El amor y el odio son las pasiones que mueven el mundo. Escribir sobre ellas es mi pasión, sólo espero que leer mis palabras sea la tuya.
Clara.

miércoles, 16 de noviembre de 2011

CAPÍTULO. 17

Alfred llegó al hospital  a los pocos minutos, había salido rápidamente de su apartamento, después de escuchar el mensaje de su contestador, y condujo su coche a través de las desérticas calles de Green Valley a gran velocidad.
Durante el trayecto su cabeza era un torbellino de pensamientos, se sentía culpable por lo que había sucedido en la fiesta. No debía haber aceptado la invitación de Anya y así su madre no habría sufrido la humillación a la que la había sometido. Se había comportado como un estúpido aceptando todo lo que le había dado Anya y siguiéndole el juego. Y ahora su madre estaba sufriendo por su estupidez.
Cuando abrió la puerta de la habitación del hospital donde estaba Anita, Alfred se encontró con la mirada de Linda Collins que, sentada en un pequeño sillón junto a la cama, estrujaba sin cesar un pañuelo qu sostenía con sus manos y su rostro reflejaba una honda preocupación.
Al otro lado de la cama un médico y una enfermera atendían a Anita que estaba muy pálida, yacía con los ojos cerrados y un rictus de dolor se había apoderado de sus labios. Varias bolsas pendían a su lado y su contenido iba directamente a su brazo, dos monitores medían sus constantes con un pitido monótono.
Alfred no estaba preparado para la escena que estaba mirando con perplejidad, su madre había sido siempre una mujer muy fuerte y la Anita que estaba en aquella cama de hospital daba la sensación de ser tan frágil como si en cualquier momento pudiese romperse.
El médico giró el rostro y vio a Alfred petrificado en la puerta de la habitación.
-¡Oh! ¿Es usted el señor Gonzales? -inquirió con el rostro serio.
Alfred sólo atinó a asentir varias veces con la cabeza.
-Acompáñeme fuera, necesito hablar con usted -dijo el doctor Young cogiéndolo suavemente del brazo y llevándolo hacia el pasillo.
-Mi nombre es Michael Young -dijo el médico tendiéndole la mano a modo de  presentación -Soy médico oncólogo de este hospital. Como sabrá su madre lleva varios meses recibiendo tratamiento para...
-Pero... ¿qué está usted diciendo? -le cortó Alfred.-¿Mi madre recibiendo tratamiento?... Yo no sabía nada.
-Perdóneme señor Gonzales, pensé que su madre le había hablado de su enfermedad.
-¿Enfermedad? ¿Mi madre enferma? -Alfred sentía que estaba cayendo en un pozo oscuro y notaba que el suelo desaparecía bajo sus pies.
-Señor Gonzales, siéntese aquí, siento mucho tener que ser yo quien le de esta noticia, pero debido a las circunstancias creo que es lo que debo hacer.
Alfred miraba al doctor Young y oía sus palabras, pero se negaba a aceptar lo que éste le estaba contando. Su madre sufría un cáncer... varios meses... tratamiento... terminal.. no había esperanzas... ¡No! No podía creerlo, su madre era todavía una mujer joven, tenía una vida por vivir y él la necesitaba, era su única familia.
La voz del doctor Young le devolvió a la realidad, a la dolorosa y triste realidad.
-Verá, con los calmantes que le hemos dado se encontrará mejor, pero es lo único que podemos hacer por ella, intentar paliar el dolor dentro de lo posible. El cáncer se ha extendido rápidamente y aunque el tratamiento ha retrasado en algunos meses la situación, en estos momentos Anita se encuentra en fase terminal y le queda poco tiempo. Señor Gonzales, lo siento muchísimo, pero no hay nada que podamos hacer por su madre. Ha sido una mujer muy valiente y ha luchado hasta el último momento en una batalla que sabía perdida desde el principio, su madre Señor Gonzales, es una mujer excepcional.
-Gracias doctor Young -dijo Alfred con la voz rota -si me disculpa, voy a ver a mi madre.
Alfred se levantó y caminó hacia la habitación como si llevase todo el peso del mundo sobre sus hombros. Un gran nudo atenazaba su garganta y los ojos anegados en lágrimas. Asido al pomo de la puerta trató de recomponersse, aspiró varias bocanadas de aire para calmarse y cuando pensó que había reunido el suficiente coraje para enfrentarse a su madre, abrió la puerta y entró.


Mientras Alfred hablaba con el doctor Young, en la habitación de Anita la enfermera se cercioró de que todo estaba funcionando correctamente y salió calladamente dejando a Linda a solas con Anita que continuaba con los ojos cerrados, recostada sobre la almohada. El dolor había remitido gracias a la medicación que le habían inyectado. Anita era consciente de la presencia de Linda y por ello se obligaba a mantener los ojos cerrados, no se sentía con fuerzas para enfrentarse a ella.
Linda escrutaba el rostro de Anita esperando ver un destello de vida, algún signo que le indicase que ella podía oírla.
Al fin Anita entreabrió lentamente los párpados encontrando el rostro de Linda que la miraba insistentemente.
-¡Oh! ¡Anita, qué susto nos has dado! -dijo Linda con una honda preocupación.
-Linda, yo...
-¡No te esfuerces Anita! ¡Guarda todas tus fuerzas! Tienes que luchar para vencer a esta enfermedad -Linda hablaba con vehemencia -Estos médicos no lo saben todo, ¿sabes? A veces se equivocan...
-No, Linda, no hay equivocación -dijo Anita entrecortadamente -este es el final de mi camino.
-¡No digas eso, Anita!
-Debo arreglar algunas cosas antes de irme: Linda perdóname. Necesito oírtelo decir.
-No hay nada que perdonar, aquello pasó hace mucho tiempo, y si yo he sufrido, tú también lo has hecho.
-Linda, creía que no lo sabías...
-Lo supe desde el primer momento cuando regresaste a la casa.
-Pensé que me odiabas.
-No, nunca te he odiado. Yo quería a Steven, estaba locamente enamorada de él, pero no se merecía mi amor. Desde el principio me hizo infeliz, siempre con otras mujeres, siempre mintiéndome -Linda hablaba despacio sin dejar de mirar a Anita y cogiéndola de la mano. -Cuando tú volviste pensé que quizás tú lograrías lo que yo no había podido hacer, que Steven se quedase en casa, pero no fue así, es un hombre mezquino que no se merece ni mi amor, ni tu devoción, Anita.
-Alfred... -intentó hablar pero las palabras no salían de su garganta.
-Sí Anita, sé que Alfred es hijo de Steven, aunque él no lo creyese, ni lo aceptase jamás. Anita, te confesaré que Alfred ha sido como mi hijo. Siempre pensé que Dios me había concedido el regalo de verlo crecer. Fui testigo de sus primeros pasos, luego le veía corretear entre las viñas y de alguna forma en muchos instantes pensé en él como si fuese el hijo que nuca tuve. Tienes mucha suerte Anita, de haber tenido un hijo como Alfred.
Anita lloraba en silencio, gruesas lágrimas rodaban por sus mejillas. Aquella mujer con la que había compartido más de media vida y que era una desconocida para ella, se descubría ahora cuando ya casi no le quedaba tiempo para enmendar errores, como una gran mujer y que había sufrido lo indecible junto a Steven Taylor.
-Linda, tienes que hacerme un favor -susurró Anita con la voz rota -Cuida de Alfred,  cuando yo me haya ido.
-No te preocupes por Alfred, será como mi hijo. Te lo prometo.
-Gracias Linda, me hubiese gustado conocerte mejor, pero creo que no va a ser posible -dijo Anita con una triste sonrisa.
-Sí, a menudo nos damos cuenta de las cosas cuando ya no tienen remedio -añadió Linda tristemente. -Anita, descansa ahora, duerme un poco...
La puerta se abrió y entró Alfred, tenía el rostro demudado, parecía perdido, y la tristeza apagaba el brillo de sus bellos ojos.
Linda se levantó despacio y fue a su encuentro con los brazos abiertos. Alfred se dejó abrazar por Linda, como si aquel abrazo fuera su único asidero y comenzá a sollozar como si fuese un niño al que nada, ni nadie, pudiera consolar.


Anita con los ojos cerrados se perdió en sus recuerdos...
Desde que había llegado de Méjico, Anita había trabajado como ama de llaves en la mansión de la familia Collins, y se ocupaba especialmente de atender a la única hija del matrimonio, Linda. Anita era muy feliz en Green Valley. Era una muchacha alegre, sonriente, despierta, trabajadora, de una bondad sorprendente y muy bella.
Meses después de llegar Anita a la mansión Collins, se incorporó a trabajar un nuevo capataz, el joven Steven. Era un muchacho de enormes ojos verdes, alto y varonil; siempre expresaba sus deseos por trabajar mucho y muy duro para mejorar en la vida. Incluso, algún día, llegar a ser el dueño de alguna pequeña bodega. Aquellos sueños anonadaban a Anita, que podía quedarse horas escuchando cómo Steven planeaba su futuro. Ella también quería prosperar y llegar a ser alguien en la vida. Compartían sueños e ilusiones, lo que la hacía sentirse muy cerca de él.
Semanas más tarde, Anita se dio cuenta de que estaba profundamente enamorada de Steven. Y ella sabía que este amor era correspondido. Habían compartido pícaras miradas, provocados encuentros en las caballerizas de la mansión, fugaces caricias interrumpidas, y algún que otro beso inocente en la mejilla de Anita que le provocaban un inquietante cosquilleo.
Estos escuetos coqueteos se convirtieron, días más tarde, en encuentros más prolongados: inolvidables cenas a la luz de las velas en el porche de la casa de los trabajadores; bellos atardeceres en lo alto de una colina, en los que Steven regalaba a Anita tanto el fatigado sol que ya se escondía, como la emergente luna que daba paso a la noche; apasionadas noches, que ellos sentían fugaces, en las que sus cuerpos se unían acalorados por la excitación incontrolable.
Y así pasaron varios meses, hasta que Anita tuvo que regresar a su pueblo en Méjico para cuidar a su madre que había enfermado repentinamente. Estando allí descubrió que el amor que sentía por Steven ahora sería todavía más intenso, puesto que le daría un hijo.
Transcurrieron trece largos meses en los que Anita pensaba, segundo tras segundo, en su enamorado. No dejaba de imaginar cómo sería su reencuentro, y la cara de felicidad de Steven al descubrir que tenía un hijo, un hijo del inmenso amor que sentían el uno por el otro.
Vivirían en la mansión de los Collins, donde no les faltaría de nada ni a ellos, ni al pequeño. Steven sería un padre maravilloso, comprensivo con su hijo, le daría una buena educación. Los imaginaba corriendo, jugando en la explanada frente a la puerta del edificio principal.
Ella, junto a Steven, unidos por aquel grandísimo amor sería capaz de sobrellevar cualquier problema o enfermedad. El hogar que ellos ya habían planeado para su futuro sería el centro de su vida, al que dedicaría todo su esfuerzo y en el que volcaría todo su amor para cuidar a Steven y a su hijo.
Anita volvió junto a su hijo, Alfred, a Green Valley un soleado día de primavera a última hora del atardecer. La llegada de Anita coincidió con la fiesta que celebraban los Collins para celebrar la Pascua. Había muchísimos invitados, la casa estaba realmente bonita, con una bella decoración; elegantes coches ocupaban todo el sendero hasta la entrada principal de la mansión.
Anita reconoció a tres de sus compañeros que estaban asando la carne en la barbacoa gigante que habían mandado construir para estas ocasiones. Se saludaron alegremente. Anita miraba a un lado y a otro intentando encontrar a Steven.
Acudió a la casa de los trabajadores, donde esperaba encontrarlo cambiándose de ropa después de haber finalizado sus tareas, para así encontrarse más cómodo.
No había nadie en la casa. Anita empezó a preocuparse. Nadie le había dicho dónde estaba Steve, sus compañeros le respondieron evasivamente que no le habían visto en todo el día.
Comenzaban a desvanecerse todas las ilusiones alimentadas durante esos meses  imaginando el tan esperado reencuentro con su amor.
El bebé comenzó a llorar. Anita mecía con dulzura a su hijo entre sus brazos, le besaba la frente una y otra vez. El bebé no paraba de llorar y a cada momento su llanto se hacía más intenso y desgarrado. El niño sentía la inquietud de su madre.
Anita comenzaba a desesperarse por Steven y por su hijo. Mientras acurrucaba al niño contra su pecho acariciándole su débil y pequeña espalda, Anita desde la puerta de la casa miraba hacia uno y otro lado intentando encontrar a Steven. Decidió acercarse a otro trabajador para preguntar por él.
Por el camino, Linda Collins la interceptó para saludarla, darle la bienvenida y también felicitarla por la sorpresa que la acompañaba. Linda estaba feliz, pletórica, radiante. Anita jamás la había visto tan llena de vida, una inmensa luz de felicidad iluminaba su rostro.
Ella también tenía una hermosa noticia que darle: se había casado hacía un mes y medio. Anita la felicitó muy sinceramente con dos tiernos besos. Se alegraba muchísimo por ella y le deseó un futuro muy dichoso junto a su marido.
Entre la multitud de personas pudo distinguir la figura de Steven que se dirigía hacia donde ellas estaban. Anita dibujó una enorme sonrisa en su rostro.
-Creo que Steven viene hacia aquí. Ya me ha visto -dijo alegremente a Linda.
-Seguro que me busca para que le acompañe a saludar a algún invitado recién llegado -dijo Linda a Anita.
Anita creyó no entender muy bien las palabras de Linda. Por un segundo quedó algo sorprendida por el comentario, pero la felicidad que sentía por el reencuentro con Steven anulaba cualquier otra cosa o persona que estuviera allí.
Resplandeciente de alegría, Anita miraba desde lo lejos a Steven, le miraba a los ojos intentando hacer encontrar sus miradas, aunque él se dirigía a un lado y a otro saludando y sonriendo a todos los invitados. Cada vez estaba más cerca de ella. Estaba segura de que él también la había visto. Imaginaba que la besaría apasionadamente, le acariciaría el pelo, la miraría profundamente a los ojos mientras le decía todo lo que la había echado de menos, haciéndole prometer que nunca jamás se volvería a apartar de él porque si no enloquecería por no tenerla cada día a su lado para amarla y hacerla feliz.
Al fin Steven llegó donde ellas estaban. Cogió a Linda de una mano, la besó en los labios y desaparecieron entre la multitud.







3 comentarios:

  1. Yo YA QUIERO OTRO CAPITULOOO

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  2. Muchisimoo muchisimoo suspensoo... quiero saber como siguee por favorr!! Quiero que Alfren termine con Sarah!!

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  3. Otroo capitulooo plisss

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