El amor y el odio son las pasiones que mueven el mundo. Escribir sobre ellas es mi pasión, sólo espero que leer mis palabras sea la tuya.
Clara.

martes, 14 de junio de 2011

CAPÍTULO.3

A media mañana, desde el Taylor’s coffee shop, Sarah marcó el número de teléfono que su madre había apuntado en una nota.
-Diga -contestó una voz masculina al otro lado de la línea.
-¿Señor O’Connor? -preguntó Sarah.
-Sí, dígame.
-Soy Sarah Slater, la madre de Paul. Usted me llamó anoche para hablar conmigo, ¿sucede algo con Paul?
-¡Oh! Señora Sláter, encantado de hablar con usted. No. No se preocupe pero me gustaría poder concertar una entrevista con usted pues querría comentarle algunas cosas que creo debería saber.
-A la una tengo un rato libre. Si quiere puedo pasar por el colegio y hablamos, ¿le viene bien? -apuntó Sarah.
-Sí, la esperaré y podemos comer juntos mientras charlamos-dijo la voz del señor O’Connor.
-Bien, allí estaré. Gracias y hasta luego -se despidió Sarah.
-Hasta luego -contestó O’Connor.
La mañana había pasado rápida. Había habido mucho movimiento de clientes y el tiempo había volado entre tazas, platos y el aroma permanente del café.
A la una se despidió de Laura para ir deprisa al colegio de Paul, que se encontraba unas calles más hacia el norte. Si se daba prisa en unos minutos podría estar allí. No se cambió pues en cuanto terminase de comer debía volver al café.
William O’Connor la esperaba en la puerta. Se acercó a él acelerando el paso y alargando el brazo para estrechar su mano dijo:
-¿Señor O’Connor?
-El mismo. Supongo que usted es la madre de Paul -inquirió William O’Connor.
Sarah sonrió y asintió con la cabeza, lo que provocó que sus rizos tapasen un lado de su rostro.
Riendo alzó la mano y con un gesto coqueto los retiró hacia atrás.
William O’Connor la miraba con arrebato. Jamás hubiese supuesto que Sarah Slater fuese la belleza morena que tenía delante de sus ojos. Aquel pelo negro sedoso, aquella boca, aquellos ojos le tenían hechizado, no podía dejar de mirarla y una sonrisa bobalicona se había quedado en sus labios.
-¿Vamos a comer o nos quedamos aquí el resto de la hora del almuerzo? -rió Sarah consciente del impacto que había causado en el maestro y para contrarrestar el rubor que había sonrojado sus mejillas.
-He comprado unos bocadillos y unos refrescos, podemos caminar hasta el parque y comer allí. Hace una mañana primaveral y podremos disfrutar del aire libre -sugirió William.
-Estupendo, me parece una idea genial. La verdad es que no apetece encerrarse en ningún local -dijo Sarah comenzando a andar.
El corto paseo fue en silencio, William la miraba de hito en hito todavía incapaz de articular alguna palabra coherente, llamándose mentalmente tonto por la reacción que había tenido y reprochándose la mala impresión que podía haberse llevado Sarah de él.
Por el contrario Sarah, aunque todavía ruborizada, se daba cuenta de sus miradas y pensó que hacía bastante tiempo que no la miraban así, o al menos ella no se había dado cuenta. Sólo Steven Taylor... pero rechazó ese pensamiento con un movimiento de su cabeza, ahora no era el momento de pensar en ello.
El pequeño parque era un lugar tranquilo, con pequeños caminos bordeados de plantas aromáticas, la lavanda impregnaba con su olor todo el lugar.
Sarah aspiró con fruición.
-¡Qué maravilla! -exclamó- Ha sido una excelente idea venir aquí. Hacía meses que no había venido y había olvidado lo bien que huele.
Se sentaron en un banco junto a un olivo frondoso. William sacó de la bolsa de papel los sándwiches, los refrescos y un par de rojas manzanas.
-Bueno, señor O’Connor, ¿qué es eso tan importante que tiene que decirme sobre Paul? -preguntó Sarah.
-En primer lugar, llámeme William por favor -dijo.
-En ese caso, mi nombre es Sarah -replicó Sarah sonriendo.
-¡Qué nombre tan bonito! Sarah es un nombre hebreo y significa princesa, elegida por el destino para ser princesa de corazones -le dijo William.
Sarah estaba totalmente ruborizada y sólo pudo mordisquear el sandwich que tenía en la mano, para ocultar su turbación.
-Bien, Sarah, quería hablarte de Paul. Es un niño muy inteligente, pero tiene problemas de atención, siempre está alborotando y metiéndose en líos. Todavía es muy pequeño por lo que aún se puede solucionar.
-Sí, sé que Paul es muy travieso, a menudo pienso que entre mi madre y yo lo hemos malcriado. Quizás si tuviese un padre... -Sarah calló sin estar muy segura de lo que iba a decir.
-No, la figura del padre es importante, no cabe la menor duda, pero no es indispensable. Creo que es un problema de hiperactividad. Paul es un niño muy despierto, todo le produce curiosidad y eso hace que no pueda estar quieto ni un instante. La atención y la concentración que son necesarias para el aprendizaje son demasiado aburridas para él -explicó William- de todas formas estoy seguro de que si hiciera algo más, aparte de acudir al colegio, algo de deporte, por ejemplo. Tendría que utilizar parte de su energía y eso le beneficiaría. De todas formas, piénsalo.
-Sí, lo pensaré. Gracias William por tu interés -dijo Sarah levantándose del banco donde ambos estaban sentados.
-Debo marcharme, de lo contrario llegaré tarde al trabajo. Gracias de nuevo por la comida.
Sarah extendió la mano para estrechar la de William en señal de despedida pero éste la retuvo un momento entre las suyas.
-Sarah, para lo que necesites, no dudes en llamarme.
-Lo tendré en cuenta. Adiós, William.
Sarah echó a andar para salir del parque pero notaba la miraba de William clavada a su espalda. Le agradaba cómo le había hablado y cómo la había hecho sentir. Sí, decidió que le gustaba el señor O’Connor.
Mientras la miraba alejarse, William no podía sino admirar a aquella mujer. Sólo llevaba unos meses viviendo en aquella ciudad y no conocía a mucha gente. Había vivido toda su vida en Los Ángeles, allí había estudiado lo que siempre había considerado que era su vocación, enseñar era lo que más le gustaba. Su padre también fue maestro y le había inculcado el amor a la enseñanza y la satisfacción que se sentía desempeñando aquella labor. Había conseguido una buena plaza en un colegio privado en Los Ángeles y allí conoció a Denise, la que al poco de conocerse y enamorarse, se convirtió en su mujer. Diez años de matrimonio. Al principio las cosas fueron bien. Denise y él eran dichosos, tenían su trabajo y se tenían el uno al otro. Pero para Denise aquello no fue suficiente, necesitaba algo más y William no pudo o no supo dárselo. Tras el divorcio William pensó que no podía seguir en Los Ángeles. Tenía, no, realmente necesitaba alejarse, buscar un lugar más tranquilo donde poder encontrarse de nuevo a sí mismo y tener una nueva vida. Hacía un par de meses que le habían dado la oportunidad de sustituir a la señorita Rogers, que se había jubilado. Él se había hecho cargo de la clase de primero de primaria, eran unos pequeños diablillos, pero no lo podía evitar, disfrutaba enseñándoles las primeras palabras escritas, las primeras frases leídas, cada día era un nuevo reto y, a menudo, William creía ser feliz.
Su mirada permanecía anclada en el estrecho camino por el que había desaparecido Sarah, pero William seguía notando su presencia y estaba seguro que aquel aroma que notaba era la fragancia de su pelo, todavía sentía la quemazón en su mano al contacto con la suave mano de Sarah.. Recordaba su boca, hecha para ser besada.
William no lo sabía pero se había enamorado de Sarah, perdido e irremediablemente enamorado.
Sarah apresuró el paso pues quería pasar por el edificio del spa del Country Club antes de volver al trabajo. Alfred Gonzáles trabajaba allí y era monitor de natación. Estaba segura de que podría matricular a Paul en algún curso para niños de su edad y seguir los consejos que le había dado William O’Connor.
Cuando entró en el recinto le impresionó el ambiente, siempre le sucedía lo mismo. La luz que entraba a raudales por el techo acristalado se matizaba por las plantas trepadoras y las altas palmeras que asemejaban un paraíso tropical. El sonido del agua cristalina de fondo era lo único que se oía.
Caminó hasta las puertas batientes de la entrada a la piscina cubierta, allí de pie en un lateral se encontraba Alfred que estaba muy ocupado dando instrucciones a un grupo de jóvenes que estaban nadando en el agua. No se percató de la entrada de Sarah.
Sarah miró a Alfred detenidamente, era un hombre muy guapo, alto y fuerte. La natación había cincelado cada centímetro de su piel morena y con sólo su pequeño slip-bañador resultaba tan bello como una estatua griega. Sarah se fijó en sus brazos fuertes, hechos para abrazar y proteger; en su pecho inmenso donde reposar la cabeza; en las manos grandes y fuertes con unos dedos largos y suaves hechos para acariciar. Sarah se imaginó aquellos dedos acariciando su espalda, su cuello; aquella boca grande, jugosa, besando sus pechos y se imaginó a sí misma jugueteando con aquel pelo negro y perdiéndose en la inmensidad de sus ojos verdes.
Los pensamientos de Sarah se vieron interrumpidos cuando una joven esbelta salió grácilmente de la piscina y se acercó andando coqueta hacia Alfred. Éste alargó el brazo para hacerle un hueco junto a su cuerpo y la abrazó jugueteando. Los dos eran muy bellos, el cuerpo mojado de ella estaba brillante y el pelo largo y rubio se pegaba en mechones al pecho de él.
La mano morena de Alfred resaltaba en la espalda blanca de la mujer y las manos blancas de ella jugueteaban como dos mariposas posadas en su pecho. Su abrazo era tan intenso, de una comunión tan perfecta, que Sarah pensó que esos cuerpos estaban hechos el uno para el otro, para el disfrute y el placer.
-Posiblemente esa joven sea la nueva conquista de Alfred -pensó Sarah no sin cierta tristeza.
Alfred tenía fama de conquistador y no pocas mujeres confesaban entre suspiros las largas noches de pasión que habían pasado entre sus brazos. Sí, Sarah conocía todas aquellas habladurías pero nunca había sido testigo de un encuentro como el que acababa de presenciar y ello la había turbado sobremanera.
La muchacha se deshizo lentamente del abrazo de Alfred y riendo se dirigió hacia las duchas. Éste la siguió con la mirada y ella sabiendo que los ojos del hombre seguían posados en su cuerpo, caminó con lentitud moviendo sus caderas y en cada movimiento había una promesa de placer y éxtasis.
Sarah necesitó unos minutos para reponerse y ser capaz de mantener una conversación con Alfred sin  mostrar un ápice de turbación por los pensamientos que acababa de tener y para poder olvidar, si ello era posible, al menos por unos minutos, el encuentro que había presenciado entre Alfred y la muchacha.
Con decisión empujó las puertas batientes de entrada a la piscina. Sintió como el calor subía a sus mejillas, no tanto por el ambiente sofocante que encontró en el interior de la enorme estancia, como al notar que los ojos de Alfred la miraban sin apartarse un instante mientras recorría la distancia que la separaba de él.
Sarah fue consciente de lo ridícula que debía estar con su uniforme de camarera y lo poco atractiva y sexy que Alfred la debía de encontrar con aquel aspecto.
Agitó la cabeza para desprenderse de aquellos pensamientos. Debía centrarse y olvidar todo lo que había sucedido en los últimos minutos. Además, Alfred no era para ella, ni ella para Alfred.
Una sonrisa dibujada en el rostro de Alfred le dio la bienvenida.
-Hola Sarah, ¿qué te trae por mi feudo? -preguntó burlón Alfred.
-Hola Alfred, quería pedirte un favor.
-Lo que quieras.
-Es mi hijo Paul, tiene siete años, su profesor me ha dicho que sería conveniente que hiciera algo de deporte y yo había pensado que quizás tú podrías incluirlo en algún curso -explicó Sarah.
-Claro, no hay problema. Tráelo mañana a las cinco. Tengo un grupo de niños y niñas de su edad.
-Gracias Alfred, te lo agradezco mucho, de verdad.
-No me lo agradezcas, acepta una invitación para cenar y estaremos en paz -dijo Alfred con su tono meloso y con ese acento suyo tan peculiar y tan sexy, arrastrando las eses.
Sarah no supo distinguir si aquello era una burla o una invitación, por lo que se limitó a sonreír y asentir con la cabeza.
Giró sobre sus talones y salió de allí lo más rápido que pudo. Sintió los ojos de Alfred clavados en ella, pero fue incapaz de andar moviendo sus caderas como había hecho la muchacha rubia. Por el contrario, lo suyo fue un paso rápido, sin gracia pero efectivo, en pocos segundos estaba fuera del edificio del spa.
Notaba que se ahogaba y aspiró el aire fresco.
Tenía veintisiete años. Era toda una mujer. Tenía un hijo al que amaba con todas sus fuerzas. Pero necesitaba encontrar un hombre que la amase de verdad, que la hiciera sentir importante, que llenase esa parte de su vida que se encontraba tan vacía desde que Robert había desaparecido bruscamente de su vida.
Sí. Sarah necesitaba sentirse como una mujer, necesitaba disfrutar de una vida sexual plena, necesitaba sentir el placer de estar con un hombre que la amase y a quien poder ofrecer toda la pasión que Sarah llevaba dentro.
Un escalofrío la devolvió a la realidad y con paso decidido volvió al Taylor’s coffee shop. Era hora de volver al trabajo, en un par de horas habría acabado y regresaría a casa.

3 comentarios:

  1. Me alegra comprobar que actualizas a buen ritmo, estoy deseando saber más
    Gracias por animar

    Besitos, Lorena

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  2. Excelente!!! Muy bien escrito!! Te animo a que sigas adelante, pero sobre todo, porque me ha encantado la historia jajaja

    besos

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  3. Gracias, Eileen, un verdadero halago viniendo de tu parte.

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