El amor y el odio son las pasiones que mueven el mundo. Escribir sobre ellas es mi pasión, sólo espero que leer mis palabras sea la tuya.
Clara.

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jueves, 26 de julio de 2012

CUENTOS DE AMOR, DESAMOR Y OTROS MALES - AGUSTÍN



AGUSTÍN

Lo primero que hizo al abrir los ojos fue buscarla con la mirada. Giró la cabeza a la derecha y buscó su cabeza en la almohada. No estaba. Cerró los ojos y suspiró. 

Pasó un buen rato tumbado en la cama sin moverse mirando fijamente el techo.
Pasadas las diez decidió que ya era hora de levantarse. No le apetecía en absoluto pero sabía que no tenía otra opción. Fue a la cocina y preparó dos cafés con leche con tostadas. Lo puso
en una bandeja y lo llevó al salón, donde solía desayunar. 

Sólo se dio cuenta que había preparado dos tazas cuando fue a servirse el azúcar. Aquel pequeño detalle le hizo derrumbarse. Dejó la taza sobre la mesa auxiliar y sosteniendo su cabeza entre las manos sollozó amargamente. Aquello era lo más duro que nunca le había pasado en su vida y por primera vez se supo clarísimamente incapaz de superarlo.
 Emilia era y había sido el gran amor de su vida. De hecho, sonrió al recordarlo, había sido su único y verdadero amor.
Había pasado con ella los mejores momentos de su vida y recordaba todos los instantes que
habían compartido juntos. Recordó la primera vez que la vio, desde el primer segundo supo
que aquella mujer tenía que ser para él aunque ella no lo tuvo tan claro como él. De hecho, le
costó un par de meses conseguir que ella siquiera se fijara en él.
 

El teléfono le sacó de sus pensamientos. El identificador de llamadas le reveló que quien
llamaba era Martina, ¡pobrecita! Desde que todo había sucedido no había dejado de llamarle ni
un solo día y casi no le dejaba ni a sol ni sombra. Sin embargo, Agustín necesitaba sentir su
soledad. De hecho tenía que asumir que ahora estaba solo. Emilia no estaba y no iba a volver y él tenía que empezar a aprender a ser uno. Ya no eran Emilia y Agustín ahora sólo era Agustín, y le costaba aceptarlo.
Tomó una decisión. Con paso firme y seguro se dirigió al baño y se dio una larga ducha. Se
afeitó cuidadosamente, se perfumó y se puso sus mejores galas.
El tibio sol de marzo acarició su rostro cuando salió a la calle. Vacilante, dio sus primeros pasos en la calle tras meses de encierro voluntario. Pronto se fatigó y decidió sentarse en un banco cerca del precioso jardín que había cerca de su casa. Observó los rosales florecidos, las palomas que volaban entre los pinos y las jóvenes parejas que iniciaban su amor. Aquello le animó, aquello era la vida. Algunas cosas terminaban pero la vida seguía su discurrir implacable. El mundo no se había detenido; su mundo había dejado de existir pero el mundo seguía girando.
Inspiró y se levantó del banco. Sabía muy bien hacia dónde iba, era algo que había tratado de
evitar durante meses pero tenía que hacerlo. Tenía que hablar con ella y aclarar todo lo que
pasaba por su cabeza.
Disfrutó del paseo y apenas advirtió que había llegado a su destino. Atravesó la puerta de
entrada y aunque sólo había estado allí una vez no vaciló en ningún momento y en pocos
minutos estuvo frente a ella.
Todo el discurso que había preparado en su cabeza se le esfumó en cuanto la vio. Sus ojos se
llenaron de lágrimas y un sollozo se apoderó de su garganta. Se había prometido a sí mismo
que no lloraría, que estaría bien y que aquello era lo mejor para él. Sin embargo, en aquellos
instantes no podía recordar nada de eso.
Emilia le miraba sonriendo dulcemente, tal y como él la recordaba. No podía dejar de mirarla y
no podía evitar que aquella congoja se fuera apoderando de él. Pronto fue incapaz de
controlarse y lloró como un niño. No le importaba hacerlo ni que nadie le viera llorar, lo había
estado evitando todos aquellos meses pero supo que ya no podía más. Lloró y lloró. No supo
cuánto tiempo estuvo allí llorando sin poder hablar. Finalmente, con los ojos enrojecidos y la
voz ronca dijo:
-Emilia, desde que nos conocimos nunca había pasado tanto tiempo sin verte. Estos cuatro
meses han sido los más duros, amargos y difíciles de mi vida. No sé qué hago hoy aquí... Sólo
quería estar cerca de ti porque créeme, mi amor, que no sé, no puedo y no quiero vivir sin ti.
Sabía lo mucho que te quería, lo mucho que te quiero, pero nunca imaginé el dolor tan intenso
que sentiría si no estás conmigo. Estoy sordo, ciego y mudo sin ti. Eras el sol alrededor del cual orbitaba toda mi existencia y ahora que ya no estás no sé qué va a ser de mí. Dime ahora, ¿cómo quieres que siga viviendo sin ti?
Emilia, desde la foto de su lápida, le sonrió.

lunes, 18 de junio de 2012

CHRISTMAS SUN 14


Apenas faltaban tres días para el festival. Los días pasaban rápidos y felices para Asun. Su padre se había recuperado totalmente y ya estaba en casa. Ella repartía su tiempo entre sus padres, el festival y Roberto. Su vida había dado un giro radical y pese a todo se sentía feliz. Durante la convalecencia de su padre había recuperado su antigua idea de escribir una novela y ya tenía algunas ideas. Se sentía pletórica y en paz.

A mediodía, se despidió de Roberto y se encaminó hacia casa de sus padres. Encontró a su padre sentado en su butaca, colocada junto a la ventana. Los tibios rayos de sol se colaban por entre las cortinas.

-¡Hola papá! –saludó contenta besándolo con cariño.

-Hola cielo, ¿qué tal va todo? –preguntó tomándola de la mano con ternura.

-Ya sabes que no me gusta alardear pero creo que este festival va a ser recordado durante mucho tiempo –contestó ella – Por cierto, ¿qué es eso que huele tan bien?

Una voz desde la cocina respondió a su pregunta.

-Es cordero asado. Ven a ayudarme –gritó su madre desde allí.

Después de comer Francisco subió a descansar a su habitación. Su mujer le acompañó. Asun se quedó trabajando en su novela. Estaba entusiasmada. La vibración de su móvil la sacó del trabajo. Distraída leyó el mensaje. Esbozó una sonrisa. Te espero bajo el muérdago. Me muero por volver a tenerte entre mis brazos. Contestó el mensaje.

Diez minutos después su teléfono volvió a sonar. Distraída contestó:

-Roberto, por favor, necesito un poco de...

- Sun? Are you Sun? I’m Steve Thomson and I...

Asunción dejó de teclear en su ordenador y trató de concentrarse en lo que decía su interlocutor. La cabeza empezó a darle vueltas. Nueva York, Art&Fashion, incorporación inmediata...

Salió a la calle sin apenas abrocharse el abrigo, corriendo y con prisa por llegar a la escuela, donde sabía que encontraría a Roberto. Abrió la puerta y gritó:

-¡¡Roberto!! ¡¡Roberto!! ¿Dónde estás? ¡¡Roberto!!

-Pero bueno, ¿qué pasa? Asun, ¿Francisco está bien? ¿Ha ocurrido algo? –estaba asustado y el aspecto agitado de ella no le ayudaba a calmarse.

-Roberto, Roberto ¡es maravilloso! Un milagro navideño, Thomson me ha llamado y bueno tengo que incorporarme inmediatamente. Me ofrecen la dirección de Art&Fashion, ¡comprendes! ¡¡Art&fashion!! Un sueldazo alucinante y han prometido buscarme un nuevo apartamento. Volveré a las fiestas, a relacionarme con... –Asun se interrumpió. Roberto no contestaba y su rostro había palidecido - ¡Pero dime algo, Roberto!

Roberto la abrazó y ocultó su cara tras el hombro de ella. Con voz serena respondió:

-¿Es eso lo que quieres? ¿Es eso lo que te va a hacer feliz? ¿Qué hay de tu novela?

Ella se deshizo de su abrazo, retrocedió un par de pasos y se enfrentó a su mirada.

-Roberto, volvería a estar en el centro del mundo. Es un puesto incluso mejor que el que perdí. Volveré y les daré a todos una lección, ¡Sun Martin ha regresado! –respondió ella triunfal.

-Si eso es lo que quieres no seré yo quien se oponga, Asunción. Lo único que te pido es que no olvides quién eres y qué es lo que realmente quieres –contestó él con voz grave -¿Cuándo tienes que incorporarte?

-Cuanto antes. Hay un autobús que sale en un par de horas. Si lo cojo llego a Madrid para coger el primer avión de la mañana, ¿por qué no me acompañas? Pasaríamos la Navidad en Nueva York, sería estupendo...

Roberto la interrumpió:

-No, Asun, ese es tu sueño. Mi vida está aquí, tengo un montón de chavales ilusionadísimos con su fiesta y...

-¡Oh, Dios mío! ¡La fiesta! ¡La había olvidado! –le cortó Asunción -¿Crees que podríais sustituirme? No quisiera parecer egoísta pero es mi oportunidad de volver a...

-Por eso no te preocupes. Yo me encargo. ¿Qué vas a hacer con tus padres? –la interrogó él.

Estaba sufriendo como hacía mucho tiempo que no sufría. Había creído tocar la felicidad con la punta de los dedos y nuevamente el destino se la arrebataba. Sin embargo, quería tanto a Asunción que lo último que deseaba era interponerse en sus sueños. Estaba tratando de disimular el dolor que sentía aunque con cada nueva respuesta de Sun se le iba haciendo más difícil.

-¡Mis padres! No les he dicho nada. Pero lo entenderán, esta vez será diferente; mantendré el contacto: vendrán a visitarme y yo volveré a Pozuelo cada vez que tenga ocasión. Además, aquí dejo algo pendiente –dijo mirándole fijamente.

-Lo sé, cariño, lo sé. Vamos, no te preocupes, tienes mucho que hacer –dijo él empujándola suavemente hacia la puerta -Llámame cuando te instales –la besó suavemente en los labios y cerró la puerta. Se apoyó contra la puerta; cerró los ojos y un par de lágrimas se deslizaron por sus mejillas.

Dos horas después, Asunción sentada en la última fila del autobús repasaba lo ocurrido desde que había recibido la propuesta de Thomson. Recordó la escena con Roberto y rememoró la vivida con sus padres: habían reaccionado muy bien y le habían dado todo su apoyo, ni un reproche había salido de sus labios y habían prometido visitarla en cuanto Francisco estuviera completamente recuperado.

Cerró los ojos e imaginó su vida en Nueva York. Volvería triunfante. Su carrera había dado un paso de gigante: ya no era editora de una revista de moda y sociedad, ahora iba a ser la directora de una de las más prestigiosas revistas de Nueva York que aunaba arte y moda. Volvería a las fiestas más importantes, tendría siempre a su disposición mesa en cualquiera de los restaurantes más chic, viviría en un lugar privilegiado y escribiría una magnífica novela. Aquí interrumpió sus pensamientos, ¿a quién estaba tratando de engañar? Su nuevo trabajo sería tan o más estresante que el anterior y eso significaba llegar tarde a casa cada día, trabajar todos los días de la semana y apenas tener tiempo para sí... Alejó esta idea de su cabeza y se concentró en la redacción de la carta de presentación que tenía que entregarle a Thomson en cuanto llegara.

Llegó a Madrid a última hora de la noche. En el aeropuerto ya no había nadie. Se alojó en un hotel cercano. A primera hora de la mañana, se dirigió allí. Centenares de personas se agolpaban en la terminal. Asun preguntó:

-¿Qué ocurre?

La señora a la que había dirigido la interrogación contestó en un castellano con marcado acento americano:

-Han cerrado el aeropuerto de Nueva York. Hay un temporal como no se recordaba. El vuelo está suspendido.

Resignada Asun se dirigió hacia la sala VIP. Sacó su ordenador y dio los últimos retoques a su carta de presentación. Pidió un vodka y repasó mentalmente todo lo que tenía que hacer en cuanto llegara a Nueva York. Lo primero, instalarse en un buen hotel y descansar. Después, vestirse lo más elegantemente que pudiera y presentarse en Art&Fashion. Tras la reunión, comenzaría a visitar los apartamentos que la revista hubiera buscado. También iría de tiendas, le parecía que habían pasado años desde la última vez. Vio su reflejo en el espejo del final de la sala. ¿Quién era aquella mujer? Llevaba el pelo recogido en un moño bajo, sin apenas maquillar y con aquel viejo jersey negro, ¡qué horror! ¿Qué pasaría si alguien la viera así? ¿Qué iban a pensar? De un trago vacío su copa. ¿Quién iba a verla? No había dejado a nadie en Nueva York, ninguna persona la había echado de menos y nadie se había interesado por su suerte. Había dejado la ciudad de forma fulminante y nadie la había llamado. Se preguntó qué había dejado allí: un gran futuro profesional y ningún futuro personal. Aquel pensamiento le dolió. Pidió otra copa. Ella era una triunfadora, quería triunfar. Quería escribir. Por primera vez lo tuvo claro. Sólo ella podía decidir su destino, sólo ella podía tomar las riendas de su vida y encaminarla en la dirección adecuada. Espoleada por ese pensamiento salió de la sala VIP y se dirigió hacia el mostrador de la compañía.

-Disculpe, ¿sabe cuándo saldrá el vuelo?

-De momento, todos los aeropuertos de la ciudad están cerrados hasta nueva orden. Si usted tiene prisa por llegar le recomiendo que tome un vuelo hasta Philadelphia y desde allí trate de conectar con Nueva York en tren. Esto siempre que lo que usted desee sea estar en casa para Navidad –contestó la joven tras el mostrador.

-Sí, eso es lo que quiero. Voy a pasar la Navidad en casa.



Llegó a las doce del mediodía. Aceleró el paso y con el corazón en un puño caminó hacia el lugar de su cita. No sabía si había hecho mal o bien. Lo único que sabía es que ella era la dueña de su destino. Ella había elegido.

Abrió las puertas de par en par y un tenso silencio la rodeó. Decenas de ojos la observaban curiosos. Por primera vez supo que había tomado la decisión correcta. Con paso firme atravesó el pasillo. Él la miraba fijamente sin apenas poder dar crédito a lo que sus ojos veían. Asunción le rodeó con sus brazos y susurró en su oído:

-Sé quién soy y sé qué es lo que quiero. Esto –dijo mientras le besaba suavemente pero con pasión.

Roberto contestó a su beso con una furia que la dejó sin aliento. Los aplausos del público les devolvieron a la realidad. Azorados, se separaron.

-Bien, creo que ahora es mi turno. Tenía que hablaros de la Navidad en Nueva York....



Sus padres, en el fondo de la sala, aplaudieron orgullosos a su hija.






lunes, 11 de junio de 2012

CHRISTMAS SUN 13


Al entrar en la habitación del hospital encontró a su madre sujetando el tazón de leche de Francisco, pues éste aún estaba demasiado débil como para desenvolverse por sí solo en la tarea. Pilar le dio un par de tiernos besos en la frente a su marido, mientras éste sorbía la leche aún muy caliente. Se miraban con dulzura. Ella cuidaría de él intentando mejorar el desvelo que había demostrado día a día desde hacía ya algo más de treinta años. La vida les había vuelto a dar una segunda oportunidad y no había hecho falta pronunciar ni una sola palabra para saber que no la desaprovecharían. Intentarían amarse aún más cada día, disfrutando minuto a minuto de la compañía del otro, complaciendo a la persona amada siempre y repitiéndose a cada momento que no podrían vivir uno sin el otro.

-Buenos días, papás. ¿Qué tal has pasado la noche? -preguntó Asun sonriendo y regalando un par de besos a cada uno.

-Hola cariño. Estoy mejor, y sólo deseo que el doctor me dé el alta médica para pasar las Navidades junto a vosotras en casa -contestó Francisco.

-Así será, papá. Ya lo verás -aseguró Asun cogiendo una de las manos de su padre acariciándola.

Asun deseaba exteriorizar todas sus emociones tras el descubrimiento del álbum en el armario de sus padres, pero no sabía cómo iniciar la conversación. Durante muchos años habían guardado silencio al respecto, pero ella ya no podía soportar más aquel mutismo sin sentido. El deseo de expresar su arrepentimiento, pedirles perdón y proclamarles su nuevo amor renovado era demasiado fuerte. E, inevitablemente, mientras todos estos pensamientos colmaban su mente rompió a llorar. Su angustia se desbordaba.

-Asun, mi amor, ¿qué te ocurre? -le preguntó Pilar con desazón.

-Mamá, un sentimiento muy grande invade mi corazón. Tengo que hablaros. Os pido que me dejéis deciros cuánto necesite, aunque sé que mis palabras no podrán reparar el dolor que os he causado durante todos estos años. Estoy muy arrepentida y… -decía Asun sin poder levantar la mirada del suelo mientras sus lágrimas se perdían al caer de su rostro.

-Cariño, ¿de qué te vas a disculpar? Somos tus padres y te queremos, Asun -dijo Pilar abrazando a su hija.

-Deja que hable, Pilar. Necesita hablarnos para tranquilizarse. Déjala que hable -afirmó Francisco extendiendo su mano, cogiendo la de Pilar y acercándola a él.

-Gracias, papá -dijo Asun aún más emocionada -durante estos años he intentado esconderme de cualquier cosa que tuviera algo que ver con mis orígenes. Y desgraciadamente y, sin que yo quisiera que fuera así, también lo hice de vosotros. Vivir en Pozuelo era una deshonra para mí, así que decidí enmascarar mi pasado y no volver a mirar atrás. Olvidaba felicitaros los cumpleaños, pasaban semanas sin que tuvierais noticias mías y nunca escribí. Lo siento, lo siento mucho de verdad. Pero cada vez se hacía más complicado para mí, cuánto más tiempo pasaba más me costaba descolgar el teléfono, mi vergüenza aumentaba día a día. Y cada día también, me arrepentía de haberos expulsado de mi vida de esta forma, sin motivo alguno. Siendo la insensatez de aquella adolescente que salió del pueblo, la única justificación. Me dejé arrastrar durante muchos años por las ansias de poder y por la fama -explicaba Asun sin dejar de llorar.

-Hija, sabemos todo lo que has conseguido gracias a tu esfuerzo y para nosotros eso es un gran motivo de orgullo -le dijo Pilar llorando, muy afectada por las palabras de su hija.

-Mamá, lo sé. He visto las revistas en el armario y por ello quiero agradeceros desde lo más profundo de mi corazón vuestro amor. Nunca entenderé cómo habéis hecho para soportar mi comportamiento de todos estos años, os admiro. ¿Cómo puedo disculparme? ¿Qué tengo que hacer? -preguntó Asun mirando a los ojos a sus padres.

-Nada, Asun. Haberte tenido a nuestro lado estos días y saber que has cambiado es más que suficiente. No tienes que hacer nada, hija. Te queremos, siempre te hemos querido -dijo Francisco muy emocionado.

-Os quiero, papás. Nunca nada nos volverá a separar. Ahora solo deseo recuperar el tiempo perdido. ¡Os quiero! -exclamó Asun mientras los tres se fundían en un entrañable abrazo.




lunes, 4 de junio de 2012

CHRISTMAS SUN 12


Su madre le había pedido que regresara a casa y preparase una bolsa de viaje con algunas cosas que iban a necesitar: ropa interior, un neceser con utensilios para el baño, algo de ropa, en fin lo que consideraba que iba a usar en el hospital mientras su padre se recuperaba. Pilar había sido tajante, iba a quedarse junto a su marido hasta que éste estuviese completamente recuperado y volviese a casa.

Asunción iba silenciosa entregada a sus pensamientos, al lado de Roberto que conducía con mucho cuidado y que, agradecía el silencio para concentrarse en conducir, después de tanto tiempo sin ponerse tras un volante sus reflejos estaban un poco oxidados.

Cuando las luces del pueblo aparecieron tras una curva Asunción rompió su silencio.

-Gracias… -dijo quedamente.

-De nada, solo deseo que tu padre se recupere pronto y vuelva a casa. Le aprecio mucho, de verdad, lo considero una gran persona.

Asunción asentía, pero no dijo nada.

Cuando llegaron a la casa de sus padres, Roberto se quedó sentado en la sala mientras Asunción iba a la habitación de sus padres y al cuarto de baño para recoger todo lo que le habían pedido tratando de no olvidar nada. La chaqueta de lana, la pequeña manta, las cosas del cuarto de baño, el cepillo de dientes, el cepillo para el pelo… Abrió el armario donde su madre le había indicado que había una bata en uno de los estantes, rebuscó entre las prendas hasta que al final lo encontró. Le llamó la atención que en el estante de abajo había una gran caja de madera. Curiosa no pudo resistir la tentación y con un poco de esfuerzo, pues pesaba bastante, la sacó del armario, abrió el pequeño cerrador que tenía y levantó la tapa para ver lo que contenía. Lo que vio la dejó sin aliento, tuvo que dar dos pasos hacia atrás y sentarse sobre la cama de sus padres.

Roberto asomó por la puerta y la vio con la cara demudada, sentada a los pies de la cama. Se acercó rápidamente y le cogió las manos que estaban heladas.

-¿Qué te ocurre Asun? ¡Respóndeme! ¡Me estás asustando! –gritaba alterado.

-Yo no sabía, no lo sabía… -repetía Asun.

-¿No sabías qué? ¡Asun háblame!

Asun señaló la caja que había en el suelo. Roberto se agachó y la cogió. La puso sobre la cama entre los dos. Ella levantó la tapa con cuidado, dentro apiladas cuidadosamente había decenas de revistas de Top Fashion.

-No lo entiendo –dijo Roberto

-Yo tampoco, mi padre… -no pudo continuar rompiendo a llorar.

Asun no podía apartar los ojos de la caja llena de revistas. En un lado apoyado había un álbum de fotos, lo sacó con cuidado y cuando lo abrió se encontró a sí misma, sonriendo desde la parte superior izquierda de la primera columna que escribió como redactora, hacía ya más tres años. Pasando las hojas vio todos sus artículos recortados y pegados con cuidado, un álbum de toda su carrera. Las lágrimas le nublaban la vista y se las secó de golpe con la manga del chaquetón que todavía llevaba puesto.

Recogió las revistas y las volvió a meter en la caja sin poder contener el llanto. Roberto metió las cosas que Asun había ido recogiendo para sus padres y las metió en una pequeña bolsa de viaje sin entender muy bien por qué ella estaba tan triste. Al final había decidido no preguntarle nada y dejar que poco a poco se calmase, pues con cada página que pasaba de aquel álbum Asun lloraba e hipaba todavía más. Cuando intentó quitárselo de entre las manos para devolverlo a su lugar, Asun se negó en rotundo a desprenderse de él, abrazándolo con fuerza contra su pecho.

-Asun, cariño, vamos a mi casa. Necesitas descansar –dijo suavemente Roberto.

Ella se levantó como una autómata dejándose llevar por él que la sujetaba por el codo. Apagaron las luces y volvieron al coche en dirección a la casa de Roberto.

El corto recorrido que hicieron fue en silencio únicamente roto por Asunción que no dejaba de llorar. Roberto estaba totalmente desconcertado, no sabiendo muy bien qué hacer o decir para consolarla.

Cuando bajó del coche para abrir la cerca de la entrada, los dos perros Tango y Cash corrieron a su encuentro rompiendo con sus ladridos de bienvenida el silencio de la noche.

Entraron en la casa y ayudó a Asun a quitarse el chaquetón. Ésta se sentó en un lado del sofá todavía con el álbum pegado a su pecho. Él le quitó las botas y los finos calcetines y fue a buscar unos gruesos de lana. Ella se dejaba hacer como si fuese una niña pequeña, las lágrimas todavía cayendo sin control por sus mejillas. Le puso los calcetines de lana y la cubrió con una cálida manta. Encendió la chimenea y fue a la cocina a preparar un buen tazón de leche con cacao que les ayudaría a entrar en calor. Volvió al cabo de pocos minutos.

-Bebe esto, verás como después te sientes mejor –dijo Roberto mientras le ofrecía la taza.

Ella sorbió un poco de aquel bálsamo dulzón y fue calmándose poco a poco aunque su pecho aún hipaba de vez en cuando. Roberto se sentó junto a ella expectante, esperando que le explicase qué había ocurrido, pero también sabía que debía ser ella quién debía empezar a hablar si así lo deseaba. Estuvieron un rato en silencio sólo roto por el crepitar del fuego de la chimenea. Tango y Cash se habían echado a ambos lados del enorme hogar, que iluminaba el salón con claroscuros rojizos.

-Salí de este pueblo hace casi diez años -empezó Asunción -dejando atrás a mis padres, despreciando a mi madre porque consideraba que había desperdiciado su vida quedándose junto a mi padre y odiándole a él por haberlo permitido y dejarla encerrada en este pueblo perdido.

-Pero si este lugar… -dijo Roberto.

-Calla, déjame continuar –le cortó Asun colocando un dedo sobre los labios de él.

-Cuando estudié la carrera en Madrid pensé que lo había dejado todo atrás y más todavía cuando aterricé en Nueva York. Me cambié el nombre, dejé de ser Asunción Martínez y me convertí en Sun Martin, una mujer de éxito. Me olvidé del pueblo y de mis padres. Todo esto –dijo echando una mirada a su alrededor -era mi pasado pero se quedó en eso, un pasado, del que no quería acordarme y que me abochornaba. Nunca les llamé, ni para sus cumpleaños, ni para felicitarles la Navidad. Nunca supieron ni dónde vivía; nunca se enteraron por mí, si me iba bien o mal. Desaparecí de sus vidas, sin una explicación, casi sin decir adiós. Pensé que después de cómo me había comportado con ellos, me odiarían, pues mi comportamiento, ahora me doy cuenta, fue odioso pero…

-Ahora te das cuenta de que te quieren –acabó la frase Roberto.

-No sólo eso, mira –dijo Asunción mostrando el álbum de fotos y enseñándole lo que había en su interior.

-Mi padre ha ido recortando y pegando todos los artículos que he escrito desde el principio. Éste -dijo señalando la primera hoja -es el primer editorial que escribí hace más de tres años como redactora en la revista y…¡están todos! –dijo pasando las hojas una a una –Mi padre ha seguido toda mi carrera a distancia.

-Eso es muy bonito Asun, es una prueba de amor.

-Lo sé y lo más cómico de todo, es que mi padre no sabe ni una palabra de inglés, ¿cómo demonios lo habrá hecho?

-Quizás se suscribió o algo así. De todas formas sólo tienes que preguntárselo.

-Soy una mala persona, Roberto, soy…

-No eres mala, sólo equivocada, como todos nos equivocamos alguna vez. Eres preciosa y eres una buena persona, el problema es que no lo sabes, pero aquí estoy yo para recordártelo cuando lo olvides –dijo besándola dulcemente en los labios –y me gustaría que me dejaras recordártelo el resto de nuestras vidas.

Asunción se abrazó a él besándole de nuevo.

-Gracias, amor, eres lo mejor que me ha pasado en la vida.

Roberto se levantó y la izó del sofá llevándola en brazos hasta su dormitorio, ella cogida a su cuello le acariciaba el pelo y le besaba.

La dejó suavemente sobre la cama y arrodillándose ante ella, le quitó los gruesos calcetines de lana, metió sus manos bajo el jersey de cuello alto que llevaba acariciando sus costados, su espalda, sus pechos… subiendo las manos tiró de él sacándolo con la ayuda de Asunción que levantó los brazos. Desabrochó el botón de sus pantalones y bajó la corta cremallera, tiró de ellos hacia atrás dejándolos caer abandonadamente sobre el suelo.

Roberto cogió una de sus piernas y comenzó a besarla suavemente. Asun se recostó sobre la colcha, cerró los ojos para concentrarse únicamente en el placer que le proporcionaban los labios de Roberto, éste besó y lamió dulcemente el interior de su muslo. Asun suspiraba y gemía de placer.

Roberto se alzó y frente a ella comenzó a desvestirse. Ella levantó la cabeza apoyándose en los codos para mirarle cómo se quitaba la camisa, cómo se desabrochaba el cinturón y los botones de sus pantalones vaqueros, la ropa interior; por primera vez, veía el cuerpo de aquel hombre en todo su esplendor. Su pecho fuerte, sus brazos musculosos, las largas piernas donde se dibujaban perfectamente sus músculos. El color de su piel tenuemente tostada por el trabajo del campo. Roberto se desnudó ante ella sin dejar de mirarla ni un instante.

Despacio se acostó junto a ella, besándola de nuevo. Asunción desabrocho el cierre de su sujetador y lo lanzó hacia atrás quedando colgado del brazo de un sillón que había en un rincón, él la ayudó a tirar de sus minúsculas braguitas que cayeron desmayadamente junto a la ropa de ambos que yacía en un montón sobre el suelo. Los dos se veían por primera vez desnudos y no podían dejar de mirarse.

-Eres una diosa –susurró él junto a su oído.

-Te deseo –jadeó ella –quiero que me hagas el amor.

-Deseo hacerte el amor hasta las primeras horas del alba y luego hacerte el amor hasta que oscurezca, para seguir haciéndote el amor de nuevo...

Diciendo esto Roberto seguía besándole el cuello, los hombros, la boca, los ojos, el lóbulo de las orejas.

Asunción notó el peso de Roberto sobre ella, loca de placer abrazó al hombre, rodeándole la cintura con sus piernas y notó como entraba en ella suavemente, sin prisa, con toda su hombría, cerró los ojos y gimió de placer.

Tango y Cash levantaron las orejas al oír los extraños ruidos que venían de la habitación de su amo, pero después de algunos segundos de atención, comprobando que los gemidos no eran de auxilio, volvieron a recostarse y siguieron dormitando junto a la chimenea.

Roberto cumplió su promesa y le hizo el amor a Asunción hasta hacerla gritar de placer y llorar de alegría y, cuando las primeras luces del amanecer despuntaban por el horizonte, seguían descubriendo la geografía de su piel, besando los más recónditos huecos de su cuerpo exhaustos, pero incapaces de separarse.

-Asun, te quiero. Quiero amarte como esta noche, para el resto de nuestras noches.

-Y yo quiero que me quieras, nunca nadie me había hecho sentir tan amada y por ello te adoro –dijo Asunción acoplándose de nuevo sobre el cuerpo de Roberto.

Tango y Cash volvieron a levantar las orejas, pero los ruidos que oían les fueron tan familiares que ni tan siquiera levantaron la cabeza. Siguieron dormitando junto a la chimenea, donde el fuego hacía horas que se había apagado.


lunes, 28 de mayo de 2012

CHRISTMAS SUN 11


La excitación y las ganas de volver a sentirla junto a él le imposibilitaban alejarse de la puerta. Allí quedó inmóvil, donde por primera vez había besado sus labios, intentando quedarse para sí su calor.
-Asun, te deseo. Eres tan especial -decía Roberto aún creyendo que estaba a su lado y podía escucharle.
Estaba apoyado en la puerta, bajo el muérdago, cautivado por la dulzura de Asun al besarle, evocando el momento, pensando que aquel sentimiento tan fuerte no quedaría únicamente en aquello. La huella de Asun en sus labios y en su corazón era ya imborrable. Su majestuosa belleza la convertía en divinidad, una diva de la que había quedado prendado desde el primer momento y nunca se atrevería a negarlo. Lucharía por ella y por el amor que acababa de germinar. Sentía su pecho expandirse de amor, de júbilo al haberla podido besar, era una mujer imponente. Tendría que esforzarse en conquistarla y así lo iba a hacer. Se sentía enamorado, después de mucho tiempo, su corazón volvía a latir por una mujer.
Miraba al infinito sonriendo. Imaginando la próxima vez que la volviera a ver. Lo deseaba con todas sus fuerzas. De momento, observó como de entre la neblina podía diferenciar una figura que se acercaba hacia el colegio a toda prisa, un segundo más tarde diferenció la silueta de Asun corriendo hacia él.
-¡Roberto! ¡Roberto! -gritaba desesperada intentando hacerse oír.
Roberto corrió hacia ella todo lo rápido que le permitieron sus piernas. Al encontrarse Asun rompió a llorar presa del miedo. Sólo repetía su nombre, seguía llamándolo entre el llanto. Él la había sujetado con sus fuertes y grandes manos por los hombros, intentaba entender qué le ocurría, ansiaba calmarla pero ella no reaccionaba, no conseguía zafarse de aquella aflicción.
-¡Asun! Estoy aquí, cariño. ¡Mírame! -le decía Roberto intentando captar su atención- ¿Qué ha ocurrido? ¿Qué te ha pasado?- repetía una y otra vez.
-¡Roberto! ¡Roberto! Mi padre. Ayúdame. Roberto, por favor, ayúdame -contestó Asun después de unos minutos de máxima ansiedad.
-¿Qué le ha pasado a tu padre? Dime. ¿Dónde está? -preguntaba él con muchísima inquietud viendo cómo estaba Asun.
Asun se abrazó a él con todas sus fuerzas sin parar de llorar. La calidez del abrazo con que Roberto le correspondió hizo que ella se calmara tímidamente, aunque fue suficiente para que ella pudiera informarle de lo que ocurría.
-Tranquila, Asun, yo estoy contigo. No temas nada, y dime qué le ha sucedido a Francisco -le habló Roberto mientras le acariciaba con dulzura el rostro.
-Mi padre está en el hospital. Ha sido un infarto. Está muy mal. Es grave, Roberto. Tienes que venir conmigo, por favor -le decía Asun mientras rompía a llorar una vez más totalmente desolada.
Roberto asintió con la cabeza y cogidos de la mano corrieron hasta casa de Asun donde el todoterreno de su padre les esperaba aparcado. Ella estaba muy nerviosa para poder conducir, cada vez que pensaba que podía perder a su padre para siempre un nuevo gemido de dolor salía de su alma, cuando esto ocurría Roberto la abrazaba sujetándola por la cintura con sus fuertes brazos, estaba destrozada y podía suponer un peligro para ellos que fuera Asun quien condujera. Él no podía soportar verla así, y mucho menos iba a permitir que se subiera al volante del coche en aquel estado. Le abrió la puerta del copiloto, ella subió y antes de cerrar le dio un tierno beso en la frente y le susurró al oído:
-Tranquila, mi amor, yo estoy contigo.
No tardaron muchos minutos en llegar al hospital. Asun pasó todo el viaje sin dejar de llorar, lamentándose de lo que le había ocurrido a su padre preguntándose por qué a él, que era un hombre joven y sano. Roberto estuvo concentrado en la conducción sin descuidar a Asun, a la que regalaba tiernas miradas cada vez que el tráfico se lo permitía, repitiéndole palabras tranquilizadoras intentando sosegar su nerviosismo.
Al llegar, Asun corrió junto a su madre, se abrazaron llorando permaneciendo así largos minutos de dolor. Compartiendo el sufrimiento por lo ocurrido a Francisco y con la angustia de no tener nuevas noticias de los doctores. Madre e hija se sentaron una junto a la otra cogidas de las manos, mirándose a los ojos y jurándose que no le pasaría nada al hombre que, las dos, más habían amado en todo el mundo.
Roberto quedó apartado voluntariamente de aquella escena. Absorto en lo que acababa de hacer. Nunca pudo imaginar que volvería a conducir un coche, pues solo la idea le hacía revivir todo lo pasado y las emociones de desolación, mortificación y arrepentimiento renacían en él para hundirlo en la desesperanza más absoluta. Pero ahora había sucedido todo lo contrario. Lo había hecho. Había logrado conducir. Y él sabía por qué. Era ella, Asun. No podía soportar verla sufrir de aquella manera. Él la amaba y se había jurado hacer cuánto pudiera para demostrarle su amor. Fue entonces cuando Roberto se dio cuenta de la pureza de ese sentimiento. Se dio cuenta de que no había hecho falta proponérselo, en ningún momento pensó que no había conducido desde el accidente, no aparecieron los miedos. El amor que sentía por Asun había logrado vencer los fantasmas del pasado. Sonrió agradecido.
Permanecieron sentadas en silencio mirando la puerta que comunicaba la sala de espera con el área de urgencias. Numerosos médicos la atravesaban una y otra vez, pero ninguno se dirigía hacia ellas. Pasaron los minutos y cada una quedó abstraída en sus pensamientos y oraciones, pues no dejaron de rezar desde que la desazón y la congoja menguaron un poco. De pronto, Asun preguntó.
-Mamá, ¿cuánto amas a papá? -preguntó mientras continuaba mirando al infinito.
-Jamás podré contestarte a esa pregunta, hija. El amor no se cuantifica, el amor sólo se siente -contestó Pilar mirando a Asun con ternura y esbozando una disimulada sonrisa.
-¿Qué gratificaciones has tenido al compartir tu vida con él en un pueblo como Pozuelo? Desde hace mucho tiempo me hago esa pregunta. Nunca encontré una respuesta -inquirió Asun exponiendo su reflexión.
-Ya lo sabía, cariño. Lo sé desde hace mucho tiempo. Me has visto como una perdedora, alguien sin personalidad que decidió abandonarse en un minúsculo pueblo arrastrada por la promesa de amor de un hombre -contestó Pilar mirando a los ojos de su hija.
Un pesado silencio se apoderó de ella. Asun quedó abrumada ante la declaración de su madre. Se sintió desnuda por un segundo. Su madre le había hecho ver la transparencia de la que ella tanto presumió no tener. Durante todo este tiempo conocía la inquietud y el descontento que ella sentía por el destino que su madre había decidido escoger. No pudo articular palabra. Pilar continuó.
-Es cierto que un futuro prometedor se abría ante mí, pero era un futuro profesional únicamente. Tu padre me ofrecía compartir con él el más difícil de los trabajos a desempeñar: crear un hogar. Tu padre me ofrecía toda una vida. Elegí, y lo hice con todas las consecuencias. Escuché a mi corazón. No he renunciado a nada, Asun, he apostado por el amor.
El Doctor Manzano se acercó a Pilar para informarle del estado de salud de su marido. Las noticias no podían ser más alentadoras. Francisco había superado el infarto, aunque debía quedarse en el hospital durante al menos unos días para estabilizarle completamente. Había supuesto un fuerte percance y estaba muy debilitado. Pilar lloraba de alegría y agradecía al médico sin descanso todo el esfuerzo que habían hecho en sanar a su marido, Asun abrazó a su madre por los hombros compartiendo la felicidad que les había traído la noticia.
- Doctor, ¿Francisco pasará la Nochebuena con nosotros?- preguntó Pilar inquieta.

lunes, 21 de mayo de 2012

CHRISTMAS SUN 10


Los preparativos para el festival navideño habían comenzado. Las clases de matemáticas, ciencias y lengua habían dejado paso a un trabajo mucho más divertido para los niños y niñas. Se afanaban en realizar todos aquellos pequeños adornos que iban a decorar el pequeño salón multiusos, que igual servía de gimnasio que de salón de reunión para los padres a principios de curso.

Roberto iba de un lado para otro, sin parar un minuto. Un grupo se dedicaba a realizar pequeños pompones de papel maché que luego colgarían del techo, otro grupo hacía cadenas de colores con pequeñas tiras de papel de cartulina, otros recortaban estrellas que luego recubrían con papel de aluminio para que pareciesen de plata, y así poco a poco los adornos iban tomando forma. Por las tardes ensayaban el pequeño teatro que iban a hacer festejando la natividad del niño Jesús.

Roberto montaba con unos cuantos troncos lo que iba a ser el pesebre y donde se desarrollaría el pequeño teatro. Subido a una escalera y martillo en mano, clavaba los grandes clavos que sujetaban la estructura.

Asunción entró en la escuela, sin saber muy bien a donde dirigirse pero el jolgorio y las risas de los chavales le señaló el camino. Allí estaban, poco más de una veintena de niños y niñas de distintas edades sentados en grupos y cada uno realizando una tarea distinta. Se apoyó en el quicio de la puerta, sin saber muy bien qué hacer, hasta que vio al fondo a Roberto, subido a una escalera no muy segura, dando martillazos. Se quedó mirándolo por unos instantes, ahora no llevaba el mono de trabajo, sino unos vaqueros, que no le quedaban nada mal, una camiseta negra y una camisa de franela de cuadros desabrochada y con las mangas arremangadas hasta el codo, ¡la verdad es que estaba realmente atractivo! El pelo rizado le caía sobre la frente y, como siempre, parecía que no se había peinado, de todas formas no le hacía falta. Asunción pensó que le gustaría enredar sus dedos en aquellos rizos y acariciar…

-¡Asunción, has venido! –un grito fuerte la sacó de su ensoñación.

Todos se giraron a mirar a aquella mujer tan guapa que estaba en la puerta y que no conocían. Asunción caminó despacio entre las mesas, admirando lo que los niños estaban haciendo, mientras se dirigía hacia donde Roberto se encontraba. Bajando de la escalera estuvo a punto de caerse, lo que fue coreado por una carcajada colectiva.

-Esta escalera es un peligro, algún día me romperé la crisma, aunque la tengo muy dura ¿verdad chicos? –dijo Roberto uniéndose a las risas de los demás.

-Vamos a descansar un rato, sacad los almuerzos y salid al patio a jugar. Luego seguimos –les dijo a los niños, que se levantaron rápidamente, porque aunque la tarea de hacer adornos había roto la monotonía de la escuela, salir al patio a jugar y correr era lo que más les gustaba.

Roberto cogió su mochila que estaba en un rincón, y se acercó a Asunción.

-Siéntate, estás en tu casa –le dijo.

-Muchas gracias, profe, pero no he traído almuerzo –dijo ella sonriendo.

-Vale, por ser buena y haber venido, compartiré el mío, pero que conste que esto lo hago sólo por esta vez, la próxima te quedas sin comer –dijo bromeando Roberto, mientras sacaba un termo y una bolsa de madalenas caseras.

Sirvió una taza de café con leche a Asunción mientras él bebía directamente del termo. Asunción pensó que aquello sí que era café y no lo que bebía en Nueva York.

-Coge madalenas, están riquísimas. Me las hace expresamente la señora Angelita, creo que me ve muy delgado y quiere que engorde –los dos rieron al unísono.

-Bien –dijo ella –aquí me tienes, estoy dispuesta a echar una mano, sólo tienes que decirme exactamente qué quieres que haga.

-La verdad es que no sé muy bien lo que quiero. Aquí vamos a hacer el festival, ya sabes, muy tradicional, el Belén, adornos y todo eso. Al fondo junto al pasillo pondremos unas mesas donde los padres y las madres de los niños traerán distintas viandas navideñas, mazapán, turrón casero, polvorones. Pedro, el dueño del ultramarinos, traerá su orujo especial navideño, espero que se pueda beber sin padecer una úlcera de estómago, también habrá sidra casera, zumos para los críos, en fin un atracón de comida en toda regla –explicó Roberto, mientras Asunción asentía en silencio, encontrándose con aquellos ojos que la cautivaban y escuchando su voz que le infundía un estado de paz. Aquel hombre le atraía mucho más de lo que ella quería admitir.

-Vale, déjame pensar lo que puedo hacer. Mañana vengo y me pongo a la tarea. ¿Te parece bien? –dijo Asunción tomando el último sorbo de café.

-Me parece bien, pero ¿tengo que esperar hasta mañana para volverte a ver? –dijo Roberto mirándola fijamente con un punto risueño en sus ojos.

-Bueno… esto no es Nueva York, así que estoy convencida de que si pones algo de empeño me volverás a ver de nuevo unas… veinte veces –contestó Asunción con un tono pícaro en su voz. Se levantó y anduvo hacia la puerta, deseando no tropezar o resbalar de nuevo, porque estaba segura que Roberto le seguía con la mirada.

-Gracias por el almuerzo, mañana invito yo –dijo Asun sin girarse alzando la mano en señal de despedida.

Roberto se quedó allí sentado pensando en Asunción, era la primera mujer que le había interesado, la primera a la que había mirado desde la muerte de Carmen.

El tiempo que había transcurrido desde el desgraciado accidente, la soledad en la que había vivido habían mitigado el dolor por la pérdida, y el sentimiento de culpa se había diluido como si aquello hubiese sido un error del destino por el que tenía que pagar dejando en su corazón un vacio que jamás podría recuperar. Carmen y Alba estarían siempre con él, en sus recuerdos, en sus sueños, en sus noches de insomnio, pero por primera vez desde entonces, estaba sintiendo algo parecido al enamoramiento con aquella mujer altiva que había aparecido en su vida y que despertaba en él sentimientos y deseos olvidados.

Se levantó de la silla, salió al patio y llamó a los niños, dando unas palmadas.

-¡Vamos! ¡Se acabó el juego, debemos continuar! –les dijo. Mientras entraban, Roberto les tocaba la cabeza a uno, le acariciaba el pelo a otro, al más pequeño le dio un pequeño pellizco en la nariz… Aquellos niños significaban mucho para él, eran como sus hijos, como si viéndoles crecer, pudiera reconocer el espíritu de su hija Alba creciendo entre ellos. Aquello era su alegría y, aunque pensó que su destierro a aquel pueblo perdido iba a ser su tumba, se equivocó, ya que por el contrario, aquellas gentes sencillas y aquellos niños le habían devuelto la esperanza en el futuro y, en ese futuro, ahora también veía a Asunción.

No se encontró con ella, aunque la buscó durante toda la tarde.



Al día siguiente a las nueve de la mañana Asunción apareció en el colegio con varios paquetes.

Sonrió al ver a Roberto que le sonreía a su vez.

-No te vi… -empezó él.

-Me escapé –contestó ella guiñándole un ojo.

Una de las cajas contenía un árbol navideño de los que venden en los grandes almacenes y que se montaba pieza a pieza.

-¡Pero mujer, si aquí hay montones de pinos! –dijo Roberto asombrado.

-Ya, pero hay que cortarlos y luego se mueren, así que este nos durará un montón de años, además no es un pino, es un abeto ¡listillo! -dijo muy digna.

La otra caja contenía adornos, tiras de perlas de colores, bolas, copos de nieve bañados en purpurina que reflejaban la luz y otros muchos adornos.

-Ayúdame –dijo Asunción –necesito tu escalera y que la sujetes bien firme.

Cogió una ramita de muérdago y con ayuda de la escalera subió hasta alcanzar el quicio superior de la puerta de entrada y, allí la clavó con una chincheta. Cuando bajaba con cuidado de la escalera, ésta se tambaleó y Asun perdió pie, aterrizando en los brazos de Roberto.

Así abrazados, mirándose a los ojos a pocos centímetros, Asun le dijo.

-Esto es una ramita de muérdago, la tradición dice que cuando en Navidad dos personas

se encuentran bajo la rama deben darse un beso…

-Entonces, sigamos la tradición –dijo Roberto acercando su cara a la de Asun y la besó en los labios. Fue un beso dulce, sintiendo la calidez de sus labios, la textura de su piel. Un beso largo, Roberto la retenía entre sus brazos y ella poco a poco había enlazado los suyos alrededor del cuello de Roberto.

Unas risitas contenidas los sacaron de su momento. Los niños a duras penas podían dejar de reír al ver a su profesor con una mujer en brazos y besándose como en las películas.

Se separaron despacio, mirándose a los ojos.

-Perdona, yo no quería…-dijo él un poco azorado.

-Tenemos que quedar más a menudo en esta puerta. Me gustan las tradiciones, pero ésta ha sido una de las más bonitas que he vivido –dijo ella suavemente- y, por favor, serías tan amable de dejarme en el suelo. Me siento un poco tonta, aquí en tus brazos, con todos los niños riéndose de mí.

Roberto la soltó, sintiendo que aquel abrazo acabara y deseando que sólo existiese esa puerta con el muérdago clavado en su quicio, y justo debajo de él, encontrarse con Asunción a cada momento del día.

Siguieron los trabajos y cuando se fueron colgando aquel triste salón se llenó de color y alegría. Las estrellas colgaban de las vigas de madera del techo, alrededor de las ventanas festoneaban las cadenas de colores. En un rincón el gran árbol se iba llenando de adornos. Los niños se lo pasaban en grande. Roberto miraba a Asunción de hito en hito y rememoraba el beso una y otra vez. Asunción miraba de reojo a aquel hombre despeinado que la había besado con tanta ternura y que era incapaz de apartarlo de su pensamiento.

Cuando llegó la tarde, los niños se fueron a sus casas mientras Roberto y Asunción cerraban los botes de pintura, limpiaban los pinceles y barrían los recortes de papel que habían quedado abandonados en el suelo.

Cuando acabaron Asunción se puso el chaquetón y comenzó a salir del salón, Roberto la llamó.

-¡Asunción, espera! –ella se paró y se dio la vuelta mientras Roberto recogía la mochila y en unas zancadas se plantó delante de ella.

-La tradición, ya sabes… -dijo él.

Entonces fue cuando Asun se percató de que se había parado justo debajo del muérdago. Él la rodeo con sus brazos dejando caer la mochila al suelo, acercándola contra su pecho; ella le rodeó la espalda con uno de sus brazos, mientras el otro se apoyaba en el hombro de Roberto. Éste agachó la cabeza para encontrarse con los labios de Asunción que le recibieron con la misma calidez que antes, pero con el deseo de que aquel beso fuese único, inigualable. Ella le acarició la nuca y al fin pudo enredar sus dedos en los rizos de su pelo. Entreabrió los labios encontrando la boca de él, ansiosa por conocer su sabor, sus lenguas se encontraron y acariciaron curiosas, y buscaron el placer del primer beso hasta quedar casi sin aliento.

-Asun, te deseo…-dijo Roberto atrayéndola más hacia él, si aquello era posible.

-Aquí no, Roberto, ahora no –dijo Asunción deshaciéndose del abrazo. Le besó de nuevo -Nos vemos mañana- y salió arrebujándose bajo el chaquetón.

Roberto se quedó allí parado, ardiendo de deseo por aquella mujer que se había escabullido de sus brazos.


martes, 15 de mayo de 2012

CHRISTMAS SUN 9


Caminaron uno al lado del otro, cada uno absorto en sus pensamientos. Asunción sentía una emoción ya casi olvidada, involuntariamente sonreía. Se sentía en paz. Por su mente pasaron fugazmente recuerdos de su infancia, ¡cuánto le gustaban los columpios de la plaza Mayor! Recordó cómo conseguía convencer a su padre a base de carantoñas y besos para que la llevara cada tarde a merendar y a jugar allí. No importaba el cansancio de Francisco después de una larga jornada en la vaquería, pues con una sonrisa de Asunción desaparecía rápidamente.

Volvió a sonreír. Se preguntó si era posible que pudiera sentirse a gusto en Pozuelo, si podría aguantar algún tiempo sin sentir la necesidad de salir de aquel minúsculo pueblo, intentaba encontrar los motivos por los que decidió huir de allí. Ahora, ya no le parecían tan importantes. La sensación de angustia comenzaba por primera vez a desaparecer. Su jaula se desmoronaba poco a poco.

Entró en casa. Sus padres la esperaban terminando de poner la mesa para cenar. Sentados ya en la mesa quiso compartir con ellos la decisión que acababa de tomar.

-Me han hecho una propuesta que no voy a rechazar –dijo con decisión Asun.

Sus padres se miraron extrañados. Se volvía a marchar de Pozuelo y por eso estaba contenta. Tan solo había llegado hacía unos días y una vez más los volvía a abandonar. Se desvanecía la alegría de volver a tener a su hija junto a ellos. Únicamente podían resignarse ante el camino que Asun había decidido recorrer.

-No me miréis así. Tranquilos. He decidido ayudar a Roberto, el director de la escuela, en la preparación de la fiesta de Navidad del colegio –dijo Asun -¿Qué os parece?

Pilar y Francisco se miraron durante unos segundos. No podían creer lo que acababan de escuchar. Invadidos por la alegría y la sorpresa no eran capaces de articular palabra. Incrédulos miraban a Asun, sonreían, y volvían a mirarse uno al otro. No reconocían a su hija. ¿Qué había ocurrido para aquel repentino cambio de actitud?

-¿Estás segura de lo que vas a hacer? –preguntó su padre.

-Claro que sí, papá. Me vendrá bien distraerme durante estos días, además tampoco hay mucho más... –intentaba explicarse Asun cuando su padre la interrumpió.

-No, ayudar en el pueblo no es una distracción, ni tampoco un juego. No puedes llegar y pretender hacer y deshacer como quieras. No te lo tomes como si fuera uno más de tus caprichos –contestó Francisco en tono severo.

-Bueno, si Asunción lo ha decidido así, ya es mayor para saber a qué se compromete –intentaba apaciguar su madre.

Asun ya no escuchó a Pilar. Por un momento sintió la necesidad de contestar a su padre. La había ofendido, ella ya no era una niña y no podía consentir que se dudara de su sentido de la responsabilidad de esa manera. Su corazón se aceleró. No entendía por qué le hablaba así. Debía apoyarla, debía estar muy contento porque iba a ser un primer paso para volver a integrarse en el pueblo. No veía alegría alguna en el rostro de su padre y esto le causaba mucho dolor. Si sus padres siempre habían querido que ella viviese en el pueblo, si su marcha supuso un fuerte varapalo que les costó mucho superar, ¿por qué había sido esa la respuesta? No entendía la reacción de su padre.

Empezaron a cenar. Asun continuaba en silencio mientras sus padres charlaban animadamente en relación al nacimiento en el pueblo de trillizos hacía un par de semanas. Pilar había ido a visitar a la familia.

Con el paso de los minutos Asun volvió a serenarse poco a poco. Muchas y muy diferentes ideas, pensamientos y reproches pasaban por su mente sin tiempo, a veces, para entenderlas. De repente recordó la conversación con la señora Angelita y con Santiago, el cartero, en el bar. Observó a su padre detenidamente. La emoción de la ira dejaba paso a un sosiego casi sorprendente. Sus miradas se cruzaron. Asun sonrió, y su padre le correspondió guiñándole un ojo. Ahora entendía todo. La respuesta de su padre tenía sentido. En aquel momento sintió como si su pecho se expandiese, de su corazón brotaba amor, un amor ya casi enterrado que resurgía con toda su fuerza. Entendió perfectamente que su padre había sentido miedo. Miedo a pensar por un instante que Asun podía ser feliz allí. No podía dejarse llevar por el instantáneo renacer de tan inmensa dicha: volver a tener a su hija a su lado. De la única manera que supo y pudo protegerse de este deseo fue poner en duda el compromiso que iba a aceptar Asunción. Entendió también que una nueva decepción haría demasiado daño a su familia.


martes, 8 de mayo de 2012

CHRISTMAS SUN 8


Durante unos minutos permaneció plantada en la puerta del bar de la señora Angelita. Sabía que tenía que disculparse, no había ninguna razón que excusase el grosero comportamiento que había tenido con Roberto. Pero, ¡maldición! ella era Sun Martin y no había llegado donde lo había hecho disculpándose. De pronto, interrumpió sus pensamientos, ¿dónde había llegado exactamente? Había vuelto al punto de partida, al lugar del que había salido hacía ya muchos años. De nada había servido todo su talento, todo su orgullo, toda su arrogancia... Nada había valido.

Decidió no darle más vueltas a todo aquello. Tenía que disculparse. Subió la cremallera de su chaquetón; apretó los dientes y comenzó a andar en dirección a casa de Roberto. Caminó con paso firme hasta que divisó la enorme casona. Allí se detuvo y comenzó a pensar qué iba a decirle; quería excusarse pero no sabía cómo. No podía recordar cuánto tiempo hacía desde la última vez que había tenido que disculparse. Pensaba en cómo iniciar la conversación, en cómo se iba a comportar Roberto con ella después del modo tan infantil en que había actuado. De nuevo, ajustó su chaquetón y decidida atravesó el pequeño jardín de entrada de la casa. Se paró frente a la puerta de entrada sin decidirse a llamar al timbre. Desde el interior, los ladridos de Tango y Cash la sobresaltaron. De repente, la puerta se abrió y Roberto apareció luciendo una sonrisa resplandeciente.-Adelante, pasa. No te asustes por los perros. Me alegra volver a verte.

Asunción estaba sorprendida. ¿Por qué aquel hombre actuaba como si no pasara nada?

-Bueno, gracias, verás yo he venido a explicarte lo de antes... Supongo que no te habrás llevado una buena impresión de mí... Yo normalmente no soy así. Bueno, sí lo soy pero sé que no debería... Quiero decir que... –las palabras se atravesaban en su garganta. No sabía qué estaba diciendo ni qué quería decir. Aquel hombre la turbaba enormemente –Cuando quieras me paras, no te cortes –dijo Asunción con una tímida sonrisa.

Me estaba encantando tu discurso. Tengo entendido que eres una magnífica periodista y por lo que he podido escuchar tienes un gran dominio del lenguaje –contestó él con una sonrisa pícara –Venga, pasa, si no acabaremos los dos congelados. Creo que va a empezar a nevar en un par de minutos.

Asunción asintió con la cabeza y ambos entraron en la casa. El vestíbulo era enorme y allí junto a la puerta había un enorme arcón que parecía muy antiguo. En el perchero había colgados varios abrigos, un par de bufandas y un gorro. Junto a la puerta, había un par de viejas botas desgastadas.

-No soy lo que se dice un hombre demasiado ordenado, como habrás podido comprobar.

-Oh, disculpa, no quería parecer indiscreta. Es sólo que... –no sabía cómo terminar esa frase.

-Venga, estaba de broma. Pasa al salón tengo la chimenea encendida, estaremos más calentitos. Déjame tu chaqueta, la colgaremos aquí.

Asunción se quitó el chaquetón y Roberto pudo comprobar su apabullante belleza. Llevaba unos ceñidos vaqueros negros y un jersey negro de cachemira de cuello alto. Asunción se sentó en un amplio sofá de piel junto a la ventana, desde la que podía observar el inmenso prado nevado que se extendía frente a la casa. Por primera vez en mucho tiempo se sintió en paz.

-¿Puedo ofrecerte algo? –preguntó él cortés.

-No, no será necesario –contestó ella saliendo de su ensimismamiento –No quiero molestar. Sólo he venido a ofrecer mi colaboración en el festival de la escuela, puedo también ayudar con la decoración y con...

-Vamos por partes. No molestas. Yo voy a prepararme un chocolate caliente para merendar, si quieres te preparo uno y hablamos largo y tendido del festival, ¿de acuerdo?

Asunción asintió con la cabeza y se arrellanó en el sillón. Continuó disfrutando de las vistas hasta que sintió que sus ojos se cerraban. Trató de luchar contra la somnolencia que comenzaba a apoderarse de ella, pero todo su esfuerzo fue en vano. Cuando Roberto regresó trayendo las dos tazas de chocolate, la encontró completamente dormida, abrazada a sí misma.

Depositó las tazas sobre una mesita auxiliar colocada justo frente al sillón y arropó a Asunción con una de las mantas que cubrían el sofá. A su vez, él cogió el libro que descansaba sobre el aparador y se tumbó sobre el sofá dispuesto a terminar aquel libro que tanto le estaba costando leer. Pronto los ojos comenzaron a pesarle y finalmente se durmió. Apenas cinco minutos después un golpe sordo le despertó. Se incorporó sobresaltado y miró a su alrededor. Asunción trataba de recoger los restos de la taza de chocolate que acababa de tirar, ¿cómo había podido quedarse traspuesta en casa de Roberto?

-Vaya, parece que no doy una contigo. Primero me comporto como una energúmena y ahora rompo tu taza –se excusó Asunción, avergonzada.

-Sí, realmente eres una mujer encantadora –dijo él con sorna –Vamos a recoger y luego hablamos de tu participación en el festival, me encanta que hayas cambiado de opinión.

Ambos se pusieron manos a la obra y en un par de minutos, todo estuvo recogido. Finalmente, sentados juntos en el sillón, comenzaron a hablar del festival.

-¿Qué te ha hecho cambiar de opinión? Me pareció muy creíble tu primera negativa –preguntó él muy serio.

-No me lo recuerdes, me siento muy avergonzada –contestó Asunción ruborizada -Pero no ha habido un qué que me hiciera cambiar de opinión, ha sido más bien un quién.

-¿Y puedo saber a quién tengo que agradecerle este cambio de opinión? –dijo él acercándose a ella y mirándola fijamente a los ojos.

Instintivamente Asunción se alejó de él. Aquel hombre le resultaba perturbador.

-Ha sido la señora Angelita, creo que está enamorada de ti. Te ha puesto por las nubes y claro, después de todo lo que ha dicho no me quedaba más remedio que venir aquí a implorar tu perdón –bromeó.

-Creo que le debo una. Mañana mismo la invito al cine –replicó jovial.

Asunción y Roberto hablaron hasta que el reloj del salón marcó las nueve de la noche. Cuando terminaron, la nieve llevaba un buen rato cayendo. Roberto se ofreció a acompañarla a casa. Ella aceptó.

martes, 1 de mayo de 2012

CHRISTMAS SUN 7


Asunción apretó el paso. Quería escapar, huir… No podía creer lo que acababa de suceder. ¡Mira que caerse! Y justamente delante de aquel hombre. Un momento, se dijo, ¿por qué justamente delante de aquel hombre? No podía negar que sentía cierta atracción por él. La idea la asustó, ¿cómo era posible? Ella, Sun Martin, atraída por alguien como él: un hombre que vivía en aquel pueblo perdido de la mano de Dios, en una casa aislada, rodeado de... ¡nada! Agobiada, metió la mano en su bolso y buscó su paquete de cigarrillos, necesitaba fumar. El paquete estaba vacío. Menudo momento para quedarse sin tabaco, pensó. Se detuvo. ¿Dónde iba a comprar tabaco? Parada en medio de la plaza observaba todo a su alrededor. Algunos niños corrían en torno a la fuente, un par de mujeres conversaban bajo los soportales y un hombre salía con un paquete de cigarrillos en la mano. Asunción siguió con la mirada el lugar del que había salido y con paso firme se dirigió hacia allí.

Empujó la puerta con suavidad y un soplo cálido le acarició el rostro. Entró y lo que vio la sorprendió. Esperaba encontrar un bar anclado en el pasado y sin embargo, la realidad era muy distinta. Era un espacio amplio y diáfano, de suelo de piedra y paredes pintadas en tonos suaves. La barra, decorada con azulejos en tonos grises y marrones, ocupaba toda la pared situada justo enfrente de la puerta de entrada. En un lateral, varias mesas de madera maciza, ocupadas por varios parroquianos.

La señora Angelita, faenaba tras la barra, preparando algunos cafés. Asunción buscó la máquina de tabaco y la encontró tras una columna situada a la izquierda de la sala. Insertó las monedas necesarias y marcó su selección. Esperó. Nada. La máquina se había tragado su dinero, ¡maldito pueblo! ¿Podía sucederle algo peor?

Resoplando y resignada se acercó a la barra. La señora Angelita seguía ocupada con más cafés; carraspeó.

-Ejem, ejem.

La señora Angelita se dio media vuelta y al verla esbozó una gran sonrisa.

-¡¡Asunción, Asunción!! ¡Qué alegría verte de nuevo! –dijo al tiempo que salía de detrás de la barra y le plantaba dos sonoros besos en ambas mejillas. La abrazó fuerte.

Asunción estaba demasiado sorprendida para reaccionar, se había acostumbrado a vivir sin ese contacto físico tan común en España.

-Pero déjame que te vea, cariño, estás preciosa. Hay que ver cuánto has cambiado, cuando saliste de aquí no eras más que una chiquilla y ahora, mírate... Estás hecha toda una mujer –dijo la señora Angelita mirándola de arriba abajo –Cada día te pareces más a tu madre, que también era una belleza.

-Angelita, vienen esos cafés, ¿o qué? –preguntó uno de los parroquianos que estaba sentado en una de las mesas jugando al dominó con otros hombres.

-Miguel, ya voy, ya voy –dijo la señora Angelita llevando la bandeja con dos cafés y un par de cortados –Querida, siéntate en la barra. Tenemos mucho de lo que hablar.

Mecánicamente Asunción se sentó en uno de los taburetes. Miró las fotos colgadas en las paredes del local; fotos en tonos sepia de los rincones más bellos de la comarca: la ermita situada en lo alto de la montaña, el valle en primavera, una vista de Pozuelo desde una colina cercana...

-Ya estoy aquí guapa, ¿te gusta cómo ha quedado el bar? Mi hijo, que era interiorista en Madrid, ha decidido volver al pueblo a montar un hotelito rural y me ha ayudado con la reforma. Creo que el pueblo tiene un brillante futuro. Sólo necesitamos que los jóvenes vuelvan aquí. Mi hijo y mi nuera han vuelto y han traído a mi nieto. Hace ya algunos años que volvieron a abrir la escuela, no sabes cuánto bien hace tener niños otra vez en el pueblo. Al principio no teníamos maestro nadie quería...

-Disculpa, Angelita, yo venía a por... –la interrumpió Asunción cansada de tanta cháchara.

-Cariño, perdona, te pongo un cafelito. Es que hacía tanto tiempo que no venías por aquí –dijo sirviéndole una taza de humeante café.

-Bueno, yo quería algo más... –comenzó Asunción.

-Disculpa, cielo, con este frío probablemente querrías un licorcito para entrar en calor. Toma, prueba este licor. Lo hago yo misma con las hierbas que recojo en el monte, es una receta secreta –dijo guiñándole un ojo y sirviendo dos copas –Brindemos por tu regreso, todos estamos muy orgullosos de lo que has conseguido.

Asunción no conseguía articular palabra. Demasiada información se mezclaba en su cabeza. Tomó el vaso y probó el licor. Estaba delicioso. Un agradable calorcito recorrió su cuerpo y la reconfortó. De repente, se sintió en casa. Era una sensación maravillosa, hacía ya muchos años, demasiados, que no se sentía así. Notó, no sin asombro, que le interesaba lo que le estaba contando la señora Angelita.

-Así que hace poco que han vuelto a tener escuela. Cuando yo era pequeña éramos bastantes niños, más de cien creo recordar –su memoria se trasladó a los días felices de su infancia, a los juegos en el patio y a su vieja maestra, Doña Margarita, que fue quien la animó a dedicarse al periodismo -¿Cuándo cerraron la escuela?

-Vamos a ver –dijo la señora Angelita tratando de hacer memoria –creo que fue un par de años después de que te marcharas a estudiar a Madrid. Durante mucho tiempo en este pueblo no hubo ni un solo niño. Afortunadamente, en los últimos tiempos los niños han vuelto y ahora en la escuela ya tenemos casi veinte.

-¿Y me decía que nadie quería hacerse cargo de la escuela? –preguntó Asunción con verdadero interés.

-No, aquello fue muy duro. Por fin volvían los niños a Pozuelo y no podíamos abrir la escuela. Durante casi un año estuvimos buscando y buscando. Menos mal que apareció Roberto. Los niños le adoran y nosotros también. Ha hecho mucho por este pueblo. Cuando llegó, la escuela era un viejo caserón que asustaba a los niños. Él lo ha convertido en un centro que todos los vecinos podemos usar. Ha organizado actividades extraescolares para los chavales e incluso ha organizado clases para adultos. La verdad es que no sé de dónde saca tanta energía y tantas ideas. Es un gran hombre.

-Caramba, Angelita es casi como un santo –bromeó Asunción.

-Bueno, aquí le queremos todos mucho. Es un hombre muy amable aunque muy reservado. Compró el viejo caserón que está a la entrada del pueblo. Parece que no le gusta mucho tener vecinos cerca aunque no sé muy bien por qué... Aquí todos le adoramos, hace mucho por la comunidad ¿Tú sabes la cantidad de tiempo que hacía que no teníamos una fiesta de Navidad? Los niños están entusiasmados, todos vamos a participar. Yo soy la encargada de las provisiones. Voy a preparar mis famosos mazapanes, llevan mucho trabajo pero merece la pena. Todos estamos ilusionadísimos. Querida, ¿te pasa algo? –se interrumpió al ver la palidez que había cubierto el rostro de Asunción.

-No, no es nada ¿Cuánto te debo? Tengo que hacer una cosa –Asunción se sentía realmente fatal. Se avergonzaba de sí misma y de su comportamiento.

-No, cielo. Aquí hoy no vale tu dinero. Me conformo con que vengas más a menudo por aquí. Me encantará saber todo lo que has hecho durante todos estos años. Dame un beso –y unió su frase con la acción.



Asunción, se dirigió hacia la salida pensando en cómo iba a disculparse con Roberto cuando alguien la cogió de la mano.

-Asunción, ¿eres tú? Todo el pueblo está hablando de tu regreso.

Se giró hacia su interlocutor y se encontró frente a un hombre de unos setenta años. De alta estatura y pelo cano. Sus profundos ojos azules la miraban con cariño.

-¿No te acuerdas de mí? Soy Santiago, era el cartero. La cantidad de veces que hemos merendado juntos. Soy muy amigo de tu padre. No sabes lo que ha presumido de hija durante todos estos años. Tu padre es muy pesado, que si mi hija ha aprobado la carrera con matrícula, que si le han dado una beca de trabajo en Estados Unidos, que si la han contratado en una revista importantísima, que si es redactora jefa, que si Asunción esto, que si Asunción lo otro... No sabes lo pesado que se ponía. Espero que ahora que estás aquí deje de hablar tanto de ti, ¡ja, ja! Aunque ahora viéndote entiendo lo orgulloso que se siente.

Aquello ya fue demasiado para Asunción, ¿su padre orgulloso de ella? ¿Le estaba tomando el pelo? Le observó con detenimiento. Parecía sincero. La cabeza le daba vueltas, nada era como ella había creído que era... Murmurando una excusa se despidió y salió a la fría calle.


martes, 24 de abril de 2012

CHRISTMAS SUN 6


Asunción se quedó quieta cuando los dos perros, un pastor alemán de color negro y un chucho enorme de raza indeterminada se acercaron ladrando hacia donde ella se encontraba. No sabía si echar a correr o echarse a llorar, pues los ladridos no tenían nada de bienvenida, muy al contrario, daban verdadero terror. Se quedó paralizada ante aquellas dos bestias que le gruñían y le enseñaban los dientes como si fuesen los perros guardianes del averno. El hombre se fue acercando a la cerca hablándoles a los perros con suavidad.

-¡Tango!, ¡Cash! ¡Basta! Quietos… Buenos chicos –dijo cuando les alcanzó y acariciándoles suavemente la cabeza, estos dejaron de gruñir y ladrar para sentarse tranquilamente como si fuesen corderitos.

-Perdónales, pero no están acostumbrados a desconocidos… Soy Roberto Montalbán –dijo el hombre mientras alargaba el brazo sobre la cerca para estrechar la mano de Asunción.

-Sun… Asunción Martínez –y estrechó la mano que se le tendía.

El apretón fue firme y él retuvo el contacto un poco más de lo necesario como si no quisiera soltarla. Mirándola directamente a los ojos y pensando que era la mujer más bella que había visto en su vida.

-Perdona… -dijo azorado soltándole la mano y sonriendo al mismo tiempo.

-No pasa nada.

Asunción se fijó en aquel hombre tan guapo y varonil que tenía ante sus ojos, su pelo algo enredado le daba un aire bohemio, ojos negros con un brillo pícaro que le hipnotizaban, aquella sonrisa abierta, sincera de aquella boca de labios finos y que dejaban al descubierto unos dientes perfectos. Aun en invierno su piel conservaba el tono bronceado de los hombres del campo, pero sus manos eran suaves, desde luego no eran las de un granjero. Con el mono que llevaba puesto y las botas de agua que le llegaban hasta las rodillas, no podía distinguir su cuerpo, pero era alto y de espaldas anchas un hombre que…

Asunción volvió a la realidad cuando Roberto empezó a hablar.

-He oído decir que has vivido durante mucho tiempo en Nueva York y quería pedirte un favor…

Asunción no podía dejar de mirar a aquel hombre, hacía tiempo que no sentía lo que en aquel momento le recorría la espalda y en su estómago notaba el cosquilleo que le producía su cercanía.

-Soy el maestro de la escuela que tenemos aquí en Pozuelo, ya sabes, pocos niños y muchas responsabilidades, pues al ser unitaria está todo bajo mi cargo –dijo Roberto sonriendo –Bueno, estamos organizando algo muy especial para el festival de Navidad, quizás podrías echarnos una mano y explicarles además cómo se celebra la Navidad en Estados Unidos. Aquí, ya sabes, los Reyes, el Belén y todo eso, quizás tú pudieses…

-No tengo tiempo para esa clase de tonterías –le atajó Asunción abruptamente –lo siento.

Se dio la vuelta tan bruscamente que resbaló en un montón de nieve que había junto al camino cayendo de culo contra el suelo. Roberto saltó la cerca de un brinco y tendió su mano, riéndose, para ayudarla a levantarse.

-Por estas tierras, las botas que llevas no son las más adecuadas, aunque debo admitir que te sientan muy bien.

Asunción le dio un manotazo a la mano tendida de él y como pudo se levantó y echó a andar por el camino con los vaqueros Gucci ceñidísimos que llevaba puestos mojados y con todo el trasero manchado de barro.

Con toda la dignidad que fue capaz de reunir siguió andando por el camino, sin volver la vista atrás, pero notando en su nuca que dos ojos negros estaban pendientes de ella.

Roberto se apoyó en la cerca mirando cómo se alejaba, sonriendo todavía, pensando que era una mujer orgullosa y prepotente pero con una cara divina que se le había quedado prendada en la retina y con un cuerpo espectacular. Volvió a saltar la cerca y se reunió con sus perros, Tango y Cash.

-Vamos chicos, tenemos trabajo que hacer. Sólo hemos parado un ratito para hablar con una diosa –y echó a andar hacia su casa.



Roberto Montalbán llevaba cinco años en Pozuelo, llegó como maestro a la escuela unitaria, un puesto que nadie quería, pues aceptarlo era el destierro, pero para Roberto era el lugar perfecto para curar sus heridas.

Se había casado con la mujer de la que se enamoró en la Universidad, Carmen, los dos maestros, él generalista y ella maestra de infantil. Tenían los mismos gustos a la hora de elegir película para ir al cine, los dos disfrutaban más de un buen libro que de la televisión, excepto en el fútbol, que a él le encantaba, en el resto eran como almas gemelas. Cuando decidieron vivir juntos, pasaron horas en los rastrillos y en las tiendas de segunda mano para amueblar el pequeño apartamento alquilado en pleno centro madrileño, donde las callejuelas todavía poseían el embrujo de principios del siglo XX. Los dos trabajaban en aquello que les gustaba, eran felices con lo que habían conseguido y su amor era el minutero que marcaba sus vidas.

Cuando Carmen le dijo años después que estaba embarazada, creyó morir de felicidad. Se tendrían que mudar, aquel pequeño apartamento no tenía espacio suficiente para los tres, deberían buscar una casa o un adosado para que su hijo creciera rodeado de naturaleza. Al final de una minuciosa búsqueda encontraron una vieja casa rodeada de un gran jardín, con una pequeña piscina en la parte de atrás, un salón con una gran chimenea y una escalera de madera tallada que subía al piso superior donde se encontraban las habitaciones. Era una casa preciosa aunque tuvieron que dedicarle tiempo y esfuerzo para pintarla, decorarla y devolverle la vida que el tiempo y el desuso le habían arrebatado.

Llegado el momento Carmen dio a luz a Alba, la pequeña que para ellos supuso un nuevo amanecer, una pequeña que tenía los mismos ojos azules que su madre y el pelo azabache de su padre.

La vida les sonreía, los años iban pasando, Alba iba creciendo en un entorno feliz y tanto Carmen como Roberto se desvivían por la pequeña.

Roberto conducía todas las mañanas para dejar a Carmen y Alba en la escuela donde su mujer trabajaba y luego proseguía hasta el colegio donde él impartía sus clases. A las cinco salía del colegio y pasaba de nuevo a recogerlas para volver juntos de regreso a casa. El viaje no era pesado poco más de media hora, si no cogían algún atasco, pero valía la pena. Su casa era su refugio.

Una noche de regreso a casa caía una fina lluvia que poco a poco se fue convirtiendo en una fuerte tormenta. Roberto conducía con mucha precaución, a su lado Carmen intentaba calmar a Alba que lloraba asustada en el asiento posterior. De repente algo cayó sobre la carretera obligando a Roberto a dar un fuerte volantazo al tiempo que frenaba, perdiendo el control del coche que salió de la carretera dando varias vueltas de campana. Cuando llegó la policía y las ambulancias, Roberto estaba gravemente herido. Carmen falleció en el recorrido hasta el hospital debido a la pérdida de sangre y la pequeña Alba había fallecido en el momento del impacto contra el suelo.

Roberto pasó varias semanas en el hospital, los médicos se dejaron la piel para salvarle la vida y en algunos momentos perdieron toda esperanza de poder hacerlo: tenía rotura de bazo, hemorragias internas que le habían dañado el hígado, costillas astilladas que le habían perforado los pulmones y graves traumatismos. Pero era un hombre joven y fuerte y salió con vida, algunos pensaron que milagrosamente, de todo aquello. Salió vivo del hospital porque respiraba y aquello lo confirmaba, pero muerto por dentro, había perdido todo aquello por lo que vivir. Necesitaba huir, y pensó enterrarse en vida en el lugar más apartado del mundo. Cuando vio la oferta de trabajo en Pozuelo no lo pensó, simplemente, se dijo a sí mismo: “Pozuelo será mi tumba”. Jamás regresó a Madrid, ni visitó las dos tumbas iguales del cementerio, pues pensó que no podría resistirlo. Ahora sólo pensaba en sus niños de la escuela que le habían devuelto la sonrisa y en cuidar a Tango y Cash, sus perros, que llevaban el nombre de la película favorita de Carmen, que estaba enamorada platónicamente de Kurt Russell, esa fue la única concesión que se dio para el recuerdo. Todo lo demás quedó atrás.

Y cuando creía que jamás volvería a mirar a otra mujer apareció Asunción que le había abierto una pequeña brecha en su endurecido corazón.

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