El amor y el odio son las pasiones que mueven el mundo. Escribir sobre ellas es mi pasión, sólo espero que leer mis palabras sea la tuya.
Clara.

martes, 27 de marzo de 2012

CHRISTMAS SUN 2


Desde su amplio salón tenía una vista privilegiada sobre Central Park. Le encantaba el parque en invierno… y ahora iba a tener que renunciar a todo aquello. ¿Por qué le había hecho caso a William? ¿Por qué había dedicado el maldito editorial de Navidad a toda aquella basura que había salido de la sucia mente de aquel pseudo intelectual? Le maldijo una y cien veces. Fue entonces cuando reparó, ¿dónde se había metido?
Recorrió metro a metro su espacioso apartamento. No estaba en la habitación, ni en el despacho, ni siquiera en el estudio que se había habilitado junto a la cocina y en el que él decía que había encontrado la inspiración. De un golpe, tiró los lápices y los bolígrafos que estaban sobre el escritorio. Irritada, salió y se dirigió a su mueble bar, se sirvió una buena copa de vodka, solo, sin hielo.
No supo cuánto tiempo había pasado allí sola, en silencio. Las luces de Navidad del parque al encenderse la hicieron volver en sí. ¿Qué pasaba? Notaba que algo raro sucedía. De nuevo recorrió su apartamento.
En la habitación confirmó aquello que ya sabía de forma inconsciente: William se había ido, ya no quedaba nada de él. Los armarios estaban vacíos; en el baño, no quedaba ni rastro de sus cosas y hasta habían desaparecido sus montañas de libros, que Sun pensaba que nunca había leído.
Rabiosa, marcó su número de teléfono. Impaciente, esperó… “Ha sido imposible contactar con el número marcado, vuelva a intentarlo más tarde”. Se odió a sí misma por llamarle y le odió a él por ser tan cobarde.
Volvió al mueble bar y tomó la botella de vodka. Llenó la bañera y se metió en ella. No sabía por cuánto tiempo iba a poder mantener esa casa, necesitaba un nuevo trabajo, un nuevo novio y una nueva vida. La suya estaba desmoronándose.
Las gotas de lluvia golpeando contra su ventana la despertaron. La cabeza le iba a estallar. A duras penas llegó hasta la cocina y se preparó un café muy cargado. Al sorberlo, sintió un intenso pinchazo en la sien. Se dirigió al baño y se miró al espejo. Lo que vio no le gustó. ¿Quién era aquella mujer hundida y sin vida que la miraba desde el espejo? Nadie habría reconocido en ella a la influyente redactora de Top Fashion. Ella, que se jactaba de siempre estar perfecta, de no dejar que nada ni nadie se interpusiese en su felicidad y que presumía de tener siempre lo que quería… ¿quién era esa perdedora? Ese pensamiento la espoleó. No era una mujer que se dejase hundir.
Se duchó con agua fría; aquello la despejó. Se aplicó la leche corporal frente al espejo: mientras lo hacía se observaba con ojo crítico. Era una mujer impresionante, de curvas rotundas. Lo sabía y se sacaba provecho. Desnuda, fue a su vestidor. Era muy importante que en su primera aparición tras su debacle su aspecto fuera perfecto. No iba a darle a nadie la opción de verla hundida.
De entre su amplio vestidor eligió un vestido verde de un punto que se ajustaba perfectamente a aquel cuerpo por el que muchos suspiraban. Recogió su larga melena morena en un sencillo y elegante moño. El maquillaje era discreto pero efectivo. Por último, se calzó sus botas de altísimos tacones y el gran bolso de ante.
En la calle, un viento gélido le cortó la respiración. Se ajustó su carísimo abrigo de piel. Carlos, el portero de su edificio, la saludó cortés.
-¿Quiere usted un taxi, señorita Martin?
-Gracias –contestó sin mirarle.
Mientras el taxi se dirigía a su destino, Sun iba pensando qué iba a decir exactamente. La revista Actitud había estado deseando contratarla desde hacía más de dos años, quizá a fin de cuentas no fuera tan difícil…
-Sun, querida, sabes que te adoro y que me encantaría que trabajaras con nosotros…
-¿Pero? –preguntó impávida Sun. Conocía la respuesta pero necesitaba escucharla.
-Querida, sabes bien lo que pasa. Ese editorial… Te metiste con quien no debías y no lo hiciste de un modo muy elegante. Contratarte ahora mismo sería un suicidio. Quizá deberías intentarlo en otro lugar.
-¿Los Ángeles? –preguntó con una mueca de disgusto.
-Yo más bien estaba pensando en algún lugar como Emiratos Árabes –contestó con una risa maliciosa.
-Entiendo. Gracias por atenderme -dijo mientras se despedían con un apretón de manos.
Decidió que debía comer algo, apenas si había probado bocado en las últimas veinticuatro horas. Caminó por la Quinta Avenida absorta en sus pensamientos:
-Maldita zorra, maldita zorra, ¡cómo ha disfrutado! ¡Cómo me ha humillado! ¡Emiratos Árabes! Zorra sin talento. Cuánto tiempo habrá estado esperando este momento, cuánto tiempo. ¡Nadie trata así a Sun Martin! Juro que se tragará sus palabras, todas y cada una de sus estúpidas palabras.
La visión de Zorba, su restaurante favorito, aplacó sus ánimos. Saludó a Tony, el portero, y pasó al interior. Decenas de personas esperaban su mesa. Adelantándose a todas ellas se abrió paso hasta Kimberley, la encargada de las reservas.
-Hola, cielo, necesito un vodka bien cargado –dijo mientras se dirigía a su mesa de siempre.
Algo raro sucedió entonces. La discreta, amable y atenta Kimberley le cerró el paso.
-Señorita Martin, lo siento. Hoy tenemos el local completo. Tendrá que esperar unos minutos, hay mucha gente esperando.
-Kimberley, soy yo, Sun. ¡¿Qué coño os pasa a todos?! ¡¿Os habéis vuelto gilipollas o qué?! –su perfecta y estudiada tranquilidad finalmente había dado paso a su verdadera indignación, ¿cómo esa simple camarerucha que le había suplicado millones de veces una invitación para alguna de sus fiestas se atrevía a tratarla así?
No le dio tiempo a pensar más. Discretamente fue invitada a abandonar el local, jamás se había sentido más humillada.
Roja de rabia, ira, vergüenza y humillación tomó un taxi. Volvía a casa, necesitaba pensar con calma.
Nada más poner un pie en el vestíbulo de su elegantísimo y carísimo edificio supo que su aciago día aún no había terminado. Reunidos allí estaban los miembros de la comisión que decidía a quién se alquilaba y a quién no se alquilaba uno de aquellos apartamentos. Sun había sido admitida sin reservas un par de años atrás y ahora sabía a qué se debía aquella amistosa reunión.
-No os molestéis, sé lo que vais a decir. Dejadme un par de meses y me largo de aquí –dijo tratando de aparentar una calma que no sentía.
-Señorita Martin, su contrato de alquiler expira la próxima semana y visto que todos sabemos que no podemos renovarlo, necesitamos que lo abandone antes del próximo lunes –espetó el presidente de aquella comisión.
-¡Pero si es viernes! ¿Cómo esperáis que organice una mudanza en sólo…? –Sun se interrumpió sabía que aquello únicamente evidenciaría su debilidad y no les iba a dar ese gustazo a esos cabrones arrogantes –Perfecto, el domingo estaré fuera. Y ahora si me disculpáis –dijo mientras llamaba al ascensor.
La puerta del ascensor se cerró. Sun se derrumbó. No quería llorar; no al menos hasta no estar en la soledad de su apartamento. En la planta vigésimo quinta el ascensor se paró. Derrotada Sun introdujo la llave en su cerradura, ¡qué raro! ¿No había cerrado con llave al salir?
Sigilosa se introdujo en su apartamento. Había luz en el estudio, no era posible que el miserable…
Se descalzó y se acercó hasta allí. Se recostó en el quicio de la puerta y con voz melosa preguntó:
-¿Eres tú, vida mía? Sabía que no me dejarías –dijo mientras le lanzaba el primer libro que tuvo a mano.
William no pudo esquivar el golpe. No la esperaba. Sólo había vuelto porque había olvidado allí el manuscrito de su novela. Estaba seguro de que esa iba a ser la novela que lo catapultaría a la fama y que lo colocaría al nivel de Scott Fitzgerald, Bukowski, Faulkner y todos los grandes novelistas americanos del siglo XX.
No tenía talento y lo sabía pero también era perfectamente consciente de que tenía una aureola romántica que le procuraba ciertas influencias. Procedía de una familia adinerada dedicada a inversiones bursátiles que no había visto con buenos ojos que el mayor de sus hijos decidiera dedicarse a la literatura. William había suplido la falta de apoyo económico familiar rodeándose de gente de la que podía sacar algún provecho. Primero, la señora St. James una afamada escritora, ganadora de varios premios Pulitzer, que le había introducido en los círculos intelectuales. Después, Marcia Jones una prestigiosa editora que consiguió publicar algunas de sus novelas. Finalmente, Sun Martin, una de las más poderosas e influyentes de las periodistas de Nueva York, que lo encumbró entre las celebridades más admiradas y seguidas. Ahora que Sun había caído en desgracia sabía que su tiempo juntos había finalizado. No quería una escena y aquello no tenía que haber sucedido, ¡¡¿¿cómo demonios había sido tan estúpido para olvidar su novela??!!
Tenía que salir de aquella situación. Con la más encantadora de sus sonrisas se volvió hacia Sun.
-Amor, te estaba esperando –dijo atrayéndola hacia sí y besándola con pasión. Aquello no le supuso un gran esfuerzo, Sun realmente le excitaba y siempre habían disfrutado de un sexo alucinante.
Sun trató de resistirse, pero desde el primer momento supo que iba a ser inútil. Había sido el peor día de su vida y necesitaba un poco de cariño. No le quería. Nunca lo había hecho pero había sido un agradable compañero con el que dejarse ver en la ciudad. Podrían irse a vivir a la casa de los Hamptons de su familia. Quizá si fuera capaz de retenerlo…
Le besó con una fuerza y un ímpetu que sorprendieron a William, esperaba encontrar un poco más de resistencia. En fin, se dijo mientras la desnudaba, aquello iba mucho mejor de lo que esperaba. Ambos se entregaron con pasión y pasaron una noche de lujuria desenfrenada. Al llegar la madrugada Sun se durmió. Había sido un día muy intenso…
Despertó bien entrada la mañana. Los fríos rayos de un pálido sol de invierno se colaban en su habitación. Lentamente abrió sus ojos. Sabía que él no estaba. Permaneció un par de horas más en la cama. Tenía que pensar qué iba a hacer con su vida. Tenía algún dinero ahorrado, podría vivir un tiempo con bastante desahogo aunque no con el mismo nivel de vida. Pensó que no iba a dejar que nadie lo supiese.
Se levantó de la cama y paseó desnuda por su apartamento despidiéndose de todo. Lo único que podía llevarse era su ropa, el resto se quedaría. Allí no había objetos personales ni nada que tuviese ningún valor para ella.
Pasó el resto de la mañana haciendo las maletas. Por la tarde compró un billete de avión. Sólo ida. No sabía si podría hacerlo, pero no tenía más remedio. Tenía que desaparecer una temporada. Reinventarse.
Su avión salía a primera hora de la mañana. No podía postergarlo más. Insegura, marcó el número de teléfono. ¿Qué iba a decir?
-Soy yo. Voy a pasar las Navidades –esperó respuesta. Al no conseguirlo prosiguió -Llegaré mañana –la contestación seguía sin llegar. Colgó.
Al otro lado de la línea telefónica una voz femenina dijo:
-La hija pródiga vuelve a casa.

4 comentarios:

  1. Me tienes enganchada a tus publicaciones, esta la 2º que leo y me encantas.
    Un bico.

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  2. que bonito escribes!!!

    me encanta!

    un besote!
    http://self-dressed.blogspot.com

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  3. Me encanta como escribes!! Es una maravilla:)

    www.emerjadesign.com

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  4. Que bueno leerte, maravilloso relato!! Me quedo por aquí... Bsssss
    www.clubmujeresreales.blogspot.com

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