El amor y el odio son las pasiones que mueven el mundo. Escribir sobre ellas es mi pasión, sólo espero que leer mis palabras sea la tuya.
Clara.

martes, 17 de abril de 2012

CHRISTMAS SUN 5


Se despertaba cuando todavía era de noche, no dormía bien, tenía sueños en los que de repente despertaba asustada, con el corazón palpitante y pensando que había olvidado hacer una llamada importante, o que se había saltado una reunión…, su vida anterior seguía fijada en su memoria como una pesadilla recurrente. Sólo cuando echaba una mirada a su alrededor volvía a la realidad, estaba en su cuarto, en casa de sus padres, pero en vez de calmar su estado de ánimo, Asunción notaba que se sentía como si fuese cayendo despacio en un pozo cuyo fondo todavía no había alcanzado y a cuyas paredes intentaba aferrarse para frenar la caída sin conseguirlo.

Su padre, hombre de pocas palabras, pasaba casi todo el tiempo en la vaquería que con tanto esfuerzo y trabajo había logrado construir a escasos kilómetros del pueblo. Recordaba cuando de pequeña cogida de su mano, aquel gigantón de pelo negro y mirada profunda, la acompañaba a las ferias agrícolas que se celebraban año tras año en la capital y cómo él le iba explicando las distintas variedades de ganado vacuno.

-Mira aquella es una vaca suiza, el año que viene quizás podamos tener una…, aquel tiene pinta de ser un buen semental… - le decía su padre, aunque para Asunción una vaca era una vaca y poco más.

Asunción no decía nada sólo escuchaba a su padre con devoción, pues para ella era el hombre más guapo y tierno que había sobre la faz de la tierra y el ir cogida fuertemente de su mano era un motivo de orgullo. Todos le conocían y le saludaban con respeto.

La pequeña vaquería que había heredado de sus padres se fue convirtiendo poco a poco en un buen negocio, cada vez tenía más vacas que daban una producción mayor de leche y todas las tardes un camión-cuba se acercaba a la vaquería para recoger los cientos de litros de leche que allí se producían.

En la parte posterior un gran prado verde se extendía en pequeñas ondulaciones hasta casi perderse de vista y las vacas pacían tranquilas holgazaneando casi todo el día, hasta el atardecer cuando eran ordeñadas por su padre y un par de mozos del pueblo que había contratado. Asunción todavía podía recordar el sabor de aquella leche recién ordeñada, todavía tibia, dulce, que bebía con verdadero placer y, que le dejaba un bigote blanco sobre los labios que ella se limpiaba con la lengua.

Su padre fue uno de los pioneros en su sector y mecanizó la granja para poder aumentar la producción de leche, pero las vacas seguían en el prado. Siempre se negó a encerrarlas en la actual gran vaquería.

A menudo cuando llegaba a casa le decía a su madre:

-Margarita y Verónica te envían recuerdos…

-Diles que mañana pasaré a visitarlas -respondía su madre mirando a su marido con verdadero amor.

-¿De quién estáis hablando? –preguntaba Asunción mientras sus padres se echaban a reír.

-Estáis locos ¿cómo podéis poner esos nombres a unas vacas? –se enfurruñaba Asunción, ya hecha una joven adolescente.

-La locura sería llamar Ramón a una vaca ¿no crees? –le respondía su padre de buen humor.

Todas las vacas tenían nombre y tanto su padre como su madre podían distinguirlas y hablarles, nombrándolas tal y como se las había bautizado.

Invariablemente su padre entraba en la vaquería con las primeras luces del día.

-Buenos días señoritas ¿cómo han pasado la noche? -e iba saludándolas tocándoles la testuz, alguna le lamía la mano con su rugosa lengua…

-Magdalena, ¿todavía acostada? Vamos levántate perezosa, que tenemos que salir a estirar esas preciosas piernas que tienes.

Y así día tras día. Después de su mujer, Pilar, su gran amor, aquellas eran sus novias.

Lo que para Asunción fue divertido en su niñez dejó de serlo cuando acudió al Instituto del pueblo más grande de la comarca, para ella era casi como una gran ciudad. Allí cambió su estilo de vestir, de peinarse de comportarse, empezó a seguir a los grupos musicales que más estaban de moda y a fumar que era lo más de lo más. Fue una adolescencia dura tanto para ella, que quería ser alguien diferente, como para sus padres que no sabían qué hacer para manejar a aquella jovencita que se había teñido el pelo con mechas de colores, que nunca hablaba y que cuando se le preguntaba la única respuesta que recibían por su parte era el portazo que daba cuando se encerraba en su habitación.

Cuando acabó el Bachillerato tenía muy claro que quería estudiar periodismo y la universidad que impartía la licenciatura estaba en Madrid. Con su mochila colgada al hombro se despidió de sus padres y llegó a la gran ciudad que la engulló y la fascinó de tal forma que volver a su pueblo cada día se le hacía más difícil, poco a poco las visitas se fueron alargando más y más. Durante las primeras Navidades pasó algunos días con sus padres pero tenía otros planes con sus amigos para Nochevieja y Reyes así que volvió a cargarse su mochila y desapareció de nuevo.

-Guardadme los regalos de Reyes para Pascua, volveré después de los exámenes a finales de marzo –les dijo a sus padres.

En Madrid compartía un pequeño apartamento con otras tres compañeras y que podía costear gracias a la asignación que religiosamente todos los meses le enviaban sus padres.

En Pascua pasó por el pueblo pero sólo a saludar, pues le venía de paso para ir de viaje con sus amigos que se iban a recorrer la costa gallega. Tienda de campaña, saco de dormir, algo de ropa y algunas latas era todo lo que necesitaba.

Los años de la universidad fueron pasando y su pueblo junto con sus padres se fueron alejando de sus prioridades. Las llamadas se hicieron cada vez más escasas y cuando le propusieron la beca para Estados Unidos no lo pensó dos veces, aquella iba a ser su gran oportunidad. Llamó por última vez a sus padres.

-Os llamo para deciros que me voy a Nueva York, ya os llamaré cuando llegue. Así podréis venir a visitarme.

Pero nunca llamó. Asunción se convirtió en Sun Martin y borró de un plumazo todo su pasado.

Ahora su pasado le golpeaba de nuevo y tenía que aferrarse a él, pues era lo único que le quedaba y, pensaba, que como el ave fénix algún día podría resurgir de sus cenizas.

Cuando llegaba a la cocina, para desayunar, casi de madrugada, sus padres ya estaban allí. Su padre sentado, tomando su café y su trozo de pan tostado con queso, mientras su madre se afanaba preparándolo todo. Pilar, su madre, le daba el gran tazón de café con leche a su marido y distraídamente se rozaban los dedos, casi como al descuido, cada vez que ella iba de un lado a otro de la cocina, le acariciaba el pelo o le acariciaba la espalda desde un hombro al otro. A la hora de irse su marido, la cogía suavemente de la cintura con aquellas manos fuertes, grandes, endurecidas por el trabajo y le daba un beso en el cuello.

-Te veo luego Pilar –le decía bajito.

-Hasta luego, Paco, saluda a mis amigas –y sonreía mientras lo decía mirándole a los ojos.

Asunción veía estas escenas y no podía creer que tras 30 años de estar juntos, sus padres todavía tuviesen esa complicidad, como si fuesen dos amantes, que se despedían a hurtadillas cada mañana. La ponía enferma verlos. Su madre, aquella inteligente mujer que lo había dejado todo para encerrarse en aquel agujero. No lo entendía y la despreciaba por su cobardía.



Por las mañanas salía a pasear, pues era lo único que se podía hacer allí, y también le permitía salir de la casa que la ahogaba. Durante los paseos dejaba vagar sus pensamientos y sus pasos la llevaban cada vez a una parte distinta de las afueras del pueblo.

Aquella mañana Asunción caminaba por un camino de tierra y hierba que cruzaba zigzagueando el valle, cuando a lo lejos distinguió el antiguo caserón que si no recordaba mal, había estado abandonado desde que tenía uso de razón. Se fue acercando lentamente advirtiendo que la gran casa había sido rehabilitada: tenía tejas de pizarra nuevas, las paredes habían sido remozadas y levantados los muros de piedra que el tiempo había derruido, un pequeño huerto en la parte de atrás indicaba que alguien vivía allí. Al lado del huerto una pared de piedra había sido levantada y en ella se apoyaban unas cuantas jaulas de conejos y junto a ellas unas cuantas gallinas sueltas picoteaban tranquilamente por el suelo.

Asunción se acercó a la cerca que cerraba el camino de la entrada pero no vio a nadie. De repente una puerta en la parte de atrás se abrió y reconoció al hombre que la había sobresaltado unas noches atrás, que salía al huerto trasero flanqueado por dos perros. Los perros comenzaron a ladrar al percatarse de su presencia. El hombre miró en su dirección y le hizo una seña de saludo levantando el brazo.

-¿Quién será ese hombre? –se preguntó Asunción intrigada.


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