El amor y el odio son las pasiones que mueven el mundo. Escribir sobre ellas es mi pasión, sólo espero que leer mis palabras sea la tuya.
Clara.

martes, 13 de diciembre de 2011

CAPÍTULO 21

Steven Taylor llegó al hospital enfurecido por lo que Anya le había contado por teléfono. ¿Quién se ha pensado Alfred que es? ¡Sarah era suya y de nadie más! ¡Él era el dueño de media ciudad y no iba a ser el hijo de su ama de llaves el que se metiese por el medio de su relación con Sarah!
-¡Pequeño bastardo! -dijo entre dientes Steven, empujando las puertas de la entrada del hospital.
Subió hasta la habitación donde se encontraba Anita, notando cómo la ira se había apoderado de él. Cada minuto que pasaba sentía cómo la cólera crecía y crecía dentro de sí, ni la visión de Anita en aquella cama llena de tubos y conectada a varios monitores fue capaz de apaciguar a Steven.
-¡Anita! -su voz sonó como un latigazo en el silencio de la habitación.
Ella entreabrió los ojos y se enfrentó a la gélida y enfurecida mirada de Steven Taylor.
-Steven... -susurró Anita -¿Qué haces aquí? -su voz sonó desfallecida.
-Quiero que tu hijo se vaya de la ciudad mañana mismo -su tono era duro, no pedía, ordenaba sin más y había que acatar sus órdenes sin dilación.
-No quiero verlo rondando por mi casa nunca más, si sabes lo que es mejor para él y para ti, le dirás que se marche.
Anita escuchaba a Steven y no dejaba de pensar cómo en algún momento del pasado pudo estar enamorada de aquel hombre y engañarse a sí misma pensando que significaba algo para él.
Empezó a sonreír y luego a reír muy bajito, casi como si le diera miedo el sonido de su propia risa.
-¿De qué te ríes, vieja tonta? ¡Estoy más que harto de ti! ¡Harto! ¿Me oyes? ¡De ti y de ese hijo bastardo tuyo! -chilló fuera de sí Steven.
Anita seguía riendo. ¡Qué gracia le hacía la vida! ¡Qué gracia y qué pena! Toda la vida buscando fuerzas para enfrentarse a él y decirle la verdad y ahora precisamente, cuando no le quedaban fuerzas, no tenía más remedio que contársela.
-¡Debería haberte despedido cuando regresaste con tu hijo! ¡Deberías haberte quedado con el imbécil que te dejó embarazada! Me habrías ahorrado un montón de problemas -Steven Taylor continuaba con sus reproches de pie junto a la cama, con los puños cerrados, como si en cualquier momento se dispusiera a golpear el pequeño cuerpo de Anita.
-Es tu hijo... Steven -susurró Anita.
-¿Qué dices? Estás totalmente loca...
-Steven, Alfred es tu hijo -insistió.
Taylor recibió aquellas palabras como un mazazo, lentamente llegó a comprender lo que Anita le estaba diciendo.
-¿Alfred es hijo mío? -pensó anonadado.
Soltó una breve y amarga carcajada.
-¡Mi hijo! ¡Alfred es mi hijo! -repetía.
Acercó su rostro a la cara de Anita.
-Pues con más motivo, que se vaya y no vuelva -dijo con los dientes apretados.
-¿Cómo puedes ser tan mezquino? -murmuró Anita desfallecida.
-Puedo ser lo que quiera, soy Steven Taylor -susurró a pocos centímetros del rostro de Anita -Te lo advierto, haz que se marche o se arrepentirá.
Taylor se incorporó y sin dejar de mirarla le dijo:
-Mañana, sin falta...
Salió de la habitación con una media sonrisa dibujada en su cara que le daba un aspecto desagradable. Subió a su coche y se dirigió al Country Club donde le esperaba Anya.



Steven llegó al Country Club diez minutos antes de la hora en que había quedado con Anya. Abrió la puerta del local y echó un vistazo alrededor, no la vio, así que se dirigió directamente a la barra donde pidió una cerveza.
Acodado en la barra del bar, Steven todavía tenía en su retina la visión de Anita acostada en aquella cama y las duras palabras que le había dicho.
-¡Vaya, vaya con la pequeña zorra, así que el bastardo era mi hijo! -pensó -¡Qué callado se lo tenía! De todas formas, ¿por qué tengo que creerme lo que me diga, así sin más? ¿Y si fuese mentira? Pero, por otro lado, ¿por qué mentir ahora, precisamente ahora que se está muriendo? Bueno, y a mí qué me importa. Lo único que me interesa es que ese hijo de perra no se meta entre Sarah y yo. Sarah tiene que ser mía. Soy Steven Taylor y todo lo que quiero lo consigo, más tarde o más temprano, pero al final lo consigo.
-Hola Steven -la voz de Anya cortó sus pensamientos -¿nos sentamos?
Steven pidió una copa de vino blanco para ella y con las bebidas en la mano se dirigieron hacia una mesa apartdad donde podrían hablar con más tranquilidad. El rostro de Anya todavía conservaba rastros de la cólera que le había embargado.
-Bueno Steven, tenemos que hacer algo con esa camarera tuya que se ha interpuesto en mi camino -le miraba a los ojos y en su expresión Taylor vio que aquella mujer era como él, lo que quería lo conseguía y por cualquier medio.
-Te voy a ser franco Anya. Estoy enamorado de Sarah Slater, así que esta situación me pone tan enfermo como a ti -Steven vio que el rostro de Anya cambiaba, sus labios se curvaron en una sonrisa maliciosa y los ojos se entrecerraron, en ellos pudo distinguir una chispa de maldad.
-Haré lo que sea para acabar con esa tierna historia de amor. ¡Me asquea! ¡Sólo pensar que en estos momentos puedan estar juntos me pone enferma! -añadió Anya.
-¿Puedo contar con tu ayuda? -inquirió Steven.
-Soy toda tuya, querido. ¿Tienes algo en mente? -rió Anya con una carcajada.
-Podría ser. Mañana por la noche, necesito que pases por delante de los grandes ventanales dle Taylor's, digamos a las ocho. ¿Podrás conseguir que Alfred te acompañe? -sugirió Steven.
-Sin problemas, ya me las arreglaré con Alfred -contestó Anya -Pero, ¿no me vas a decir de qué se trata?
-Será una sorpresa. Sobre todo para tu amiguito Alfred -respondió Steven sonriendo maliciosamente. -Tú preocúpate de que mire a través de los ventanales, el resto déjamelo a mí.
Anya y Steven levantaron sus vasos y brindaron. Se quedaron en silencio, cada uno prisionero de sus propios pensamientos.

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