El amor y el odio son las pasiones que mueven el mundo. Escribir sobre ellas es mi pasión, sólo espero que leer mis palabras sea la tuya.
Clara.

martes, 1 de mayo de 2012

CHRISTMAS SUN 7


Asunción apretó el paso. Quería escapar, huir… No podía creer lo que acababa de suceder. ¡Mira que caerse! Y justamente delante de aquel hombre. Un momento, se dijo, ¿por qué justamente delante de aquel hombre? No podía negar que sentía cierta atracción por él. La idea la asustó, ¿cómo era posible? Ella, Sun Martin, atraída por alguien como él: un hombre que vivía en aquel pueblo perdido de la mano de Dios, en una casa aislada, rodeado de... ¡nada! Agobiada, metió la mano en su bolso y buscó su paquete de cigarrillos, necesitaba fumar. El paquete estaba vacío. Menudo momento para quedarse sin tabaco, pensó. Se detuvo. ¿Dónde iba a comprar tabaco? Parada en medio de la plaza observaba todo a su alrededor. Algunos niños corrían en torno a la fuente, un par de mujeres conversaban bajo los soportales y un hombre salía con un paquete de cigarrillos en la mano. Asunción siguió con la mirada el lugar del que había salido y con paso firme se dirigió hacia allí.

Empujó la puerta con suavidad y un soplo cálido le acarició el rostro. Entró y lo que vio la sorprendió. Esperaba encontrar un bar anclado en el pasado y sin embargo, la realidad era muy distinta. Era un espacio amplio y diáfano, de suelo de piedra y paredes pintadas en tonos suaves. La barra, decorada con azulejos en tonos grises y marrones, ocupaba toda la pared situada justo enfrente de la puerta de entrada. En un lateral, varias mesas de madera maciza, ocupadas por varios parroquianos.

La señora Angelita, faenaba tras la barra, preparando algunos cafés. Asunción buscó la máquina de tabaco y la encontró tras una columna situada a la izquierda de la sala. Insertó las monedas necesarias y marcó su selección. Esperó. Nada. La máquina se había tragado su dinero, ¡maldito pueblo! ¿Podía sucederle algo peor?

Resoplando y resignada se acercó a la barra. La señora Angelita seguía ocupada con más cafés; carraspeó.

-Ejem, ejem.

La señora Angelita se dio media vuelta y al verla esbozó una gran sonrisa.

-¡¡Asunción, Asunción!! ¡Qué alegría verte de nuevo! –dijo al tiempo que salía de detrás de la barra y le plantaba dos sonoros besos en ambas mejillas. La abrazó fuerte.

Asunción estaba demasiado sorprendida para reaccionar, se había acostumbrado a vivir sin ese contacto físico tan común en España.

-Pero déjame que te vea, cariño, estás preciosa. Hay que ver cuánto has cambiado, cuando saliste de aquí no eras más que una chiquilla y ahora, mírate... Estás hecha toda una mujer –dijo la señora Angelita mirándola de arriba abajo –Cada día te pareces más a tu madre, que también era una belleza.

-Angelita, vienen esos cafés, ¿o qué? –preguntó uno de los parroquianos que estaba sentado en una de las mesas jugando al dominó con otros hombres.

-Miguel, ya voy, ya voy –dijo la señora Angelita llevando la bandeja con dos cafés y un par de cortados –Querida, siéntate en la barra. Tenemos mucho de lo que hablar.

Mecánicamente Asunción se sentó en uno de los taburetes. Miró las fotos colgadas en las paredes del local; fotos en tonos sepia de los rincones más bellos de la comarca: la ermita situada en lo alto de la montaña, el valle en primavera, una vista de Pozuelo desde una colina cercana...

-Ya estoy aquí guapa, ¿te gusta cómo ha quedado el bar? Mi hijo, que era interiorista en Madrid, ha decidido volver al pueblo a montar un hotelito rural y me ha ayudado con la reforma. Creo que el pueblo tiene un brillante futuro. Sólo necesitamos que los jóvenes vuelvan aquí. Mi hijo y mi nuera han vuelto y han traído a mi nieto. Hace ya algunos años que volvieron a abrir la escuela, no sabes cuánto bien hace tener niños otra vez en el pueblo. Al principio no teníamos maestro nadie quería...

-Disculpa, Angelita, yo venía a por... –la interrumpió Asunción cansada de tanta cháchara.

-Cariño, perdona, te pongo un cafelito. Es que hacía tanto tiempo que no venías por aquí –dijo sirviéndole una taza de humeante café.

-Bueno, yo quería algo más... –comenzó Asunción.

-Disculpa, cielo, con este frío probablemente querrías un licorcito para entrar en calor. Toma, prueba este licor. Lo hago yo misma con las hierbas que recojo en el monte, es una receta secreta –dijo guiñándole un ojo y sirviendo dos copas –Brindemos por tu regreso, todos estamos muy orgullosos de lo que has conseguido.

Asunción no conseguía articular palabra. Demasiada información se mezclaba en su cabeza. Tomó el vaso y probó el licor. Estaba delicioso. Un agradable calorcito recorrió su cuerpo y la reconfortó. De repente, se sintió en casa. Era una sensación maravillosa, hacía ya muchos años, demasiados, que no se sentía así. Notó, no sin asombro, que le interesaba lo que le estaba contando la señora Angelita.

-Así que hace poco que han vuelto a tener escuela. Cuando yo era pequeña éramos bastantes niños, más de cien creo recordar –su memoria se trasladó a los días felices de su infancia, a los juegos en el patio y a su vieja maestra, Doña Margarita, que fue quien la animó a dedicarse al periodismo -¿Cuándo cerraron la escuela?

-Vamos a ver –dijo la señora Angelita tratando de hacer memoria –creo que fue un par de años después de que te marcharas a estudiar a Madrid. Durante mucho tiempo en este pueblo no hubo ni un solo niño. Afortunadamente, en los últimos tiempos los niños han vuelto y ahora en la escuela ya tenemos casi veinte.

-¿Y me decía que nadie quería hacerse cargo de la escuela? –preguntó Asunción con verdadero interés.

-No, aquello fue muy duro. Por fin volvían los niños a Pozuelo y no podíamos abrir la escuela. Durante casi un año estuvimos buscando y buscando. Menos mal que apareció Roberto. Los niños le adoran y nosotros también. Ha hecho mucho por este pueblo. Cuando llegó, la escuela era un viejo caserón que asustaba a los niños. Él lo ha convertido en un centro que todos los vecinos podemos usar. Ha organizado actividades extraescolares para los chavales e incluso ha organizado clases para adultos. La verdad es que no sé de dónde saca tanta energía y tantas ideas. Es un gran hombre.

-Caramba, Angelita es casi como un santo –bromeó Asunción.

-Bueno, aquí le queremos todos mucho. Es un hombre muy amable aunque muy reservado. Compró el viejo caserón que está a la entrada del pueblo. Parece que no le gusta mucho tener vecinos cerca aunque no sé muy bien por qué... Aquí todos le adoramos, hace mucho por la comunidad ¿Tú sabes la cantidad de tiempo que hacía que no teníamos una fiesta de Navidad? Los niños están entusiasmados, todos vamos a participar. Yo soy la encargada de las provisiones. Voy a preparar mis famosos mazapanes, llevan mucho trabajo pero merece la pena. Todos estamos ilusionadísimos. Querida, ¿te pasa algo? –se interrumpió al ver la palidez que había cubierto el rostro de Asunción.

-No, no es nada ¿Cuánto te debo? Tengo que hacer una cosa –Asunción se sentía realmente fatal. Se avergonzaba de sí misma y de su comportamiento.

-No, cielo. Aquí hoy no vale tu dinero. Me conformo con que vengas más a menudo por aquí. Me encantará saber todo lo que has hecho durante todos estos años. Dame un beso –y unió su frase con la acción.



Asunción, se dirigió hacia la salida pensando en cómo iba a disculparse con Roberto cuando alguien la cogió de la mano.

-Asunción, ¿eres tú? Todo el pueblo está hablando de tu regreso.

Se giró hacia su interlocutor y se encontró frente a un hombre de unos setenta años. De alta estatura y pelo cano. Sus profundos ojos azules la miraban con cariño.

-¿No te acuerdas de mí? Soy Santiago, era el cartero. La cantidad de veces que hemos merendado juntos. Soy muy amigo de tu padre. No sabes lo que ha presumido de hija durante todos estos años. Tu padre es muy pesado, que si mi hija ha aprobado la carrera con matrícula, que si le han dado una beca de trabajo en Estados Unidos, que si la han contratado en una revista importantísima, que si es redactora jefa, que si Asunción esto, que si Asunción lo otro... No sabes lo pesado que se ponía. Espero que ahora que estás aquí deje de hablar tanto de ti, ¡ja, ja! Aunque ahora viéndote entiendo lo orgulloso que se siente.

Aquello ya fue demasiado para Asunción, ¿su padre orgulloso de ella? ¿Le estaba tomando el pelo? Le observó con detenimiento. Parecía sincero. La cabeza le daba vueltas, nada era como ella había creído que era... Murmurando una excusa se despidió y salió a la fría calle.


4 comentarios:

  1. Estos dos acaban juntos

    ResponderEliminar
  2. Me encanta el personaje de Asunción...
    Un bs muy grande
    mariandomenech.blogspot.com

    ResponderEliminar
  3. Que post tan entretenido, me he quedado con ganas de mas.
    Un bs, que tengas un buen finde.

    http://www.villarrazo.com/behindthestyling/

    ResponderEliminar
  4. Hoy dejas muchísimo en qué pensar, tanto como lo que tendrá que pensar Asunción.
    Besos

    ResponderEliminar

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...