El amor y el odio son las pasiones que mueven el mundo. Escribir sobre ellas es mi pasión, sólo espero que leer mis palabras sea la tuya.
Clara.

martes, 3 de enero de 2012

CAPÍTULO 24




Alfred regresó a casa de Anita tan pronto como pudo. Fueron muchos los asistentes al funeral, los días habían pasado muy despacio, y él se sentía muy cansado y aturdido. Deseaba volver a la casa de su madre para reencontrarse con sus objetos y recordar los últimos momentos junto a ella. Quería sentirla cerca, como si lo ocurrido no hubiera sucedido aún.

¡Su madre! su madre se había marchado para siempre. Alfred deseaba volver a la casa para sentir su calor, su aroma, su presencia. La energía que irradiaba Anita, aún estaría allí.

Lloraba desconsoladamente mientras se dirigía a la mansión de los Taylor. Una enorme tristeza invadía su alma, y pensaba que no podría superar jamás la pérdida de su madre. La necesitaba, necesitaba sus consejos, su apoyo, su comprensión. Necesitaba su sonrisa, su olor, sus caricias, sus besos... Él ahora estaba solo en la vida. Se sentía muy desgraciado.

Recorrió toda la casa entrando en su habitación y en la cocina varias veces. Estos lugares eran donde ella más tiempo pasaba, donde Alfred mejor la recordaba.

No tocó absolutamente nada. No quería que nada cambiara de lugar, pues debía estar como su madre lo dejó. La manta de lana tejida por ella, de colores vivos, en el respaldo del sillón. Las gafas de sol, que siempre utilizaba cuando iban a pasar los domingos al río. El retrato de los padres de Anita en el recibidor. Su delantal, con un enorme bolsillo y delicada puntilla blanca que ella misma hizo. Horquillas, que utilizaba todos los días para recogerse el pelo en un moño...

Abrió el armario de la habitación de Anita. Todo su aroma invadió a Alfred. En aquel momento se sintió desvanecer, sin fuerzas, destrozado por la ausencia de su madre. Cayó arrodillado delante del armario. Una lágrima tras otra recorrían sus mejillas y caían al suelo. Nada le importaba en la vida, no haría nada, no se movería de allí. El recuerdo de su madre, junto a sus vestidos, era el único consuelo que encontraba. La llamaba, la llamaba una y otra vez. Repetía sin descanso: ¿por qué? La llamó a gritos. Estaba solo. Anita ya no le podría escuchar.

De pronto, pensó en Steven Taylor, su rostro cambió completamente. Sus ojos, enrojecidos por el llanto, expresaban esta vez todo el odio que sentía hacia aquel hombre. Había arruinado la vida de su madre, despreciándola cuando obtuvo lo que él quería, humillándola en cada uno de sus encuentros, siendo la altivez el único modo de comunicarse con ella. Steven Taylor, un hombre despreciable. Un hombre que nunca mereció el amor de su madre. La ira invadía, esta vez, el alma de Alfred. Nunca más lo volvería a ver. Y deseaba que así fuera, pues no imaginaba cuál podría ser su reacción si volvieran a encontrarse.

Dio un puñetazo contra el suelo.

-¡Te odio, maldito! - dijo Alfred entre dientes.

Salió de la habitación de Anita y se dirigió al salón. Se sentó en el sillón, aquel era el lugar de descanso de su madre. Allí sentada los dos habían mantenido muchas conversaciones. Anita dedicaba mucho tiempo a charlar y razonar con su hijo. Reflexionaba junto a ella sobre muy diversos temas. Anita amaba el diálogo con Alfred. Esto ocurría desde que él era muy pequeño.

En la última conversación allí de los dos hablaron de Sarah. Alfred pensó en Sarah. -¡Qué decepción! -se dijo a sí mismo. No deseaba que ella estuviera a su lado. Varias lágrimas recorrieron sus mejillas al recordarla.

-Me ha engañado a mí y a mi madre -dijo Alfred. No merecía todos los esfuerzos que hizo Anita cuando preparó el picnic de aquel domingo. Sarah había actuado delante de ellos. Tampoco deseaba verla. Ella había expresado su apoyo, y se había ofrecido a ayudarle en todo lo que pudiera cuando Anita estuvo en el hospital, pero Alfred no quería saber nada de ella, ni quería su apoyo, ni su compañía. Únicamente la soledad le mantenía en calma, una soledad que le ayudaba a recordar a Anita. El silencio de la casa le acompañaba.

Pasó varias horas sentado en el sillón de su madre. Miraba sin descanso y con una triste sonrisa la fotografía de los dos que estaba sobre la mesa del salón. La hicieron en Méjico. Habían ido a visitar a su familia durante un par de semanas.

-Unas vacaciones muy merecidas -pensó en voz alta Alfred. Él tenía dieciocho años. Al fondo se veía la catedral de Méjico. Sus rostros expresaban una inmensa felicidad, grandes sonrisas los iluminaban. Nunca había visto aquella foto tan bonita como hasta ese momento. Nunca más volverían a viajar juntos.

Comenzó a llorar una vez más invadido por la angustia.

-Mamá, vuelve, te echo de menos -dijo Alfred entre sollozos.

Se quedó dormido debido al cansancio de los últimos días y al incesante llanto que le había agotado. Durmió algo más de una hora.

Al despertar, recordó que debía encargarse de los asuntos pendientes de Anita. Alfred sabía que ella guardaba todos los papeles importantes en una carpeta azul dentro del primer cajón de la cómoda de su habitación. Decidió buscarlos en aquel momento, sería muy doloroso para él, pero tendría que hacerlo antes o después.

La carpeta estaba allí, miró detenidamente cada uno de los papeles. Los que necesitaba quedaron encima de la cama, el resto los guardaría otra vez donde los encontró. Se extrañó al ver un sobre blanco con su nombre. Él no lo había visto nunca antes. Se preguntaba qué contendría aquel sobre mientras lo abría. Reconoció la letra de Anita. Su corazón se aceleró repentinamente. No comprendía qué era aquello, por qué su madre tenía un sobre guardado con su nombre. Por qué su madre había escrito aquella carta. La leyó muy pausadamente, éste era el último regalo que le había dejado. Quería disfrutarlo y así sentirla muy cerca.

“Querido hijo, la vida de las personas llega a su fin en algún momento. Sé que pronto marcharé de este mundo, pero lo hago en paz, tranquila. Sabiendo que eres un buen hombre, y lo bastante fuerte para seguir recorriendo el sendero de tu vida ya solo, sin mí. Debes creer en ti, y luchar día a día por mantener la felicidad en tu corazón y en el de los de tu alrededor. Disfruta de la gente que te ama, y correspóndeles siempre en este amor.

Hijo, busca a Sarah. Serás muy feliz junto a ella. Ofrécele tu corazón y entrégate a ella para hacerla dichosa. Su mirada transmitía solamente amor, un inmenso amor que está esperándote. Ve a conquistarla.

Por mí no debes preocuparte, yo estaré bien. Vuelvo con los míos para descansar. Te amo. Adiós.”







Entró en la sala y miró a su alrededor, guardaba muchos recuerdos de la casa, de su infancia, de su madre... había sido un niño feliz. Su madre suplió con esfuerzo y con amor la falta de la figura paterna aunque de niño siempre soñaba que su padre era un gran hombre, casi un héroe, que algún día regresaría a su vida.

Era irónico, durante años suspiró por conocer a su padre y ahora que lo había hecho se sentía más desgraciado de lo que nunca había sido. ¡Steven Taylor! Precisamente Steven Taylor...

El ruido de unos tacones lo sacó de sus pensamientos. Linda Taylor estaba junto a él.

-Sabía que estarías aquí -Linda lo miraba de manera afectuosa.

La miró, ella había sentido la muerte de su madre casi tanto como él. Alfred no alcanzaba a entenderla, se había ocupado hasta el final de la mujer que tuvo un hijo con su marido... Recordaba lo cariñosa que siempre había sido con él... Ahora podía comprender mejor todo lo que Linda había sufrido. Odió más a Steven Taylor: no sólo arruinó la vida de su madre, también la de Linda.

-Sí. Si no venía ahora creo que nunca lo haré. He venido a recoger algunas de sus cosas. -Me llevo las fotos. Fíjese en esta: es del verano pasado, ella ya estaba enferma y yo... ¡Dios soy un egoísta! ¿Cómo no me di cuenta antes?

Alfred se había puesto de pie y miraba a Linda, ¿cómo era posible que no se hubiera enterado? Se repetía sin cesar esta pregunta.

Finalmente Linda lo atrajo hacia sí. Lo abrazó y murmuró suavemente:

-No te castigues Alfred.

Le pareció que pasaban horas. Linda no se movió. Continuó abrazándolo. Después, en la cocina, le preparó una infusión.

Salieron los dos al porche. Alfred se sentó en la mecedora de Anita y aspiró la fragancia que desprendía, aquello era todo lo que le quedaba de ella. Linda se sentó junto a él.

-Escúchame, Alfred. Ahora que sabes cuál es la situación quiero que sepas que yo me encargaré de que nada te falte. Tu padre es un hombre rico y tú tendrás lo que te pertenece.

-Linda, es usted muy amable pero no quiero nada. Todavía no sé qué voy a hacer pero sí le digo que no voy a reclamar nada.

-Bonitas palabras, Alfred pero yo le prometí a tu madre que me ocuparía de ti, que nada te faltaría. Y es una promesa que no pienso incumplir.

Alfred la miró: algo había cambiado en aquella mujer; no era la débil y sumisa Linda Taylor que todos conocían, era como si la muerte de Anita la hubiera sacado del letargo en que había estado sumida todos esos años.

Un coche aparcó frente a la casa. Steven Taylor salió del mismo. Con paso firme llegó hasta Alfred. Con desprecio le miró de arriba abajo. Alfred se levantó y se enfrentó a él. Los dos hombres se miraron fijamente en silencio durante unos segundos. Los dos, altos y fuertes, los dos desafiantes pero sólo Alfred roto por el dolor.

Linda atemorizada, como siempre que Steven tenía ganas de bronca, contemplaba la escena. Su marido ni siquiera advirtió su presencia.

-Tú, creo que ya no tienes nada que hacer aquí. Es mi propiedad y no quiero verte en ella. Es más, creo que deberías irte de Green Valley, ya no hay nada que te ate aquí -dijo Steven Taylor.

-Steven, ¿es que no tienes corazón? -dijo Linda con un hilo de voz. Los arranques de furia de Steven le provocaban un miedo atroz.

-Vaya, vaya, mira a quien tenemos aquí. Pero si es mi dulce esposa y por lo que veo, está sobria, ¿a qué debo el honor de tu presencia, querida? -rugió Steven volviéndose hacia Linda.

Linda sintió que las piernas le temblaban. Nunca había sido capaz de enfrentarse a él. Comenzó a sollozar.

-¿Y ahora por qué lloras? ¿No queda whisky? -rió Steven.

Alfred no pudo contenerse más, se interpuso entre Steven y la aterrorizada Linda.

-Escúcheme bien, señor Taylor. No soy su hijo. Usted no es mi padre. Creí que si algún día conocía a mi padre sería un hombre feliz. Hoy sé que no es así. Usted no es un hombre.

-Ah, ¿no? ¿Entonces qué soy? -preguntó divertido Steven Taylor.

-Es usted un gusano. Arruinó la vida de mi madre y...

-Yo no hice nada. Si alguien arruinó su vida fue ella y respecto a que yo sea tu padre... Lo dudo mucho. Tu madre no era muy... selectiva con los hombres.

-Por supuesto que no es mi padre. Usted no es más que un gusano miserable -respondió Alfred lívido de ira.

Steven Taylor descargó un puñetazo sobre el rostro de Alfred, que se tambaleó y se golpeó contra la puerta. Linda corrió de inmediato hacia él y lo sujetó cuando trató de golpear a Steven.

-Óyeme bien, Steven, porque sólo lo diré una vez. Quien se va a ir de aquí: de la hacienda, de Green Valley e incluso del condado no va a ser Alfred, sino tú. Nada de lo que tienes es tuyo, todo me pertenece. Viniste aquí sin nada y, créeme, sin nada te irás. Mañana mismo tendrás noticias de mis abogados. Ahora vete, no quiero verte.

Steven Taylor la miraba asombrado. Hacía años, muchos años, que no veía a la Linda que tenía frente a sí. La Linda que había dirigido los viñedos. Esta Linda le daba miedo, sabía que tenía razón.

Sin decir ni una palabra subió en su coche y se marchó. Linda lo vio marchar. Cuando ya no pudo verlo estalló en llanto: nunca se había enfrentado a Steven y jamás pensó que pudiera hacerlo. Las piernas le fallaron y se dejó caer en el suelo. Alfred se sentó junto a ella y la rodeó con sus brazos. Los dos lloraron en silencio.

-Tendrás todo lo que te corresponda -dijo Linda cuando ambos se tranquilizaron.

-No me corresponde nada -contestó Alfred.

-Steven es tu padre. Es un hombre rico. Tendrás lo que te corresponda -dijo Linda y su mirada no dejaba lugar a dudas ni opción a réplica.

Los dos se abrazaron con más fuerza. Los dos estaban solos.



4 comentarios:

  1. Muchas gracias por la enhorabuena del concurso de Dreivip en el blog My daily style!! :) Si te apetece echarle un ojo al premio que me tocó, puedes verlo en este post de mi blog! ;)

    http://gingercollage.blogspot.com/2012/01/new-in-my-new-ray-ban-tech-sunglasses.html

    http://gingercollage.blogspot.com

    ResponderEliminar
  2. hola guapa
    que bien que haya gente que exprese lo que piensa y sus relatos, creo que es un signo de valentia.
    el post anterior me encanta.
    besos y feliz año
    te espero en
    http://patricelowcost.blogspot.com

    ResponderEliminar
  3. Muchas gracias por tu comentario, Clara! :) . Si quieres échale un vistazo a los demás posts de mi blog y si te gustan, me encantaría que me siguieras! ;)

    http://gingercollage.blogspot.com

    ResponderEliminar

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...