El amor y el odio son las pasiones que mueven el mundo. Escribir sobre ellas es mi pasión, sólo espero que leer mis palabras sea la tuya.
Clara.

martes, 27 de diciembre de 2011

CAPÍTULO 23


Alfred había abandonado el hospital por unas horas para reincorporarse a su trabajo. Tenía varios cursos de natación y había decidido seguir con su rutina laboral. Los últimos alumnos se dirigían a las duchas y Alfred comenzaba a recoger el material para después llevarlo al almacén.

Pensaba en su madre. Sentía un inmenso dolor al verla de aquel modo en el hospital. Sabía cuánto estaba sufriendo. Alfred suspiró profundamente y rogó al cielo en busca de consuelo.

Pensaba en Sarah. No conseguía olvidar lo ocurrido el día anterior. Se preguntaba una y otra vez por qué no aceptó su propuesta y quién sería el hombre con el que se había comprometido.

Sarah le amaba a él.

Alfred pensaba una y otra vez qué sería lo que el otro hombre le había ofrecido a Sarah para que ella, sin estar enamorada, hubiera aceptado. Él solamente podía darle amor... él no tenía dinero y no podía comprarle joyas, vestidos caros... no podía ofrecerle una vida de lujos. Esto le enervaba profundamente.

No podía creer que Sarah hubiera accedido a un compromiso con alguien a quien no amaba, simplemente por dinero y poder. No podía ser cierto, habría otras razones mucho más poderosas para que alguien como Sarah hubiese tomado aquella decisión. Se propuso averiguarlas.

Después de terminar su trabajo, iría a la cafetería para preguntarle directamente por los motivos, necesitaba saber qué ocurría, pues el dinero y los lujos no eran imprescindibles para Sarah. Debía aclarar esta situación y lo haría hablando con ella.

-Hola, guapo, he venido a buscarte para que me acompañes a un lugar donde... -dijo Anya.

Ella estaba muy cerca de él, había llegado hasta allí sorprendiéndole pues Alfred no percibió antes su presencia, ya que estaba absorto en sus pensamientos.

Anya acariciaba el rostro de Alfred lanzándole miradas de absoluta pasión.

-Anya, no puedo ir contigo; lo siento, discúlpame pero tengo trabajo -le contestó Alfred sin dejarle acabar la frase y apartándose de ella para dirigirse al almacén.

-Siento mucho lo ocurrido con tu madre. Espero que se esté recuperando y que pronto pueda volver a su casa -dijo Anya con voz suave.

-Gracias, pero yo creo que la enfermedad de mi madre no te preocupa lo más mínimo. Ni la de mi madre ni la de cualquiera que no seas tú -contestó Alfred con un tono de voz alto y grave.

-He venido a buscarte para que vayamos a tomar unas cervecitas y así te olvides por unos momentos del trabajo, del hospital... ¿de acuerdo? -propuso Anya acercándose de nuevo a él sensualmente.

-Te agradezco la invitación pero te repito que tengo trabajo y no puedo aceptarla -contestó Alfred con talante serio.

-Solamente quiero pasar unos minutos contigo, charlando y tomando algo. Ahora estás pasando por un momento difícil y yo quiero apoyarte y acompañarte -dijo Anya con mirada inocente y voz delicada.

Estas palabras conmovieron a Alfred, creyó a Anya. Había venido a buscarle y le proponía simplemente tomar un refresco para así despejarse del hospital y por un rato no pensar en sus problemas. Anya estaba a su lado y Sarah había huido de él.

Alfred aceptó su invitación. Había algo que le atraía hacia ella, siempre acababa cediendo a sus propuestas, era una belleza deslumbrante. Anya era una mujer explosiva y él se dejaría llevar por donde ella quisiera.

-Acompáñame al aparcamiento, te encantará el coche que me han enviado. Es un regalo de mis padres, llegó ayer a casa -le dijo Anya con una amplia sonrisa en su rostro.

Alfred estaba preparado para irse. Todo el material estaba recogido y ya se había cambiado de ropa. Anya tomó a Alfred de la mano y le besó.





Sarah estaba terminando de recoger las sillas y colocarlas encima de las mesas, para poder limpiar el suelo. Ya había limpiado la cafetera italiana y ordenado la barra. En media hora habría acabado, si se daba prisa, antes de las ocho y media llegaría a su casa y podría pasar un rato con su hijo, antes de que se fuese a dormir.

Estaba triste por lo que había ocurrido con Anita y se sentía desolada por la escena que había tenido con Alfred la tarde anterior.

Las palabras de su amiga Laura revoloteaban por su cabeza. ¿Realmente amaba a William, como le había dicho a Alfred? ¿Se estaba engañando a sí misma? Era consciente de que su cuerpo deseaba a Alfred, pero era eso, un fuerte deseo físico. Cuando estaba a su lado le deseaba tanto que le dolían hasta los huesos, era como un gran imán que la atraía sin remedio, quería ser besada por sus labios, acariciada por sus manos y quería ser suya, entregarle su cuerpo como jamás antes lo había dado a ningún hombre incluido Robert.

Pero no estaba sola, estaba Paul y Sarah pensaba en él, en su bienestar, en su futuro, el necesitaba un hombre como William que le ofreciese estabilidad y estaba convencida de que con el tiempo aprendería a amarle.

-Sarah - dijo Steven.

Ella dio un respingo. Estaba tan ensimismada en sus pensamientos que no oyó cómo la puerta de la pequeña oficina se abría y Steven Taylor se había acercado a ella.

-¡Sr. Taylor, me ha asustado! -dijo Sarah

-No tienes que asustarte de mí, pequeña Sarah, sabes que te adoro -Steven Taylor hablaba con voz ronca.

Sarah retrocedió poco a poco sobre sus pasos hasta que encontró la barra a su espalda. Steven Taylor la seguía casi pegado a ella. Podía notar su respiración agitada y el calor de su cuerpo. Sarah estaba asustada.

-Sr. Taylor, Vd. ya sabe lo que pienso, yo no...

Antes de que pudiese acabar la frase, Steven la había cogido por la cintura y la abrazaba con fuerza, apretándola contra su cuerpo. Sarah intentó zafarse del abrazo, pero él hizo más presión con sus fuertes manos y con su cuerpo, inmovilizándola contra la barra. Era un hombre fuerte y alto y Sarah se vio perdida. Notó como los labios de Steven empezaban a besarla en el cuello, primero suavemente pero cada vez el beso se hacía más intenso.

-¡Por favor! No, no... -Steven cortó las súplicas de Sarah besándola salvajemente en los labios.

Sarah intentó desprenderse del beso empujándolo por los hombros, pero no consiguió nada. Steven la besaba en el cuello, su respiración se hizo más intensa, Sarah notaba el deseo de Steven contra su vientre. Una de sus manos aprisionaba uno de sus pechos. Sarah sentía miedo, dolor y asco. No podía pensar con claridad, tenía que huir, salir de allí... como fuese. Colocó sus manos sobre el pecho de Steven y le devolvió el beso que en aquel instante él le estaba dando. Fue tan grande la sorpresa de él que aflojó el abrazo pensando que por fin Sarah había claudicado.

Cuando Sarah sintió que Steven se relajaba aprovechó para empujarle, él retrocedió sorprendido por la reacción de Sarah, momento que ésta aprovechó para correr hacia la puerta, la abrió y salió del coffee shop.

Taylor se quedó parado en medio del local, una expresión malvada se dibujaba en su rostro. Se pasó las dos manos por el pelo. Dirigió su mirada hacia los grandes ventanales que daban a las terrazas exteriores. No vio a nadie, sólo las últimas luces del atardecer.

-Espero que te haya gustado mi escena con Sarah, pequeño bastardo -pensó Steven- Te la he dedicado con todo mi amor paternal.

Con una sonora carcajada Steven se dirigió hacia la puerta, antes de salir apagó todas las luces. Cerró el local y se dirigió tranquilamente hacia su coche.





Anya y Alfred habían salido de la piscina y se encaminaban cogidos del brazo hacia su coche. Al pasar junto a los ventanales del Taylor’s coffee shop miró hacia dentro para ver si aún quedaba alguien dentro del local y lo que vio le dejó sin aliento. Steven Taylor y Sarah estaban besándose apasionadamente junto a la barra.

Alfred sintió que la sangre se agolpaba en sus mejillas y un nudo de celos se aferraba sin misericordia a su estómago. No podía apartar los ojos de aquella escena pero se obligó a sí mismo a continuar andando, llegar cuando antes al coche y olvidar, si pudiese, la imagen que llevaba grabada en la retina.

Cuando Alfred paró en seco, Anya, a su lado, también miró hacia el local del Taylor’s y una sonrisa cómplice se fue dibujando en su bello rostro.

-¡Steven, te has superado! –pensó Anya- ¡eres un verdadero cabrón! Después de esto los jueguecitos de amor entre la boba y Alfred se han acabado.

Tirando del brazo de Alfred dijo:

-Vamos querido, no debemos molestar a los tortolitos. Por lo que se puede ver se lo están pasando de maravilla.

Alfred se desasió del brazo de Anya bruscamente y a grandes zancadas cruzó las terrazas y llegó a su coche, arancó el motor y se perdió en la calle con un fuerte chirrido de neumáticos.







Alfred iba conduciendo hacia el hospital con un torbellino de pensamientos rondándole por la cabeza ¡Sarah! Se sentía morir cada vez que pensaba en ella ¿cómo podía haber engañado a todo el mundo? Tanta dulzura, tanta ternura ¿para qué? al final, ella lo sacrificaba todo por el dinero. Había caído en los brazos de Steven Taylor, ¡era su amante! La escena que había presenciado le dolía en los ojos y la rememoraba una y otra vez. La traición de Sarah le había acuchillado el corazón.

Cuando llegó al hospital aparcó el coche y se demoró algunos minutos sentado tras el volante. No podía presentarse ante su madre en aquel estado. Ella le necesitaba ahora más que nunca y él no podía ser egoísta, debía darle lo mejor de sí mismo.

Anita estaba dormitando, los médicos la mantenían en un estado de semiinconsciencia constante para evitar que sufriera con los intensos dolores que padecía.

Alfred entró calladamente, no quería despertarla, pero Anita abrió los ojos en cuanto sintió su presencia.

-Mamá... -Alfred se acercó, se sentó a su lado y cogió una de sus manos entre las suyas.

-Alfred, hijo... me alegra que estés aquí -su voz era entrecortada y le costaba un gran esfuerzo articular las palabras.

-Quiero que me prometas que sentarás la cabeza, que buscarás una mujer que te haga feliz... Sarah es una joven...

No pudo acabar la frase, Alfred la cortó.

-No hables de Sarah, por favor, madre.

-Alfred, a veces, las cosas no son como parecen o como creemos que son. En la vida cometemos muchos errores y, créeme, pagamos por ellos un precio muy alto. Por eso es tan importante buscar la felicidad y, si la encuentras, aferrarte a ella, porque es tan frágil que se rompe fácilmente...

-Mamá, no hables, descansa...

-No, Alfred, tengo algo que decirte... y me queda poco tiempo... escúchame -Anita continuó- Yo, al igual que Sarah, cuando todavía era muy joven, me enamoré de un hombre que, después me di cuenta, no se merecía mi amor, pero el amor no es algo que puedas controlar a tu antojo, sino, es el amor el que controla tus actos, tu vida, todo. Ese hombre, tu padre, fue un egoísta y me engañó con promesas que jamás cumplió, pero yo siempre tuve la esperanza que en algún momento cambiase, que se diese cuenta de que se había equivocado y pudiese enmendar todo el daño que había hecho. Por eso permanecí a su lado desde entonces.

-¿A su lado? Madre, ¿de qué estás hablando? No te entiendo -Alfred había escuchado con atención sus palabras y un destello de angustia se comenzaba a instalar en su pecho.

-Alfred, hijo mío, tu padre es Steven Taylor...

-¡No! ¡No! ¡Él no! ¡Madre no! -Alfred no podía reprimir el sentimiento de rechazo, dolor y amargura que sentía en aquel momento.

-Perdóname. He sido una cobarde durante todos estos años por callar y no decirte la verdad, pero siempre pensaba que no era el momento adecuado, y los años ¡han pasado tan deprisa! Ahora me doy cuenta, ahora que mi tiempo se acaba...

-¡Madre!... -Alfred luchaba entre la rabia que sentía y la pena que las palabras de Anita le provocaban.

-No, déjame terminar, hijo, te quiero mucho. Eres lo mejor que me ha pasado en la vida y no quiero que sufras, ya lo he hecho yo por ti. Sarah es una buena chica y...

Alfred dejó de oir las palabras de su madre, ¡Sarah y Steven Taylor! No podía resistirlo y ahora que sabía que él era su padre sentía que el corazón se le partía en mil pedazos y la angustia que notaba en el estómago le producía naúseas. Estaba mareado, la cabeza le martilleaba y no podía pensar con claridad. Solamente pensaba en que el hombre que más despreciaba en este mundo era su padre ¡Maldito sea! y que ahora, la mujer que amaba, estaba con él. Alfred pensó que no sería capaz de soportar tanto dolor.

Estalló en llanto, escondió el rostro junto al cuerpo de su madre y lloró por él, por ella, por Sarah... lloraba sin consuelo, sólo la tenue caricia que sentía en su pelo le devolvía la tranquilidad poco a poco. Lloró hasta quedar exhausto y se durmió allí sentado junto a la cama de su madre, con la cabeza apoyada contra su cuerpo y su brazo rodeándola por la cintura, como cuando era niño.





Anita calló cuando vio a Alfred roto por el dolor y el llanto, acariciando su suave pelo, con ternura, hasta que el sueño hizo presa en su hijo.

Hizo balance de su vida, había sufrido, sí, pero también había tenido muchos momentos de dicha, había luchado con ahínco para sacar adelante a aquel hombretón que dormía en estos momentos a su lado. Alfred era un buen hombre y sabría encontrar la felicidad. Había resuelto lo que tenía pendiente, ahora podía partir en paz.

-Señor -imploró- llévame junto a los que partieron antes que yo. Estoy preparada -con este pensamiento, Anita cerró los ojos lentamente, un hondo suspiro entreabrió sus labios.

Un sonido insistente sacó a Alfred de su pesado sueño. Se incorporó a medias sin saber muy bien dónde estaba. Vio a su madre junto a él, con los ojos cerrados, su rostro estaba inundado con los primeros rayos del sol de la mañana que se colaban a través de la ventana. El pitido continuaba, Alfred quedo petrificado al entender lo que aquello significaba. La puerta de la habitación se abrió, escuchó pasos presurosos a su espalda. Anita, su querida madre, había muerto.


2 comentarios:

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    Un beso enormeeeeee!! :D

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  2. Feliz 2012 Clara!!!!!
    Un beso bien grande.

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