El amor y el odio son las pasiones que mueven el mundo. Escribir sobre ellas es mi pasión, sólo espero que leer mis palabras sea la tuya.
Clara.

martes, 31 de enero de 2012

CAPÍTULO 28


Sólo llevaba unas semanas en la hacienda. Linda le había dicho que, puesto que su padre estaba incapacitado, era necesario que él se hiciera cargo de sus negocios. Le había cedido los viñedos y todas las propiedades que integraban la hacienda. Le había pedido que mantuviera el prestigio que con tanto esfuerzo, ella y su familia, habían conseguido para su bodega.

Se había instalado en la casa grande, aunque su intención era mudarse a la pequeña casita en la que había vivido con su madre. A fin de cuentas estaba solo, no necesitaba una casa tan grande. Si las cosas con Sarah hubieran funcionado... Trató de borrar la idea de su mente. En las últimas semanas no había dejado de fantasear acerca de cómo sería su vida si Sarah y Paul estuvieran junto a él...

Salió a pasear por entre los viñedos, necesitaba sacar la idea de su cabeza: aún recordaba a Sarah en brazos de Steven. La idea le repugnó. Trataba de mantener su mente ocupada, había cosas en las que no quería pensar...

Por suerte, había tenido mucho que hacer en los últimos tiempos, ¡tenía que dirigir un viñedo!

Llegó hasta el lugar en el que se había celebrado la barbacoa. Recordó el incidente con Anya. Anya... pensó en la última vez que la había visto.

Fue el día después del funeral de Anita. Había sido el peor de su vida: primero, despedir para siempre a su madre y después el terrible enfrentamiento con Steven Taylor.

Recordó lo sucedido.



Cuando llamaron al timbre aún no se había acostado. No podía dormir. No sabía qué hacer. No tenía a quién acudir. Estaba solo.

No iba a abrir la puerta, no quería ver a nadie. El timbre seguía sonando, fuera quien fuera parecía que no iba a irse.

Enfadado, Alfred se levantó. Abrió la puerta. No esperaba que fuera ella.

-¿No vas a dejarme pasar? -preguntó ella. Sin previo aviso se acercó a él y rozó sus labios con los suyos.

Sorprendido, Alfred se separó rápidamente de ella.

-Por supuesto, pasa -la voz de Alfred sonó dura, seca.

Ella pasó hasta el salón observándolo todo: la casa estaba patas arriba, reflejaba el desorden en que había quedado la vida de Alfred tras la muerte de Anita. Apartó la ropa que estaba tirada en el sofá y se sentó.

-¿No vas a ofrecerme nada para beber?

-¿No vas a preguntarme cómo estoy? -respondió enfadado Alfred.

-Perdóname, cielo. No quería ser descortés, ¿cómo estás? -preguntó ella de la forma más seductora que era posible.

Alfred la miró con desprecio. No entendía cómo en algún momento había podido sentirse atraído por una mujer tan frívola y egoísta como la que tenía frente a él.

En la cocina preparó dos cafés. Le entregó uno a ella y se sentó en una silla.

-¿Qué te ha traído aquí? -le preguntó removiendo su café.

-Quería saber cómo estabas y ya de paso sacarte a cenar -dejó su café sobre la mesa y se acercó a Alfred. Retiró el café de las manos de él y se sentó sobre sus rodillas, le rodeó con sus brazos y le besó. Alfred no respondió a sus besos. Con frialdad, retiró los brazos de ella y se levantó.

-No sigas por ahí. No necesito que me saques a cenar. No necesito verte. Es más, no te quiero en mi vida, sal de ella -dijo en tono sereno.

-Vamos, Alfred. No voy a tenerte esto en cuenta, necesitas airearte.

-Estoy hablando completamente en serio. No sé qué es lo que voy a hacer, pero sí sé que no te quiero en mi vida. Ahora, si eres tan amable, vete -Alfred comenzaba a enojarse.

-¡Muy bien! Quería ayudarte pero ya veo que no me vas a dejar. No quiero a mi lado a un hombre así. ¡Adiós! -le dio un beso en la mejilla y con paso firme y decidido se fue.





Una vez fuera del apartamento Anya pensó que quizás lo sucedido era lo mejor. No quería un hombre con problemas a su lado, Anya era un espíritu libre: quería divertirse, no pensar en problemas... A ella le gustaban los hombres divertidos, que la hicieran reír y hacía mucho tiempo que eso no le ocurría con Alfred y, por lo que veía, en los próximos tiempos Alfred no iba a ser una compañía muy alegre. Decididamente, pensó Anya, lo mejor sería regresar cuanto antes a Los Ángeles. A fin de cuentas, la vida sigue, se dijo alegremente.

viernes, 27 de enero de 2012

LA PELI DEL FINDE

Esta semana tengo que recomendaros una peli que me recuerda mucho a mi madre y es que ¡cuántas veces la habremos visto juntas!
Confidencias a medianoche es una comedia de los años 50 protagonizada por Doris Day y, a mi entender, uno de los más apuestos galanes de la historia del cine, Rock Hudson.
Es una amable comedia romántica en la que Jan y Brad comparten línea telefónica, hecho que a ella la desespera. Un día, se conocen y Brad se decide a conquistarla aunque para ello tenga que mentirle...
¿Qué os parecen estas comedias de los años 50? ¿Os gustan o por el contrario os parecen demasiado ñoñas y predecibles?

martes, 24 de enero de 2012

CAPÍTULO 27


Al entrar en la habitación de la institución, vio a Steven junto a la ventana, sentado en su silla de ruedas. Linda se sentó junto a él. Le observó durante algunos segundos. Acarició su rostro, sin apreciar ningún gesto en él. Linda le dijo:

-Estos años junto a ti han sido muy largos. Noche tras noche esperaba despierta tu llegada. Nunca te pedí demasiado. Al principio pensé que seríamos un matrimonio muy feliz ¡yo estaba tan enamorada de ti! Tenía una maravillosa vida por delante, una vida que había elegido vivir junto a ti. Aunque no fue así, desde las primeras semanas ya no fue así. No hemos compartido nada, porque yo nunca he llegado a estar en tu vida. He perdido muchísimo tiempo esperándote. Esperé día tras día al Steven Taylor que me había conquistado. A aquel encantador muchacho que me prometió una vida llena de amor y felicidad. Creo que aquel muchacho se fue diluyendo con el tiempo. Nunca más lo reconocí en ti.

-Te he seguido amando todos estos años -continuó- Lamento de veras lo que te ha ocurrido. Jamás imaginé verte así. Me gustaría poder ayudarte mucho más, pero esto es lo máximo que te puedo ofrecer. Aquí te cuidarán muy bien, y tendrás toda la atención médica que necesitas. Yo me marcho. Necesito alejarme de esta ciudad para comenzar una nueva vida. Recuperaré el tiempo que dejé escapar. Vuelvo a sentir fuerzas, de nuevo renovadas. Tengo muchos proyectos para mi futuro.

-Tengo la esperanza de que me estés escuchando, que no sólo sea tu cuerpo el que está aquí. Deseo que estés bien. Me voy. Adiós Steven -se despidió.

Linda se levantó, besó a Steven en la mejilla y salió de la habitación con paso decidido. Él quedó junto a la ventana, los rayos del sol inundaban la habitación. Una lágrima recorrió se mejilla, Linda se alejaba de él.

sábado, 21 de enero de 2012

LA PELI DEL FINDE

Para un frío fin de semana de invierno nada mejor que una película del gran Clint Eastwood.

En este film Eastwood interpreta a un viejo cascarrabias y racista jubilado. Cuando enviuda la única pasión que le queda es cuidar de su coche.

Vive en un barrio en el que han llegado multitud de emigrantes asiáticos y eso no le hace mucha gracia. Todo cambia cuando conoce a uno de sus jóvenes vecinos....

¿Sois tan fans de Eastwood como yo? ¿Cuál es vuestra peli favorita de Clint Eastwood?

martes, 17 de enero de 2012

CAPÍTULO 26

Linda permanecía de pie en el largo corredor del hospital esperando que saliesen los médicos que habían atendido a Steven. Sabía que sus heridas eran importantes pero desconocía cuál era el estado real de su esposo. El accidente había sido brutal y Linda tenía pocas esperanzas.
Las puertas automáticas se abrieron y un médico se dirigió directamente hasta donde se encontraba Linda.
-¿Sra. Taylor? -preguntó.
-Sí, soy yo ¿Cómo se encuentra mi marido? -inquirió Linda con nerviosismo.
-Está fuera de peligro, sobrevivirá, pero lo que nos preocupa es el estado en que se encuentra -informó el médico.
-¿Qué quiere decir doctor?
-Verá, Sra. Taylor, su marido ha sufrido un accidente muy grave, debido al golpe se ha roto la columna vertebral por dos partes. Nos tememos que haya perdido totalmente la movilidad de las piernas, pero lo más grave y lo que nos preocupa es el fortísimo golpe que recibió en la cabeza y que le provocó una hemorragia interna y, es posible, sólo el tiempo nos lo dirá, que haya dañado alguna parte del cerebro. Hay que esperar un tiempo para diagnosticar con más precisión el daño sufrido y las secuelas que se puedan padecer.
Linda estaba callada, quieta, intentando asimilar toda la información que el médico le estaba proporcionando. Sentía pena por Steven, por muy mezquinos que fuesen sus actos, nadie merecía tanto sufrimiento.
-Doctor ¿qué se puede hacer? -preguntó Linda.
-De momento esperar, es lo único, el tiempo nos dirá qué debemos hacer.
-Muchas gracias doctor ¿puedo verle?
-Sí, pero le advierto que ahora está complentamente sedado y se encuentra insconsciente. El médico la acompañó hasta la habitación y se despidió de ella. Linda entró en la estancia donde se encontraba Steven que yacía en la cama con los ojos cerrados, oscuros hematomas y cortes cubrían su rostro, estaba irreconocible.
Linda se dejó caer en una silla, se cubrió la cara con las manos y comenzó a sollozar, se encontraba al límite de sus fuerzas.



Habían pasado varias semanas y Steven continuaba en el hospital, se estaba recobrando de las heridas sufridas, pero estaba completamente inmovilizado, tal y como se temían los médicos, la hemorragia cerebral había dañado partes de su cerebro. Ningún sonido había salido de sus labios desde el accidente, sus ojos miraban a un punto en la lejanía y se habían quedado presos en él. Ningún movimiento, nada que indicase que Steven continuaba allí con ellos. Vivía gracias a las máquinas que realizaban las funciones vitales que su cuerpo se negaba a realizar.
Linda visitaba el hospital cada día esperando que su marido diese algún signo de recuperación, pero su espera había resultado inutil, la situación no había cambiado desde los primeros días después del accidente. Sentada en la habitación, Linda veía pasar el tiempo sin ninguna esperanza.
-Buenos días, Sra. Taylor -el saludo del médico sobresaltó a Linda que estaba absorta en sus pensamientos.
-¡Oh! Buenos días doctor...
-Sra. Taylor, debemos hablar sobre su marido. Su estado es irreversible. No mejorará, lo siento muchísimo pero tras estas semanas y todas las pruebas que le hemos efectuado, creemos que sería casi un milagro que esta situación cambiase...
-Doctor ¿cree que debo llevarlo a casa? -le cortó Linda.
-Con franqueza Sra. Taylor, no creo que trasladarlo a su casa implique una mejoría, al contrario podría ser inadecuado. El Sr. Taylor necesita constantes cuidados médicos muy específicos que únicamente pueden ser administrados en un centro médico.
-Entonces, digame qué puedo hacer yo...
-Hemos estado evaluando su caso y lo único que nos parece idóneo es internarlo en una institución que hay al norte del estado. Es una institución especializada en casos como el de su marido. Puedo darle toda la información, visite el centro y después tome su propia decisión.
-Muchas gracias doctor. Lo pensaré, se lo prometo.
El médico salió de la habitación después de despedirse de Linda dejándola a solas con sus pensamientos.
Mirando a través de los ventanales vio el pequeño parque que rodeaba el hospital, a la gente que iba y venía, el cielo de un azul intenso, la luz cegadora del verano le obligaba a entrecerrar los ojos, a lo lejos las suaves y verdes colinas de las plantaciones de viñedos.
Sí, la vida continuaba, y ella debía seguir.
Desde la muerte de Anita no había tomado una copa y Linda había recobrado la ilusión de vivir, pero el accidente de Steven había paralizado sus planes. Miró a Steven, y le pareció que era un desconocido con el que había compartido más de la mitad de su existencia.



viernes, 13 de enero de 2012

LA PELI DEL FINDE

Para la segunda semana del año la recomendación de esta semana es un auténtico peliculón. Cierto que es un dramón en toda regla. Esta cinta cuenta la historia de Precious, una adolescente obesa que vive en el Harlem de finales de los ochenta. Precious se enfrenta a una vida marcada por una madre que la odia y un padre que la viola sistemáticamente.

Sin embargo, Precious decide que, pese a todo, ella quiere salir adelante.
Como curiosidad os diré que en este película Mariah Carey tiene un pequeño papel y que, para mi sorpresa, lo hace bastante bien.

Ahora vosotros, ¿qué opináis de este tipo de películas hiper dramáticas? ¿Preferís drama o comedia?

martes, 10 de enero de 2012

CAPÍTULO 25



Steven se dirigía hacia el Country Club. Tomaría varias cervezas mientras pensaba cómo deshacerse de Linda. Era su próximo objetivo. Había osado a contradecirle y debía pagar por ello.

Conocía muy bien la carretera, aunque la velocidad a la que conducía superaba en mucho los límites. Recordaba una y otra vez las palabras de Linda. No conseguía deshacerse de la imagen de su rostro y la ira y el rencor se apoderaban de su alma. ¡Cómo era posible que Linda se hubiese atrevido a hablarle de esa forma! No podía permitir que una borracha le ganara la batalla.

-¡Maldita! -pensaba -He trabajado muy duro por estas tierras, durante muchos años. Todo me pertenece. No voy a permitir que nadie me lo arrebate -gritaba Steven Taylor fuera de sí, mientras conducía.

Estaba ciego de ira.

-¡Maldita borracha! ¡maldito bastardo! -gritaba Steven golpeando el volante del coche.

De pronto, tuvo que dar un volantazo...

El coche se deslizó sin control despeñándose por la colina. Dio varias vueltas de campana. Estallaron los cristales de las ventanillas. Al fin paró. Steven permanecía en su asiento, tenía la cabeza apoyada en el volante. Abrió los ojos, distinguió una luz a lo lejos...

viernes, 6 de enero de 2012

LA PELI DEL FINDE

Para este fin de semana de Reyes una película típica de estos días "La princesa prometida". Un cuento encantador y para todos los públicos, que gustará tanto a peques como a mayores.
La verdad es que adoro esta película, la habré visto como un millón de veces.
Y a vosotros, ¿os gustan estas películas? ¿Qué películas soleis ver durante estas fechas?
¡¡FELIZ 2012!!

martes, 3 de enero de 2012

CAPÍTULO 24




Alfred regresó a casa de Anita tan pronto como pudo. Fueron muchos los asistentes al funeral, los días habían pasado muy despacio, y él se sentía muy cansado y aturdido. Deseaba volver a la casa de su madre para reencontrarse con sus objetos y recordar los últimos momentos junto a ella. Quería sentirla cerca, como si lo ocurrido no hubiera sucedido aún.

¡Su madre! su madre se había marchado para siempre. Alfred deseaba volver a la casa para sentir su calor, su aroma, su presencia. La energía que irradiaba Anita, aún estaría allí.

Lloraba desconsoladamente mientras se dirigía a la mansión de los Taylor. Una enorme tristeza invadía su alma, y pensaba que no podría superar jamás la pérdida de su madre. La necesitaba, necesitaba sus consejos, su apoyo, su comprensión. Necesitaba su sonrisa, su olor, sus caricias, sus besos... Él ahora estaba solo en la vida. Se sentía muy desgraciado.

Recorrió toda la casa entrando en su habitación y en la cocina varias veces. Estos lugares eran donde ella más tiempo pasaba, donde Alfred mejor la recordaba.

No tocó absolutamente nada. No quería que nada cambiara de lugar, pues debía estar como su madre lo dejó. La manta de lana tejida por ella, de colores vivos, en el respaldo del sillón. Las gafas de sol, que siempre utilizaba cuando iban a pasar los domingos al río. El retrato de los padres de Anita en el recibidor. Su delantal, con un enorme bolsillo y delicada puntilla blanca que ella misma hizo. Horquillas, que utilizaba todos los días para recogerse el pelo en un moño...

Abrió el armario de la habitación de Anita. Todo su aroma invadió a Alfred. En aquel momento se sintió desvanecer, sin fuerzas, destrozado por la ausencia de su madre. Cayó arrodillado delante del armario. Una lágrima tras otra recorrían sus mejillas y caían al suelo. Nada le importaba en la vida, no haría nada, no se movería de allí. El recuerdo de su madre, junto a sus vestidos, era el único consuelo que encontraba. La llamaba, la llamaba una y otra vez. Repetía sin descanso: ¿por qué? La llamó a gritos. Estaba solo. Anita ya no le podría escuchar.

De pronto, pensó en Steven Taylor, su rostro cambió completamente. Sus ojos, enrojecidos por el llanto, expresaban esta vez todo el odio que sentía hacia aquel hombre. Había arruinado la vida de su madre, despreciándola cuando obtuvo lo que él quería, humillándola en cada uno de sus encuentros, siendo la altivez el único modo de comunicarse con ella. Steven Taylor, un hombre despreciable. Un hombre que nunca mereció el amor de su madre. La ira invadía, esta vez, el alma de Alfred. Nunca más lo volvería a ver. Y deseaba que así fuera, pues no imaginaba cuál podría ser su reacción si volvieran a encontrarse.

Dio un puñetazo contra el suelo.

-¡Te odio, maldito! - dijo Alfred entre dientes.

Salió de la habitación de Anita y se dirigió al salón. Se sentó en el sillón, aquel era el lugar de descanso de su madre. Allí sentada los dos habían mantenido muchas conversaciones. Anita dedicaba mucho tiempo a charlar y razonar con su hijo. Reflexionaba junto a ella sobre muy diversos temas. Anita amaba el diálogo con Alfred. Esto ocurría desde que él era muy pequeño.

En la última conversación allí de los dos hablaron de Sarah. Alfred pensó en Sarah. -¡Qué decepción! -se dijo a sí mismo. No deseaba que ella estuviera a su lado. Varias lágrimas recorrieron sus mejillas al recordarla.

-Me ha engañado a mí y a mi madre -dijo Alfred. No merecía todos los esfuerzos que hizo Anita cuando preparó el picnic de aquel domingo. Sarah había actuado delante de ellos. Tampoco deseaba verla. Ella había expresado su apoyo, y se había ofrecido a ayudarle en todo lo que pudiera cuando Anita estuvo en el hospital, pero Alfred no quería saber nada de ella, ni quería su apoyo, ni su compañía. Únicamente la soledad le mantenía en calma, una soledad que le ayudaba a recordar a Anita. El silencio de la casa le acompañaba.

Pasó varias horas sentado en el sillón de su madre. Miraba sin descanso y con una triste sonrisa la fotografía de los dos que estaba sobre la mesa del salón. La hicieron en Méjico. Habían ido a visitar a su familia durante un par de semanas.

-Unas vacaciones muy merecidas -pensó en voz alta Alfred. Él tenía dieciocho años. Al fondo se veía la catedral de Méjico. Sus rostros expresaban una inmensa felicidad, grandes sonrisas los iluminaban. Nunca había visto aquella foto tan bonita como hasta ese momento. Nunca más volverían a viajar juntos.

Comenzó a llorar una vez más invadido por la angustia.

-Mamá, vuelve, te echo de menos -dijo Alfred entre sollozos.

Se quedó dormido debido al cansancio de los últimos días y al incesante llanto que le había agotado. Durmió algo más de una hora.

Al despertar, recordó que debía encargarse de los asuntos pendientes de Anita. Alfred sabía que ella guardaba todos los papeles importantes en una carpeta azul dentro del primer cajón de la cómoda de su habitación. Decidió buscarlos en aquel momento, sería muy doloroso para él, pero tendría que hacerlo antes o después.

La carpeta estaba allí, miró detenidamente cada uno de los papeles. Los que necesitaba quedaron encima de la cama, el resto los guardaría otra vez donde los encontró. Se extrañó al ver un sobre blanco con su nombre. Él no lo había visto nunca antes. Se preguntaba qué contendría aquel sobre mientras lo abría. Reconoció la letra de Anita. Su corazón se aceleró repentinamente. No comprendía qué era aquello, por qué su madre tenía un sobre guardado con su nombre. Por qué su madre había escrito aquella carta. La leyó muy pausadamente, éste era el último regalo que le había dejado. Quería disfrutarlo y así sentirla muy cerca.

“Querido hijo, la vida de las personas llega a su fin en algún momento. Sé que pronto marcharé de este mundo, pero lo hago en paz, tranquila. Sabiendo que eres un buen hombre, y lo bastante fuerte para seguir recorriendo el sendero de tu vida ya solo, sin mí. Debes creer en ti, y luchar día a día por mantener la felicidad en tu corazón y en el de los de tu alrededor. Disfruta de la gente que te ama, y correspóndeles siempre en este amor.

Hijo, busca a Sarah. Serás muy feliz junto a ella. Ofrécele tu corazón y entrégate a ella para hacerla dichosa. Su mirada transmitía solamente amor, un inmenso amor que está esperándote. Ve a conquistarla.

Por mí no debes preocuparte, yo estaré bien. Vuelvo con los míos para descansar. Te amo. Adiós.”







Entró en la sala y miró a su alrededor, guardaba muchos recuerdos de la casa, de su infancia, de su madre... había sido un niño feliz. Su madre suplió con esfuerzo y con amor la falta de la figura paterna aunque de niño siempre soñaba que su padre era un gran hombre, casi un héroe, que algún día regresaría a su vida.

Era irónico, durante años suspiró por conocer a su padre y ahora que lo había hecho se sentía más desgraciado de lo que nunca había sido. ¡Steven Taylor! Precisamente Steven Taylor...

El ruido de unos tacones lo sacó de sus pensamientos. Linda Taylor estaba junto a él.

-Sabía que estarías aquí -Linda lo miraba de manera afectuosa.

La miró, ella había sentido la muerte de su madre casi tanto como él. Alfred no alcanzaba a entenderla, se había ocupado hasta el final de la mujer que tuvo un hijo con su marido... Recordaba lo cariñosa que siempre había sido con él... Ahora podía comprender mejor todo lo que Linda había sufrido. Odió más a Steven Taylor: no sólo arruinó la vida de su madre, también la de Linda.

-Sí. Si no venía ahora creo que nunca lo haré. He venido a recoger algunas de sus cosas. -Me llevo las fotos. Fíjese en esta: es del verano pasado, ella ya estaba enferma y yo... ¡Dios soy un egoísta! ¿Cómo no me di cuenta antes?

Alfred se había puesto de pie y miraba a Linda, ¿cómo era posible que no se hubiera enterado? Se repetía sin cesar esta pregunta.

Finalmente Linda lo atrajo hacia sí. Lo abrazó y murmuró suavemente:

-No te castigues Alfred.

Le pareció que pasaban horas. Linda no se movió. Continuó abrazándolo. Después, en la cocina, le preparó una infusión.

Salieron los dos al porche. Alfred se sentó en la mecedora de Anita y aspiró la fragancia que desprendía, aquello era todo lo que le quedaba de ella. Linda se sentó junto a él.

-Escúchame, Alfred. Ahora que sabes cuál es la situación quiero que sepas que yo me encargaré de que nada te falte. Tu padre es un hombre rico y tú tendrás lo que te pertenece.

-Linda, es usted muy amable pero no quiero nada. Todavía no sé qué voy a hacer pero sí le digo que no voy a reclamar nada.

-Bonitas palabras, Alfred pero yo le prometí a tu madre que me ocuparía de ti, que nada te faltaría. Y es una promesa que no pienso incumplir.

Alfred la miró: algo había cambiado en aquella mujer; no era la débil y sumisa Linda Taylor que todos conocían, era como si la muerte de Anita la hubiera sacado del letargo en que había estado sumida todos esos años.

Un coche aparcó frente a la casa. Steven Taylor salió del mismo. Con paso firme llegó hasta Alfred. Con desprecio le miró de arriba abajo. Alfred se levantó y se enfrentó a él. Los dos hombres se miraron fijamente en silencio durante unos segundos. Los dos, altos y fuertes, los dos desafiantes pero sólo Alfred roto por el dolor.

Linda atemorizada, como siempre que Steven tenía ganas de bronca, contemplaba la escena. Su marido ni siquiera advirtió su presencia.

-Tú, creo que ya no tienes nada que hacer aquí. Es mi propiedad y no quiero verte en ella. Es más, creo que deberías irte de Green Valley, ya no hay nada que te ate aquí -dijo Steven Taylor.

-Steven, ¿es que no tienes corazón? -dijo Linda con un hilo de voz. Los arranques de furia de Steven le provocaban un miedo atroz.

-Vaya, vaya, mira a quien tenemos aquí. Pero si es mi dulce esposa y por lo que veo, está sobria, ¿a qué debo el honor de tu presencia, querida? -rugió Steven volviéndose hacia Linda.

Linda sintió que las piernas le temblaban. Nunca había sido capaz de enfrentarse a él. Comenzó a sollozar.

-¿Y ahora por qué lloras? ¿No queda whisky? -rió Steven.

Alfred no pudo contenerse más, se interpuso entre Steven y la aterrorizada Linda.

-Escúcheme bien, señor Taylor. No soy su hijo. Usted no es mi padre. Creí que si algún día conocía a mi padre sería un hombre feliz. Hoy sé que no es así. Usted no es un hombre.

-Ah, ¿no? ¿Entonces qué soy? -preguntó divertido Steven Taylor.

-Es usted un gusano. Arruinó la vida de mi madre y...

-Yo no hice nada. Si alguien arruinó su vida fue ella y respecto a que yo sea tu padre... Lo dudo mucho. Tu madre no era muy... selectiva con los hombres.

-Por supuesto que no es mi padre. Usted no es más que un gusano miserable -respondió Alfred lívido de ira.

Steven Taylor descargó un puñetazo sobre el rostro de Alfred, que se tambaleó y se golpeó contra la puerta. Linda corrió de inmediato hacia él y lo sujetó cuando trató de golpear a Steven.

-Óyeme bien, Steven, porque sólo lo diré una vez. Quien se va a ir de aquí: de la hacienda, de Green Valley e incluso del condado no va a ser Alfred, sino tú. Nada de lo que tienes es tuyo, todo me pertenece. Viniste aquí sin nada y, créeme, sin nada te irás. Mañana mismo tendrás noticias de mis abogados. Ahora vete, no quiero verte.

Steven Taylor la miraba asombrado. Hacía años, muchos años, que no veía a la Linda que tenía frente a sí. La Linda que había dirigido los viñedos. Esta Linda le daba miedo, sabía que tenía razón.

Sin decir ni una palabra subió en su coche y se marchó. Linda lo vio marchar. Cuando ya no pudo verlo estalló en llanto: nunca se había enfrentado a Steven y jamás pensó que pudiera hacerlo. Las piernas le fallaron y se dejó caer en el suelo. Alfred se sentó junto a ella y la rodeó con sus brazos. Los dos lloraron en silencio.

-Tendrás todo lo que te corresponda -dijo Linda cuando ambos se tranquilizaron.

-No me corresponde nada -contestó Alfred.

-Steven es tu padre. Es un hombre rico. Tendrás lo que te corresponda -dijo Linda y su mirada no dejaba lugar a dudas ni opción a réplica.

Los dos se abrazaron con más fuerza. Los dos estaban solos.



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