El amor y el odio son las pasiones que mueven el mundo. Escribir sobre ellas es mi pasión, sólo espero que leer mis palabras sea la tuya.
Clara.

jueves, 26 de julio de 2012

CUENTOS DE AMOR, DESAMOR Y OTROS MALES - AGUSTÍN



AGUSTÍN

Lo primero que hizo al abrir los ojos fue buscarla con la mirada. Giró la cabeza a la derecha y buscó su cabeza en la almohada. No estaba. Cerró los ojos y suspiró. 

Pasó un buen rato tumbado en la cama sin moverse mirando fijamente el techo.
Pasadas las diez decidió que ya era hora de levantarse. No le apetecía en absoluto pero sabía que no tenía otra opción. Fue a la cocina y preparó dos cafés con leche con tostadas. Lo puso
en una bandeja y lo llevó al salón, donde solía desayunar. 

Sólo se dio cuenta que había preparado dos tazas cuando fue a servirse el azúcar. Aquel pequeño detalle le hizo derrumbarse. Dejó la taza sobre la mesa auxiliar y sosteniendo su cabeza entre las manos sollozó amargamente. Aquello era lo más duro que nunca le había pasado en su vida y por primera vez se supo clarísimamente incapaz de superarlo.
 Emilia era y había sido el gran amor de su vida. De hecho, sonrió al recordarlo, había sido su único y verdadero amor.
Había pasado con ella los mejores momentos de su vida y recordaba todos los instantes que
habían compartido juntos. Recordó la primera vez que la vio, desde el primer segundo supo
que aquella mujer tenía que ser para él aunque ella no lo tuvo tan claro como él. De hecho, le
costó un par de meses conseguir que ella siquiera se fijara en él.
 

El teléfono le sacó de sus pensamientos. El identificador de llamadas le reveló que quien
llamaba era Martina, ¡pobrecita! Desde que todo había sucedido no había dejado de llamarle ni
un solo día y casi no le dejaba ni a sol ni sombra. Sin embargo, Agustín necesitaba sentir su
soledad. De hecho tenía que asumir que ahora estaba solo. Emilia no estaba y no iba a volver y él tenía que empezar a aprender a ser uno. Ya no eran Emilia y Agustín ahora sólo era Agustín, y le costaba aceptarlo.
Tomó una decisión. Con paso firme y seguro se dirigió al baño y se dio una larga ducha. Se
afeitó cuidadosamente, se perfumó y se puso sus mejores galas.
El tibio sol de marzo acarició su rostro cuando salió a la calle. Vacilante, dio sus primeros pasos en la calle tras meses de encierro voluntario. Pronto se fatigó y decidió sentarse en un banco cerca del precioso jardín que había cerca de su casa. Observó los rosales florecidos, las palomas que volaban entre los pinos y las jóvenes parejas que iniciaban su amor. Aquello le animó, aquello era la vida. Algunas cosas terminaban pero la vida seguía su discurrir implacable. El mundo no se había detenido; su mundo había dejado de existir pero el mundo seguía girando.
Inspiró y se levantó del banco. Sabía muy bien hacia dónde iba, era algo que había tratado de
evitar durante meses pero tenía que hacerlo. Tenía que hablar con ella y aclarar todo lo que
pasaba por su cabeza.
Disfrutó del paseo y apenas advirtió que había llegado a su destino. Atravesó la puerta de
entrada y aunque sólo había estado allí una vez no vaciló en ningún momento y en pocos
minutos estuvo frente a ella.
Todo el discurso que había preparado en su cabeza se le esfumó en cuanto la vio. Sus ojos se
llenaron de lágrimas y un sollozo se apoderó de su garganta. Se había prometido a sí mismo
que no lloraría, que estaría bien y que aquello era lo mejor para él. Sin embargo, en aquellos
instantes no podía recordar nada de eso.
Emilia le miraba sonriendo dulcemente, tal y como él la recordaba. No podía dejar de mirarla y
no podía evitar que aquella congoja se fuera apoderando de él. Pronto fue incapaz de
controlarse y lloró como un niño. No le importaba hacerlo ni que nadie le viera llorar, lo había
estado evitando todos aquellos meses pero supo que ya no podía más. Lloró y lloró. No supo
cuánto tiempo estuvo allí llorando sin poder hablar. Finalmente, con los ojos enrojecidos y la
voz ronca dijo:
-Emilia, desde que nos conocimos nunca había pasado tanto tiempo sin verte. Estos cuatro
meses han sido los más duros, amargos y difíciles de mi vida. No sé qué hago hoy aquí... Sólo
quería estar cerca de ti porque créeme, mi amor, que no sé, no puedo y no quiero vivir sin ti.
Sabía lo mucho que te quería, lo mucho que te quiero, pero nunca imaginé el dolor tan intenso
que sentiría si no estás conmigo. Estoy sordo, ciego y mudo sin ti. Eras el sol alrededor del cual orbitaba toda mi existencia y ahora que ya no estás no sé qué va a ser de mí. Dime ahora, ¿cómo quieres que siga viviendo sin ti?
Emilia, desde la foto de su lápida, le sonrió.

3 comentarios:

  1. que bonito texto :D

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  2. redactas muy bien!!
    Besos
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  3. Qué bonito, Clara. Me ha parecido precioso, menudo final más emotivo
    Besos

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