REGINA
Estaba cubierta de sudor. Había estado corriendo y su cuerpo
reflejaba el esfuerzo que había realizado. El pelo todo enredado y cubierto de
polvo, había perdido el brillo que normalmente tenía. Pensó que debía
arreglarse pero primero tenía que descansar.
Se acurrucó en su rincón preferido
fresco y en penumbra. Lentamente su cuerpo se fue relajando y los músculos,
antes en tensión, iban recuperando su flexibilidad.
Estiró sus miembros
simulando a un gato, aunque este pensamiento le produjo un escalofrío. Odiaba a
los gatos. No podía resistir su presencia, incluso su olor le resultaba
repugnante.
Desechando estos pensamientos, entrecerró los ojos y se recreó en
lo que esa noche podía suceder. Si se arreglaba bien, ésta podría ser su
noche.
Llevaba varios días buscando lo que toda hembra desea, un buen macho,
fuerte y musculoso con un precioso par de ojos negros que te mirasen con un
poco de desafío, que con una simple mirada te tuviesen a su merced. Sentir sus
fuertes miembros alrededor de tu cuerpo, sentir su peso, su olor. Si, un macho
así era lo que ella deseaba.
Ahora lo sabía y su naturaleza de hembra pedía a
gritos que se le complaciese.
De un salto lleno de vitalidad recobrada ya del cansancio, se dispuso a
arreglarse. Se miró las manos y lo primero que vio fue la cicatriz que en forma
de media luna le cruzaba dos dedos y el dorso de la mano. Aún recordaba con
dolor el accidente que pudo costarle la vida pero que, gracias a su buena forma,
sólo quedó en esto, una cicatriz.
Arrugó la nariz, espantando los dolorosos recuerdos.
Se lavó la cara con
cuidado deteniéndose en el arco de la cejar. Debía estar perfecto, a Regina le
gustaba así. El pelo le tomó algo de trabajo, pues tenía un pequeño remolino en
la parte alta de la cabeza que siempre le daba problemas, pero la insistencia
de Regina venció en la batalla y al final el pelo esta brillante, limpio y en
su sitio.
Dio unas vueltas sobre si misma mirándose y dándose por fin el visto bueno. Estaba perfecta.
Era el momento. La noche había caído sobre la ciudad y en los más recónditos
rincones se daban cita las pasiones.
Regina se asomó a la calle percibiendo el hálito cálido de la noche.
Un grito espantoso estalló a su espalda, haciendo que Regina volviese la cabeza llena de temor.
-"Sólo era una mujer"- pensó con indiferencia - Siempre gritan cuando me ven, la verdad, no entiendo que tienen en contra de las ratas.
Clara,pero que bonita historia,haces volar la imaginacion,me encanta.
ResponderEliminarun besazo.
Un relato estupendo. Muy contundente en tus párrafos para, en el giro final, conseguir tambalear un momento al lector.
ResponderEliminarMe ha encantado tu historia de ciudad
Besos
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EliminarHola!No se como llegué hasta aquí, soy nueva en esto y la verdad que mucho no entiendo.Pero realmente me encantaron las cosas que escribis!Te felicito y te invito a pasarte por mi blog, quizas encuentres interesante algo de lo que escribo.Besos!
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