El amor y el odio son las pasiones que mueven el mundo. Escribir sobre ellas es mi pasión, sólo espero que leer mis palabras sea la tuya.
Clara.

martes, 3 de abril de 2012

CHRISTMAS SUN 3


Sun Martin llegó al aeropuerto JFK bajo una suave manta de nieve, la noche anterior había empezado una lluvia fina que se fue convirtiendo en pequeños copos y que vistieron la ciudad con su suave tono blanco. ¡Navidad, blanca Navidad! Pensó Sun mientras cerraba la maleta y sellaba con cinta las últimas cajas que guardaría en un guardamuebles no sabía por cuánto tiempo, de momento indefinido.

Entró en el aeropuerto con paso firme y buscó el check-in de IBERIA destino Madrid. Sólo había una pareja en la cola. Cuando entregó el billete a la azafata ésta preguntó con extrañeza:

-¿Sólo billete de ida?

-Sólo de ida –asintió Sun.

Con la tarjeta de embarque en la mano comenzó a andar hacia el control de pasaportes, primero debía pasar por control de seguridad. Depositó en una bandeja su abrigo de piel, su bolso Vuiton, su reloj, su iphone, todo lo que llevaba encima y con cada objeto que dejaba sobre la bandeja se iba desprendiendo de un trocito de su yo americano. Sun Martin se había quedado depositada en una bandeja de plástico y no tenía la certeza de si volvería a serlo. Pasó por el arco de detección de metales y al cruzar tuvo la revelación de que Sun se quedaba al otro lado, ahora era de nuevo Asunción Martínez que regresaba a casa de sus padres en España.



Había salido del pequeño pueblo norteño español con un montón de sueños e ilusiones bajo el brazo, ahora casi diez años después, volvía con su ropa de marca, carísimos accesorios y convertida en una mujer de casi 30 años, pero sus sueños se habían desvanecido como se desvanecen cada mañana al despertar y llevaba el corazón hecho añicos.

El vuelo fue todo lo agradable que se podía esperar, aunque un nudo cada vez mayor le iba atenazando el estómago, debía enfrentarse a los reproches que, no sin razón, iba a recibir de sus padres, volver al pequeño pueblo que juró no volver a pisar jamás. Ahora volvía y tendría que soportar los chismes y las miradas cargadas de un mal disimulado desdén.

Desde el aeropuerto de Barajas en Madrid, cogió un taxi que la llevo a la estación de autobuses, donde después de dos horas de espera, cogió el autocar que la llevaría a su pueblo, tras avisarle de que no podrían entrar hasta el centro del municipio, ya que había nevado y la pequeña carretera llena de baches que comunicaba la carretera nacional con el pueblo, había sido cortada por una nevada. Era un pequeño camino, poco más de un kilómetro, no le importó, andaría hasta el pueblo.

Bajó del autobús y tomó con decisión el camino dejando tras de sí las huellas de sus carísimas botas y las dos líneas paralelas que iban dejando las ruedecillas de su enorme maleta. Al fondo se veían los tejados cubiertos de nieve y las humeantes chimeneas. En el centro el alto campanario de la iglesia, cuya campana hacía años que había dejado de tañer.

El pueblo se alzaba en una suave colina de las muchas que se vislumbraban hasta perderse en el horizonte, plagadas de pinos y ahora adornadas de blanco. Un pequeño riachuelo recorría uno de los lados de la colina formando un hondo valle donde los lugareños habían dibujado huertos donde cultivaban hortalizas y verduras de las que se abastecían para su propio consumo. Al otro lado un inmenso prado roto por algunas cercas hechas de troncos se extendía hasta las altas montañas que rompían la suavidad de la panorámica, donde algunas vacas pacían buscando pequeños brotes verdes bajo la capa de nieve.

Asunción continuó su penoso ascenso hasta el pueblo, maldiciéndose a sí misma, se había equivocado de ropa, de calzado, de todo. Su vida era para ella en este momento una gran equivocación, un error al que tenía que enfrentarse, tragarse todo su orgullo, el poco que le quedaba y pensar qué iba a hacer de ahora en adelante. Lo más inmediato, lo que más le preocupaba era encontrarse de nuevo con sus padres. Ellos no sabían nada de lo que había sucedido, no sabían que venía vencida, de momento no les iba a dar motivos para que se enterasen, ya llegaría el día en que pudiese hablar con sinceridad con ellos, pero no ahora, más adelante quizás.

Cruzó la plaza que estaba desierta y se metió por la primera calle porticada donde se encontraba el único bar, la única carnicería, la única panadería y el único pequeño comercio que vendía un poco de todo, desde un dedal a una lata de atún. Era una especie de Harrod’s londinense en miniatura, pero que anunciaba con letras doradas Droguería, Paquetería, Bebidas y Comestibles pintadas en una pequeña vidriera que les servía de escaparate. Desde luego no es como la 5ª Avenida, pensó Asunción pasando de largo. Al final del pórtico pasó un gran arco y giró a la derecha, bajando con cuidado aquella calle asfaltada con adoquines resbaladizos que a punto estuvieron de mandarla de bruces al suelo un par de veces. El último caserón era su casa, la que la había visto crecer y a la que renunció para ser otra persona.

Cuando llegó frente a la puerta suspiró, se enderezó y dio dos golpes rotundos. Tras un instante, la puerta se abrió y vio a su madre. Había envejecido, pero todavía quedaban rastros de aquella belleza impresionante que tuvo en su juventud.

-¿Te vas a quedar como una estatua ahí parada o vas a entrar? –dijo la mujer.

Asunción soltó la maleta y el bolso que cayeron al suelo sobre la nieve y se abalanzó para abrazar a su madre.



3 comentarios:

  1. Madre mía, está súper interesante! Lo has cortado en lo mejor, ja,ja! <3<3

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  2. Que bueno¡¡¡ me he quedado con ganas de más.
    Un bs y felices Pascuas.

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  3. Muy bueno, nos dejas con las ganas de seguir leyendoooo!!
    Gracias Clara por comentar siempre en mi blog.


    Un beso

    Isabel

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