El amor y el odio son las pasiones que mueven el mundo. Escribir sobre ellas es mi pasión, sólo espero que leer mis palabras sea la tuya.
Clara.

miércoles, 12 de octubre de 2011

CAPÍTULO. 14

Anita había trabajado muchísimo los últimos días desde que Steven Taylor le había ordenado preparar la fiesta de la barbacoa. Aunque estaba acostumbrada a trabajar muy duro, últimamente notaba cómo las fuerzas habían huido de su cuerpo y todo le costaba mucho más.
-La próxima semana pasaré por la consulta del Dr. Young -pensó Anita. -No es normal que me encuentre tan cansada, además creo que he perdido algo de peso. Tendrá que darme una dosis más fuerte de las pastillas que me recetó.
Agitando la cabeza dejó de pensar en su propio agotamiento y se dispuso a ultimar los preparativos para la fiesta de la barbacoa del día siguiente.
Salió al jardín trasero donde los peones habían colocado una gran tarima baja cubriendo una parte del patio que serviría de pista de baile, junto a la tarima una zona estaba preparada para el pequeño grupo musical que habían contratado y que iba a amenizar la larga noche.
También habían preparado unas grandes mesas que, cubiertas con manteles blancos de hilo, servirían para presentar los distintos platos que se iban a cocinar y que harían las veces de bufet.  A su lado había un pequeño mostrador con frigoríficos donde los camareros que se habían contratado podrían preparar cócteles y bebidas durante la velada. Al fondo del jardín estaba la gran barbacoa donde se habían depositado grandes sacos de carbón, todo estaría dispuesto para cuando empezasen a llegar los primeros invitados.
Una inmensa carpa abierta estaba instalada a un lado del jardín y bajo ella, unas mesas redondas y unas sillas. Farolas de tres brazos, falsas antorchas y estufas de jardín completaban la decoración dispuesta para la fiesta.
Anita fue comprobándolo todo y dando instrucciones para que no faltase ningún detalle y que la barbacoa del día siguiente fuese un éxito.
Entró en la casa y fue hacia la cocina para ver si la compra que había encargado ya había llegado.
Mientras se dirigía hacia allí sintió un dolor punzante en el costado que la dejó sin respiración, tuvo que sujetarse con las dos manos a la pared más cercana para poder mantenerse en pie. El dolor agudo fue remitiendo poco a poco dejando a Anita con la frente perlada de sudor, los puños apretados con tanta fuerza que le blanqueaban los nudillos y un rictus de angustia en su rostro. Despacio, con paso inseguro, llegó a la cocina, donde la cocinera mejicana María y su hija, que había venido a ayudarla, se afanaban guardando los paquetes que iban sacando de dos grandes cajas que estaban en el suelo y que habían traído del mercado. Se dejó caer en una silla y fue recuperando la respiración.
-¡Por Dios bendito! ¿qué te ocurre Anita? -preguntó María con tono preocupado.
-No es nada María. Por favor, alcánzame unas pastillas que hay en el primer cajón -pidió Anita con la voz entrecortada.
Cogió el bote de pastillas y el vaso que le tendió María y con mano temblorosa tomó una pastilla con un pequeño sorbo de agua.
Sentada en aquella cocina inundada de luz, Anita se dio cuenta de que el tiempo se le acababa y que tendría que empezar lo que hacía meses había planeado.
María seguía mirándola con un gesto preocupado en su mirada. Anita ya bastante recuperada logró componer una sonrisa y dirigiéndose a la mujer le dijo:
-No te asustes María, me pasa a veces, son los nervios, cada vez que tengo que organizar algo grande, como la fiesta de mañana, se me ponen en el estómago y ya ves... me pongo enferma. Pero no pasa nada, después de la fiesta me recuperaré y hasta la próxima...
-¡Me has dado un susto de muerte! Estás muy pálida Anita. Siéntate, voy a preparar una taza de café que te sentará de maravilla, y ¡deja de preocuparte! Todo está en marcha. La compra ha llegado, la carne está en el frigorífico y las verduras y todo lo demás está en su lugar.
Las tres mujeres se sentaron alrededor de la mesa de la cocina para saborear en silencio la deliciosa taza de fuerte café que había preparado María y darse un pequeño respiro. Al día siguiente tendrían poco tiempo para entretenerse.

El viernes Anita se levantó temprano. Su pequeña casa estaba construida al borde del campo de viñedos y a unos pocos centenares de metros de la gran casa de la familia Collins.
Mientras hervía el café, Anita se sentó en la cocina y aspiró con deleite los tenues olores que la inundaban: las pequeñas plantas de tomillo, la hierbabuena, la albahaca... aromas que despertaban en Anita recuerdos, vivencias del pasado, que volvían una y otra vez a su cabeza.
Todo lo que veía, lo que tocaba, lo que olía era una excusa para que reviviese retazos de su vida, debía hacer balance y resolver los asuntos pendientes.
Anita se puso una pastilla en la boca, del frasco que tenía sobre la encimera de la cocina y tomó un sorbo del amargo café. Con un suspiro dejó la taza en el fregadero, debía ponerse en marcha.
Entró en la casa grande por la parte de atrás atravesando el jardín donde un grupo de trabajadores estaba terminando con  los preparativos.
En la cocina María y su hija Lupe ya habían comenzado a cocinar el chili con carne que se serviría por la noche y el aroma picante del guiso había invadido toda la cocina, las grandes bandejas, las enormes fuentes de servir, los cuencos... todo estaba ya dispuesto.
-Bien, todo está preparado -pensó Anita.
Después del almuerzo la actividad en la cocina y en el jardín se volvió frenética. Se prepararon las largas mesas del bufet que se fueron llenando poco a poco: cuencos llenos del sabroso chili mejicano, ensaladas frescas: de patatas, de col... , mazorcas de maíz, tortillas...
Anita iba controlándolo todo, para que nada fallase, a menudo debía sentarse pues las piernas le flaqueaban y se sentía desfallecer, pero volvía a incorporarse cuando se recuperaba y seguía trabajando. El dolor constante que sentía en el costado le dificultaba la respiración, tendría que tomar otra de las pastillas que le había recetado el Dr. Young.
Últimamente Anita notaba que no le hacían casi efecto y que las crisis de dolor cada vez más fuertes y se sucedían con mayor rapidez.
Dando las últimas instrucciones al personal y viendo que todo estaba preparado se dirigió a su casa para cambiarse de ropa y arreglarse un poco, en media hora los primeros invitados empezarían a llegar.
Se dio una ducha rápida para sentirse mejor y desprenderse, si acaso ello era posible, del cansancio que la acompañaba. Se miró en el espejo que le devolvió su imagen, profundas ojeras rodeaban sus ojos, su mirada había perdido el brillo de antaño, las pequeñas arrugas que el tiempo había dibujado en su rostro estaban muy marcadas, dándole la apariencia de una mujer mucho más mayor de lo que era en realidad. Anita estudió su cara detenidamente unos instantes.
-Anita -pensó- te queda poco tiempo. Ni el maquillaje va a poder tapar las huellas de la enfermedad. Tendrás que armarte de valor y hablar con Alfred. Sí -decidió- mañana mismo hablaré con él.
Terminó de vestirse y con paso decidido salió, dirigiéndose al jardín de la gran casa. Los invitados empezaban a llegar, la música había comenzado a sonar y las últimas luces del atardecer indicaban que la fiesta iba a comenzar.
Grupos dispersos estaban de pie, unos junto a la orquesta, otros charlando cerca del bar, otros junto a la gran barbacoa, donde grandes chuletas se asaban con un alegre chisporroteo.
Anita echó una ojeada a su alrededor sonriendo.
-Sí -se dijo a sí misma- todo está perfecto. Steven estará contento.
Al fondo junto a la pérgola cubierta de buganvilla distinguió a Alfred, su hijo, acompañado de una joven muy guapa, pero no era Sarah.
-Este Alfred siempre haciendo el tonto -pensó Anita contrariada- no sé cuándo va a sentar la cabeza.
Cerca de la entrada vio a Linda con una copa en la mano, hablando con unos amigos. Mientras Anita se acercaba a la casa, las miradas de ambas mujeres se encontraron un momento, la de Linda empañada por el alcohol, la de Anita apagada por el dolor y el sufrimiento. Fue Anita la primera que bajó la mirada y siguió su camino hacia la cocina, seguida por el ruido y la música del jardín.
En la cocina María y Lupe estaban preparando las últimas bandejas que se servirían con los postres, manzanas ácidas asadas con ron, pequeños cuencos con macedonia de frutas, tartas de queso y frambuesas, todo estaba dispuesto sobre la gran mesa de la cocina.
-María, Lupe, habéis hecho un gran trabajo -dijo Anita a modo de saludo- todo está en su punto.
-Gracias Anita -dijo María- ya hemos acabado, ahora toca descansar un rato hasta que acabe y retiremos todo después de la fiesta. Juan ha dicho que nos traería algo de la barbacoa para cenar, así que siéntate y relájate un poco.
-Sí voy a descansar un ratito aquí con vosotras, ¿sabes? La edad no perdona y me canso enseguida -dijo Anita dejándose caer en una silla.
María sirvió dos pequeños vasos de vino, dándoles uno a Anita, se sentó a su lado y alzándolo dijo:
-Por nosotras, para que podamos seguir cansándonos por mucho tiempo.
Las dos mujeres brindaron y bebieron en silencio, cada una absorta en sus propios pensamientos, sintiendo como el calor del rojo néctar invadía sus cuerpos y cosquilleaba su paladar.

La fiesta estaba en todo su apogeo, todos comían o bebían sentados a las mesas o de pie dispersos por el jardín, algunas parejas bailaban.
Anita iba paseando entre los invitados para cerciorarse de que todo marchaba bien y no hacía falta más comida o traer más bebida.
Junto a la barbacoa vio de nuevo a Alfred que charlaba y se reía junto a aquella mujer, él la tenía cogida por el talle y ella apoyaba una de sus manos en el pecho de su hijo, mientras que con la otra sujetaba una copa.
Mientras Anita los observaba, Anya se deshizo del abrazo de Alfred y girando sobre sí misma se encontró con la mirada de Anita. Con una gran sonrisa Anya le hizo gestos para que se acercase. Anita sin saber muy bien qué podría querer aquella mujer, se acercó a la pareja sonriendo.
-Tráeme otra copa de vino -le dijo Anya alargando hacia Anita la copa vacía que tenía en su mano -y date prisa que estoy sedienta.
Anita no podía moverse, sólo miraba a Alfred que se había quedado quieto con el rostro demudado. Estaba tan sorprendida por la orden y el tono despectivo de la orden que únicamente pudo balbucear.
-Las bebidas se sirven en la barra, yo no soy la camarera.
Anya la miró de arriba a abajo y con un tono de voz lleno de desprecio dijo, dirigiéndose a Alfred:
-¡Vaya! Ahora no sirven ni para ser camareras ¿entonces para qué las contratamos?
Alfred escuchó aquellas palabras como si cada una fuese una bofetada. Con el rostro rojo de vergüenza y de rabia, mirando a Anya fijamente a los ojos dijo:
-Madre, te acompaño, esta fiesta ya no me divierte, al contrario creo que me da náuseas.
Cogiendo a Anita por el brazo se encaminaron hacia la casa, dejando Anya muda por la sorpresa.
Cuando llegaron junto a la casa, Alfred sin poder mirar a los ojos de su madre dijo:
-Perdona madre, mañana hablaremos, ahora no puedo.
-Alfred, hijo...
Pero Alfred ya no la escuchó, dando media vuelta salió deprisa y Anita lo vio desaparecer en la oscuridad. Ciego de rabia y humillación subió a su coche y arrancó saliendo de la casa de Steven Taylor.







3 comentarios:

  1. Ya te lo dije en más ocasiones ¡¡¡escribes genial!!! Bss. www.anydayispretty.com

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  2. me encanta como ha quedado el capi. me divierte el nombre del doctor, es genial, magnífico.

    saludis vampi

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