El amor y el odio son las pasiones que mueven el mundo. Escribir sobre ellas es mi pasión, sólo espero que leer mis palabras sea la tuya.
Clara.

martes, 24 de abril de 2012

CHRISTMAS SUN 6


Asunción se quedó quieta cuando los dos perros, un pastor alemán de color negro y un chucho enorme de raza indeterminada se acercaron ladrando hacia donde ella se encontraba. No sabía si echar a correr o echarse a llorar, pues los ladridos no tenían nada de bienvenida, muy al contrario, daban verdadero terror. Se quedó paralizada ante aquellas dos bestias que le gruñían y le enseñaban los dientes como si fuesen los perros guardianes del averno. El hombre se fue acercando a la cerca hablándoles a los perros con suavidad.

-¡Tango!, ¡Cash! ¡Basta! Quietos… Buenos chicos –dijo cuando les alcanzó y acariciándoles suavemente la cabeza, estos dejaron de gruñir y ladrar para sentarse tranquilamente como si fuesen corderitos.

-Perdónales, pero no están acostumbrados a desconocidos… Soy Roberto Montalbán –dijo el hombre mientras alargaba el brazo sobre la cerca para estrechar la mano de Asunción.

-Sun… Asunción Martínez –y estrechó la mano que se le tendía.

El apretón fue firme y él retuvo el contacto un poco más de lo necesario como si no quisiera soltarla. Mirándola directamente a los ojos y pensando que era la mujer más bella que había visto en su vida.

-Perdona… -dijo azorado soltándole la mano y sonriendo al mismo tiempo.

-No pasa nada.

Asunción se fijó en aquel hombre tan guapo y varonil que tenía ante sus ojos, su pelo algo enredado le daba un aire bohemio, ojos negros con un brillo pícaro que le hipnotizaban, aquella sonrisa abierta, sincera de aquella boca de labios finos y que dejaban al descubierto unos dientes perfectos. Aun en invierno su piel conservaba el tono bronceado de los hombres del campo, pero sus manos eran suaves, desde luego no eran las de un granjero. Con el mono que llevaba puesto y las botas de agua que le llegaban hasta las rodillas, no podía distinguir su cuerpo, pero era alto y de espaldas anchas un hombre que…

Asunción volvió a la realidad cuando Roberto empezó a hablar.

-He oído decir que has vivido durante mucho tiempo en Nueva York y quería pedirte un favor…

Asunción no podía dejar de mirar a aquel hombre, hacía tiempo que no sentía lo que en aquel momento le recorría la espalda y en su estómago notaba el cosquilleo que le producía su cercanía.

-Soy el maestro de la escuela que tenemos aquí en Pozuelo, ya sabes, pocos niños y muchas responsabilidades, pues al ser unitaria está todo bajo mi cargo –dijo Roberto sonriendo –Bueno, estamos organizando algo muy especial para el festival de Navidad, quizás podrías echarnos una mano y explicarles además cómo se celebra la Navidad en Estados Unidos. Aquí, ya sabes, los Reyes, el Belén y todo eso, quizás tú pudieses…

-No tengo tiempo para esa clase de tonterías –le atajó Asunción abruptamente –lo siento.

Se dio la vuelta tan bruscamente que resbaló en un montón de nieve que había junto al camino cayendo de culo contra el suelo. Roberto saltó la cerca de un brinco y tendió su mano, riéndose, para ayudarla a levantarse.

-Por estas tierras, las botas que llevas no son las más adecuadas, aunque debo admitir que te sientan muy bien.

Asunción le dio un manotazo a la mano tendida de él y como pudo se levantó y echó a andar por el camino con los vaqueros Gucci ceñidísimos que llevaba puestos mojados y con todo el trasero manchado de barro.

Con toda la dignidad que fue capaz de reunir siguió andando por el camino, sin volver la vista atrás, pero notando en su nuca que dos ojos negros estaban pendientes de ella.

Roberto se apoyó en la cerca mirando cómo se alejaba, sonriendo todavía, pensando que era una mujer orgullosa y prepotente pero con una cara divina que se le había quedado prendada en la retina y con un cuerpo espectacular. Volvió a saltar la cerca y se reunió con sus perros, Tango y Cash.

-Vamos chicos, tenemos trabajo que hacer. Sólo hemos parado un ratito para hablar con una diosa –y echó a andar hacia su casa.



Roberto Montalbán llevaba cinco años en Pozuelo, llegó como maestro a la escuela unitaria, un puesto que nadie quería, pues aceptarlo era el destierro, pero para Roberto era el lugar perfecto para curar sus heridas.

Se había casado con la mujer de la que se enamoró en la Universidad, Carmen, los dos maestros, él generalista y ella maestra de infantil. Tenían los mismos gustos a la hora de elegir película para ir al cine, los dos disfrutaban más de un buen libro que de la televisión, excepto en el fútbol, que a él le encantaba, en el resto eran como almas gemelas. Cuando decidieron vivir juntos, pasaron horas en los rastrillos y en las tiendas de segunda mano para amueblar el pequeño apartamento alquilado en pleno centro madrileño, donde las callejuelas todavía poseían el embrujo de principios del siglo XX. Los dos trabajaban en aquello que les gustaba, eran felices con lo que habían conseguido y su amor era el minutero que marcaba sus vidas.

Cuando Carmen le dijo años después que estaba embarazada, creyó morir de felicidad. Se tendrían que mudar, aquel pequeño apartamento no tenía espacio suficiente para los tres, deberían buscar una casa o un adosado para que su hijo creciera rodeado de naturaleza. Al final de una minuciosa búsqueda encontraron una vieja casa rodeada de un gran jardín, con una pequeña piscina en la parte de atrás, un salón con una gran chimenea y una escalera de madera tallada que subía al piso superior donde se encontraban las habitaciones. Era una casa preciosa aunque tuvieron que dedicarle tiempo y esfuerzo para pintarla, decorarla y devolverle la vida que el tiempo y el desuso le habían arrebatado.

Llegado el momento Carmen dio a luz a Alba, la pequeña que para ellos supuso un nuevo amanecer, una pequeña que tenía los mismos ojos azules que su madre y el pelo azabache de su padre.

La vida les sonreía, los años iban pasando, Alba iba creciendo en un entorno feliz y tanto Carmen como Roberto se desvivían por la pequeña.

Roberto conducía todas las mañanas para dejar a Carmen y Alba en la escuela donde su mujer trabajaba y luego proseguía hasta el colegio donde él impartía sus clases. A las cinco salía del colegio y pasaba de nuevo a recogerlas para volver juntos de regreso a casa. El viaje no era pesado poco más de media hora, si no cogían algún atasco, pero valía la pena. Su casa era su refugio.

Una noche de regreso a casa caía una fina lluvia que poco a poco se fue convirtiendo en una fuerte tormenta. Roberto conducía con mucha precaución, a su lado Carmen intentaba calmar a Alba que lloraba asustada en el asiento posterior. De repente algo cayó sobre la carretera obligando a Roberto a dar un fuerte volantazo al tiempo que frenaba, perdiendo el control del coche que salió de la carretera dando varias vueltas de campana. Cuando llegó la policía y las ambulancias, Roberto estaba gravemente herido. Carmen falleció en el recorrido hasta el hospital debido a la pérdida de sangre y la pequeña Alba había fallecido en el momento del impacto contra el suelo.

Roberto pasó varias semanas en el hospital, los médicos se dejaron la piel para salvarle la vida y en algunos momentos perdieron toda esperanza de poder hacerlo: tenía rotura de bazo, hemorragias internas que le habían dañado el hígado, costillas astilladas que le habían perforado los pulmones y graves traumatismos. Pero era un hombre joven y fuerte y salió con vida, algunos pensaron que milagrosamente, de todo aquello. Salió vivo del hospital porque respiraba y aquello lo confirmaba, pero muerto por dentro, había perdido todo aquello por lo que vivir. Necesitaba huir, y pensó enterrarse en vida en el lugar más apartado del mundo. Cuando vio la oferta de trabajo en Pozuelo no lo pensó, simplemente, se dijo a sí mismo: “Pozuelo será mi tumba”. Jamás regresó a Madrid, ni visitó las dos tumbas iguales del cementerio, pues pensó que no podría resistirlo. Ahora sólo pensaba en sus niños de la escuela que le habían devuelto la sonrisa y en cuidar a Tango y Cash, sus perros, que llevaban el nombre de la película favorita de Carmen, que estaba enamorada platónicamente de Kurt Russell, esa fue la única concesión que se dio para el recuerdo. Todo lo demás quedó atrás.

Y cuando creía que jamás volvería a mirar a otra mujer apareció Asunción que le había abierto una pequeña brecha en su endurecido corazón.


3 comentarios:

  1. Eres genial, de verdad...
    Un bs grande
    mariandomenech.blogspot.com

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  2. Muy buen post!!
    Que historia tan triste y bonita. Besos


    http://www.villarrazo.com/behindthestyling/

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  3. Que post mas bueno!
    Un besito
    http://janakitchen.blogspot.com

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