LOURDES
Ya
habían pasado dos años desde que acabó su relación con Juan.
Habían sido dos años muy duros, en los que le había costado mucho
superar todo lo sucedido pero por fin, creía, había pasado página.
Nunca
se hubiera podido imaginar que algo así podría sucederle a ella.
Siempre había sido una mujer activa e independiente, nunca había
supeditado su vida a la de ningún hombre. Hasta que conoció a Juan.
Se
encontraron por primera vez a la salida de una exposición sobre Miró
que se había organizado en el Museo de Arte Contemporáneo de la
ciudad. Diluviaba y ambos se refugiaron bajo los soportales cercanos.
Comenzaron a hablar, se gustaron y Lourdes le invitó a una copa.
Pocas
semanas después ya convivían en casa de Juan. Lourdes canceló su
alquiler y se mudó con él. Los primeros días fueron propios de un
cuento de hadas. No supo cuándo empezó a cambiar la historia pero
sí tenía fijado en su memoria el día en que por primera vez le
puso la mano encima. Y también tenía grabado en su memoria que ella
no hizo nada. Plantada frente a él se le quedó mirando y comenzó
a sollozar quedamente. De inmediato, Juan la abrazó y se deshizo en
disculpas. Besos, abrazos y la cama sellaron la reconciliación y no
volvió a pensar en aquel primer golpe hasta que, meses después,
llegaron más golpes. Ahí se inició una espiral de violencia de la
que se vio incapaz de salir. Al final tuvo que agradecerle a Juan que
se enamorara de otra y la echara de casa. Durante días, semanas le
siguió y persiguió suplicándole una segunda oportunidad y no
recibió de él más que burlas, desplantes y algún que otro
empujón. Tuvo suerte y uno de esos días su amiga Mónica observó
todo lo que sucedía. Corrió hacia ella y la recogió del suelo. Fue
ella la que la ayudó a salir del pozo, la que le metió en la cabeza
que aquello no era normal, la que la acompañó a reuniones de un
grupo de apoyo de mujeres que habían pasado por situaciones
similares. Vivieron juntas por espacio de año y medio durante el
cual Mónica se ocupó plenamente de ella. Pero hacía apenas un par
de meses que Mónica se había ido, una oferta de empleo
irrechazable la había obligado a trasladarse a Canadá.
Lourdes
no se vio con fuerzas de quedarse en la ciudad. Pidió un traslado y
se marchó a otra ciudad; alquiló un pequeño apartamento e inició
una nueva vida allí. Apenas llevaba un par de meses allí cuando
conoció a Adrián. Le gustó pero todo lo que le había sucedido con
Juan le hacía andarse con pies de plomo. Durante semanas apenas sí
se veían una vez a la semana y no había más que besos furtivos.
Adrián en todo momento se había mostrado comprensivo y nunca le
había exigido ninguna explicación ni ningún reproche había salido
de sus labios. Lourdes comenzó a sentirse cómoda con él, comenzó
a sentir que podía fiarse de él y así poco a poco iniciaron una
relación que Lourdes consideraba como noviazgo.
Una
noche, un sábado, salieron a cenar. Decidieron encontrarse en el
restaurante. Un breve saludo y se sentaron a la mesa. El camarero les
tomó nota. Juan dijo:
-¿No
te parece que ese vestido es muy escotado?
Lourdes
no respondió, sin apenas mirarle se levantó de la silla y salió
del restaurante no sin antes advertirle:
-Esto
se acabó. No vuelvas a llamarme.
Por desgracia es un cuento sincero ... que penita. Lo bueno que aprenden a ver las señales
ResponderEliminarBesos
www.preppyandpretty.com
Hummm, muy real.
ResponderEliminarUn hermoso cuento cargad de verdades el que nos traes hoy
ResponderEliminarBesos
Ya no me acordaba de lo bien q escribes
ResponderEliminarBesos
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Muy bonito:)
ResponderEliminarhttp://www.villarrazo.com/behindthestyling/