El amor y el odio son las pasiones que mueven el mundo. Escribir sobre ellas es mi pasión, sólo espero que leer mis palabras sea la tuya.
Clara.

martes, 11 de diciembre de 2012

CUENTOS DE AMOR, DESAMOR Y OTROS MALES -LUPE

LUPE

Absorta miraba por la ventana. El día era cálido y radiante; ni una sola nube empañaba el cielo. La gente paseaba por la calle y los niños jugaban en el parque. Lupe suspiró y volvió al trabajo. Tenía una montaña de trabajo sobre la mesa. Trabajó duramente y a las tres observó con satisfacción que casi había terminado toda su tarea. Se levantó, cogió su bolso, se despidió de sus compañeros y salió a la calle. Los rayos de sol acariciaron su rostro y después de muchas horas volvió a sentirse viva. Odiaba con todas sus fuerzas su trabajo ¡era absurdo,ridículo e irrelevante! ¡No producía nada! Y lo peor era que sabía que estaba condenada a él de por vida. Se paró en seco y dejó que los rayos de sol acariciaran su rostro ¿y si lo hacía? ¿y si lo dejaba todo e iniciaba una nueva vida? Una sonrisa amarga se dibujó en su rostro ¿dejarlo todo? A fin de cuentas lo único que la ataba a la ciudad era su trabajo: ni amigos, ni familia, ni pareja... solo un trabajo que la asfixiaba y del que sabía no tenía escapatoria. Siguió paseando y pensando si sería capaz ¿podría dejar la seguridad y la estabilidad que con tanto esfuerzo había conseguido y cambiarla por algo que la hiciera sentirse viva y feliz?
Durmió del tirón toda la noche. A la mañana siguiente se dirigió resuelta al departamento de personal y ante la incredulidad de todos solicitó una excedencia voluntaria. Sabía que no había marcha atrás, que nunca ya regresaría, que nunca volvería a ser admitida y sin embargo se sentía tan viva ¡y tan asustada! El resto de semana se le pasó en un suspiro y el viernes la sorprendió sin saber exactamente qué iba a hacer con su vida.
El sábado por primera vez en mucho tiempo se despertó contenta y con ganas de vivir. Desayunó con apetito, hizo las maletas y las cargó en el coche. Cerró la casa y sintió que se cerraba un capítulo en su vida.
Cogió el coche y condujo sin rumbo hasta salir de la ciudad. Tomó las rutas menos concurridas y sólo paró cuando sintió hambre.
Aparcó en el primer lugar que vio libre y decidió inspeccionar un poco la zona. Era un pueblo pequeño y agradable, se veía que vivía del turismo y estaban en plena temporada. Por todas partes se veían personas aquí y allá con el aspecto de alegre despreocupación que siempre tienen los veraneantes. Siguió caminando y en la pintoresca plaza del pueblo descubrió un bonito restaurante que llamó su atención. Estaban ocupadas todas las mesas, no así la barra así que hacia allí se encaminó. Un guapo y atento camarero rápidamente la atendió.
-¿Qué te pongo guapa?
¿Guapa? ¿Cuánto tiempo hacía que nadie la había llamado guapa? Miró su reflejo en el espejo que había tras la barra y observó el cambio que se había producido en ella. Ya no era la persona gris y anodina que dejaba pasar la vida en la ciudad ahora había algo en ella que gritaba que era una persona con ilusiones, con vida...
-¿Quieres que te ponga algo, no? -el camarero comenzaba a impacientarse ¡tenía tanto trabajo!
-Disculpa -y le sonrió con toda su alma. -Ponme una caña y un par de tapas, las dejo a tu elección.
-¡Marchando!
Observó con atención el pequeño pero encantador local. Decidió que le gustaba, estaba en paz consigo misma, se sentía tranquila y relajada...
¡PLAF!¡ZAS! ¡CRAS!
Un increíble estruendo la sacó de su tranquilidad. Salía de la cocina. Pero no solo el estruendo salía de allí también lo hacía a la vez un hombre menudo seguido de una mujer armada con un puñado de acelgas en las manos.
-¡¿Pero dónde te crees que vas?! No puedes destrozarme la cocina y largarte así sin más, no puedes dejarme tirada -le gritó.
-¡¿Que no puedo?! ¡Mírame! -dijo quitándose el mandil y arrojándoselo a la cara.

La mujer se quedó mirada pasmada cómo el hombrecillo iba alejándose murmurando. Observó la sala casi llena y el delantal en el suelo. Estaba paralizada y no podía reaccionar.
Instintivamente Lupe se levantó y se dirigió hacia ella. Recogió el mandil y se lo ofreció pero ella seguía sin reaccionar sólo hablaba entre dientes.
-¿Y ahora qué hago? ¿Qué hago?
El camarero se acercó a ellas y trató de sacarla de su estupor.
-Martina, por favor, reacciona. Sabes que esto se pondrá a tope en un rato. Hoy comienzan las fiestas, ¡Martina por favor! -y la zarandeó por los hombros.
Aquello la hizo volver en sí.
-Para hombre, ya estoy bien. Sólo tengo que trazar un plan. Habrá que cambiar la carta y el menú. Preparar platos menos elaborados. Al menos hasta que encontremos a alguien que nos ayude.
-Ya la habéis encontrado -Lupe ni siquiera sabía por qué había dicho eso. Nunca le había gustado cocinar aunque siempre había tenido buena mano.
-¿Y tú quién eres? -preguntó Martina impertinente.
-Es solo una clienta -respondió Luis, el camarero.
-Soy tu salvación. En un rato tendrás esto lleno, ¿no? Yo puedo ayudarte durante esta comida y luego ya , si quieres, hablamos.
-Ven conmigo. ¿Sabes pelar patatas? -dijo mientras le lanzaba el mandil.


Diez años después Lupe estaba sentada en un banco en la plaza. Los rayos de sol acariciaban su piel y se sentía viva. No habían sido años fáciles pero sí habían sido años felices, los mejores de su vida. Se había encontrado a sí misma, una familia y un amor. Desde la puerta del restaurante Luis la llamó.
-Venga holgazana que hoy empiezan las fiestas y hay mucho que hacer.

Entró en el restaurante y allí estaba Martina dando de comer al pequeño Pablo mientras Elena correteaba de un lado para otro.
-¡¡Mamá!! -dijo la pequeña lanzándose a los brazos de Lupe. Con ella en brazos caminó hasta Martina y la besó en los labios dulce y apasionadamente.


viernes, 14 de septiembre de 2012

CUENTOS DE AMOR, DESAMOR Y OTROS MALES -LOURDES


LOURDES



Ya habían pasado dos años desde que acabó su relación con Juan. Habían sido dos años muy duros, en los que le había costado mucho superar todo lo sucedido pero por fin, creía, había pasado página.

Nunca se hubiera podido imaginar que algo así podría sucederle a ella. Siempre había sido una mujer activa e independiente, nunca había supeditado su vida a la de ningún hombre. Hasta que conoció a Juan.

Se encontraron por primera vez a la salida de una exposición sobre Miró que se había organizado en el Museo de Arte Contemporáneo de la ciudad. Diluviaba y ambos se refugiaron bajo los soportales cercanos. Comenzaron a hablar, se gustaron y Lourdes le invitó a una copa.

Pocas semanas después ya convivían en casa de Juan. Lourdes canceló su alquiler y se mudó con él. Los primeros días fueron propios de un cuento de hadas. No supo cuándo empezó a cambiar la historia pero sí tenía fijado en su memoria el día en que por primera vez le puso la mano encima. Y también tenía grabado en su memoria que ella no hizo nada. Plantada frente a él se le quedó mirando y comenzó a sollozar quedamente. De inmediato, Juan la abrazó y se deshizo en disculpas. Besos, abrazos y la cama sellaron la reconciliación y no volvió a pensar en aquel primer golpe hasta que, meses después, llegaron más golpes. Ahí se inició una espiral de violencia de la que se vio incapaz de salir. Al final tuvo que agradecerle a Juan que se enamorara de otra y la echara de casa. Durante días, semanas le siguió y persiguió suplicándole una segunda oportunidad y no recibió de él más que burlas, desplantes y algún que otro empujón. Tuvo suerte y uno de esos días su amiga Mónica observó todo lo que sucedía. Corrió hacia ella y la recogió del suelo. Fue ella la que la ayudó a salir del pozo, la que le metió en la cabeza que aquello no era normal, la que la acompañó a reuniones de un grupo de apoyo de mujeres que habían pasado por situaciones similares. Vivieron juntas por espacio de año y medio durante el cual Mónica se ocupó plenamente de ella. Pero hacía apenas un par de meses que Mónica se había ido, una oferta de empleo irrechazable la había obligado a trasladarse a Canadá.

Lourdes no se vio con fuerzas de quedarse en la ciudad. Pidió un traslado y se marchó a otra ciudad; alquiló un pequeño apartamento e inició una nueva vida allí. Apenas llevaba un par de meses allí cuando conoció a Adrián. Le gustó pero todo lo que le había sucedido con Juan le hacía andarse con pies de plomo. Durante semanas apenas sí se veían una vez a la semana y no había más que besos furtivos. Adrián en todo momento se había mostrado comprensivo y nunca le había exigido ninguna explicación ni ningún reproche había salido de sus labios. Lourdes comenzó a sentirse cómoda con él, comenzó a sentir que podía fiarse de él y así poco a poco iniciaron una relación que Lourdes consideraba como noviazgo.

Una noche, un sábado, salieron a cenar. Decidieron encontrarse en el restaurante. Un breve saludo y se sentaron a la mesa. El camarero les tomó nota. Juan dijo:



-¿No te parece que ese vestido es muy escotado?



Lourdes no respondió, sin apenas mirarle se levantó de la silla y salió del restaurante no sin antes advertirle:



-Esto se acabó. No vuelvas a llamarme.

jueves, 6 de septiembre de 2012

CUENTOS DE AMOR, DESAMOR Y OTROS MALES -PATRICIA Y NICOLÁS

 
PATRICIA Y NICOLÁS
Patricia volvía contenta a casa. A sus cincuenta y pocos años volvía a sentirse segura y cómoda consigo misma. Apenas un par de meses atrás su única hija, Lucía, había abandonado el hogar familiar y se había independizado. Al principio les costó acostumbrarse a estar de nuevo a solas pero desde hacía un par de semanas sentía que ella y Nicolás volvían a ser la pareja que fueron.





Cuando entró en casa lo primero que vio fue una nota en el secreter que tenían en la entrada.

Patricia, me han telefoneado de la oficina. Tengo que solucionar un problema que ha surgido. No me esperes despierta. Nicolás”.

Suspiró y tiró la nota a la basura. En las últimas semanas Nicolás había estado más ocupado que nunca aunque a cambio el tiempo que pasaba con ella estaba más cariñoso.

Se duchó, se puso el pijama y se preparó una cena ligera que tomó sentada frente al televisor. A las doce, y viendo que Nicolás no regresaba, decidió acostarse. No le oyó llegar ni sintió el beso que le dio en la frente. Tampoco le oyó sollozar el el baño.





A solas en el baño y mirándose al espejo, Nicolás lloraba desconsolado. No podía creer lo que estaba haciendo. Se mojó la cara con agua fría y se obligó a observarse detenidamente.

-Nicolás, ¿qué estás haciendo con tu vida? Sabes que Patricia es la mujer de tu vida ¿por qué haces esto? ¡¿Por qué?!

No sabía muy bien cómo había empezado, pero fuera como fuera así era: estaba engañando a Patricia. Debajo del agua caliente de la ducha se esforzó en recordar. Cuando Lucía se fue de casa sintió un inmenso vacío en su interior. Se sentía viejo y acabado, sentía que estaba llegando al final de su vida y sentía que necesitaba algo en su vida, aunque no sabía qué. Durante ese tiempo apenas si hablaba con Patricia pues, aunque no conscientemente, ella le recordaba el paso de tiempo, que ambos se habían hecho viejos y él necesitaba desesperadamente sentirse de nuevo joven. Los días se le hacían eternos y apenas si soportaba que ella le hablara. Decidió apuntarse al gimnasio para así pasar menos tiempo en casa. Fue allí donde la conoció. Se llamaba Dolores y apenas si tenía treinta años (sólo cinco más que su hija) , coincidían en clase de natación y sin saber cómo un día se encontró tomando con ella una caña a la salida de clase. Al principio no supo o no quiso darse cuenta pero era evidente que a Dolores le gustaba y eso le halagaba. Empezó a cuidarse cada vez más y a ser más cariñoso con Patricia, era su forma de compensarla. Aún no la había engañado pero quizá ya intuía que iba a hacerlo. Comenzó a mentirle de forma sistemática para ocultarle sus encuentros, al principio inocentes, con Dolores. Cada nueva mentira le hacía sentir peor y por ello trataba de compensarla con regalitos o con detalles sin importancia que sabía que a Patricia le encantaban. Finalmente, hacía sólo quince días, había sucedido. Se acostó con Dolores. Después de clase ella le propuso ir a tomar una copa a su casa y allí consumó su engaño. Desde aquel día se habían visto con regularidad un par de veces a la semana. Dolores le hacía sentirse vivo y joven nuevamente y aunque cada vez los remordimientos eran mayores en ningún momento se había planteado dejar aquella aventura.

Salió de la ducha y se secó. Nuevamente plantado frente al espejo se observó con detenimiento y decidió que aquel no era el cuerpo de un viejo de sesenta años, que todavía era apuesto y deseable para las mujeres. Aquello no significaba nada y, además, no le hacía daño a Patricia. ¿Por qué iba a dejar algo que le hacía sentirse bien? Quería a Patricia pero Dolores le había devuelto la ilusión y mientras su mujer no lo descubriera todo iría bien. No tenía sentido seguir torturándose tanto. Patricia era feliz y él también, así que todos contentos.



Se metió en la cama junto a Patricia aunque ni siquiera la rozó. En cambio Patricia en cuanto notó que estaba allí, se acercó a él y se acurrucó junto a su pecho. Entre sueños murmuró:

-¡Qué bien, amor mío! Ya estás en casa. No sabes cuánto te quiero.

-Yo también Patricia. Duérmete.




 

martes, 31 de julio de 2012

LA PELI DEL FINDE


AVANTI!

Comedia romántica protagonizada por Jack Lemmon y Juliet Mills y dirigida por el genial Billy Wilder  en 1972. En español esta película se tituló como ”¿Qué pasó entre tu madre y mi padre?” pero el título original es “Avanti”. Una película encantadora, fácil de ver  y con una banda sonora magnífica, la canción “Senza fine” interpretada por Bertini Paoli    es una delicia. Película tremendamente recomendable para las largas tardes calurosas del verano, echada en el sofá y saboreando un café con hielo y una rodaja de limón. 

Esta es una de las pelis que te dejan un buen sabor y una sonrisa en los labios. 


¿Qué pensáis de las viejas películas? Personalmente me encantan y hay algunas que no deben dejarse de ver. Creo que voy a ir recomendando algunas que me apasionan, y me comentáis que os parecen. Aquí comienza una serie de “oldies”. Espero que os gusten.

jueves, 26 de julio de 2012

CUENTOS DE AMOR, DESAMOR Y OTROS MALES - AGUSTÍN



AGUSTÍN

Lo primero que hizo al abrir los ojos fue buscarla con la mirada. Giró la cabeza a la derecha y buscó su cabeza en la almohada. No estaba. Cerró los ojos y suspiró. 

Pasó un buen rato tumbado en la cama sin moverse mirando fijamente el techo.
Pasadas las diez decidió que ya era hora de levantarse. No le apetecía en absoluto pero sabía que no tenía otra opción. Fue a la cocina y preparó dos cafés con leche con tostadas. Lo puso
en una bandeja y lo llevó al salón, donde solía desayunar. 

Sólo se dio cuenta que había preparado dos tazas cuando fue a servirse el azúcar. Aquel pequeño detalle le hizo derrumbarse. Dejó la taza sobre la mesa auxiliar y sosteniendo su cabeza entre las manos sollozó amargamente. Aquello era lo más duro que nunca le había pasado en su vida y por primera vez se supo clarísimamente incapaz de superarlo.
 Emilia era y había sido el gran amor de su vida. De hecho, sonrió al recordarlo, había sido su único y verdadero amor.
Había pasado con ella los mejores momentos de su vida y recordaba todos los instantes que
habían compartido juntos. Recordó la primera vez que la vio, desde el primer segundo supo
que aquella mujer tenía que ser para él aunque ella no lo tuvo tan claro como él. De hecho, le
costó un par de meses conseguir que ella siquiera se fijara en él.
 

El teléfono le sacó de sus pensamientos. El identificador de llamadas le reveló que quien
llamaba era Martina, ¡pobrecita! Desde que todo había sucedido no había dejado de llamarle ni
un solo día y casi no le dejaba ni a sol ni sombra. Sin embargo, Agustín necesitaba sentir su
soledad. De hecho tenía que asumir que ahora estaba solo. Emilia no estaba y no iba a volver y él tenía que empezar a aprender a ser uno. Ya no eran Emilia y Agustín ahora sólo era Agustín, y le costaba aceptarlo.
Tomó una decisión. Con paso firme y seguro se dirigió al baño y se dio una larga ducha. Se
afeitó cuidadosamente, se perfumó y se puso sus mejores galas.
El tibio sol de marzo acarició su rostro cuando salió a la calle. Vacilante, dio sus primeros pasos en la calle tras meses de encierro voluntario. Pronto se fatigó y decidió sentarse en un banco cerca del precioso jardín que había cerca de su casa. Observó los rosales florecidos, las palomas que volaban entre los pinos y las jóvenes parejas que iniciaban su amor. Aquello le animó, aquello era la vida. Algunas cosas terminaban pero la vida seguía su discurrir implacable. El mundo no se había detenido; su mundo había dejado de existir pero el mundo seguía girando.
Inspiró y se levantó del banco. Sabía muy bien hacia dónde iba, era algo que había tratado de
evitar durante meses pero tenía que hacerlo. Tenía que hablar con ella y aclarar todo lo que
pasaba por su cabeza.
Disfrutó del paseo y apenas advirtió que había llegado a su destino. Atravesó la puerta de
entrada y aunque sólo había estado allí una vez no vaciló en ningún momento y en pocos
minutos estuvo frente a ella.
Todo el discurso que había preparado en su cabeza se le esfumó en cuanto la vio. Sus ojos se
llenaron de lágrimas y un sollozo se apoderó de su garganta. Se había prometido a sí mismo
que no lloraría, que estaría bien y que aquello era lo mejor para él. Sin embargo, en aquellos
instantes no podía recordar nada de eso.
Emilia le miraba sonriendo dulcemente, tal y como él la recordaba. No podía dejar de mirarla y
no podía evitar que aquella congoja se fuera apoderando de él. Pronto fue incapaz de
controlarse y lloró como un niño. No le importaba hacerlo ni que nadie le viera llorar, lo había
estado evitando todos aquellos meses pero supo que ya no podía más. Lloró y lloró. No supo
cuánto tiempo estuvo allí llorando sin poder hablar. Finalmente, con los ojos enrojecidos y la
voz ronca dijo:
-Emilia, desde que nos conocimos nunca había pasado tanto tiempo sin verte. Estos cuatro
meses han sido los más duros, amargos y difíciles de mi vida. No sé qué hago hoy aquí... Sólo
quería estar cerca de ti porque créeme, mi amor, que no sé, no puedo y no quiero vivir sin ti.
Sabía lo mucho que te quería, lo mucho que te quiero, pero nunca imaginé el dolor tan intenso
que sentiría si no estás conmigo. Estoy sordo, ciego y mudo sin ti. Eras el sol alrededor del cual orbitaba toda mi existencia y ahora que ya no estás no sé qué va a ser de mí. Dime ahora, ¿cómo quieres que siga viviendo sin ti?
Emilia, desde la foto de su lápida, le sonrió.

jueves, 19 de julio de 2012

CUENTOS DE AMOR, DESAMOR Y OTROS MALES - REGINA


REGINA 
Estaba cubierta de sudor. Había estado corriendo y su cuerpo reflejaba el esfuerzo que había realizado. El pelo todo enredado y cubierto de polvo, había perdido el brillo que normalmente tenía. Pensó que debía arreglarse pero primero tenía que descansar. 
Se acurrucó en su rincón preferido fresco y en penumbra. Lentamente su cuerpo se fue relajando y los músculos, antes en tensión, iban recuperando su flexibilidad. 
Estiró sus miembros simulando a un gato, aunque este pensamiento le produjo un escalofrío. Odiaba a los gatos. No podía resistir su presencia, incluso su olor le resultaba repugnante. 
Desechando estos pensamientos, entrecerró los ojos y se recreó en lo que esa noche podía suceder. Si se arreglaba bien, ésta podría ser su noche. 

Llevaba varios días buscando lo que toda hembra desea, un buen macho, fuerte y musculoso con un precioso par de ojos negros que te mirasen con un poco de desafío, que con una simple mirada te tuviesen a su merced. Sentir sus fuertes miembros alrededor de tu cuerpo, sentir su peso, su olor. Si, un macho así era lo que ella deseaba.

 Ahora lo sabía y su naturaleza de hembra pedía a gritos que se le complaciese.
 
De un salto lleno de vitalidad recobrada ya del cansancio, se dispuso a arreglarse. Se miró las manos y lo primero que vio fue la cicatriz que en forma de media luna le cruzaba dos dedos y el dorso de la mano. Aún recordaba con dolor el accidente que pudo costarle la vida pero que, gracias a su buena forma, sólo quedó en esto, una cicatriz.

Arrugó la nariz, espantando los dolorosos recuerdos. 

Se lavó la cara con cuidado deteniéndose en el arco de la cejar. Debía estar perfecto, a Regina le gustaba así. El pelo le tomó algo de trabajo, pues tenía un pequeño remolino en la parte alta de la cabeza que siempre le daba problemas, pero la insistencia de Regina venció en la batalla y al final el pelo esta brillante, limpio y en su sitio.

Dio unas vueltas sobre si misma mirándose y dándose por fin el visto bueno. Estaba perfecta.
 
Era el momento. La noche había caído sobre la ciudad y en los más recónditos rincones se daban cita las pasiones.

Regina se asomó a la calle percibiendo el hálito cálido de la noche.

Un grito espantoso estalló a su espalda, haciendo que Regina volviese la cabeza llena de temor.

-"Sólo era una mujer"- pensó con indiferencia - Siempre gritan cuando me ven, la verdad, no entiendo que tienen en contra de las ratas.

viernes, 22 de junio de 2012

LA PELI DEL FINDE

Cuando el duque de York asciende al trono de Inglaterra tras la abdicación de su hermano Eduardo VIII por su decisión de casarse con Wallis Simpson, se enfrenta con un gran problema: su tartamudez.

Para vencer este inconveniente contrata al poco ortodoxo Lionel Logue.

Una peli típicamente inglesa y absolutamente maravillosa.

¿Os gustan este tipo de películas? ¿Qué opináis de Colin Firth?

lunes, 18 de junio de 2012

CHRISTMAS SUN 14


Apenas faltaban tres días para el festival. Los días pasaban rápidos y felices para Asun. Su padre se había recuperado totalmente y ya estaba en casa. Ella repartía su tiempo entre sus padres, el festival y Roberto. Su vida había dado un giro radical y pese a todo se sentía feliz. Durante la convalecencia de su padre había recuperado su antigua idea de escribir una novela y ya tenía algunas ideas. Se sentía pletórica y en paz.

A mediodía, se despidió de Roberto y se encaminó hacia casa de sus padres. Encontró a su padre sentado en su butaca, colocada junto a la ventana. Los tibios rayos de sol se colaban por entre las cortinas.

-¡Hola papá! –saludó contenta besándolo con cariño.

-Hola cielo, ¿qué tal va todo? –preguntó tomándola de la mano con ternura.

-Ya sabes que no me gusta alardear pero creo que este festival va a ser recordado durante mucho tiempo –contestó ella – Por cierto, ¿qué es eso que huele tan bien?

Una voz desde la cocina respondió a su pregunta.

-Es cordero asado. Ven a ayudarme –gritó su madre desde allí.

Después de comer Francisco subió a descansar a su habitación. Su mujer le acompañó. Asun se quedó trabajando en su novela. Estaba entusiasmada. La vibración de su móvil la sacó del trabajo. Distraída leyó el mensaje. Esbozó una sonrisa. Te espero bajo el muérdago. Me muero por volver a tenerte entre mis brazos. Contestó el mensaje.

Diez minutos después su teléfono volvió a sonar. Distraída contestó:

-Roberto, por favor, necesito un poco de...

- Sun? Are you Sun? I’m Steve Thomson and I...

Asunción dejó de teclear en su ordenador y trató de concentrarse en lo que decía su interlocutor. La cabeza empezó a darle vueltas. Nueva York, Art&Fashion, incorporación inmediata...

Salió a la calle sin apenas abrocharse el abrigo, corriendo y con prisa por llegar a la escuela, donde sabía que encontraría a Roberto. Abrió la puerta y gritó:

-¡¡Roberto!! ¡¡Roberto!! ¿Dónde estás? ¡¡Roberto!!

-Pero bueno, ¿qué pasa? Asun, ¿Francisco está bien? ¿Ha ocurrido algo? –estaba asustado y el aspecto agitado de ella no le ayudaba a calmarse.

-Roberto, Roberto ¡es maravilloso! Un milagro navideño, Thomson me ha llamado y bueno tengo que incorporarme inmediatamente. Me ofrecen la dirección de Art&Fashion, ¡comprendes! ¡¡Art&fashion!! Un sueldazo alucinante y han prometido buscarme un nuevo apartamento. Volveré a las fiestas, a relacionarme con... –Asun se interrumpió. Roberto no contestaba y su rostro había palidecido - ¡Pero dime algo, Roberto!

Roberto la abrazó y ocultó su cara tras el hombro de ella. Con voz serena respondió:

-¿Es eso lo que quieres? ¿Es eso lo que te va a hacer feliz? ¿Qué hay de tu novela?

Ella se deshizo de su abrazo, retrocedió un par de pasos y se enfrentó a su mirada.

-Roberto, volvería a estar en el centro del mundo. Es un puesto incluso mejor que el que perdí. Volveré y les daré a todos una lección, ¡Sun Martin ha regresado! –respondió ella triunfal.

-Si eso es lo que quieres no seré yo quien se oponga, Asunción. Lo único que te pido es que no olvides quién eres y qué es lo que realmente quieres –contestó él con voz grave -¿Cuándo tienes que incorporarte?

-Cuanto antes. Hay un autobús que sale en un par de horas. Si lo cojo llego a Madrid para coger el primer avión de la mañana, ¿por qué no me acompañas? Pasaríamos la Navidad en Nueva York, sería estupendo...

Roberto la interrumpió:

-No, Asun, ese es tu sueño. Mi vida está aquí, tengo un montón de chavales ilusionadísimos con su fiesta y...

-¡Oh, Dios mío! ¡La fiesta! ¡La había olvidado! –le cortó Asunción -¿Crees que podríais sustituirme? No quisiera parecer egoísta pero es mi oportunidad de volver a...

-Por eso no te preocupes. Yo me encargo. ¿Qué vas a hacer con tus padres? –la interrogó él.

Estaba sufriendo como hacía mucho tiempo que no sufría. Había creído tocar la felicidad con la punta de los dedos y nuevamente el destino se la arrebataba. Sin embargo, quería tanto a Asunción que lo último que deseaba era interponerse en sus sueños. Estaba tratando de disimular el dolor que sentía aunque con cada nueva respuesta de Sun se le iba haciendo más difícil.

-¡Mis padres! No les he dicho nada. Pero lo entenderán, esta vez será diferente; mantendré el contacto: vendrán a visitarme y yo volveré a Pozuelo cada vez que tenga ocasión. Además, aquí dejo algo pendiente –dijo mirándole fijamente.

-Lo sé, cariño, lo sé. Vamos, no te preocupes, tienes mucho que hacer –dijo él empujándola suavemente hacia la puerta -Llámame cuando te instales –la besó suavemente en los labios y cerró la puerta. Se apoyó contra la puerta; cerró los ojos y un par de lágrimas se deslizaron por sus mejillas.

Dos horas después, Asunción sentada en la última fila del autobús repasaba lo ocurrido desde que había recibido la propuesta de Thomson. Recordó la escena con Roberto y rememoró la vivida con sus padres: habían reaccionado muy bien y le habían dado todo su apoyo, ni un reproche había salido de sus labios y habían prometido visitarla en cuanto Francisco estuviera completamente recuperado.

Cerró los ojos e imaginó su vida en Nueva York. Volvería triunfante. Su carrera había dado un paso de gigante: ya no era editora de una revista de moda y sociedad, ahora iba a ser la directora de una de las más prestigiosas revistas de Nueva York que aunaba arte y moda. Volvería a las fiestas más importantes, tendría siempre a su disposición mesa en cualquiera de los restaurantes más chic, viviría en un lugar privilegiado y escribiría una magnífica novela. Aquí interrumpió sus pensamientos, ¿a quién estaba tratando de engañar? Su nuevo trabajo sería tan o más estresante que el anterior y eso significaba llegar tarde a casa cada día, trabajar todos los días de la semana y apenas tener tiempo para sí... Alejó esta idea de su cabeza y se concentró en la redacción de la carta de presentación que tenía que entregarle a Thomson en cuanto llegara.

Llegó a Madrid a última hora de la noche. En el aeropuerto ya no había nadie. Se alojó en un hotel cercano. A primera hora de la mañana, se dirigió allí. Centenares de personas se agolpaban en la terminal. Asun preguntó:

-¿Qué ocurre?

La señora a la que había dirigido la interrogación contestó en un castellano con marcado acento americano:

-Han cerrado el aeropuerto de Nueva York. Hay un temporal como no se recordaba. El vuelo está suspendido.

Resignada Asun se dirigió hacia la sala VIP. Sacó su ordenador y dio los últimos retoques a su carta de presentación. Pidió un vodka y repasó mentalmente todo lo que tenía que hacer en cuanto llegara a Nueva York. Lo primero, instalarse en un buen hotel y descansar. Después, vestirse lo más elegantemente que pudiera y presentarse en Art&Fashion. Tras la reunión, comenzaría a visitar los apartamentos que la revista hubiera buscado. También iría de tiendas, le parecía que habían pasado años desde la última vez. Vio su reflejo en el espejo del final de la sala. ¿Quién era aquella mujer? Llevaba el pelo recogido en un moño bajo, sin apenas maquillar y con aquel viejo jersey negro, ¡qué horror! ¿Qué pasaría si alguien la viera así? ¿Qué iban a pensar? De un trago vacío su copa. ¿Quién iba a verla? No había dejado a nadie en Nueva York, ninguna persona la había echado de menos y nadie se había interesado por su suerte. Había dejado la ciudad de forma fulminante y nadie la había llamado. Se preguntó qué había dejado allí: un gran futuro profesional y ningún futuro personal. Aquel pensamiento le dolió. Pidió otra copa. Ella era una triunfadora, quería triunfar. Quería escribir. Por primera vez lo tuvo claro. Sólo ella podía decidir su destino, sólo ella podía tomar las riendas de su vida y encaminarla en la dirección adecuada. Espoleada por ese pensamiento salió de la sala VIP y se dirigió hacia el mostrador de la compañía.

-Disculpe, ¿sabe cuándo saldrá el vuelo?

-De momento, todos los aeropuertos de la ciudad están cerrados hasta nueva orden. Si usted tiene prisa por llegar le recomiendo que tome un vuelo hasta Philadelphia y desde allí trate de conectar con Nueva York en tren. Esto siempre que lo que usted desee sea estar en casa para Navidad –contestó la joven tras el mostrador.

-Sí, eso es lo que quiero. Voy a pasar la Navidad en casa.



Llegó a las doce del mediodía. Aceleró el paso y con el corazón en un puño caminó hacia el lugar de su cita. No sabía si había hecho mal o bien. Lo único que sabía es que ella era la dueña de su destino. Ella había elegido.

Abrió las puertas de par en par y un tenso silencio la rodeó. Decenas de ojos la observaban curiosos. Por primera vez supo que había tomado la decisión correcta. Con paso firme atravesó el pasillo. Él la miraba fijamente sin apenas poder dar crédito a lo que sus ojos veían. Asunción le rodeó con sus brazos y susurró en su oído:

-Sé quién soy y sé qué es lo que quiero. Esto –dijo mientras le besaba suavemente pero con pasión.

Roberto contestó a su beso con una furia que la dejó sin aliento. Los aplausos del público les devolvieron a la realidad. Azorados, se separaron.

-Bien, creo que ahora es mi turno. Tenía que hablaros de la Navidad en Nueva York....



Sus padres, en el fondo de la sala, aplaudieron orgullosos a su hija.






viernes, 15 de junio de 2012

LA PELI DEL FINDE

Este finde de nuevo una trilogía. ¿Quién no ha visto alguno de los films que componen la saga? 
Yo reconozco que me llevaron a rastras al cine al ver la primera pero las otras dos Navidades las fuimos a ver como parte de una de nuestras tradiciones.
Si tuviera que elegir una de las tres películas me quedaría sin duda con la segunda "Las dos torres", que es la más romántica para mí.
Ahora contadme, ¿os gustó? ¿Con cuál de las tres os quedaríais?

lunes, 11 de junio de 2012

CHRISTMAS SUN 13


Al entrar en la habitación del hospital encontró a su madre sujetando el tazón de leche de Francisco, pues éste aún estaba demasiado débil como para desenvolverse por sí solo en la tarea. Pilar le dio un par de tiernos besos en la frente a su marido, mientras éste sorbía la leche aún muy caliente. Se miraban con dulzura. Ella cuidaría de él intentando mejorar el desvelo que había demostrado día a día desde hacía ya algo más de treinta años. La vida les había vuelto a dar una segunda oportunidad y no había hecho falta pronunciar ni una sola palabra para saber que no la desaprovecharían. Intentarían amarse aún más cada día, disfrutando minuto a minuto de la compañía del otro, complaciendo a la persona amada siempre y repitiéndose a cada momento que no podrían vivir uno sin el otro.

-Buenos días, papás. ¿Qué tal has pasado la noche? -preguntó Asun sonriendo y regalando un par de besos a cada uno.

-Hola cariño. Estoy mejor, y sólo deseo que el doctor me dé el alta médica para pasar las Navidades junto a vosotras en casa -contestó Francisco.

-Así será, papá. Ya lo verás -aseguró Asun cogiendo una de las manos de su padre acariciándola.

Asun deseaba exteriorizar todas sus emociones tras el descubrimiento del álbum en el armario de sus padres, pero no sabía cómo iniciar la conversación. Durante muchos años habían guardado silencio al respecto, pero ella ya no podía soportar más aquel mutismo sin sentido. El deseo de expresar su arrepentimiento, pedirles perdón y proclamarles su nuevo amor renovado era demasiado fuerte. E, inevitablemente, mientras todos estos pensamientos colmaban su mente rompió a llorar. Su angustia se desbordaba.

-Asun, mi amor, ¿qué te ocurre? -le preguntó Pilar con desazón.

-Mamá, un sentimiento muy grande invade mi corazón. Tengo que hablaros. Os pido que me dejéis deciros cuánto necesite, aunque sé que mis palabras no podrán reparar el dolor que os he causado durante todos estos años. Estoy muy arrepentida y… -decía Asun sin poder levantar la mirada del suelo mientras sus lágrimas se perdían al caer de su rostro.

-Cariño, ¿de qué te vas a disculpar? Somos tus padres y te queremos, Asun -dijo Pilar abrazando a su hija.

-Deja que hable, Pilar. Necesita hablarnos para tranquilizarse. Déjala que hable -afirmó Francisco extendiendo su mano, cogiendo la de Pilar y acercándola a él.

-Gracias, papá -dijo Asun aún más emocionada -durante estos años he intentado esconderme de cualquier cosa que tuviera algo que ver con mis orígenes. Y desgraciadamente y, sin que yo quisiera que fuera así, también lo hice de vosotros. Vivir en Pozuelo era una deshonra para mí, así que decidí enmascarar mi pasado y no volver a mirar atrás. Olvidaba felicitaros los cumpleaños, pasaban semanas sin que tuvierais noticias mías y nunca escribí. Lo siento, lo siento mucho de verdad. Pero cada vez se hacía más complicado para mí, cuánto más tiempo pasaba más me costaba descolgar el teléfono, mi vergüenza aumentaba día a día. Y cada día también, me arrepentía de haberos expulsado de mi vida de esta forma, sin motivo alguno. Siendo la insensatez de aquella adolescente que salió del pueblo, la única justificación. Me dejé arrastrar durante muchos años por las ansias de poder y por la fama -explicaba Asun sin dejar de llorar.

-Hija, sabemos todo lo que has conseguido gracias a tu esfuerzo y para nosotros eso es un gran motivo de orgullo -le dijo Pilar llorando, muy afectada por las palabras de su hija.

-Mamá, lo sé. He visto las revistas en el armario y por ello quiero agradeceros desde lo más profundo de mi corazón vuestro amor. Nunca entenderé cómo habéis hecho para soportar mi comportamiento de todos estos años, os admiro. ¿Cómo puedo disculparme? ¿Qué tengo que hacer? -preguntó Asun mirando a los ojos a sus padres.

-Nada, Asun. Haberte tenido a nuestro lado estos días y saber que has cambiado es más que suficiente. No tienes que hacer nada, hija. Te queremos, siempre te hemos querido -dijo Francisco muy emocionado.

-Os quiero, papás. Nunca nada nos volverá a separar. Ahora solo deseo recuperar el tiempo perdido. ¡Os quiero! -exclamó Asun mientras los tres se fundían en un entrañable abrazo.




viernes, 8 de junio de 2012

LA PELI DEL FINDE

Esta película de Alejandro González Iñárritu cuenta con un trío protagonista de lujo: Sean Penn, Benicio del Toro y Naomi Watts.

Las historias de estos tres personajes se entrecruzan tras un dramático accidente de coche. Es una película intensa y dura.

El título de la peli, 21 gramos, hace referencia al, según la creencia popular,  peso del alma.

¿Cuál es vuestra peli favorita del gran González Iñárritu? ¿Qué os parecen los protagonistas?

lunes, 4 de junio de 2012

CHRISTMAS SUN 12


Su madre le había pedido que regresara a casa y preparase una bolsa de viaje con algunas cosas que iban a necesitar: ropa interior, un neceser con utensilios para el baño, algo de ropa, en fin lo que consideraba que iba a usar en el hospital mientras su padre se recuperaba. Pilar había sido tajante, iba a quedarse junto a su marido hasta que éste estuviese completamente recuperado y volviese a casa.

Asunción iba silenciosa entregada a sus pensamientos, al lado de Roberto que conducía con mucho cuidado y que, agradecía el silencio para concentrarse en conducir, después de tanto tiempo sin ponerse tras un volante sus reflejos estaban un poco oxidados.

Cuando las luces del pueblo aparecieron tras una curva Asunción rompió su silencio.

-Gracias… -dijo quedamente.

-De nada, solo deseo que tu padre se recupere pronto y vuelva a casa. Le aprecio mucho, de verdad, lo considero una gran persona.

Asunción asentía, pero no dijo nada.

Cuando llegaron a la casa de sus padres, Roberto se quedó sentado en la sala mientras Asunción iba a la habitación de sus padres y al cuarto de baño para recoger todo lo que le habían pedido tratando de no olvidar nada. La chaqueta de lana, la pequeña manta, las cosas del cuarto de baño, el cepillo de dientes, el cepillo para el pelo… Abrió el armario donde su madre le había indicado que había una bata en uno de los estantes, rebuscó entre las prendas hasta que al final lo encontró. Le llamó la atención que en el estante de abajo había una gran caja de madera. Curiosa no pudo resistir la tentación y con un poco de esfuerzo, pues pesaba bastante, la sacó del armario, abrió el pequeño cerrador que tenía y levantó la tapa para ver lo que contenía. Lo que vio la dejó sin aliento, tuvo que dar dos pasos hacia atrás y sentarse sobre la cama de sus padres.

Roberto asomó por la puerta y la vio con la cara demudada, sentada a los pies de la cama. Se acercó rápidamente y le cogió las manos que estaban heladas.

-¿Qué te ocurre Asun? ¡Respóndeme! ¡Me estás asustando! –gritaba alterado.

-Yo no sabía, no lo sabía… -repetía Asun.

-¿No sabías qué? ¡Asun háblame!

Asun señaló la caja que había en el suelo. Roberto se agachó y la cogió. La puso sobre la cama entre los dos. Ella levantó la tapa con cuidado, dentro apiladas cuidadosamente había decenas de revistas de Top Fashion.

-No lo entiendo –dijo Roberto

-Yo tampoco, mi padre… -no pudo continuar rompiendo a llorar.

Asun no podía apartar los ojos de la caja llena de revistas. En un lado apoyado había un álbum de fotos, lo sacó con cuidado y cuando lo abrió se encontró a sí misma, sonriendo desde la parte superior izquierda de la primera columna que escribió como redactora, hacía ya más tres años. Pasando las hojas vio todos sus artículos recortados y pegados con cuidado, un álbum de toda su carrera. Las lágrimas le nublaban la vista y se las secó de golpe con la manga del chaquetón que todavía llevaba puesto.

Recogió las revistas y las volvió a meter en la caja sin poder contener el llanto. Roberto metió las cosas que Asun había ido recogiendo para sus padres y las metió en una pequeña bolsa de viaje sin entender muy bien por qué ella estaba tan triste. Al final había decidido no preguntarle nada y dejar que poco a poco se calmase, pues con cada página que pasaba de aquel álbum Asun lloraba e hipaba todavía más. Cuando intentó quitárselo de entre las manos para devolverlo a su lugar, Asun se negó en rotundo a desprenderse de él, abrazándolo con fuerza contra su pecho.

-Asun, cariño, vamos a mi casa. Necesitas descansar –dijo suavemente Roberto.

Ella se levantó como una autómata dejándose llevar por él que la sujetaba por el codo. Apagaron las luces y volvieron al coche en dirección a la casa de Roberto.

El corto recorrido que hicieron fue en silencio únicamente roto por Asunción que no dejaba de llorar. Roberto estaba totalmente desconcertado, no sabiendo muy bien qué hacer o decir para consolarla.

Cuando bajó del coche para abrir la cerca de la entrada, los dos perros Tango y Cash corrieron a su encuentro rompiendo con sus ladridos de bienvenida el silencio de la noche.

Entraron en la casa y ayudó a Asun a quitarse el chaquetón. Ésta se sentó en un lado del sofá todavía con el álbum pegado a su pecho. Él le quitó las botas y los finos calcetines y fue a buscar unos gruesos de lana. Ella se dejaba hacer como si fuese una niña pequeña, las lágrimas todavía cayendo sin control por sus mejillas. Le puso los calcetines de lana y la cubrió con una cálida manta. Encendió la chimenea y fue a la cocina a preparar un buen tazón de leche con cacao que les ayudaría a entrar en calor. Volvió al cabo de pocos minutos.

-Bebe esto, verás como después te sientes mejor –dijo Roberto mientras le ofrecía la taza.

Ella sorbió un poco de aquel bálsamo dulzón y fue calmándose poco a poco aunque su pecho aún hipaba de vez en cuando. Roberto se sentó junto a ella expectante, esperando que le explicase qué había ocurrido, pero también sabía que debía ser ella quién debía empezar a hablar si así lo deseaba. Estuvieron un rato en silencio sólo roto por el crepitar del fuego de la chimenea. Tango y Cash se habían echado a ambos lados del enorme hogar, que iluminaba el salón con claroscuros rojizos.

-Salí de este pueblo hace casi diez años -empezó Asunción -dejando atrás a mis padres, despreciando a mi madre porque consideraba que había desperdiciado su vida quedándose junto a mi padre y odiándole a él por haberlo permitido y dejarla encerrada en este pueblo perdido.

-Pero si este lugar… -dijo Roberto.

-Calla, déjame continuar –le cortó Asun colocando un dedo sobre los labios de él.

-Cuando estudié la carrera en Madrid pensé que lo había dejado todo atrás y más todavía cuando aterricé en Nueva York. Me cambié el nombre, dejé de ser Asunción Martínez y me convertí en Sun Martin, una mujer de éxito. Me olvidé del pueblo y de mis padres. Todo esto –dijo echando una mirada a su alrededor -era mi pasado pero se quedó en eso, un pasado, del que no quería acordarme y que me abochornaba. Nunca les llamé, ni para sus cumpleaños, ni para felicitarles la Navidad. Nunca supieron ni dónde vivía; nunca se enteraron por mí, si me iba bien o mal. Desaparecí de sus vidas, sin una explicación, casi sin decir adiós. Pensé que después de cómo me había comportado con ellos, me odiarían, pues mi comportamiento, ahora me doy cuenta, fue odioso pero…

-Ahora te das cuenta de que te quieren –acabó la frase Roberto.

-No sólo eso, mira –dijo Asunción mostrando el álbum de fotos y enseñándole lo que había en su interior.

-Mi padre ha ido recortando y pegando todos los artículos que he escrito desde el principio. Éste -dijo señalando la primera hoja -es el primer editorial que escribí hace más de tres años como redactora en la revista y…¡están todos! –dijo pasando las hojas una a una –Mi padre ha seguido toda mi carrera a distancia.

-Eso es muy bonito Asun, es una prueba de amor.

-Lo sé y lo más cómico de todo, es que mi padre no sabe ni una palabra de inglés, ¿cómo demonios lo habrá hecho?

-Quizás se suscribió o algo así. De todas formas sólo tienes que preguntárselo.

-Soy una mala persona, Roberto, soy…

-No eres mala, sólo equivocada, como todos nos equivocamos alguna vez. Eres preciosa y eres una buena persona, el problema es que no lo sabes, pero aquí estoy yo para recordártelo cuando lo olvides –dijo besándola dulcemente en los labios –y me gustaría que me dejaras recordártelo el resto de nuestras vidas.

Asunción se abrazó a él besándole de nuevo.

-Gracias, amor, eres lo mejor que me ha pasado en la vida.

Roberto se levantó y la izó del sofá llevándola en brazos hasta su dormitorio, ella cogida a su cuello le acariciaba el pelo y le besaba.

La dejó suavemente sobre la cama y arrodillándose ante ella, le quitó los gruesos calcetines de lana, metió sus manos bajo el jersey de cuello alto que llevaba acariciando sus costados, su espalda, sus pechos… subiendo las manos tiró de él sacándolo con la ayuda de Asunción que levantó los brazos. Desabrochó el botón de sus pantalones y bajó la corta cremallera, tiró de ellos hacia atrás dejándolos caer abandonadamente sobre el suelo.

Roberto cogió una de sus piernas y comenzó a besarla suavemente. Asun se recostó sobre la colcha, cerró los ojos para concentrarse únicamente en el placer que le proporcionaban los labios de Roberto, éste besó y lamió dulcemente el interior de su muslo. Asun suspiraba y gemía de placer.

Roberto se alzó y frente a ella comenzó a desvestirse. Ella levantó la cabeza apoyándose en los codos para mirarle cómo se quitaba la camisa, cómo se desabrochaba el cinturón y los botones de sus pantalones vaqueros, la ropa interior; por primera vez, veía el cuerpo de aquel hombre en todo su esplendor. Su pecho fuerte, sus brazos musculosos, las largas piernas donde se dibujaban perfectamente sus músculos. El color de su piel tenuemente tostada por el trabajo del campo. Roberto se desnudó ante ella sin dejar de mirarla ni un instante.

Despacio se acostó junto a ella, besándola de nuevo. Asunción desabrocho el cierre de su sujetador y lo lanzó hacia atrás quedando colgado del brazo de un sillón que había en un rincón, él la ayudó a tirar de sus minúsculas braguitas que cayeron desmayadamente junto a la ropa de ambos que yacía en un montón sobre el suelo. Los dos se veían por primera vez desnudos y no podían dejar de mirarse.

-Eres una diosa –susurró él junto a su oído.

-Te deseo –jadeó ella –quiero que me hagas el amor.

-Deseo hacerte el amor hasta las primeras horas del alba y luego hacerte el amor hasta que oscurezca, para seguir haciéndote el amor de nuevo...

Diciendo esto Roberto seguía besándole el cuello, los hombros, la boca, los ojos, el lóbulo de las orejas.

Asunción notó el peso de Roberto sobre ella, loca de placer abrazó al hombre, rodeándole la cintura con sus piernas y notó como entraba en ella suavemente, sin prisa, con toda su hombría, cerró los ojos y gimió de placer.

Tango y Cash levantaron las orejas al oír los extraños ruidos que venían de la habitación de su amo, pero después de algunos segundos de atención, comprobando que los gemidos no eran de auxilio, volvieron a recostarse y siguieron dormitando junto a la chimenea.

Roberto cumplió su promesa y le hizo el amor a Asunción hasta hacerla gritar de placer y llorar de alegría y, cuando las primeras luces del amanecer despuntaban por el horizonte, seguían descubriendo la geografía de su piel, besando los más recónditos huecos de su cuerpo exhaustos, pero incapaces de separarse.

-Asun, te quiero. Quiero amarte como esta noche, para el resto de nuestras noches.

-Y yo quiero que me quieras, nunca nadie me había hecho sentir tan amada y por ello te adoro –dijo Asunción acoplándose de nuevo sobre el cuerpo de Roberto.

Tango y Cash volvieron a levantar las orejas, pero los ruidos que oían les fueron tan familiares que ni tan siquiera levantaron la cabeza. Siguieron dormitando junto a la chimenea, donde el fuego hacía horas que se había apagado.


viernes, 1 de junio de 2012

LA PELI DEL FINDE

Creo que esta es la primera película de Alfred Hitchcock que cuelgo en esta sección. No es que sea especialmente seguidora de sus películas pero algunas de ellas me parecen soberbias. Y esta, Alarma en el expreso, es una de ellas.

La peli pertenece a la etapa británica del director y es del año 1938, ¡casi nada!
La historia se desarrolla en un país imaginario de Europa central. Durante un viaje en tren, uno de los pasajeros desaparece y sólo una joven se percata de ello puesto que nadie más parece haber visto al misterioso pasajero.

Un film con los elementos típicos del cine de Hitchcock, que promete mucha intriga y suspense.

¿Os gusta el cine de esta época o preferís algo más actual? ¿Con qué película de Alfred Hitchcock os quedaríais?

lunes, 28 de mayo de 2012

CHRISTMAS SUN 11


La excitación y las ganas de volver a sentirla junto a él le imposibilitaban alejarse de la puerta. Allí quedó inmóvil, donde por primera vez había besado sus labios, intentando quedarse para sí su calor.
-Asun, te deseo. Eres tan especial -decía Roberto aún creyendo que estaba a su lado y podía escucharle.
Estaba apoyado en la puerta, bajo el muérdago, cautivado por la dulzura de Asun al besarle, evocando el momento, pensando que aquel sentimiento tan fuerte no quedaría únicamente en aquello. La huella de Asun en sus labios y en su corazón era ya imborrable. Su majestuosa belleza la convertía en divinidad, una diva de la que había quedado prendado desde el primer momento y nunca se atrevería a negarlo. Lucharía por ella y por el amor que acababa de germinar. Sentía su pecho expandirse de amor, de júbilo al haberla podido besar, era una mujer imponente. Tendría que esforzarse en conquistarla y así lo iba a hacer. Se sentía enamorado, después de mucho tiempo, su corazón volvía a latir por una mujer.
Miraba al infinito sonriendo. Imaginando la próxima vez que la volviera a ver. Lo deseaba con todas sus fuerzas. De momento, observó como de entre la neblina podía diferenciar una figura que se acercaba hacia el colegio a toda prisa, un segundo más tarde diferenció la silueta de Asun corriendo hacia él.
-¡Roberto! ¡Roberto! -gritaba desesperada intentando hacerse oír.
Roberto corrió hacia ella todo lo rápido que le permitieron sus piernas. Al encontrarse Asun rompió a llorar presa del miedo. Sólo repetía su nombre, seguía llamándolo entre el llanto. Él la había sujetado con sus fuertes y grandes manos por los hombros, intentaba entender qué le ocurría, ansiaba calmarla pero ella no reaccionaba, no conseguía zafarse de aquella aflicción.
-¡Asun! Estoy aquí, cariño. ¡Mírame! -le decía Roberto intentando captar su atención- ¿Qué ha ocurrido? ¿Qué te ha pasado?- repetía una y otra vez.
-¡Roberto! ¡Roberto! Mi padre. Ayúdame. Roberto, por favor, ayúdame -contestó Asun después de unos minutos de máxima ansiedad.
-¿Qué le ha pasado a tu padre? Dime. ¿Dónde está? -preguntaba él con muchísima inquietud viendo cómo estaba Asun.
Asun se abrazó a él con todas sus fuerzas sin parar de llorar. La calidez del abrazo con que Roberto le correspondió hizo que ella se calmara tímidamente, aunque fue suficiente para que ella pudiera informarle de lo que ocurría.
-Tranquila, Asun, yo estoy contigo. No temas nada, y dime qué le ha sucedido a Francisco -le habló Roberto mientras le acariciaba con dulzura el rostro.
-Mi padre está en el hospital. Ha sido un infarto. Está muy mal. Es grave, Roberto. Tienes que venir conmigo, por favor -le decía Asun mientras rompía a llorar una vez más totalmente desolada.
Roberto asintió con la cabeza y cogidos de la mano corrieron hasta casa de Asun donde el todoterreno de su padre les esperaba aparcado. Ella estaba muy nerviosa para poder conducir, cada vez que pensaba que podía perder a su padre para siempre un nuevo gemido de dolor salía de su alma, cuando esto ocurría Roberto la abrazaba sujetándola por la cintura con sus fuertes brazos, estaba destrozada y podía suponer un peligro para ellos que fuera Asun quien condujera. Él no podía soportar verla así, y mucho menos iba a permitir que se subiera al volante del coche en aquel estado. Le abrió la puerta del copiloto, ella subió y antes de cerrar le dio un tierno beso en la frente y le susurró al oído:
-Tranquila, mi amor, yo estoy contigo.
No tardaron muchos minutos en llegar al hospital. Asun pasó todo el viaje sin dejar de llorar, lamentándose de lo que le había ocurrido a su padre preguntándose por qué a él, que era un hombre joven y sano. Roberto estuvo concentrado en la conducción sin descuidar a Asun, a la que regalaba tiernas miradas cada vez que el tráfico se lo permitía, repitiéndole palabras tranquilizadoras intentando sosegar su nerviosismo.
Al llegar, Asun corrió junto a su madre, se abrazaron llorando permaneciendo así largos minutos de dolor. Compartiendo el sufrimiento por lo ocurrido a Francisco y con la angustia de no tener nuevas noticias de los doctores. Madre e hija se sentaron una junto a la otra cogidas de las manos, mirándose a los ojos y jurándose que no le pasaría nada al hombre que, las dos, más habían amado en todo el mundo.
Roberto quedó apartado voluntariamente de aquella escena. Absorto en lo que acababa de hacer. Nunca pudo imaginar que volvería a conducir un coche, pues solo la idea le hacía revivir todo lo pasado y las emociones de desolación, mortificación y arrepentimiento renacían en él para hundirlo en la desesperanza más absoluta. Pero ahora había sucedido todo lo contrario. Lo había hecho. Había logrado conducir. Y él sabía por qué. Era ella, Asun. No podía soportar verla sufrir de aquella manera. Él la amaba y se había jurado hacer cuánto pudiera para demostrarle su amor. Fue entonces cuando Roberto se dio cuenta de la pureza de ese sentimiento. Se dio cuenta de que no había hecho falta proponérselo, en ningún momento pensó que no había conducido desde el accidente, no aparecieron los miedos. El amor que sentía por Asun había logrado vencer los fantasmas del pasado. Sonrió agradecido.
Permanecieron sentadas en silencio mirando la puerta que comunicaba la sala de espera con el área de urgencias. Numerosos médicos la atravesaban una y otra vez, pero ninguno se dirigía hacia ellas. Pasaron los minutos y cada una quedó abstraída en sus pensamientos y oraciones, pues no dejaron de rezar desde que la desazón y la congoja menguaron un poco. De pronto, Asun preguntó.
-Mamá, ¿cuánto amas a papá? -preguntó mientras continuaba mirando al infinito.
-Jamás podré contestarte a esa pregunta, hija. El amor no se cuantifica, el amor sólo se siente -contestó Pilar mirando a Asun con ternura y esbozando una disimulada sonrisa.
-¿Qué gratificaciones has tenido al compartir tu vida con él en un pueblo como Pozuelo? Desde hace mucho tiempo me hago esa pregunta. Nunca encontré una respuesta -inquirió Asun exponiendo su reflexión.
-Ya lo sabía, cariño. Lo sé desde hace mucho tiempo. Me has visto como una perdedora, alguien sin personalidad que decidió abandonarse en un minúsculo pueblo arrastrada por la promesa de amor de un hombre -contestó Pilar mirando a los ojos de su hija.
Un pesado silencio se apoderó de ella. Asun quedó abrumada ante la declaración de su madre. Se sintió desnuda por un segundo. Su madre le había hecho ver la transparencia de la que ella tanto presumió no tener. Durante todo este tiempo conocía la inquietud y el descontento que ella sentía por el destino que su madre había decidido escoger. No pudo articular palabra. Pilar continuó.
-Es cierto que un futuro prometedor se abría ante mí, pero era un futuro profesional únicamente. Tu padre me ofrecía compartir con él el más difícil de los trabajos a desempeñar: crear un hogar. Tu padre me ofrecía toda una vida. Elegí, y lo hice con todas las consecuencias. Escuché a mi corazón. No he renunciado a nada, Asun, he apostado por el amor.
El Doctor Manzano se acercó a Pilar para informarle del estado de salud de su marido. Las noticias no podían ser más alentadoras. Francisco había superado el infarto, aunque debía quedarse en el hospital durante al menos unos días para estabilizarle completamente. Había supuesto un fuerte percance y estaba muy debilitado. Pilar lloraba de alegría y agradecía al médico sin descanso todo el esfuerzo que habían hecho en sanar a su marido, Asun abrazó a su madre por los hombros compartiendo la felicidad que les había traído la noticia.
- Doctor, ¿Francisco pasará la Nochebuena con nosotros?- preguntó Pilar inquieta.
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