El amor y el odio son las pasiones que mueven el mundo. Escribir sobre ellas es mi pasión, sólo espero que leer mis palabras sea la tuya.
Clara.

viernes, 30 de diciembre de 2011

LA PELI DEL FINDE

Para el último fin de semana del año la recomendación es "Amelie". Un cuento moderno preciosísimo con una estética absolutamente maravillosa. La película cuenta la historia de Amelie, una joven camarera con una triste y solitaria infancia que hace que desarrolle una portentosa imaginación. Amelie decide que debe convertirse en alguien que ayude a los demás a ser felices. En fin, una bonito cuento para adultos.
Y a vosotros, ¿os gustan los cuentos modernos? ¿O preferís los clásicos de siempre?


martes, 27 de diciembre de 2011

CAPÍTULO 23


Alfred había abandonado el hospital por unas horas para reincorporarse a su trabajo. Tenía varios cursos de natación y había decidido seguir con su rutina laboral. Los últimos alumnos se dirigían a las duchas y Alfred comenzaba a recoger el material para después llevarlo al almacén.

Pensaba en su madre. Sentía un inmenso dolor al verla de aquel modo en el hospital. Sabía cuánto estaba sufriendo. Alfred suspiró profundamente y rogó al cielo en busca de consuelo.

Pensaba en Sarah. No conseguía olvidar lo ocurrido el día anterior. Se preguntaba una y otra vez por qué no aceptó su propuesta y quién sería el hombre con el que se había comprometido.

Sarah le amaba a él.

Alfred pensaba una y otra vez qué sería lo que el otro hombre le había ofrecido a Sarah para que ella, sin estar enamorada, hubiera aceptado. Él solamente podía darle amor... él no tenía dinero y no podía comprarle joyas, vestidos caros... no podía ofrecerle una vida de lujos. Esto le enervaba profundamente.

No podía creer que Sarah hubiera accedido a un compromiso con alguien a quien no amaba, simplemente por dinero y poder. No podía ser cierto, habría otras razones mucho más poderosas para que alguien como Sarah hubiese tomado aquella decisión. Se propuso averiguarlas.

Después de terminar su trabajo, iría a la cafetería para preguntarle directamente por los motivos, necesitaba saber qué ocurría, pues el dinero y los lujos no eran imprescindibles para Sarah. Debía aclarar esta situación y lo haría hablando con ella.

-Hola, guapo, he venido a buscarte para que me acompañes a un lugar donde... -dijo Anya.

Ella estaba muy cerca de él, había llegado hasta allí sorprendiéndole pues Alfred no percibió antes su presencia, ya que estaba absorto en sus pensamientos.

Anya acariciaba el rostro de Alfred lanzándole miradas de absoluta pasión.

-Anya, no puedo ir contigo; lo siento, discúlpame pero tengo trabajo -le contestó Alfred sin dejarle acabar la frase y apartándose de ella para dirigirse al almacén.

-Siento mucho lo ocurrido con tu madre. Espero que se esté recuperando y que pronto pueda volver a su casa -dijo Anya con voz suave.

-Gracias, pero yo creo que la enfermedad de mi madre no te preocupa lo más mínimo. Ni la de mi madre ni la de cualquiera que no seas tú -contestó Alfred con un tono de voz alto y grave.

-He venido a buscarte para que vayamos a tomar unas cervecitas y así te olvides por unos momentos del trabajo, del hospital... ¿de acuerdo? -propuso Anya acercándose de nuevo a él sensualmente.

-Te agradezco la invitación pero te repito que tengo trabajo y no puedo aceptarla -contestó Alfred con talante serio.

-Solamente quiero pasar unos minutos contigo, charlando y tomando algo. Ahora estás pasando por un momento difícil y yo quiero apoyarte y acompañarte -dijo Anya con mirada inocente y voz delicada.

Estas palabras conmovieron a Alfred, creyó a Anya. Había venido a buscarle y le proponía simplemente tomar un refresco para así despejarse del hospital y por un rato no pensar en sus problemas. Anya estaba a su lado y Sarah había huido de él.

Alfred aceptó su invitación. Había algo que le atraía hacia ella, siempre acababa cediendo a sus propuestas, era una belleza deslumbrante. Anya era una mujer explosiva y él se dejaría llevar por donde ella quisiera.

-Acompáñame al aparcamiento, te encantará el coche que me han enviado. Es un regalo de mis padres, llegó ayer a casa -le dijo Anya con una amplia sonrisa en su rostro.

Alfred estaba preparado para irse. Todo el material estaba recogido y ya se había cambiado de ropa. Anya tomó a Alfred de la mano y le besó.





Sarah estaba terminando de recoger las sillas y colocarlas encima de las mesas, para poder limpiar el suelo. Ya había limpiado la cafetera italiana y ordenado la barra. En media hora habría acabado, si se daba prisa, antes de las ocho y media llegaría a su casa y podría pasar un rato con su hijo, antes de que se fuese a dormir.

Estaba triste por lo que había ocurrido con Anita y se sentía desolada por la escena que había tenido con Alfred la tarde anterior.

Las palabras de su amiga Laura revoloteaban por su cabeza. ¿Realmente amaba a William, como le había dicho a Alfred? ¿Se estaba engañando a sí misma? Era consciente de que su cuerpo deseaba a Alfred, pero era eso, un fuerte deseo físico. Cuando estaba a su lado le deseaba tanto que le dolían hasta los huesos, era como un gran imán que la atraía sin remedio, quería ser besada por sus labios, acariciada por sus manos y quería ser suya, entregarle su cuerpo como jamás antes lo había dado a ningún hombre incluido Robert.

Pero no estaba sola, estaba Paul y Sarah pensaba en él, en su bienestar, en su futuro, el necesitaba un hombre como William que le ofreciese estabilidad y estaba convencida de que con el tiempo aprendería a amarle.

-Sarah - dijo Steven.

Ella dio un respingo. Estaba tan ensimismada en sus pensamientos que no oyó cómo la puerta de la pequeña oficina se abría y Steven Taylor se había acercado a ella.

-¡Sr. Taylor, me ha asustado! -dijo Sarah

-No tienes que asustarte de mí, pequeña Sarah, sabes que te adoro -Steven Taylor hablaba con voz ronca.

Sarah retrocedió poco a poco sobre sus pasos hasta que encontró la barra a su espalda. Steven Taylor la seguía casi pegado a ella. Podía notar su respiración agitada y el calor de su cuerpo. Sarah estaba asustada.

-Sr. Taylor, Vd. ya sabe lo que pienso, yo no...

Antes de que pudiese acabar la frase, Steven la había cogido por la cintura y la abrazaba con fuerza, apretándola contra su cuerpo. Sarah intentó zafarse del abrazo, pero él hizo más presión con sus fuertes manos y con su cuerpo, inmovilizándola contra la barra. Era un hombre fuerte y alto y Sarah se vio perdida. Notó como los labios de Steven empezaban a besarla en el cuello, primero suavemente pero cada vez el beso se hacía más intenso.

-¡Por favor! No, no... -Steven cortó las súplicas de Sarah besándola salvajemente en los labios.

Sarah intentó desprenderse del beso empujándolo por los hombros, pero no consiguió nada. Steven la besaba en el cuello, su respiración se hizo más intensa, Sarah notaba el deseo de Steven contra su vientre. Una de sus manos aprisionaba uno de sus pechos. Sarah sentía miedo, dolor y asco. No podía pensar con claridad, tenía que huir, salir de allí... como fuese. Colocó sus manos sobre el pecho de Steven y le devolvió el beso que en aquel instante él le estaba dando. Fue tan grande la sorpresa de él que aflojó el abrazo pensando que por fin Sarah había claudicado.

Cuando Sarah sintió que Steven se relajaba aprovechó para empujarle, él retrocedió sorprendido por la reacción de Sarah, momento que ésta aprovechó para correr hacia la puerta, la abrió y salió del coffee shop.

Taylor se quedó parado en medio del local, una expresión malvada se dibujaba en su rostro. Se pasó las dos manos por el pelo. Dirigió su mirada hacia los grandes ventanales que daban a las terrazas exteriores. No vio a nadie, sólo las últimas luces del atardecer.

-Espero que te haya gustado mi escena con Sarah, pequeño bastardo -pensó Steven- Te la he dedicado con todo mi amor paternal.

Con una sonora carcajada Steven se dirigió hacia la puerta, antes de salir apagó todas las luces. Cerró el local y se dirigió tranquilamente hacia su coche.





Anya y Alfred habían salido de la piscina y se encaminaban cogidos del brazo hacia su coche. Al pasar junto a los ventanales del Taylor’s coffee shop miró hacia dentro para ver si aún quedaba alguien dentro del local y lo que vio le dejó sin aliento. Steven Taylor y Sarah estaban besándose apasionadamente junto a la barra.

Alfred sintió que la sangre se agolpaba en sus mejillas y un nudo de celos se aferraba sin misericordia a su estómago. No podía apartar los ojos de aquella escena pero se obligó a sí mismo a continuar andando, llegar cuando antes al coche y olvidar, si pudiese, la imagen que llevaba grabada en la retina.

Cuando Alfred paró en seco, Anya, a su lado, también miró hacia el local del Taylor’s y una sonrisa cómplice se fue dibujando en su bello rostro.

-¡Steven, te has superado! –pensó Anya- ¡eres un verdadero cabrón! Después de esto los jueguecitos de amor entre la boba y Alfred se han acabado.

Tirando del brazo de Alfred dijo:

-Vamos querido, no debemos molestar a los tortolitos. Por lo que se puede ver se lo están pasando de maravilla.

Alfred se desasió del brazo de Anya bruscamente y a grandes zancadas cruzó las terrazas y llegó a su coche, arancó el motor y se perdió en la calle con un fuerte chirrido de neumáticos.







Alfred iba conduciendo hacia el hospital con un torbellino de pensamientos rondándole por la cabeza ¡Sarah! Se sentía morir cada vez que pensaba en ella ¿cómo podía haber engañado a todo el mundo? Tanta dulzura, tanta ternura ¿para qué? al final, ella lo sacrificaba todo por el dinero. Había caído en los brazos de Steven Taylor, ¡era su amante! La escena que había presenciado le dolía en los ojos y la rememoraba una y otra vez. La traición de Sarah le había acuchillado el corazón.

Cuando llegó al hospital aparcó el coche y se demoró algunos minutos sentado tras el volante. No podía presentarse ante su madre en aquel estado. Ella le necesitaba ahora más que nunca y él no podía ser egoísta, debía darle lo mejor de sí mismo.

Anita estaba dormitando, los médicos la mantenían en un estado de semiinconsciencia constante para evitar que sufriera con los intensos dolores que padecía.

Alfred entró calladamente, no quería despertarla, pero Anita abrió los ojos en cuanto sintió su presencia.

-Mamá... -Alfred se acercó, se sentó a su lado y cogió una de sus manos entre las suyas.

-Alfred, hijo... me alegra que estés aquí -su voz era entrecortada y le costaba un gran esfuerzo articular las palabras.

-Quiero que me prometas que sentarás la cabeza, que buscarás una mujer que te haga feliz... Sarah es una joven...

No pudo acabar la frase, Alfred la cortó.

-No hables de Sarah, por favor, madre.

-Alfred, a veces, las cosas no son como parecen o como creemos que son. En la vida cometemos muchos errores y, créeme, pagamos por ellos un precio muy alto. Por eso es tan importante buscar la felicidad y, si la encuentras, aferrarte a ella, porque es tan frágil que se rompe fácilmente...

-Mamá, no hables, descansa...

-No, Alfred, tengo algo que decirte... y me queda poco tiempo... escúchame -Anita continuó- Yo, al igual que Sarah, cuando todavía era muy joven, me enamoré de un hombre que, después me di cuenta, no se merecía mi amor, pero el amor no es algo que puedas controlar a tu antojo, sino, es el amor el que controla tus actos, tu vida, todo. Ese hombre, tu padre, fue un egoísta y me engañó con promesas que jamás cumplió, pero yo siempre tuve la esperanza que en algún momento cambiase, que se diese cuenta de que se había equivocado y pudiese enmendar todo el daño que había hecho. Por eso permanecí a su lado desde entonces.

-¿A su lado? Madre, ¿de qué estás hablando? No te entiendo -Alfred había escuchado con atención sus palabras y un destello de angustia se comenzaba a instalar en su pecho.

-Alfred, hijo mío, tu padre es Steven Taylor...

-¡No! ¡No! ¡Él no! ¡Madre no! -Alfred no podía reprimir el sentimiento de rechazo, dolor y amargura que sentía en aquel momento.

-Perdóname. He sido una cobarde durante todos estos años por callar y no decirte la verdad, pero siempre pensaba que no era el momento adecuado, y los años ¡han pasado tan deprisa! Ahora me doy cuenta, ahora que mi tiempo se acaba...

-¡Madre!... -Alfred luchaba entre la rabia que sentía y la pena que las palabras de Anita le provocaban.

-No, déjame terminar, hijo, te quiero mucho. Eres lo mejor que me ha pasado en la vida y no quiero que sufras, ya lo he hecho yo por ti. Sarah es una buena chica y...

Alfred dejó de oir las palabras de su madre, ¡Sarah y Steven Taylor! No podía resistirlo y ahora que sabía que él era su padre sentía que el corazón se le partía en mil pedazos y la angustia que notaba en el estómago le producía naúseas. Estaba mareado, la cabeza le martilleaba y no podía pensar con claridad. Solamente pensaba en que el hombre que más despreciaba en este mundo era su padre ¡Maldito sea! y que ahora, la mujer que amaba, estaba con él. Alfred pensó que no sería capaz de soportar tanto dolor.

Estalló en llanto, escondió el rostro junto al cuerpo de su madre y lloró por él, por ella, por Sarah... lloraba sin consuelo, sólo la tenue caricia que sentía en su pelo le devolvía la tranquilidad poco a poco. Lloró hasta quedar exhausto y se durmió allí sentado junto a la cama de su madre, con la cabeza apoyada contra su cuerpo y su brazo rodeándola por la cintura, como cuando era niño.





Anita calló cuando vio a Alfred roto por el dolor y el llanto, acariciando su suave pelo, con ternura, hasta que el sueño hizo presa en su hijo.

Hizo balance de su vida, había sufrido, sí, pero también había tenido muchos momentos de dicha, había luchado con ahínco para sacar adelante a aquel hombretón que dormía en estos momentos a su lado. Alfred era un buen hombre y sabría encontrar la felicidad. Había resuelto lo que tenía pendiente, ahora podía partir en paz.

-Señor -imploró- llévame junto a los que partieron antes que yo. Estoy preparada -con este pensamiento, Anita cerró los ojos lentamente, un hondo suspiro entreabrió sus labios.

Un sonido insistente sacó a Alfred de su pesado sueño. Se incorporó a medias sin saber muy bien dónde estaba. Vio a su madre junto a él, con los ojos cerrados, su rostro estaba inundado con los primeros rayos del sol de la mañana que se colaban a través de la ventana. El pitido continuaba, Alfred quedo petrificado al entender lo que aquello significaba. La puerta de la habitación se abrió, escuchó pasos presurosos a su espalda. Anita, su querida madre, había muerto.


viernes, 23 de diciembre de 2011

LA PELI DEL FINDE

La peli recomendada para este fin de semana tan navideño no es una recomendación mía sino de una persona muy especial. Es una de sus pelis favoritas, con la que siempre, pero siempre siempre, se emociona.
Gattaca está protagonizada por  Jude Law, Ethan Hawke y Uma Thurman y es una historia que transcurre en un futuro no demasiado lejano. La mayoría de los niños se conciben utilizando métodos de control genético para garantizar que sean "perfectos". Los que no fueron concebidos utilizando estas técnica son conocidos como los "inválidos" y están destinados a realizar los peores trabajos. Pero todo cambia cuando uno de esos "inválidos" decide que puede realizar el mismo trabajo que un "válido".
¿Os gustan las películas de ciencia ficción? ¿Cuál es vuestra favorita en este género?

martes, 20 de diciembre de 2011

CAPÍTULO 22

Sarah estaba preocupada. Hacía más de media hora que había abierto el Taylor's Coffee Shop y Laura aún no había aparecido. Eso no era normal en  ella, Laura era muy responsable.
-Quizá le ha ocurrido algo -pensó Sarah. La posibilidad de que algo le hubiera sucedido a Laura la asustó realmente.
Decidida, descolgó el teléfono que estaba junto a la barra. Marcó el número del móvil de Laura. Esperó. Tras unos segundos que le parecieron eternos, el teléfono por fin dio señal.
Un ruido de campanillas hizo que Sarah se volviera hacia la puerta. Era Laura. Su aspecto no era el habitual en ella: Laura era una mujer vital, llena de vida, siempre alegre. En cambio hoy parecía una mujer abatida, triste. Sarah se acercó a ella sonriendo, ¡no le había sucedido nada!
-Laura, ¡se te han pegado las sábanas! -trató de bromear.
La muchacha la miró pero no le contestó. Con paso cansado se dirigió hacia el vestuario. Sarah la siguió pero la entrada de unos clientes la hizo regresar al salón.
-Buenos días, señor Robinson, ¿tortitas y zumo de naranja? -preguntó Sarah amablemente.
Durante las siguientes tres horas estuvieron muy ocupadas: no cabía ni un alfiler en el Taylor's Coffee Shop. Finalmente, hubo un momento de tranquilidad.
Laura estaba tras la barra recogiendo los platos de los últimos clientes. Sarah se acercó a ella y sonriendo le dijo:
-Necesito que prepares estos cócteles -le entregó a Laura una nota con los encargos. -Son para los Stuart, están en la terraza. Ahora recojo las mesas del salón y en cuanto les lleve los combinados tú y yo tendremos una charla. Me preocupa que no hayas abierto la boca en todo el día.
Sarah se alejó en dirección a las mesas del fondo del salón, que eran las únicas que quedaban sin recoger. Laura la vio alejarse y mientras preparaba los cócteles decidió que tenía que hablar con ella. Necesitaba desahogarse, contarle a Sarah lo que sentía, quería... bueno, no sabía lo que quería.
Diez minutos después las dos amigas estaban frente a la barra observando la terraza, el lugar donde se encontraban los únicos clientes que quedaban en el Taylor's Coffee Shop. Fue Sarah la que rompió el silencio.
-¿Me vas a contar qué pasa? Llevas unos días como ausente -dijo cogiéndola de la mano.
-No sé, Sarah. Ni siquiera lo tengo claro. Nunca me había sentido así. Realmente no... -Laura no acabó la frase.
Extrañada Sarah la miró a los ojos: Laura trataba de evitar a toda costa las lágrimas. Tenía la mirada fija en el suelo.
-¿Tiene Roy algo que ver con esto?
Laura asintió con la cabeza. Seguía callada.
-¿Os peleasteis el sábado?
Nuevamente hizo un gesto afirmativo con la cabeza.
-¿Y no habéis vuelto a hablar?
Laura negó con un gesto.
-Pues llámale tú. No seas tonta. Es un buen chico.
-No quiero llamarle. Esto es estúpido -las palabras salieron rápidamente de sus labios.
El tono cortante de su voz sorprendió a Sarah. Ese comportamiento no era en absoluto propio de ella.
-Bien, no le llames si no quieres. A ti nunca te han faltado pretendientes -dijo Sarah tratando de calmarla.
Laura murmuró algo entre dientes. Hablaba muy bajito y con la cabeza gacha. Sarah acercó su cabeza a la de ella y dijo:
-¿Me lo vas a contar?
Laura la miró. Aspiró profundamente, alzó la cabeza y con voz ya más serena dijo:
-No quiero otro pretendiente. Quiero a... Quiero que me llame Roy. Hace dos días que no sé nada de él. Se fue muy enfadado del Country Club. Pensé que volvería pero no volvió. El domingo pensé que llamaría pero no llamó y no he podido dormir. Estos días he estado más pendiente del teléfono que en mi vida y... -su voz se quebró.
-Pues yo te he llamado esta mañana y nada -Sarah trataba de hacerla  sonreír.
-Ya. Pensarás que estoy loca pero... lo he tirado.
-¿Qué has tirado el qué? -Sarah no entendía.
-Como no me llamaba pues... tiré el teléfono a la basura. No me digas nada, ya sé que estoy un poco mal de la cabeza -una mueca triste se dibujó en su rostro.
-No estás loca, niña. Sólo enamorada.
-¿Enamorada? ¡No digas tonterías! -de un salto Laura se levantó del taburete.
-Pero, Laura... -empezó Sarah.
-Creo que los Stuart nos reclaman. Ahora vuelvo -cogió la bandeja que Sarah había dejado sobre la barra y salió a la terraza, hacia la mesa.
Sarah la observaba.
-Vaya, vaya, esto sí que es una sorpresa -se dijo Sarah a sí misma. -¿Quién me iba a decir que algún día vería esto?
-¿Verías el qué? -Laura había entrado ya al salón. -Ayúdame con los sándwiches. Mientras yo preparo los cócteles.
Sarah pasó tras la barra. Leyó la nota que había tomado Laura y comenzó a preparar los emparedados: uno de atún, dos de cangrejo y uno de jamón.
-Jamás pensé que vería a la fría Laura Southgate enamorada -viendo que Laura abría la boca para interrumpirla dijo: -Y ni se te ocurra negarlo.
Su amiga cerró la boca. La miró con los ojos brillantes. Cogió los sándwiches y los cócteles y salió a la terraza.
Cuando regresó se sentó en el taburete frente a Sarah.
-¿Y qué hago, Sarah? Esto no me había pasado nunca antes. Estoy perdida.
-No pasa nada, cielo. No hace falta ser un genio para ver que Roy está totalmente loco por ti. Sólo necesita saber que él también te interesa.
-¡Pero si a mí él me interesa! -casi gritó Laura.
-Pues llámale. Sólo una llamada -viendo que Laura se resisitía a llamarlo Sarah se acercó al final de la barra y descolgó el teléfono -Ya ves, es muy sencillo.
Laura respiró profundamente. Se levantó de su taburete y cogió el auricular. Con las manos temblorosas marcó el número de Roy.
-Hola Roy. Soy yo. Sólo quería...
Sarah se alejó, no quería entrometerse. Nuevamente los Stuart reclamaron su presencia: querían la cuenta. Sarah les presentó la cuenta y una vez se marcharon limpió la mesa.
Mientras la limpiaba alguien la abrazó por la cintura. Sorprendida, se dio la vuelta. Laura la abrazó por la cintura. Sorprendida, se dio la vuelta. Laura la miraba sonriente: toda su cara parecía sonreír.
-Por lo que veo, todo ha ido bien -le dijo mientras ambas caminaban hacia el interior del local.
-De maravilla. Hemos quedado después. Tenemos mucho de lo que hablar ¡soy tan feliz! -acompañó sus palabras con dos sonoros besos en las mejillas de la sorprendida Sarah.
-Esto hay que celebrarlo, ¿qué tal si nos tomamos un buen trozo de pastel de chocolate y un batido? -dijo Sarah colocando frente a ellas un gran pedazo de pastel.
-Mmmmmmmmmmmmmmmmmm... este pastel es casi un pecado, ¡qué rico! -Laura se limpió la boca con una servilleta, bebió un trago de batido  y preguntó a Sarah -Y tú, ¿qué tal con William?
-Muy bien, es un hombre excelente.
-Madre mía, Sarah, por como has descrito a ese hombre cualquiera diría que es tu abuelo. Tú no le quieres. Las dos sabemos perfectamente de quién estás enamorada. Y ese no es William.
-No digas tonterías, Laura. William no es mi abuelo. Es un hombre excel... maravilloso, que me quiere, que adora a Paul... Yo no quiero seguir así. Quiero que Paul tenga una figura paterna, alguien en quien confiar, quiero que mi hijo...
Laura la interrumpió.
-Pero Sarah, no puedes estar con un hombre sólo porque creas que Paul necesita un padre. No es justo para nadie: ni para ti, ni para Paul... y mucho menos para William. No es justo y tú lo sabes, Sarah. Además, no...
-Déjame, Laura. La decisión ya está tomada. Yo.... Paul va a ser muy feliz, quiere mucho a William; sé que haré a William muy feliz y yo...
-Tú, ¿qué, Sarah? ¿Realmente crees todo lo que estás diciendo? Si hay alguien que a ti te interese, ese no es William y las dos lo sabemos. Puede que tú no quieras verlo, pero eso es así. Le amas Amas a Alfred Gonzales no a William O'Connor. Si sigues con William lo único que conseguirás es arruinar vuestras vidas, incluyendo la de Paul.
-¿Crees que no he reflexionado sobre esto, Laura? Es una decisión meditada, muy meditada, y además ya está tomada. He vivido siete años sin amor así que no veo el problema en que no esté enamorada de William; sé que, con el tiempo, algún día lo estaré. Y hasta que eso ocurra no permitiré que nadie sea infeliz. Paul es lo más importante para mí y, con respecto a William, yo nunca, escúchame bien, nunca le haría daño. Y de este tema no hay nada más que hablar.
Laura comprendión que no había nada que ella pudiera hacer o decir para convencerla de lo contrario. Sarah era ante todo madre y pensaba, erróneamente, que lo mejor para Paul era convertir a William en su padre. No veía que lo más importante para Paul era verla feliz.
Nuevamente las campanillas sonaron. Roy entró. Al verlo, Laura se abalanzó sobre él, cubriéndolo de besos.
-Marchaos. Yo me encargo de todo -dijo Sarah.

viernes, 16 de diciembre de 2011

LA PELI DEL FINDE

Para este fin de semana previo a las Navidades la película recomendada es "Mi vida sin mí" de Isabel Coixet. No soy especial seguidora de esta directora pero este film es una pequeña joya.    
La peli nos cuenta la historia de Ann, una joven que a sus veintitrés años está casada, tiene dos hijos, vive en una caravana en el jardín de la casa de su madre y trabaja limpiando la Universidad.  Todo cambia cuando un día Ann visita al médico y una noticia trastornará su vida y la concepción que ella tiene sobre todas las cosas.  Y se dará cuenta de todas las facetas por disfrutar que la vida ofrece.
Es un auténtico dramón en toda regla que a buen seguro os hará llorar pero que  os recomiendo encarecidamente. Eso sí, tened a mano unos cuantos pañuelos.
Ahora es vuestro turno, ¿cuáles son vuestras películas dramáticas imprescindibles? ¿O sois de los que no os interesan este tipo de películas?
¡¡¡FELIZ FIN DE SEMANA!!!                            


martes, 13 de diciembre de 2011

CAPÍTULO 21

Steven Taylor llegó al hospital enfurecido por lo que Anya le había contado por teléfono. ¿Quién se ha pensado Alfred que es? ¡Sarah era suya y de nadie más! ¡Él era el dueño de media ciudad y no iba a ser el hijo de su ama de llaves el que se metiese por el medio de su relación con Sarah!
-¡Pequeño bastardo! -dijo entre dientes Steven, empujando las puertas de la entrada del hospital.
Subió hasta la habitación donde se encontraba Anita, notando cómo la ira se había apoderado de él. Cada minuto que pasaba sentía cómo la cólera crecía y crecía dentro de sí, ni la visión de Anita en aquella cama llena de tubos y conectada a varios monitores fue capaz de apaciguar a Steven.
-¡Anita! -su voz sonó como un latigazo en el silencio de la habitación.
Ella entreabrió los ojos y se enfrentó a la gélida y enfurecida mirada de Steven Taylor.
-Steven... -susurró Anita -¿Qué haces aquí? -su voz sonó desfallecida.
-Quiero que tu hijo se vaya de la ciudad mañana mismo -su tono era duro, no pedía, ordenaba sin más y había que acatar sus órdenes sin dilación.
-No quiero verlo rondando por mi casa nunca más, si sabes lo que es mejor para él y para ti, le dirás que se marche.
Anita escuchaba a Steven y no dejaba de pensar cómo en algún momento del pasado pudo estar enamorada de aquel hombre y engañarse a sí misma pensando que significaba algo para él.
Empezó a sonreír y luego a reír muy bajito, casi como si le diera miedo el sonido de su propia risa.
-¿De qué te ríes, vieja tonta? ¡Estoy más que harto de ti! ¡Harto! ¿Me oyes? ¡De ti y de ese hijo bastardo tuyo! -chilló fuera de sí Steven.
Anita seguía riendo. ¡Qué gracia le hacía la vida! ¡Qué gracia y qué pena! Toda la vida buscando fuerzas para enfrentarse a él y decirle la verdad y ahora precisamente, cuando no le quedaban fuerzas, no tenía más remedio que contársela.
-¡Debería haberte despedido cuando regresaste con tu hijo! ¡Deberías haberte quedado con el imbécil que te dejó embarazada! Me habrías ahorrado un montón de problemas -Steven Taylor continuaba con sus reproches de pie junto a la cama, con los puños cerrados, como si en cualquier momento se dispusiera a golpear el pequeño cuerpo de Anita.
-Es tu hijo... Steven -susurró Anita.
-¿Qué dices? Estás totalmente loca...
-Steven, Alfred es tu hijo -insistió.
Taylor recibió aquellas palabras como un mazazo, lentamente llegó a comprender lo que Anita le estaba diciendo.
-¿Alfred es hijo mío? -pensó anonadado.
Soltó una breve y amarga carcajada.
-¡Mi hijo! ¡Alfred es mi hijo! -repetía.
Acercó su rostro a la cara de Anita.
-Pues con más motivo, que se vaya y no vuelva -dijo con los dientes apretados.
-¿Cómo puedes ser tan mezquino? -murmuró Anita desfallecida.
-Puedo ser lo que quiera, soy Steven Taylor -susurró a pocos centímetros del rostro de Anita -Te lo advierto, haz que se marche o se arrepentirá.
Taylor se incorporó y sin dejar de mirarla le dijo:
-Mañana, sin falta...
Salió de la habitación con una media sonrisa dibujada en su cara que le daba un aspecto desagradable. Subió a su coche y se dirigió al Country Club donde le esperaba Anya.



Steven llegó al Country Club diez minutos antes de la hora en que había quedado con Anya. Abrió la puerta del local y echó un vistazo alrededor, no la vio, así que se dirigió directamente a la barra donde pidió una cerveza.
Acodado en la barra del bar, Steven todavía tenía en su retina la visión de Anita acostada en aquella cama y las duras palabras que le había dicho.
-¡Vaya, vaya con la pequeña zorra, así que el bastardo era mi hijo! -pensó -¡Qué callado se lo tenía! De todas formas, ¿por qué tengo que creerme lo que me diga, así sin más? ¿Y si fuese mentira? Pero, por otro lado, ¿por qué mentir ahora, precisamente ahora que se está muriendo? Bueno, y a mí qué me importa. Lo único que me interesa es que ese hijo de perra no se meta entre Sarah y yo. Sarah tiene que ser mía. Soy Steven Taylor y todo lo que quiero lo consigo, más tarde o más temprano, pero al final lo consigo.
-Hola Steven -la voz de Anya cortó sus pensamientos -¿nos sentamos?
Steven pidió una copa de vino blanco para ella y con las bebidas en la mano se dirigieron hacia una mesa apartdad donde podrían hablar con más tranquilidad. El rostro de Anya todavía conservaba rastros de la cólera que le había embargado.
-Bueno Steven, tenemos que hacer algo con esa camarera tuya que se ha interpuesto en mi camino -le miraba a los ojos y en su expresión Taylor vio que aquella mujer era como él, lo que quería lo conseguía y por cualquier medio.
-Te voy a ser franco Anya. Estoy enamorado de Sarah Slater, así que esta situación me pone tan enfermo como a ti -Steven vio que el rostro de Anya cambiaba, sus labios se curvaron en una sonrisa maliciosa y los ojos se entrecerraron, en ellos pudo distinguir una chispa de maldad.
-Haré lo que sea para acabar con esa tierna historia de amor. ¡Me asquea! ¡Sólo pensar que en estos momentos puedan estar juntos me pone enferma! -añadió Anya.
-¿Puedo contar con tu ayuda? -inquirió Steven.
-Soy toda tuya, querido. ¿Tienes algo en mente? -rió Anya con una carcajada.
-Podría ser. Mañana por la noche, necesito que pases por delante de los grandes ventanales dle Taylor's, digamos a las ocho. ¿Podrás conseguir que Alfred te acompañe? -sugirió Steven.
-Sin problemas, ya me las arreglaré con Alfred -contestó Anya -Pero, ¿no me vas a decir de qué se trata?
-Será una sorpresa. Sobre todo para tu amiguito Alfred -respondió Steven sonriendo maliciosamente. -Tú preocúpate de que mire a través de los ventanales, el resto déjamelo a mí.
Anya y Steven levantaron sus vasos y brindaron. Se quedaron en silencio, cada uno prisionero de sus propios pensamientos.

viernes, 9 de diciembre de 2011

LA PELI DEL FINDE

Esta es una de esas películas que ves sin esperar demasiado pero que te acaba entusiasmando, ¿os ha pasado alguna vez?      El protagonista, Jose Coronado, es aparentemente un hombre de éxito que lo ha conseguido todo: una brillante carrera como economista del Banco de España y una bonita familia que le adora. Sin embargo, un día se cruza en su camino una joven estudiante, Marta Etura, que hará que el equilibrio sobre el que había construido toda su vida se tambalee. Una peli que engancha y estremece, sobre todo porque está basada en hechos reales. Y ahora es vuestro turno, ¿qué películas de las que no esperabais demasiado os han acabado enganchando? 

martes, 6 de diciembre de 2011

CAPÍTULO 20

Anya estaba recostada en una hamaca que adquirió en México en su último viaje a la capital por motivos de trabajo. Era muy confortable y aprovechaba esos momentos de tranquilidad para tomar el sol y descansar. Esta vez estaba hojeando una prestigiosa revista de moda que acababa de llegar por correo desde Nueva York. Anya había recibido una educación muy exclusiva formando a una excelente profesional y también moldeando a una persona de carácter, fuerte, preparada para liderar cualquier empresa o grupo de trabajo. 
 Desde bien pequeña había triunfado en los objetivos que se había propuesto y no conocía la derrota. Nunca había permitido que nadie le arrebatara lo que creía suyo. Conocía muy bien las grandes ciudades del país puesto que en algunas residió como estudiantes universitaria y en otras había estado bien por motivos laborales o bien por placer...                                                                                                                                       
Conocía también importantes ciudades europeas, sobre todo Londres, donde residió un par de años. Durante ese tiempo aprovechó para viajar a París, Barcelona, Lisboa, Roma.... El clima de estas últimas ciudades era muy parecido al de Green Valley y le encantaba asomarse a cualquier balcón para sentir los cálidos rayos de sol que tanto añoraba estando en Londres.  Era una  mujer elegante y cosmopolita. Dedicaba gran parte de su tiempo al cuidado de su cuerpo: deporte, cosmética, tratamientos de belleza... Anya era sinónimo de belleza deslumbrante y ella lo sabía. Vestía con las tendencias más novedosas. Conocía a la perfección tejidos, colores y formas. Era amante de las más importantes pasarelas de moda: Milán, París, Nueva York, Londres.... y siempre que su trabajo se lo permitía asistía a estos eventos.                                                                             
Se sentía viva en las ciudades, rodeada de enormes edificios, anchas avenidas, exclusivas tiendas de moda, el ir y venir incesante de la gente... todo esto le producía una agradable sensación de bienestar. Un bienestar que no encontraba de la misma manera en Green Valley, al que consideraba su balneario particular, un espacio de relax hecho a su medida. Se sentía dueña de todo lo que la rodeaba. Sin embargo, en Green Valley también encontraba muy fácilmente el aburrimiento y la soledad.  Anya había vivido siempre rodeada de lujos y sofisticación. Las diferentes casas que poseía a lo largo de todo el país albergaban muchas obras de arte. Cada una de las casas tenía un estilo muy diferenciado: desde el clásico de la mansión de Green Valley hasta el más moderno del apartamento frente a Central Park. Todas sus casas tenían una exquisita decoración creada siempre desde el equilibrio y las tendencias más vanguardistas.

 Anya no sólo tenía una hermosa casa en todas las ciudades importantes del país sino que también tenía un amante en cada una de ellas. Había conquistado a infinidad de hombres que, atraídos por su sensualidad y su explosivo atractivo, habían accedido a todos y cada uno de sus deseos. Siempre complacida, Anya se sentía triunfadora en cada una de sus conquistas. Le encantaba divertirse con ellos, y lo conseguía, porque ella siempre tenía el control y esto la fascinaba.   Salir a cenar a un buen restaurante, bailar durante horas en algún local de moda, recibir regalos carísimos, viajar a lugares exóticos.... estas eran algunas de las actividades que Anya controlaba a la perfección; en este tipo de situaciones se desenvolvía majestuosamente.   No alcanzaba a recordar todas las noches compartidas con algún hombre. Incluso en las escenas más íntimas ella continuaba teniendo el control. Los hombres la dejaban hacer a su antojo. Incontables habían sido las noches de pasión descontrolada.    Sus amantes la llamaban constantemente, deseando volver a tener otra cita con ella. Anya no se preocupaba en absoluto por esto, ella iba y venía donde quería, no le inquietaba en absoluto, cuando ella les llamaba ellos acudían de inmediato, deseando complacerla.   

Nunca buscó el amor en ninguno de sus amantes y es que ella no pretendía encontrarlo. Muy rara vez había pensado en ello y es que Anya entendía el amor como un terrible dolor de cabeza.     Anya no estaba dispuesta a aguantar a un hombre que estuviera todo el día detrás de ella molestándola para cuestiones absurdas y, en ningún caso, estaba dispuesta a ceder a ninguna petición de otra persona.Jamás.                      Veía como un gravísimo error que la gente se enamorara de una única persona. Había millones de hombres con los que pasar un buen rato, ella recordaba a decenas pero sabía que aún existían muchísimos más con los que disfrutarlo.
                                                                                            
En la revista, le llamó la atención sobremanera uno de los modelos masculinos ¡era guapísimo! y le recordaba a Alfred. Recordó lo ocurrido en la barbacoa y, aunque creía tener la razón, sabía que debería disculparse con él si quería obtener lo que ella deseaba. Se preguntaba cómo era posible que la madre de Alfred fuera mexicana, Anya no había apreciado ningún rasgo concreto que delatara su procedencia. 
                                                                                                                                      
No estaba preocupada ni arrepentida por su comentario inadecuado. Ahora solamente debía pensar qué haría para volver a encandilar a Alfred y poder disfrutar de él durante toda la noche.     Imaginaba a Alfred tumbado en su cama, semidesnudo, con la cabez apoyada en sus robustos brazos y sus manos entrelazadas detrás del cuello. La miraba con extrema pasión, su mirada recorría el cuerpo de Anya. Ella, de pie, frente a él. Vestida únicamente con un sexy conjunto de lencería del que se despojaría con sensualidad, mientras Alfred se incorporaba poco a poco de la cama, muy lentamente, buscando su cuerpo y deseando desnudarla por completo para así hacerle el amor salvajemente durante toda la noche.                                                                                                                          

La revista de moda cayó al césped y esto la sacó de su ensoñación.   Sonrió, dejando entrever lo erótico de sus pensamientos. En aquel momento se propuso pasar la noche con él y Anya siempre alcanzaba sus metas.   Se quedó algunos minutos en la hamaca recordando a Alfred. A Anya le encantaba ese hombre, quizá lo que más era el punto de inocencia que le encontraba. Punto que, después de aquella noche, desaparecería para siempre, pensó.      Subió la escalinata de la casa rápidamente, debía darse prisa si aún quería encontrar a Alfred en la piscina; ella sabía que tenía curso hasta mediodía y que después se quedaba preparando  futuras clases, limpiando la piscina y ordenando el material que utilizaba con los principiantes. No importaba demasiado si no lo encontraba en la piscina, buscaría también en su apartamento, en el Country Club... lo encontraría y se lo llevaría con ella, ¡esto seguro! pensó Anya mientras coqueteaba con su pelo frente al gran armario de su habitación.                                                                                                  Observaba su armario de parte a parte, era enorme, interminable. Contenía docenas de vestidos maravillosos, algunos más llamativos que otros; toda la gama de colores se encontraba en él. Anya pensaba cuál se pondría. Debía ser realmente espectacular, pues debía conseguir el perdón de Alfred para que accediera a todo lo que ella le propusiera después.     Algunos de los vestidos él ya los había visto y otros no los encontraba apropiados para la ocasión. Del repleto guardarropa eligió algunos: uno de ellos largo y vaporoso, otro estampado y muy primaveral y un tercero corto y rojo para lucir las larguísimas piernas. Se decantó por este último después de probárselo. Le permitía lucir hombros y mostrar su bello escote, favorecía su silueta y mostraba sus estilizadas piernas. La tonalidad del vestido atraería inmediatamente la atención de Alfred, pues no podría ser indiferente a tal belleza. Estaba realmente espectacular y él también la encontraría así.        Se sentó frente al tocador, donde comenzó a hacerse un moño bajo. El pelo recogido daría más fuerza a sus hombros y escote. Anya buscaba la perfección, como era habitual en ella. Mientras terminaba con el pelo pensaba en cómo se comportaría Alfred. Lo imaginaba boquiabierto, quizá tartamudearía y en ese momento ella podría pedirle lo que quisiera porque le sería concedido, sin ninguna duda.        Los ojos de Anya brillaban en el espejo del tocador, desprendían energía, se sentía poderosa. Esta misma situación la había sentido con cada uno de los hombres con los que había salido, pues eran sensaciones perennes en ella que la satisfacían enormemente.                                                         Comprobó que todo estaba bien ayudándose de otro espejo para visualizar su trabajo. Se felicitó.         -¡Magnífico! -afirmó Anya en voz alta.                                                                                         

  Ahora debía maquillarse. Dedicó bastante tiempo a ello. Delineó con mucha delicadeza el lápiz negro de ojos. Aplicó un punto de luz con sombra beige en el lagrimal. Después extendió por todo el párpado móvil la sombra color gris antracita para así hacer el contraste con el beige y dar intensidad a su mirada.                                                                                                                                            

Anya sabía que el mejor aliado para dar una mirada viva y seductora era un buen rizador de pestañas. Lo aplicó con un suave movimiento de zigzag y así las alargó. Perfiló sus labios con sensualidad y los enrojeció con la misma tonalidad que el vestido, aclarando levemente el color del labio inferior.      Extendió cuidadosamente el colorete por sus mejillas, para resaltar aún más sus pómulos.  Se calzó unas sandalias doradas de altísimo tacón y preparó el bolso a conjunto para poder dirigirse al coche y encontrar a Alfred. ¡Estaba preparada!                                                                            

Mientras conducía hacia el Taylor's Coffee Shop Anya visualizaba la escena con Alfred. Si estaba de espaldas, quizás le taparía los ojos para así sorprenderle y en el momento en el que él se girara quedaría tan fascinado que no le haría falta ni disculparse por el incidente de la barbacoa. No. No se disculparía. Incluso Alfred lo habría olvidado y, si no era así, al verla tan bella y deslumbrante no se atrevería a decirle nada, estaba segura. Y así ella volvería a dominar la situación.  Si no lo pudiera sorprender, se dirigiría a él directamente y le besaría apasionadamente. Sería irresistible. Si no  estuviera   en la piscina y lo encontrara en su apartamento todo sería más fácil, pues así no tendrían que desplazarse a ningún otro sitio y la tan esperada noche de pasión tendría comienzo y fin allí mismo.                                                                                                                                                  

  El apartamento de Alfred era un lugar acogedor, en el que Anya se sentía muy cómoda. Lo que más le gustaba era la enorme cama de Alfred, seguro que también era muy confortable.   El Country Club también era  un buen lugar de encuentro. Podrían tomar unas copas antes de salir a cenar a algún restaurante para después acabar la noche más animados  y deshinibidos. Turbar un poquito a Alfred también era una buena estrategia para que olvidara por completo el incidente con su madre, pensó Anya mientras aparcaba en el aparcamiento principal del Taylor's Coffee Shop su jaguar color plata.                                                                                                                                        

Anya entró, como era habitual en ella, de manera señorial mientras se acercaba a la terraza de la cafetería. Los pocos clientes de las mesas se giraron sorprendidos al ver tal belleza. Anya marcaba muy bien sus pasos dejando el fuerte sonido de sus tacones impactar sobre el parquet. ¡Deslumbrante! Miró hacia la barra de la cafetería, donde vio a Laura a través de los cristales que la separaban de la terraza exterior. Anya cortó violentamente la mirada de Laura para dirigirla a los socios del Taylor's Coffee Shop y saludar muy amablemente a uno de ellos, amigo de sus padres.     Alfred no estaba en la cafetería y sabía que no encontraría nada interesante allí. Mientras atravesaba el pequeño y cuidado jardín para adentrarse en el edificio del spa  pensaba en que seguramente tendría que haber ido a casa de Alfred directamente, era tarde para que él estuviera en el Taylor's Coffee Shop.  
 Recorrió el edificio del spa sigilosamente, esta vez caminó de puntillas para que Alfred no pudiera oír sus tacones, así le sorprendería por detrás. Quizá lo empujaría a la piscina, así podría acompañarle a las duchas y ayudarle a secarse. Una sonrisa pícara iluminó el rostro de Anya.   Le pareció escuchar a lo lejos la voz de Alfred, aunque el ruido del agua y la música que se escuchaba por los distintos altavoces que había en el edificio, le dificultaban el poder asegurarse de si era o no él. Dejó escapar una carcajada, provocada por lo divertido que aquello le parecía.   Llegó hasta las puertas batientes que separaban la recepción de la piscina. Oyó una voz femenina, esto le hizo imaginar que Alfred tenía compañía. No quiso irrumpir en la piscina para así poder escuchar la conversación sin ser advertida por quienes allí estuvieran.  Se escondió detrás de una de las puertas, desde donde podía escuchar perfectamente el diálogo. Reconoció a una de las camareras del Taylor's Coffee Shop, la que había derramado sus copas. Reconoció a Sarah.                                                Anya se preguntaba de qué estarían hablando Alfred y ella. Sarah era una simple camarera; era vulgar, no era hermosa y estaba segura de que aquella mujer no podía despertar en Alfred ningún tipo de instinto.                                                                                                                                                   Esperaba que acabaran pronto de hablar, que Sarah se marchara de la piscina y así poder sorprender a Alfred. Ahora era él quien hablaba a Sarah. Anya puso muchísima atención para descubrir de qué charlaban.                                                                                                                                                     -Verás, Sarah, me gustaría agradecerte una vez más tu interés por el estado de mi madre -dijo Alfred tomando las manos de Sarah delicadamente entre las suyas.                                                                      -Alfred, no tienes que agradecerme nada. Anita es una mujer maravillosa y de verdad que me angustié mucho al enterarme de lo ocurrido -explicó dejándose acariciar por Alfred.     El corazón de Sarah latía muy rápido. Estaba exaltada por la situación. Alfred había cogido sus manos para entrelazarlas a las suyas. Se había aproximado más a ella. La miraba fijamente a los ojos, pero ella no podía corresponderle con la misma mirada ya que sentía mucha vergüenza al haberse sonrojado de aquella manera tan evidente.                   Sarah percibía en la mirada de Alfred una indecisión inusual en él. Pensó que podría ser miedo por lo que le pudiera ocurrir a Anita, pues él sentía un profundo amor por su madre y si algo ocurriera su vida cambiaría por completo. Sarah no llegaba a descubrir exactamente por qué Alfred tenía aquella expresión tan desconocida para ella. Estaba sorprendida por la amabilidad y la dulzura con que se dirigía a ella, alguna cosa debía haber ocurrido para que él se comportara así. Ella apreciaba cómo Alfred pretendía acercarse, mostraba lo importante que era Sarah para él y ella no era indiferente a estas nuevas sensaciones que él le transmitía.   Finalmente, decidió preguntarle qué era lo que le ocurría.                                                   -Alfred, ¿estás bien? ¿Ocurre alguna cosa con la que yo pueda ayudate? Sabes que puedes contar conmigo -dijo Sarah apretando las manos de Alfred para así mostrarle su apoyo en esos momentos tan difíciles.                                   

  Él la miraba intensamente a los ojos. Su respiración se aceleró. No apartó su mirada ni un solo segundo mientras despegaba una de sus manos de las de Sarah para acariciar sus labios y recorrer con ella su barbilla y su cuello.    Ella apreció cómo los ojos de Alfred se humedecieron, aunque sus ojos le seguían dedicando con la misma intensidad aquellas miradas tan penetrantes. Alfred humedeció sus labios y se acercó aún más a Sarah. Rodeó con sus brazos su delgada cintura.                                                                                       -Sarah, estos últimos días he pensado mucho en ti. He recordado el domingo que pasamos juntos -dijo Alfred. -Me he dado cuenta de lo maravillosa que eres. Déjame acercarme más a ti para demostrarte lo que siento -le pidió Alfred besándola con un delicado y tierno beso.                                                

Sarah se sentía plena. No podía creer las palabras que escuchaba de boca de Alfred. ¡Lo había imaginado tantas veces!    Había cerrado sus ojos para poder disfrutar de aquel maravilloso beso que él le regalaba. Sintió sus labios como nunca antes lo había sentido con otra persona. Respiró profundamente y aunque ahora en su pecho latía un ferviente corazón que parecía intentar liberarse, no le importaba que Alfred apreciara su nerviosismo. Deseaba entregarse a él por completo, aceptar ciegamente lo que él le proponía y disfrutar, como tantas veces había soñado, del calor y el amor de Alfred.                                          

    -Tienes unos ojos preciosos. Sé que has sufrido mucho y que has derramado muchas lágrimas por todos los problemas que has vivido, pero déjame que yo te cuide para que nunca más vuelvas a llorar por tristeza o dolor, para que llores sólo de alegría. Una inmensa felicidad que prometo ofrecerte día a día -dijo Alfred mientras acercaba sus labios temblorosos a los de Sarah.       Los dos se fundieron en un apasionado beso. Dos lágrimas recorrieron las mejillas de Sarah al darse cuenta de lo que estaba viviendo. ¡No era justo!      Todo su cuerpo temblaba de pasión. Sabía que a Alfred le ocurría lo mismo y los dos cuerpos se estremecieron de placer al sentir aquella fuerza que les recorría.

 Anya no podía creer lo que acababa de escuchar. Maldecía una y otra vez a Sarah. La odiaba por haberle arrebatado al hombre que estaba a punto de conquistar. No daba crédito a lo sucedido. Su ira le pedía interrumpir la escena entre Alfred y Sarah para desahogar toda su rabia sobre ella y gritarle lo que pensaba en aquellos momentos. Pero reflexionó por un instante y decidió actuar de otro modo.  Sus ojos mostraron una mirada maligna. Sabía lo que debía hacer. Apretó con firmeza sus puños y esbozó una media sonrisa vengativa. Volvió a salir del edificio sin ser    escuchada y se marchó del recinto. Tenía que llamar a Steven Taylor y contarle lo que había presenciado.                              

  Sarah se separó de Alfred violentamente. Debía ser fuerte y luchar contra sus sentimientos. Ella estaba con otra persona y ahora no podía renegar de la decisión que había tomado. Alfred se había equivocado al declararle su amor. Ahora ya era demasiado tarde.                                                        

-¿Qué ocurre Sarah? No entiendo por qué.... -preguntó Alfred muy asombrado.                                       -Te amo. ¡No sabes cuánto! Este amor me invadió desde la primera vez que te vi. Noche tras noche te he soñado a mi lado. He imaginado miles de veces este momento, aunque jamás tan intenso ni tan bonito como tú acabas de hacerlo. Imaginaba que íbamos a cenar a un romántico restaurante. Imaginaba que paseábamos por las calles de Green Valley cogidos de la mano, mirándonos tiernamente a los ojos y besándonos bajo cada farola. Toda la gente nos miraba extrañada al descubrir nuestro amor, pero nosotros no nos avergonzábamos de lo que sentíamos y sonreíamos y saludábamos a todos ellos. -Sarah comenzó a llorar. -Imaginaba que acudíamos juntos a trabajar cada mañana y que en tus descansos pasabas a saludarme y a susurrarme al oído que me habías echado mucho de menos, que eran interminables los minutos separados de mí. Imaginaba que me vendabas los ojos y me conducías en secreto hasta una maravillosa cascada de agua cristalina donde nos bañábamos desnudos y nos amábamos hasta el anochecer. Imaginaba que decorábamos nuestro hogar, los dos elegíamos al mismo tiempo los mismos objetos; nuestras manos se encontraban, nos sonreíamos y nos besábamos incansablemente felicitándonos. Imaginaba que pasaban los meses y los años pero nuestro amor nunca se marchitaba, envejecíamos juntos sintiendo en cada mirada y en cada beso la misma sensación de ahora.                                                                                                                                               

Sarah se secó las lágrimas de su rostro. Ya no se atrevía a mirar a Alfred. Miraba al suelo. Intentaba calmarse respirando profundamente.  
-Sarah... -Alfred estaba totalmente desconcertado.  Le había impactado la declaración de Sarah y ninguna palabra llegaba a articular. Quedó paralizado. La miraba sin parpadear, extasiado por lo que acababa de escuchar. No comprendía por qué ella se había apartado de su lado cuando acababa de decirle todo lo que sentía por él.   Estaba boquiabierto, tenía las manos abiertas y sus palmas miraban hacia el techo, los hombros encogidos pero inmóvil. Deseaba acercarse a ella, estrecharla entre sus brazos y prometerle todo aquello que había soñado cada día. Deseaba complacerla en todo. Se había dado cuenta de que la necesitaba a su lado, pues era la mujer que había estado esperando.                                                         -Sarah, ¿y entonces? -dijo Alfred tímidamente.                                                                                         -Lo siento, pero me he comprometido con otra persona. Espero que lo entiendas -contestó Sarah con voz temblorosa y sin mirarle a los ojos. 
 -Pero tú me quieres, ¿verdad? -volvió a preguntar Alfred reaccionando y cogiendo a Sarah de sus brazos.                                                                                                                                                      Ella se desasió de sus manos retrocediendo un paso, hizo un suave movimiento con su cabeza queriendo expresar una negación y salió corriendo del edificio.                                                                



Anya salió del edificio iracunda, mientras caminaba hacia su coche dando grandes zancadas, marcó el teléfono de Steven Taylor.                                                                                                                          -Steven debería haberme hecho caso. Tenía que haber despedido a esa boba de Sarah -pensaba llena de rabia y celos.                                                                                                                                     Cuando contestó, Anya dio rienda suelta a su enfado.                                                                                -¡Steven, te pedí que la despidieras! -chilló.
-¿Anya? ¿Eres tús? ¿Qué pasa?
-¡Te lo pedí y no me hiciste caso!
-Anya, no sé de qué me estás hablando. Cálmate, por favor y dime qué te ocurre -pidió Steven.
Anya inspiró varias veces hasta que, a duras penas, logró controlarse.
-Steven, acabo de ver a tu camarera Sarah y mi Alfred muy acaramelados en la piscina. Te pedí que te deshicieras de ella después de lo que sucedió aquella mañana, pero no lo has hecho y ahora la muy zorra se está camelando a mi chico -contó Anya con tono autoritario.
-¿Estás segura de lo que me estás contando?
-¿Que si estoy segura? Steven, ¿qué te pasa? ¿no me oyes? Te repito que los he visto con mis propios ojos. Los dos juntitos como dos tortolitos haciéndose carantoñas, daban verdadero asco -repitió Anya con tono mordaz. -Steven, tenemos que hacer algo, esa mosquita muerta no se va a reír de mí.
-Anya, ¿podemos vernos y hablar más despacio? -inquirió.
-Por supuesto querido, dime dónde y cuándo y allí estaré. Sólo por fastidiar a esa camarera de tres al cuarto soy capaz de cruzar medio país -contestó Anya.
-Nos vemos en el Country Club en una hora.
-Allí te veo, hasta luego -contestó Anya y cortó la llamada.

viernes, 2 de diciembre de 2011

LA PELI DEL FINDE

La peli de esta semana es una vieja comedia de Capra de 1944. El protagonista, Cary Grant, decide visitar a sus dulces y ancianas tías antes de irse de luna de miel.  Pero sus dulces tías no lo son tanto...         Si como yo sois un tanto "reacios" a las pelis en blanco y negro os pediría que vencierais esa reticencia puesto que es una muy, pero que muy, divertida película.                              Y ahora pido vuestra participación, ¿qué película clásica es vuestra favorita? ¿Qué clase de comedias preferís?

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