La
excitación y las ganas de volver a sentirla junto a él le
imposibilitaban alejarse de la puerta. Allí quedó inmóvil, donde
por primera vez había besado sus labios, intentando quedarse para sí
su calor.
-Asun,
te deseo. Eres tan especial -decía Roberto aún creyendo que estaba
a su lado y podía escucharle.
Estaba
apoyado en la puerta, bajo el muérdago, cautivado por la dulzura de
Asun al besarle, evocando el momento, pensando que aquel sentimiento
tan fuerte no quedaría únicamente en aquello. La huella de Asun en
sus labios y en su corazón era ya imborrable. Su majestuosa belleza
la convertía en divinidad, una diva de la que había quedado
prendado desde el primer momento y nunca se atrevería a negarlo.
Lucharía por ella y por el amor que acababa de germinar. Sentía su
pecho expandirse de amor, de júbilo al haberla podido besar, era una
mujer imponente. Tendría que esforzarse en conquistarla y así lo
iba a hacer. Se sentía enamorado, después de mucho tiempo, su
corazón volvía a latir por una mujer.
Miraba
al infinito sonriendo. Imaginando la próxima vez que la volviera a
ver. Lo deseaba con todas sus fuerzas. De momento, observó como de
entre la neblina podía diferenciar una figura que se acercaba hacia
el colegio a toda prisa, un segundo más tarde diferenció la silueta
de Asun corriendo hacia él.
-¡Roberto!
¡Roberto! -gritaba desesperada intentando hacerse oír.
Roberto
corrió hacia ella todo lo rápido que le permitieron sus
piernas. Al encontrarse Asun rompió a llorar presa del miedo. Sólo
repetía su nombre, seguía llamándolo entre el llanto. Él la había
sujetado con sus fuertes y grandes manos por los hombros, intentaba
entender qué le ocurría, ansiaba calmarla pero ella no reaccionaba,
no conseguía zafarse de aquella aflicción.
-¡Asun!
Estoy aquí, cariño. ¡Mírame! -le decía Roberto intentando captar
su atención- ¿Qué ha ocurrido? ¿Qué te ha pasado?- repetía una
y otra vez.
-¡Roberto!
¡Roberto! Mi padre. Ayúdame. Roberto, por favor, ayúdame -contestó
Asun después de unos minutos de máxima ansiedad.
-¿Qué
le ha pasado a tu padre? Dime. ¿Dónde está? -preguntaba él con
muchísima inquietud viendo cómo estaba Asun.
Asun
se abrazó a él con todas sus fuerzas sin parar de llorar. La
calidez del abrazo con que Roberto le correspondió hizo que ella se
calmara tímidamente, aunque fue suficiente para que ella pudiera
informarle de lo que ocurría.
-Tranquila,
Asun, yo estoy contigo. No temas nada, y dime qué le ha sucedido a
Francisco -le habló Roberto mientras le acariciaba con dulzura el
rostro.
-Mi
padre está en el hospital. Ha sido un infarto. Está muy mal. Es
grave, Roberto. Tienes que venir conmigo, por favor -le decía Asun
mientras rompía a llorar una vez más totalmente desolada.
Roberto
asintió con la cabeza y cogidos de la mano corrieron hasta casa de
Asun donde el todoterreno de su padre les esperaba aparcado. Ella
estaba muy nerviosa para poder conducir, cada vez que pensaba que
podía perder a su padre para siempre un nuevo gemido de dolor salía
de su alma, cuando esto ocurría Roberto la abrazaba sujetándola por
la cintura con sus fuertes brazos, estaba destrozada y podía suponer
un peligro para ellos que fuera Asun quien condujera. Él no podía
soportar verla así, y mucho menos iba a permitir que se subiera al
volante del coche en aquel estado. Le abrió la puerta del copiloto,
ella subió y antes de cerrar le dio un tierno beso en la frente y le
susurró al oído:
-Tranquila,
mi amor, yo estoy contigo.
No
tardaron muchos minutos en llegar al hospital. Asun pasó todo el
viaje sin dejar de llorar, lamentándose de lo que le había ocurrido
a su padre preguntándose por qué a él, que era un hombre joven y
sano. Roberto estuvo concentrado en la conducción sin descuidar a
Asun, a la que regalaba tiernas miradas cada vez que el tráfico se
lo permitía, repitiéndole palabras tranquilizadoras intentando
sosegar su nerviosismo.
Al
llegar, Asun corrió junto a su madre, se abrazaron llorando
permaneciendo así largos minutos de dolor. Compartiendo el
sufrimiento por lo ocurrido a Francisco y con la angustia de no tener
nuevas noticias de los doctores. Madre e hija se sentaron una junto a
la otra cogidas de las manos, mirándose a los ojos y jurándose que
no le pasaría nada al hombre que, las dos, más habían amado en
todo el mundo.
Roberto
quedó apartado voluntariamente de aquella escena. Absorto en lo que
acababa de hacer. Nunca pudo imaginar que volvería a conducir un
coche, pues solo la idea le hacía revivir todo lo pasado y las
emociones de desolación, mortificación y arrepentimiento renacían
en él para hundirlo en la desesperanza más absoluta. Pero ahora
había sucedido todo lo contrario. Lo había hecho. Había logrado
conducir. Y él sabía por qué. Era ella, Asun. No podía soportar
verla sufrir de aquella manera. Él la amaba y se había jurado hacer
cuánto pudiera para demostrarle su amor. Fue entonces cuando Roberto
se dio cuenta de la pureza de ese sentimiento. Se dio cuenta de que
no había hecho falta proponérselo, en ningún momento pensó que no
había conducido desde el accidente, no aparecieron los miedos. El
amor que sentía por Asun había logrado vencer los fantasmas del
pasado. Sonrió agradecido.
Permanecieron
sentadas en silencio mirando la puerta que comunicaba la sala de
espera con el área de urgencias. Numerosos médicos la atravesaban
una y otra vez, pero ninguno se dirigía hacia ellas. Pasaron los
minutos y cada una quedó abstraída en sus pensamientos y oraciones,
pues no dejaron de rezar desde que la desazón y la congoja menguaron
un poco. De pronto, Asun preguntó.
-Mamá,
¿cuánto amas a papá? -preguntó mientras continuaba mirando al
infinito.
-Jamás
podré contestarte a esa pregunta, hija. El amor no se cuantifica, el
amor sólo se siente -contestó Pilar mirando a Asun con ternura y
esbozando una disimulada sonrisa.
-¿Qué
gratificaciones has tenido al compartir tu vida con él en un pueblo
como Pozuelo? Desde hace mucho tiempo me hago esa pregunta. Nunca
encontré una respuesta -inquirió Asun exponiendo su reflexión.
-Ya lo
sabía, cariño. Lo sé desde hace mucho tiempo. Me has visto como
una perdedora, alguien sin personalidad que decidió abandonarse en
un minúsculo pueblo arrastrada por la promesa de amor de un hombre
-contestó Pilar mirando a los ojos de su hija.
Un
pesado silencio se apoderó de ella. Asun quedó abrumada ante la
declaración de su madre. Se sintió desnuda por un segundo. Su madre
le había hecho ver la transparencia de la que ella tanto presumió
no tener. Durante todo este tiempo conocía la inquietud y el
descontento que ella sentía por el destino que su madre había
decidido escoger. No pudo articular palabra. Pilar continuó.
-Es
cierto que un futuro prometedor se abría ante mí, pero era un
futuro profesional únicamente. Tu padre me ofrecía compartir con él
el más difícil de los trabajos a desempeñar: crear un hogar. Tu
padre me ofrecía toda una vida. Elegí, y lo hice con todas las
consecuencias. Escuché a mi corazón. No he renunciado a nada, Asun,
he apostado por el amor.
El
Doctor Manzano se acercó a Pilar para informarle del estado de salud
de su marido. Las noticias no podían ser más alentadoras. Francisco
había superado el infarto, aunque debía quedarse en el hospital
durante al menos unos días para estabilizarle completamente. Había
supuesto un fuerte percance y estaba muy debilitado. Pilar lloraba de
alegría y agradecía al médico sin descanso todo el esfuerzo que
habían hecho en sanar a su marido, Asun abrazó a su madre por los
hombros compartiendo la felicidad que les había traído la noticia.
-
Doctor, ¿Francisco pasará la Nochebuena con nosotros?- preguntó
Pilar inquieta.
Entre las prisas que tenía para ver que pasaba, y el final....
ResponderEliminarMe dejas esperando más!
Besos
Escribes muy bien
ResponderEliminarBesos
http://todoeldiadecompras.blogspot.com
Vaya, esto si que no me lo esperaba!!! un infarto!!!!. A ver qué pasa...
ResponderEliminarUn bs muy grande
mariandomenech.blogspot.com
ufff.. nos tienes en ascuas!!
ResponderEliminarhoy tenemos SORTEO!!
http://www.villarrazo.com/behindthestyling/2012/05/31/sorteo-cremas-solares-y-tonico-facial-atache/