El amor y el odio son las pasiones que mueven el mundo. Escribir sobre ellas es mi pasión, sólo espero que leer mis palabras sea la tuya.
Clara.

lunes, 21 de mayo de 2012

CHRISTMAS SUN 10


Los preparativos para el festival navideño habían comenzado. Las clases de matemáticas, ciencias y lengua habían dejado paso a un trabajo mucho más divertido para los niños y niñas. Se afanaban en realizar todos aquellos pequeños adornos que iban a decorar el pequeño salón multiusos, que igual servía de gimnasio que de salón de reunión para los padres a principios de curso.

Roberto iba de un lado para otro, sin parar un minuto. Un grupo se dedicaba a realizar pequeños pompones de papel maché que luego colgarían del techo, otro grupo hacía cadenas de colores con pequeñas tiras de papel de cartulina, otros recortaban estrellas que luego recubrían con papel de aluminio para que pareciesen de plata, y así poco a poco los adornos iban tomando forma. Por las tardes ensayaban el pequeño teatro que iban a hacer festejando la natividad del niño Jesús.

Roberto montaba con unos cuantos troncos lo que iba a ser el pesebre y donde se desarrollaría el pequeño teatro. Subido a una escalera y martillo en mano, clavaba los grandes clavos que sujetaban la estructura.

Asunción entró en la escuela, sin saber muy bien a donde dirigirse pero el jolgorio y las risas de los chavales le señaló el camino. Allí estaban, poco más de una veintena de niños y niñas de distintas edades sentados en grupos y cada uno realizando una tarea distinta. Se apoyó en el quicio de la puerta, sin saber muy bien qué hacer, hasta que vio al fondo a Roberto, subido a una escalera no muy segura, dando martillazos. Se quedó mirándolo por unos instantes, ahora no llevaba el mono de trabajo, sino unos vaqueros, que no le quedaban nada mal, una camiseta negra y una camisa de franela de cuadros desabrochada y con las mangas arremangadas hasta el codo, ¡la verdad es que estaba realmente atractivo! El pelo rizado le caía sobre la frente y, como siempre, parecía que no se había peinado, de todas formas no le hacía falta. Asunción pensó que le gustaría enredar sus dedos en aquellos rizos y acariciar…

-¡Asunción, has venido! –un grito fuerte la sacó de su ensoñación.

Todos se giraron a mirar a aquella mujer tan guapa que estaba en la puerta y que no conocían. Asunción caminó despacio entre las mesas, admirando lo que los niños estaban haciendo, mientras se dirigía hacia donde Roberto se encontraba. Bajando de la escalera estuvo a punto de caerse, lo que fue coreado por una carcajada colectiva.

-Esta escalera es un peligro, algún día me romperé la crisma, aunque la tengo muy dura ¿verdad chicos? –dijo Roberto uniéndose a las risas de los demás.

-Vamos a descansar un rato, sacad los almuerzos y salid al patio a jugar. Luego seguimos –les dijo a los niños, que se levantaron rápidamente, porque aunque la tarea de hacer adornos había roto la monotonía de la escuela, salir al patio a jugar y correr era lo que más les gustaba.

Roberto cogió su mochila que estaba en un rincón, y se acercó a Asunción.

-Siéntate, estás en tu casa –le dijo.

-Muchas gracias, profe, pero no he traído almuerzo –dijo ella sonriendo.

-Vale, por ser buena y haber venido, compartiré el mío, pero que conste que esto lo hago sólo por esta vez, la próxima te quedas sin comer –dijo bromeando Roberto, mientras sacaba un termo y una bolsa de madalenas caseras.

Sirvió una taza de café con leche a Asunción mientras él bebía directamente del termo. Asunción pensó que aquello sí que era café y no lo que bebía en Nueva York.

-Coge madalenas, están riquísimas. Me las hace expresamente la señora Angelita, creo que me ve muy delgado y quiere que engorde –los dos rieron al unísono.

-Bien –dijo ella –aquí me tienes, estoy dispuesta a echar una mano, sólo tienes que decirme exactamente qué quieres que haga.

-La verdad es que no sé muy bien lo que quiero. Aquí vamos a hacer el festival, ya sabes, muy tradicional, el Belén, adornos y todo eso. Al fondo junto al pasillo pondremos unas mesas donde los padres y las madres de los niños traerán distintas viandas navideñas, mazapán, turrón casero, polvorones. Pedro, el dueño del ultramarinos, traerá su orujo especial navideño, espero que se pueda beber sin padecer una úlcera de estómago, también habrá sidra casera, zumos para los críos, en fin un atracón de comida en toda regla –explicó Roberto, mientras Asunción asentía en silencio, encontrándose con aquellos ojos que la cautivaban y escuchando su voz que le infundía un estado de paz. Aquel hombre le atraía mucho más de lo que ella quería admitir.

-Vale, déjame pensar lo que puedo hacer. Mañana vengo y me pongo a la tarea. ¿Te parece bien? –dijo Asunción tomando el último sorbo de café.

-Me parece bien, pero ¿tengo que esperar hasta mañana para volverte a ver? –dijo Roberto mirándola fijamente con un punto risueño en sus ojos.

-Bueno… esto no es Nueva York, así que estoy convencida de que si pones algo de empeño me volverás a ver de nuevo unas… veinte veces –contestó Asunción con un tono pícaro en su voz. Se levantó y anduvo hacia la puerta, deseando no tropezar o resbalar de nuevo, porque estaba segura que Roberto le seguía con la mirada.

-Gracias por el almuerzo, mañana invito yo –dijo Asun sin girarse alzando la mano en señal de despedida.

Roberto se quedó allí sentado pensando en Asunción, era la primera mujer que le había interesado, la primera a la que había mirado desde la muerte de Carmen.

El tiempo que había transcurrido desde el desgraciado accidente, la soledad en la que había vivido habían mitigado el dolor por la pérdida, y el sentimiento de culpa se había diluido como si aquello hubiese sido un error del destino por el que tenía que pagar dejando en su corazón un vacio que jamás podría recuperar. Carmen y Alba estarían siempre con él, en sus recuerdos, en sus sueños, en sus noches de insomnio, pero por primera vez desde entonces, estaba sintiendo algo parecido al enamoramiento con aquella mujer altiva que había aparecido en su vida y que despertaba en él sentimientos y deseos olvidados.

Se levantó de la silla, salió al patio y llamó a los niños, dando unas palmadas.

-¡Vamos! ¡Se acabó el juego, debemos continuar! –les dijo. Mientras entraban, Roberto les tocaba la cabeza a uno, le acariciaba el pelo a otro, al más pequeño le dio un pequeño pellizco en la nariz… Aquellos niños significaban mucho para él, eran como sus hijos, como si viéndoles crecer, pudiera reconocer el espíritu de su hija Alba creciendo entre ellos. Aquello era su alegría y, aunque pensó que su destierro a aquel pueblo perdido iba a ser su tumba, se equivocó, ya que por el contrario, aquellas gentes sencillas y aquellos niños le habían devuelto la esperanza en el futuro y, en ese futuro, ahora también veía a Asunción.

No se encontró con ella, aunque la buscó durante toda la tarde.



Al día siguiente a las nueve de la mañana Asunción apareció en el colegio con varios paquetes.

Sonrió al ver a Roberto que le sonreía a su vez.

-No te vi… -empezó él.

-Me escapé –contestó ella guiñándole un ojo.

Una de las cajas contenía un árbol navideño de los que venden en los grandes almacenes y que se montaba pieza a pieza.

-¡Pero mujer, si aquí hay montones de pinos! –dijo Roberto asombrado.

-Ya, pero hay que cortarlos y luego se mueren, así que este nos durará un montón de años, además no es un pino, es un abeto ¡listillo! -dijo muy digna.

La otra caja contenía adornos, tiras de perlas de colores, bolas, copos de nieve bañados en purpurina que reflejaban la luz y otros muchos adornos.

-Ayúdame –dijo Asunción –necesito tu escalera y que la sujetes bien firme.

Cogió una ramita de muérdago y con ayuda de la escalera subió hasta alcanzar el quicio superior de la puerta de entrada y, allí la clavó con una chincheta. Cuando bajaba con cuidado de la escalera, ésta se tambaleó y Asun perdió pie, aterrizando en los brazos de Roberto.

Así abrazados, mirándose a los ojos a pocos centímetros, Asun le dijo.

-Esto es una ramita de muérdago, la tradición dice que cuando en Navidad dos personas

se encuentran bajo la rama deben darse un beso…

-Entonces, sigamos la tradición –dijo Roberto acercando su cara a la de Asun y la besó en los labios. Fue un beso dulce, sintiendo la calidez de sus labios, la textura de su piel. Un beso largo, Roberto la retenía entre sus brazos y ella poco a poco había enlazado los suyos alrededor del cuello de Roberto.

Unas risitas contenidas los sacaron de su momento. Los niños a duras penas podían dejar de reír al ver a su profesor con una mujer en brazos y besándose como en las películas.

Se separaron despacio, mirándose a los ojos.

-Perdona, yo no quería…-dijo él un poco azorado.

-Tenemos que quedar más a menudo en esta puerta. Me gustan las tradiciones, pero ésta ha sido una de las más bonitas que he vivido –dijo ella suavemente- y, por favor, serías tan amable de dejarme en el suelo. Me siento un poco tonta, aquí en tus brazos, con todos los niños riéndose de mí.

Roberto la soltó, sintiendo que aquel abrazo acabara y deseando que sólo existiese esa puerta con el muérdago clavado en su quicio, y justo debajo de él, encontrarse con Asunción a cada momento del día.

Siguieron los trabajos y cuando se fueron colgando aquel triste salón se llenó de color y alegría. Las estrellas colgaban de las vigas de madera del techo, alrededor de las ventanas festoneaban las cadenas de colores. En un rincón el gran árbol se iba llenando de adornos. Los niños se lo pasaban en grande. Roberto miraba a Asunción de hito en hito y rememoraba el beso una y otra vez. Asunción miraba de reojo a aquel hombre despeinado que la había besado con tanta ternura y que era incapaz de apartarlo de su pensamiento.

Cuando llegó la tarde, los niños se fueron a sus casas mientras Roberto y Asunción cerraban los botes de pintura, limpiaban los pinceles y barrían los recortes de papel que habían quedado abandonados en el suelo.

Cuando acabaron Asunción se puso el chaquetón y comenzó a salir del salón, Roberto la llamó.

-¡Asunción, espera! –ella se paró y se dio la vuelta mientras Roberto recogía la mochila y en unas zancadas se plantó delante de ella.

-La tradición, ya sabes… -dijo él.

Entonces fue cuando Asun se percató de que se había parado justo debajo del muérdago. Él la rodeo con sus brazos dejando caer la mochila al suelo, acercándola contra su pecho; ella le rodeó la espalda con uno de sus brazos, mientras el otro se apoyaba en el hombro de Roberto. Éste agachó la cabeza para encontrarse con los labios de Asunción que le recibieron con la misma calidez que antes, pero con el deseo de que aquel beso fuese único, inigualable. Ella le acarició la nuca y al fin pudo enredar sus dedos en los rizos de su pelo. Entreabrió los labios encontrando la boca de él, ansiosa por conocer su sabor, sus lenguas se encontraron y acariciaron curiosas, y buscaron el placer del primer beso hasta quedar casi sin aliento.

-Asun, te deseo…-dijo Roberto atrayéndola más hacia él, si aquello era posible.

-Aquí no, Roberto, ahora no –dijo Asunción deshaciéndose del abrazo. Le besó de nuevo -Nos vemos mañana- y salió arrebujándose bajo el chaquetón.

Roberto se quedó allí parado, ardiendo de deseo por aquella mujer que se había escabullido de sus brazos.


5 comentarios:

  1. Me dejaste con la miel en los labios, como al protagonista, pero que historia más buena, me encanta tu pluma ^^
    Un beso y feliz inicio de semana Clara :D

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  2. Precioso, daban ganas de dejarse arrastrar por tus palabras.
    Pero menudo final... es como cerrar la cortina en lo mejor para que no fisgue un vecino!
    Besos

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  3. Ayyyy, que bonito por favor!!!!
    Un bs grande
    mariandomenech.blogspot.com

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  4. Qué bonito!!
    Muchas gracias guapa por tus palabras sobre mi aventura de irme a vivir a Cancún!!
    Besitoo
    M.

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  5. Que historia tan bonita!! nos ha encantado!! gracias, por este ratito.. pasate por nuestro blog, hoy... SORTEO!!!
    Un beso

    http://www.villarrazo.com/behindthestyling/2012/05/23/look-del-dia-white-dots/

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