Su
madre le había pedido que regresara a casa y preparase una bolsa de
viaje con algunas cosas que iban a necesitar: ropa interior, un
neceser con utensilios para el baño, algo de ropa, en fin lo que
consideraba que iba a usar en el hospital mientras su padre se
recuperaba. Pilar había sido tajante, iba a quedarse junto a su
marido hasta que éste estuviese completamente recuperado y volviese
a casa.
Asunción
iba silenciosa entregada a sus pensamientos, al lado de Roberto que
conducía con mucho cuidado y que, agradecía el silencio para
concentrarse en conducir, después de tanto tiempo sin ponerse tras
un volante sus reflejos estaban un poco oxidados.
Cuando
las luces del pueblo aparecieron tras una curva Asunción rompió su
silencio.
-Gracias…
-dijo quedamente.
-De
nada, solo deseo que tu padre se recupere pronto y vuelva a casa. Le
aprecio mucho, de verdad, lo considero una gran persona.
Asunción
asentía, pero no dijo nada.
Cuando
llegaron a la casa de sus padres, Roberto se quedó sentado en la
sala mientras Asunción iba a la habitación de sus padres y al
cuarto de baño para recoger todo lo que le habían pedido tratando
de no olvidar nada. La chaqueta de lana, la pequeña manta, las cosas
del cuarto de baño, el cepillo de dientes, el cepillo para el pelo…
Abrió el armario donde su madre le había indicado que había una
bata en uno de los estantes, rebuscó entre las prendas hasta que al
final lo encontró. Le llamó la atención que en el estante de abajo
había una gran caja de madera. Curiosa no pudo resistir la tentación
y con un poco de esfuerzo, pues pesaba bastante, la sacó del
armario, abrió el pequeño cerrador que tenía y levantó la tapa
para ver lo que contenía. Lo que vio la dejó sin aliento, tuvo que
dar dos pasos hacia atrás y sentarse sobre la cama de sus padres.
Roberto
asomó por la puerta y la vio con la cara demudada, sentada a los
pies de la cama. Se acercó rápidamente y le cogió las manos que
estaban heladas.
-¿Qué
te ocurre Asun? ¡Respóndeme! ¡Me estás asustando! –gritaba
alterado.
-Yo no
sabía, no lo sabía… -repetía Asun.
-¿No
sabías qué? ¡Asun háblame!
Asun
señaló la caja que había en el suelo. Roberto se agachó y la
cogió. La puso sobre la cama entre los dos. Ella levantó la tapa
con cuidado, dentro apiladas cuidadosamente había decenas de
revistas de Top Fashion.
-No lo
entiendo –dijo Roberto
-Yo
tampoco, mi padre… -no pudo continuar rompiendo a llorar.
Asun
no podía apartar los ojos de la caja llena de revistas. En un lado
apoyado había un álbum de fotos, lo sacó con cuidado y cuando lo
abrió se encontró a sí misma, sonriendo desde la parte superior
izquierda de la primera columna que escribió como redactora, hacía
ya más tres años. Pasando las hojas vio todos sus artículos
recortados y pegados con cuidado, un álbum de toda su carrera. Las
lágrimas le nublaban la vista y se las secó de golpe con la manga
del chaquetón que todavía llevaba puesto.
Recogió
las revistas y las volvió a meter en la caja sin poder contener el
llanto. Roberto metió las cosas que Asun había ido recogiendo para
sus padres y las metió en una pequeña bolsa de viaje sin entender
muy bien por qué ella estaba tan triste. Al final había decidido no
preguntarle nada y dejar que poco a poco se calmase, pues con cada
página que pasaba de aquel álbum Asun lloraba e hipaba todavía
más. Cuando intentó quitárselo de entre las manos para devolverlo
a su lugar, Asun se negó en rotundo a desprenderse de él,
abrazándolo con fuerza contra su pecho.
-Asun,
cariño, vamos a mi casa. Necesitas descansar –dijo suavemente
Roberto.
Ella
se levantó como una autómata dejándose llevar por él que la
sujetaba por el codo. Apagaron las luces y volvieron al coche en
dirección a la casa de Roberto.
El
corto recorrido que hicieron fue en silencio únicamente roto por
Asunción que no dejaba de llorar. Roberto estaba totalmente
desconcertado, no sabiendo muy bien qué hacer o decir para
consolarla.
Cuando
bajó del coche para abrir la cerca de la entrada, los dos perros
Tango y Cash corrieron a su encuentro rompiendo con sus ladridos de
bienvenida el silencio de la noche.
Entraron
en la casa y ayudó a Asun a quitarse el chaquetón. Ésta se sentó
en un lado del sofá todavía con el álbum pegado a su pecho. Él le
quitó las botas y los finos calcetines y fue a buscar unos gruesos
de lana. Ella se dejaba hacer como si fuese una niña pequeña, las
lágrimas todavía cayendo sin control por sus mejillas. Le puso los
calcetines de lana y la cubrió con una cálida manta. Encendió la
chimenea y fue a la cocina a preparar un buen tazón de leche con
cacao que les ayudaría a entrar en calor. Volvió al cabo de pocos
minutos.
-Bebe
esto, verás como después te sientes mejor –dijo Roberto mientras
le ofrecía la taza.
Ella
sorbió un poco de aquel bálsamo dulzón y fue calmándose poco a
poco aunque su pecho aún hipaba de vez en cuando. Roberto se sentó
junto a ella expectante, esperando que le explicase qué había
ocurrido, pero también sabía que debía ser ella quién debía
empezar a hablar si así lo deseaba. Estuvieron un rato en silencio
sólo roto por el crepitar del fuego de la chimenea. Tango y Cash se
habían echado a ambos lados del enorme hogar, que iluminaba el salón
con claroscuros rojizos.
-Salí
de este pueblo hace casi diez años -empezó Asunción -dejando atrás
a mis padres, despreciando a mi madre porque consideraba que había
desperdiciado su vida quedándose junto a mi padre y odiándole a él
por haberlo permitido y dejarla encerrada en este pueblo perdido.
-Pero
si este lugar… -dijo Roberto.
-Calla,
déjame continuar –le cortó Asun colocando un dedo sobre los
labios de él.
-Cuando
estudié la carrera en Madrid pensé que lo había dejado todo atrás
y más todavía cuando aterricé en Nueva York. Me cambié el nombre,
dejé de ser Asunción Martínez y me convertí en Sun Martin, una
mujer de éxito. Me olvidé del pueblo y de mis padres. Todo esto
–dijo echando una mirada a su alrededor -era mi pasado pero se
quedó en eso, un pasado, del que no quería acordarme y que me
abochornaba. Nunca les llamé, ni para sus cumpleaños, ni para
felicitarles la Navidad. Nunca supieron ni dónde vivía; nunca se
enteraron por mí, si me iba bien o mal. Desaparecí de sus vidas,
sin una explicación, casi sin decir adiós. Pensé que después de
cómo me había comportado con ellos, me odiarían, pues mi
comportamiento, ahora me doy cuenta, fue odioso pero…
-Ahora
te das cuenta de que te quieren –acabó la frase Roberto.
-No
sólo eso, mira –dijo Asunción mostrando el álbum de fotos y
enseñándole lo que había en su interior.
-Mi
padre ha ido recortando y pegando todos los artículos que he escrito
desde el principio. Éste -dijo señalando la primera hoja -es el
primer editorial que escribí hace más de tres años como redactora
en la revista y…¡están todos! –dijo pasando las hojas una a una
–Mi padre ha seguido toda mi carrera a distancia.
-Eso
es muy bonito Asun, es una prueba de amor.
-Lo sé
y lo más cómico de todo, es que mi padre no sabe ni una palabra de
inglés, ¿cómo demonios lo habrá hecho?
-Quizás
se suscribió o algo así. De todas formas sólo tienes que
preguntárselo.
-Soy
una mala persona, Roberto, soy…
-No
eres mala, sólo equivocada, como todos nos equivocamos alguna vez.
Eres preciosa y eres una buena persona, el problema es que no lo
sabes, pero aquí estoy yo para recordártelo cuando lo olvides –dijo
besándola dulcemente en los labios –y me gustaría que me dejaras
recordártelo el resto de nuestras vidas.
Asunción
se abrazó a él besándole de nuevo.
-Gracias,
amor, eres lo mejor que me ha pasado en la vida.
Roberto
se levantó y la izó del sofá llevándola en brazos hasta su
dormitorio, ella cogida a su cuello le acariciaba el pelo y le
besaba.
La
dejó suavemente sobre la cama y arrodillándose ante ella, le quitó
los gruesos calcetines de lana, metió sus manos bajo el jersey de
cuello alto que llevaba acariciando sus costados, su espalda, sus
pechos… subiendo las manos tiró de él sacándolo con la ayuda de
Asunción que levantó los brazos. Desabrochó el botón de sus
pantalones y bajó la corta cremallera, tiró de ellos hacia atrás
dejándolos caer abandonadamente sobre el suelo.
Roberto
cogió una de sus piernas y comenzó a besarla suavemente. Asun se
recostó sobre la colcha, cerró los ojos para concentrarse
únicamente en el placer que le proporcionaban los labios de Roberto,
éste besó y lamió dulcemente el interior de su muslo. Asun
suspiraba y gemía de placer.
Roberto
se alzó y frente a ella comenzó a desvestirse. Ella levantó la
cabeza apoyándose en los codos para mirarle cómo se quitaba la
camisa, cómo se desabrochaba el cinturón y los botones de sus
pantalones vaqueros, la ropa interior; por primera vez, veía el
cuerpo de aquel hombre en todo su esplendor. Su pecho fuerte, sus
brazos musculosos, las largas piernas donde se dibujaban
perfectamente sus músculos. El color de su piel tenuemente tostada
por el trabajo del campo. Roberto se desnudó ante ella sin dejar de
mirarla ni un instante.
Despacio
se acostó junto a ella, besándola de nuevo. Asunción desabrocho el
cierre de su sujetador y lo lanzó hacia atrás quedando colgado del
brazo de un sillón que había en un rincón, él la ayudó a tirar
de sus minúsculas braguitas que cayeron desmayadamente junto a la
ropa de ambos que yacía en un montón sobre el suelo. Los dos se
veían por primera vez desnudos y no podían dejar de mirarse.
-Eres
una diosa –susurró él junto a su oído.
-Te
deseo –jadeó ella –quiero que me hagas el amor.
-Deseo
hacerte el amor hasta las primeras horas del alba y luego hacerte el
amor hasta que oscurezca, para seguir haciéndote el amor de nuevo...
Diciendo
esto Roberto seguía besándole el cuello, los hombros, la boca, los
ojos, el lóbulo de las orejas.
Asunción
notó el peso de Roberto sobre ella, loca de placer abrazó al
hombre, rodeándole la cintura con sus piernas y notó como entraba
en ella suavemente, sin prisa, con toda su hombría, cerró los ojos
y gimió de placer.
Tango
y Cash levantaron las orejas al oír los extraños ruidos que venían
de la habitación de su amo, pero después de algunos segundos de
atención, comprobando que los gemidos no eran de auxilio, volvieron
a recostarse y siguieron dormitando junto a la chimenea.
Roberto
cumplió su promesa y le hizo el amor a Asunción hasta hacerla
gritar de placer y llorar de alegría y, cuando las primeras luces
del amanecer despuntaban por el horizonte, seguían descubriendo la
geografía de su piel, besando los más recónditos huecos de su
cuerpo exhaustos, pero incapaces de separarse.
-Asun,
te quiero. Quiero amarte como esta noche, para el resto de nuestras
noches.
-Y yo
quiero que me quieras, nunca nadie me había hecho sentir tan amada y
por ello te adoro –dijo Asunción acoplándose de nuevo sobre el
cuerpo de Roberto.
Tango
y Cash volvieron a levantar las orejas, pero los ruidos que oían les
fueron tan familiares que ni tan siquiera levantaron la cabeza.
Siguieron dormitando junto a la chimenea, donde el fuego hacía horas
que se había apagado.
Qué bonito... ójala hubiesen mas "Robertos" por el mundo...
ResponderEliminarUn bs grande
mariandomenech.blogspot.com