que nadie le viera llorar, lo había
estado evitando todos aquellos meses pero supo que ya no podía más. Lloró y lloró. No supo
cuánto tiempo estuvo allí llorando sin poder hablar. Finalmente, con los ojos enrojecidos y la
voz ronca dijo:
-Emilia, desde que nos conocimos nunca había pasado tanto tiempo sin verte. Estos cuatro
meses han sido los más duros, amargos y difíciles de mi vida. No sé qué hago hoy aquí... Sólo
quería estar cerca de ti porque créeme, mi amor, que no sé, no puedo y no quiero vivir sin ti.
Sabía lo mucho que te quería, lo mucho que te quiero, pero nunca imaginé el dolor tan intenso
que sentiría si no estás conmigo. Estoy sordo, ciego y mudo sin ti. Eras el sol alrededor del cual orbitaba toda mi existencia y ahora que ya no estás no sé qué va a ser de mí. Dime ahora, ¿cómo quieres que siga viviendo sin ti?
Emilia, desde la foto de su lápida, le sonrió.

jueves, 19 de julio de 2012

CUENTOS DE AMOR, DESAMOR Y OTROS MALES - REGINA


REGINA 
Estaba cubierta de sudor. Había estado corriendo y su cuerpo reflejaba el esfuerzo que había realizado. El pelo todo enredado y cubierto de polvo, había perdido el brillo que normalmente tenía. Pensó que debía arreglarse pero primero tenía que descansar. 
Se acurrucó en su rincón preferido fresco y en penumbra. Lentamente su cuerpo se fue relajando y los músculos, antes en tensión, iban recuperando su flexibilidad. 
Estiró sus miembros simulando a un gato, aunque este pensamiento le produjo un escalofrío. Odiaba a los gatos. No podía resistir su presencia, incluso su olor le resultaba repugnante. 
Desechando estos pensamientos, entrecerró los ojos y se recreó en lo que esa noche podía suceder. Si se arreglaba bien, ésta podría ser su noche. 

Llevaba varios días buscando lo que toda hembra desea, un buen macho, fuerte y musculoso con un precioso par de ojos negros que te mirasen con un poco de desafío, que con una simple mirada te tuviesen a su merced. Sentir sus fuertes miembros alrededor de tu cuerpo, sentir su peso, su olor. Si, un macho así era lo que ella deseaba.

 Ahora lo sabía y su naturaleza de hembra pedía a gritos que se le complaciese.
 
De un salto lleno de vitalidad recobrada ya del cansancio, se dispuso a arreglarse. Se miró las manos y lo primero que vio fue la cicatriz que en forma de media luna le cruzaba dos dedos y el dorso de la mano. Aún recordaba con dolor el accidente que pudo costarle la vida pero que, gracias a su buena forma, sólo quedó en esto, una cicatriz.

Arrugó la nariz, espantando los dolorosos recuerdos. 

Se lavó la cara con cuidado deteniéndose en el arco de la cejar. Debía estar perfecto, a Regina le gustaba así. El pelo le tomó algo de trabajo, pues tenía un pequeño remolino en la parte alta de la cabeza que siempre le daba problemas, pero la insistencia de Regina venció en la batalla y al final el pelo esta brillante, limpio y en su sitio.

Dio unas vueltas sobre si misma mirándose y dándose por fin el visto bueno. Estaba perfecta.
 
Era el momento. La noche había caído sobre la ciudad y en los más recónditos rincones se daban cita las pasiones.

Regina se asomó a la calle percibiendo el hálito cálido de la noche.

Un grito espantoso estalló a su espalda, haciendo que Regina volviese la cabeza llena de temor.

-"Sólo era una mujer"- pensó con indiferencia - Siempre gritan cuando me ven, la verdad, no entiendo que tienen en contra de las ratas.
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