El amor y el odio son las pasiones que mueven el mundo. Escribir sobre ellas es mi pasión, sólo espero que leer mis palabras sea la tuya.
Clara.

miércoles, 26 de octubre de 2011

CAPÍTULO. 16

Ver a Sarah abrazada a otro hombre supuso un duro mazazo para Alfred. Sintió que se había comportado como un auténtico idiota: había tenido frente a sí  a una mujer que realmente valía la pena y, ¿qué había hecho él? Nada. Peor que nada... y ese había sido el resultado: Sarah en brazos de otro.  La rabia y los celos nublaron sus sentidos. Aquel había sido un duro día: Anya ¡esa terrible niña consentida! y para colmo ¡había perdido a Sarah! Lo mejor que podía hacer era irse a dormir. Con sorpresa advirtió que ya se encontraba frente al edificio de su  apartamento. De un portazo cerró su coche.
Sin encender la luz subió los dos tramos de escaleras hasta su apartamento. Abrió la puerta y, por primera vez en mucho tiempo, sintió que estaba solo. Nadie le esperaba. No había nadie a quien poder contar lo sucedido, nadie con quien compartir los buenos y los malos momentos...
Se sentó en el sofá y miró a su alrededor. El salón le pareció vacío, sin vida... Ningún recuerdo, ningún objeto personal... era como si no tuviera vida. Sólo Anita... Al pensar en su madre Alfred sonrió, quizá se había puesto demasiado trágico. No estaba solo: tenía a Anita. Y quizá, si se esforzaba, podría recuperar a Sarah.
Este pensamiento le animó. Decidió que tenía que dormir, quizá al día siguiente pensara con más claridad.
Se sentó en la cama y se fijó en la luz roja del contestador que tenía sobre su mesita.
¡Esa estúpida de Anya! Querría hacerse perdonar.
-¡Pues lo lleva claro! -pensó Alfred.
Estaba intrigado, no era de las que pedían perdón, se creía superior a los demás. Con una sonrisa cínica oprimió el botón, ¿por dónde saldría Anya esta vez?
La voz que oyó no era la que esperaba.
-Alfred, soy Linda y, bueno, esto no es fácil -la voz de Linda Taylor se echó a llorar.
El rostro de Alfred mutó. Se puso completamente en tensión. Aquello no era normal...
-Lo siento Alfred, no quiero que te preocupes... -la voz de Linda trataba de mostrarse más serena -es Anita.... No se encuentra bien y, en fin, estamos en el hospital y ...
Alfred no escuchó nada más, como un rayo atravesó su apartamento, bajó las escaleras y cogió el coche. Diez minutos más tarde ya estaba en el hospital.

viernes, 21 de octubre de 2011

LA PELI DEL FINDE

Esta semana os recomiendo la que sin duda es, para mí, una de las mejores películas de Woody Allen en los últimos tiempos: Match Point. Para quienes no la conozcais sólo puedo deciros que es, desde mi humilde punto de vista, una película redonda.
Match Point cuenta la historia de Chris Wilton, un joven profesor de tenis, en su lucha por ascender a la cumbre de la sociedad.  Es la historia de un triángulo amoroso con consecuencias dramáticas e imprevisibles.

¿Os gusta Woody Allen? ¿Cuál de sus películas preferís?

miércoles, 19 de octubre de 2011

CAPÍTULO.15

        Tras un largo turno en el Taylor's coffee shop, Sarah regresó a su casa. Un suspiro de allivio brotó de sus labios: había evitado a Steven Taylor, ¡otro día más! Pero, ¿hasta cuándo podría evitarlo? Sacudió la cabeza para librarse de tan agoreros pensamientos.
Esa noche sólo quería divertirse.
Cuando llegó a casa Paul ya estaba en pijama. Estaba tumbado en el sofá leyendo uno de sus comics favoritos.
-Cariño, ya estoy en casa -dijo abrazándole. -¿Dónde está la abuelta?
-Mamá, ¡que no me dejas leer! -protestó Paul zafándose del abrazo de su madre.
Sarah le miró ¡cómo pasaba el tiempo! Recordaba la primera vez que lo vio, que lo tuvo en sus brazos... y ahora ya era un hombrecito.
-¡Mamá, ya estás otra vez!
Sarah volvió de sus recuerdos. Paul estaba junto a ella protestando, últimamente su madre se pasaba largo rato mirándoles, sin hablar, y eso le incomodaba. No le gustaba sentirse observado, ¡ya no era un bebé!
-Bien, aprovechando que ya tengo toda tu atención ¿serías tan amable de indicarme dónde está tu abuela? -rió Sarah.
-Está en el jardín, dijo que quería pensar.
Besó a Paul en la frente. Salió de la sala de estar y se dirigió hacia el pequeño jardín trasero de la casa.
El jardín estaba muy cuidado. A Helen le encantaban las flores y allí cultivaba rosas, jazmín, azaleas, geranios...
Aquí y allá se encontraban diseminados los juguetes de Paul: sus coches de carreras, el monopatín y la bicicleta... Sarah pensó que ya era tiempo de comprar una nueva, Paul había crecido mucho.
Helen estaba echada en su tumbona. La había colocado en el centro del jardín. Tenía los ojos entrecerrados.
Sarah se acercó a su madre. La tomó de la mano y se sentó junto a ella.
-Madre, yo... -comenzó.
Helen se sobresaltó. Estaba absorta en sus pensamientos: rememoraba una y otra vez la pelea con Sarah y cómo se habían estado evitando durante toda la semana. Se culpabilizaba de lo ocurrido, había presionado y presionado a Sarah y ésta ya había explotado. Deseaba pedirle perdón, sentarse con ella y hablar... pero era demasiado orgullosa. Cuando sintió a Sarah junto a ella creyó que el corazón le iba a estallar. Sin embargo, no fue esa alegría lo que reflejó su cara. Se puso en tensión y Sarah lo interpretó como si su presencia la hubiera molestado. Se levantó de un salto dispuesta a no volver a intentar un acercamiento con su madre...
Helen se irguió y la llamó con voz queda:
-Sarah, por favor.
Ella permaneció inmóvil, de espaldas a su madre y justo enfrente de la puerta de la cocina. Veía el reflejo de su madre en el cristal, la veía cabizbaja y, sobre todo, cansada, muy cansada.
-Sarah -volvió a llamar su madre.
No quería volverse. No se sentía con fuerzas para mantener una nueva discusión con su madre, sólo había querido un abrazo pero eso no era posible.
Helen se levantó de la tumbona y se colocó a unos pasos de su hija. Rozó el cabello de Sarah con su mano, no sabía cómo acercarse a ella, cómo hacerse perdonar, cómo... quería besarla y abrazarla pero en lugar de eso, retiró su mano.
Cuando notó la caricia de su madre en el pelo, Sarah sintió un inmenso consuelo, sólo deseaba un poco de cariño de su madre, sentir que la quería y también, ¿por qué no? decirle que la necesitaba, que sentía todo lo dicho durante su discusión...
Ya estaba decidida a girarse y abrazar a su madre cuando ésta retiró su mano. Durante unos instantes ambas mujeres permanecieron quietas y en silencio. Algo se había roto entre ellas. Sarah fue la primera en hablar.
-Madre, esta noche voy a salir. He quedado con unos amigos. Regresaré tarde -la voz de Sarah sonaba fría y distante.
Una vez pronunciadas estas palabras, Sarah se metió en la cocinal. Mientras lo hacía, Helen en el jardín dijo en voz alta:
-No dejes que te hagan daño.
Sarah asomó la cabeza en la sala de estar, Paul se había quedado dormido con el cómic sobre él. Sarah se arrimó a él, le besó y retiró el cómic.
Ya en su habitación Sarah decidió que esa noche quería pasarlo bien, dejar sus problemas en casa y ser una joven más.
Se dirigió al cuarto de baño. Se desnudó y se metió bajo la ducha. Dejó que las gotas de agua caliente se deslizaran por su cuerpo; cerró los ojos y por unos minutos permaneció totalmente quieta. La calidez del agua la envolvió y relajó todo su ser.
Salió de la ducha y se envolvió en una gran toallla azul. Se miró en el espejo y la dejó caer. Detenidamente se observó en el espejo, le gustó lo que vio: era una mujer joven, atractiva, de pechos firmes, cintura breve y sugerentes caderas; de largas y torneadas piernas.
Objetivamente era una mujer deseable o, al menos, lo era para William O'Connor... Al pensar en él recordó lo sucedido en su apartamento y sintió que una oleada de vergüenza la embargaba. Se había comportado como una colegiala... Eso no volvería a suceder. Necesitaba sentirse querida y si William...
Trató de no pensar en lo que sucedería esa noche. No quería anticiparse.
Recogió la toalla del suelo. Se envolvio de nuevo en ellla y se dirigió a su habitación. Parada frente a su armario, abierto de par en par, miraba indecisa su interior. No sabía cómo debía vestirse para una cita, ni para ir a un concierto... ¡había pasado tanto tiempo!
Echó una ojeada al reloj que tenía junto a su mesita de noche, una exclamanción salió de su garganta, ¡no era posible que fuera tan tarde! No tenía tiempo que perder. William estaría a punto de llegar.
Decidida, eligió un vestido negro. Se lo había regalado Laura por su último cumpleaños. Sarah había objetado que era demasiado atrevido para ella, pero Laura no había querido ni oír hablar de cambiarlo.
Sin pensarlo más, se lo puso. Se miró al espejo ¡aquélla no era ella ! El vestido le sentaba como un guante. Era corto, aunque no en exceso; la suave tela se amoldaba perfectamente a su cuerpo.
El vestido, de finos tirantes y amplio escote, se ajustaba maravillosamente a las curvas de Sarah. Se calzó unas sandalias de alto tacón.
Frente a su tocador se maquilló ligeramente. Recogió su pelo en un moño bajo. Se abrochó unos largos pendientes que resaltaban el color de su tez.
Estaba dándose los últimos toques cuando oyó que llamaban al timbre.  A todo correr bajó las escaleras y atravesó el vestíbulo, no quería que su madre viera a William.
Antes de salir cogió su bolso, que estaba en la entrada. Cuando abrió la puerta y vio la cara de William al verla, Sarah rió.
-Me dejas sin palabras Sarah -William la miraba de arriba a abajo. Siempre había sabido que era una mujer bella, pero nunca había podido imaginar que tras aquel aspecto etéreo y delicado se escondía una mujer tan espectacular. Porque esa era la palabra que definía a Sarah aquella noche: espectacular. También sexy, muy sexy. William deseaba no ir al Country Club, deseaba llevarla a su apartamento y estar solos los dos; dar rienda suelta a su pasión. Pero no, no quería volver a asustarla. Intentaría ser más comedido aunque dudaba que fuera capaz de mantener sus manos lejos de ella.
Sarah sonreía. Le gustaba la forma en que la miraba William y el efecto que había provocado en él.
Durante el trayecto en coche no dejó de mirarla y dedicarle piropo tras piropo; Sarah reía y le decía que era un exagerado. No dejaron de charlar durante todo el camino, ambos parecían felices en su mutua compañía.
El aparcamiento del Country Club estaba lleno. No había ni una sola plaza libre así que tuvieron que dejar el coche en la parte trasera del club, justo frente a la calle que conducía a  los viñedos.
Una vez dentro del local, Sarah comprobó que quizás su vestido era excesivo, demasiado elegante para ir de concierto; la mayoría de las chicas vestían ajustados vaqueros y ceñidas camisetas.
Andaba pensando todo esto cuando los gritos de Laura la sorprendieron:
-¡Sarah, Sarah! -Laura agitaba sus brazos.
El local estaba abarrotado. Decenas de personas bailaban en el centro de la pista, frente al pequeño escenario todavía vacío.
Subiendo dos escalones se encontraba la zona de mesas. Todas estaban llenas.
Roy y Laura les esperaban en una situada muy cerca de la pista, sólo las separaba la barra.
-Guau, Sarah ¡estás arrebatadora! -Laura la miraba asintiendo con la cabeza.
-Chicas, vamos a por unas cervezas. Volvemos en unos minutos -Roy y William se perdieron entre la multitud.
La barra estaba repleta de gente y los camareros no daban abasto, no era probable que los chico s volvieran en un minuto.
-¿No creees que estoy ridícula? -dijo Sarah cuando se quedaron solas. -Nadie en el local va tan arreglado.
-Sarah, ¿no te has dado cuenta de cómo te miran?
Miró a su alrededor y vio que varios hombres la miraban admirativamente. Su mirada se encontró con la de ellos, Sarah la apartó rápidamente.
Laura los miraba provocadora. Los jóvenes se levantaron de su mesa en dirección a la de ellas.
-Pero Laura , ¿qué haces? ¿No estás con Roy?
-¡No seas aguafiestas! -Laura les incitaba con la mirada.
Roy y William volvieron a la mesa cargados con las bebidas.
-Nos ha costado, pero aquí están las cervezas -Roy depositó sobre la mesa los cuatro botellines.
Cuando vieron que Sarah y Laura estaban acompañadas, los jóvenes volvieron a sentarse aunque no dejaron de lanzar miradas llenas de deseo.
Mientras, en la mesa, Roy, William, Sarah y Laura charlaban animadamente. El comienzo del concierto interrumpió su conversación.
Los Smash iniciaron su actuación con una de sus más aclamadas baladas. William aprovechó para sacarla a bailar.
En el centro de la pista, junto a muchas otras parejas, Sarah por un momenot dejó sus problemas de lado y disfrutó. La canción acabó y la banda se lanzó con una canción más agresiva, la gente bailaba al ritmo que marcaban y Sarah pidió a William regresar a la mesa, ¡no estaba acostumbrada a tanto baile!
Cuando llegaron a la mesa vieron que Roy y Laura estaban discutiendo acaloradamente. Trataron de poner paz entre ellos pero ni siquiera les escucharon:
-¡Laura, esto no puede seguir así! Estoy harto, necesito que te comprometas, saber que para ti soy algo! -Roy estaba muy alterado.
Laura, por el contrario, parecía muy tranquila. Con voz pausada aunque seria respondió a Roy:
-No entiendo  a qué viene esto, Roy. No soy tu novia. No te pido nada y no voy a permitir que me vengas con exigencias absurdas y...
Roy la interrumpió:
-Laura, ¿es que no me entiendes? No te exijo nada, pero comprenderás que no me guste verte flirtear con otros delante de mis narices.
-Pero, ¿quién te has creído que eres? -empezaba a enfadarse y el tono de su voz comenzaba a elevarse.
-¡Maldita sea! ¿Por qué no eres un poco más razonable? -Roy parecía a punto de perder los nervios.
Sarah y William viendo que no podían poner paz decidieron dejarlos solos y volver a la pista de baile. No aguantaron mucho bailando, a Sarah le preocupaba Laura. Le pidió a William que la acompañara fuera, necesitaba tomar el aire.
Salieron al exterior del club. Sarah sintió el fresco aire nocturno y un escalofrío recorrió su cuerpo. William, que estaba muy cerca de ella, lo advirtió.
-¿Qué pasa? ¿Te sientes bien?
-No es nada. Ähí dentro el ambiente estaba muy caldeado y no lo digo sólo por el calor -al recordar la escena entre Roy y Laura su rostro se ensombreció.
-Vamos, no te preocupes. Seguro que lo solucionan.
Un nuevo escalofrío recorrió el cuerpo de Sarah. La noche era fría y ella iba cubierta únicamente por un ligero vestido.
William la rodeó por los hombros y comprobó que su piel estaba fría.
-Vamos, Sarah, entremos de nuevo. Aquí hace muchofrío y yo dejé mi chaqueta en el coche.
-No, William. Prefiero no entrar.
Sarah quería evitar a toda costa volver dentro. Ya tenía bastantes problemas. Hoy sólo quería ser una chica más. No quería complicaciones, sólo pasara una agradable velada.
-En ese caso vamos a mi coche. Tienes que ponerte algo encima.
La tomó de la mano y así, cogidos, fueron hasta la parte  trasera del club, donde habían aparcado el coche.
William abrió la puerta trasera y cogió su chaqueta. Era una americana de pana negra. Al ponérsela sobre los hombros Sarah comprobó que era como una prolongación de William: cómoda y confortable.
Se sentía bien con él, protegida, cómoda y querida.j
La noche era preciosa. El Country Club estaba en las afueras de Green Valley, en el camino que llevaba hacia la hacienda de Steven Taylor. No había casi edificios alrededor, era como estar en el campo. Sobre sus cabezas, sólo una inmensa luna llena y cientos de estrellas.
La belleza de la noche, el aire libre... Sarah se sentía con ganas de hablar. Nunca se había sentido tan cómoda con nadie como lo estaba con William. Quizá con el tiempo llegara a amarle...
-¿En qué piensas Sarah? Estás muy callada.
-No es nada. Pensaba que nunca había conocido a un hombre como tú. Me siento cómoda contigo y siento que podría contarte muchas cosas -Sarah le miró fijamente a los ojos.
-Caramba, Sarah, no esperaba algo así. Confieso que esperaba algo más, que tuvieras en cuenta mi atractivo animal o algo así -bromeó William.
-No seas tonto, hablo en serio. Hasta ahora no había encontrado un hombre en el que confiar, con el que poder hablar, que me entienda... -los ojos de Sarah se humedecieron. Recordaba a Robert, a Alfred... A ellos les había amado pero a cambio sólo había recibido abandono e ingratitud; en cambio, ¡todo era tan distinto con William! Deseaba con todas sus fuerzas enamorarse de él, ¡sería tan fácil vivir con alguien como William O'Connor!
Sarah permanecía de pie, apoyada contra uno de los laterales del viejo coche de William. Éste se había separado de ella y la miraba a unos pasos de distancia. La luna se había ocultado y Sarah no podía ver su rostro. Si lo hubiera podido ver, habría visto una mueca de tristeza en su cara.
-¿De qué podrías hablar conmigo? -su voz sonaba como siempre, cálida, amigable pero Sarah creyó percibir un tono amargo en ella.
-De todo, William. En ti puedo confiar, tú... -Sarah pensó en todas las veces que se había sentido engañada. Alfred, Alfred había jugado con ella y Robert, ¡mejor no pensarlo! Sarah dejó caer la cabeza, se sentía cansada de ser siempre la que sufría, de no sentirse querida...
Pronto William estaba frente a ella. Cogió la barbilla de Sarah y la levantó. La miró; la luna llena iluminaba la cara de Sarah, William permaneció en la penumbra.
-Cuéntame, ¿quién te ha hecho tanto daño?
-¡Oh, William! -Sarah tenía un nudo en la garganta. Quería contarle lo de Alfred, quería contarle lo de Robert, pero lo único que pudo hacer fue lanzarse a sus brazos, buscar refugio en ellos, sentirse comprendida y consolada.




Después de lo sucedido en la barbacoa de Steven Taylor, Alfred había conducido sin rumbo durante mucho tiempo, horas quizás; no lo sabía exactamente y tampoco le importaba.
Durante todo ese tiempo, Alfred había pensado una y mil veces acerca de lo ocurrido. Recordaba a Anya, recordaba a su madre... veía la escena una y otra vez. No podía creer que alguna vez hubiera estado interesada en Anya, ¡era una arpía! ¿Cómo se atrevía a humillar a su madre de esa manera? ¿Quién se había creído que era? ¿Acaso ella valía más que la gente que le servía? De pronto, Alfred recordó lo sucedido con Sarah. ¡Sarah! Su imagen apareció en su mente, la dulce Sarah.
Alfred rememoró lo sucedido entre Anya y Sarah en la terraza del Taylor's coffee shop. Anya se había mostrado tan arrogante como siempre, eso nunca antes le había molestado. Pero esa noche, con su madre, todo había cambiado.
Estaba decidido a no volver a verla nunca más. No le interesaba una mujer que despreciase a su madre, que le despreciase a él, que despreciese a todo aquel que no estuviera a su nivel...
-Pero, ¿qué nivel? -pensó Alfred y dejó escapar una amarga carcajada.
Se sentía confuso, a la deriva, le daba la impresión de que todas las mujeres que habían pasado por su vida, y no eran pocas, en el fondo le habían despreciado. Por primera vez, sintió que necesitaba encontrar una mujer a la que querer, que le quisiera de verdada, con la que poder compartir las pequeñas cosas: un pic-nic campestre, una siesta a la orilla de un riachuelo, unos besos y una carrera bajo la lluvia.
Casi sin darse cuenta, Alfred había cambiado su mueca de disgusto por una tierna sonrisa. Paró el coche a un lado del camino. Tenía que pensar. ¿Realmente estaba interesado en Sarah Slater?
Durante unos instantes Alfred pensó en ella. Sí, le interesaba.
Recordó la última vez que la había visto. El comportamiento de Anya, Alfred se preguntó cómo había podido soportarla, ciertamente era una mujer preciosa pero eso no era excusa para que actuara de ese modo...
En cambio, Sarah... Se dijo a sí mismo que debía disculparse con ella, no la había defendido, había dejado que Anya se ensañara con ella, se había comportado como un auténtico idiota y ella no lo merecía.
Decidió que iría a buscarla al día siguiente, tenía que hablar con ella, aclarar lo sucedido, pedirle perdón. Alfred sabía que no le era indiferente a Sarah, había visto una mirada de ¿podía ser de amor? en sus ojos.
Una vez tomada la decisión, puso en marcha el coche y se dirigió al Country Club, le apetecía tomar unas cervezas, despejarse y meditar sobre todo lo sucedido.
Cuando se acercaba al Club, a lo lejos vio a una pareja abrazada. Mientras aparcaba distinguió el bello rostro de Sarah iluminado por la luz de la luna.
Alfred sintió un pinchazo de celos en el estómago y, ofuscado, salió del aparcamiento y se dirigió a su casa.

viernes, 14 de octubre de 2011

LA PELI DEL FINDE




Si lo que os apetece este fin de semana es pasar un rato divertidísimo y no parar de reír, sin duda esta es vuestra película. Eso sí, que se abstenga quien busque algo más.

La película cuenta las aventuras de un grupo de amigos que se va a Las Vegas a celebrar la despedida de soltero de uno de ellos. Aunque la sorpresa viene al día siguiente: ¿dónde está el novio? ¿Qué hacen en su habitación un tigre y un bebé?

¿Os gustan las pelis de este tipo? ¿Cuál me recomendaríais?

miércoles, 12 de octubre de 2011

CAPÍTULO. 14

Anita había trabajado muchísimo los últimos días desde que Steven Taylor le había ordenado preparar la fiesta de la barbacoa. Aunque estaba acostumbrada a trabajar muy duro, últimamente notaba cómo las fuerzas habían huido de su cuerpo y todo le costaba mucho más.
-La próxima semana pasaré por la consulta del Dr. Young -pensó Anita. -No es normal que me encuentre tan cansada, además creo que he perdido algo de peso. Tendrá que darme una dosis más fuerte de las pastillas que me recetó.
Agitando la cabeza dejó de pensar en su propio agotamiento y se dispuso a ultimar los preparativos para la fiesta de la barbacoa del día siguiente.
Salió al jardín trasero donde los peones habían colocado una gran tarima baja cubriendo una parte del patio que serviría de pista de baile, junto a la tarima una zona estaba preparada para el pequeño grupo musical que habían contratado y que iba a amenizar la larga noche.
También habían preparado unas grandes mesas que, cubiertas con manteles blancos de hilo, servirían para presentar los distintos platos que se iban a cocinar y que harían las veces de bufet.  A su lado había un pequeño mostrador con frigoríficos donde los camareros que se habían contratado podrían preparar cócteles y bebidas durante la velada. Al fondo del jardín estaba la gran barbacoa donde se habían depositado grandes sacos de carbón, todo estaría dispuesto para cuando empezasen a llegar los primeros invitados.
Una inmensa carpa abierta estaba instalada a un lado del jardín y bajo ella, unas mesas redondas y unas sillas. Farolas de tres brazos, falsas antorchas y estufas de jardín completaban la decoración dispuesta para la fiesta.
Anita fue comprobándolo todo y dando instrucciones para que no faltase ningún detalle y que la barbacoa del día siguiente fuese un éxito.
Entró en la casa y fue hacia la cocina para ver si la compra que había encargado ya había llegado.
Mientras se dirigía hacia allí sintió un dolor punzante en el costado que la dejó sin respiración, tuvo que sujetarse con las dos manos a la pared más cercana para poder mantenerse en pie. El dolor agudo fue remitiendo poco a poco dejando a Anita con la frente perlada de sudor, los puños apretados con tanta fuerza que le blanqueaban los nudillos y un rictus de angustia en su rostro. Despacio, con paso inseguro, llegó a la cocina, donde la cocinera mejicana María y su hija, que había venido a ayudarla, se afanaban guardando los paquetes que iban sacando de dos grandes cajas que estaban en el suelo y que habían traído del mercado. Se dejó caer en una silla y fue recuperando la respiración.
-¡Por Dios bendito! ¿qué te ocurre Anita? -preguntó María con tono preocupado.
-No es nada María. Por favor, alcánzame unas pastillas que hay en el primer cajón -pidió Anita con la voz entrecortada.
Cogió el bote de pastillas y el vaso que le tendió María y con mano temblorosa tomó una pastilla con un pequeño sorbo de agua.
Sentada en aquella cocina inundada de luz, Anita se dio cuenta de que el tiempo se le acababa y que tendría que empezar lo que hacía meses había planeado.
María seguía mirándola con un gesto preocupado en su mirada. Anita ya bastante recuperada logró componer una sonrisa y dirigiéndose a la mujer le dijo:
-No te asustes María, me pasa a veces, son los nervios, cada vez que tengo que organizar algo grande, como la fiesta de mañana, se me ponen en el estómago y ya ves... me pongo enferma. Pero no pasa nada, después de la fiesta me recuperaré y hasta la próxima...
-¡Me has dado un susto de muerte! Estás muy pálida Anita. Siéntate, voy a preparar una taza de café que te sentará de maravilla, y ¡deja de preocuparte! Todo está en marcha. La compra ha llegado, la carne está en el frigorífico y las verduras y todo lo demás está en su lugar.
Las tres mujeres se sentaron alrededor de la mesa de la cocina para saborear en silencio la deliciosa taza de fuerte café que había preparado María y darse un pequeño respiro. Al día siguiente tendrían poco tiempo para entretenerse.

El viernes Anita se levantó temprano. Su pequeña casa estaba construida al borde del campo de viñedos y a unos pocos centenares de metros de la gran casa de la familia Collins.
Mientras hervía el café, Anita se sentó en la cocina y aspiró con deleite los tenues olores que la inundaban: las pequeñas plantas de tomillo, la hierbabuena, la albahaca... aromas que despertaban en Anita recuerdos, vivencias del pasado, que volvían una y otra vez a su cabeza.
Todo lo que veía, lo que tocaba, lo que olía era una excusa para que reviviese retazos de su vida, debía hacer balance y resolver los asuntos pendientes.
Anita se puso una pastilla en la boca, del frasco que tenía sobre la encimera de la cocina y tomó un sorbo del amargo café. Con un suspiro dejó la taza en el fregadero, debía ponerse en marcha.
Entró en la casa grande por la parte de atrás atravesando el jardín donde un grupo de trabajadores estaba terminando con  los preparativos.
En la cocina María y su hija Lupe ya habían comenzado a cocinar el chili con carne que se serviría por la noche y el aroma picante del guiso había invadido toda la cocina, las grandes bandejas, las enormes fuentes de servir, los cuencos... todo estaba ya dispuesto.
-Bien, todo está preparado -pensó Anita.
Después del almuerzo la actividad en la cocina y en el jardín se volvió frenética. Se prepararon las largas mesas del bufet que se fueron llenando poco a poco: cuencos llenos del sabroso chili mejicano, ensaladas frescas: de patatas, de col... , mazorcas de maíz, tortillas...
Anita iba controlándolo todo, para que nada fallase, a menudo debía sentarse pues las piernas le flaqueaban y se sentía desfallecer, pero volvía a incorporarse cuando se recuperaba y seguía trabajando. El dolor constante que sentía en el costado le dificultaba la respiración, tendría que tomar otra de las pastillas que le había recetado el Dr. Young.
Últimamente Anita notaba que no le hacían casi efecto y que las crisis de dolor cada vez más fuertes y se sucedían con mayor rapidez.
Dando las últimas instrucciones al personal y viendo que todo estaba preparado se dirigió a su casa para cambiarse de ropa y arreglarse un poco, en media hora los primeros invitados empezarían a llegar.
Se dio una ducha rápida para sentirse mejor y desprenderse, si acaso ello era posible, del cansancio que la acompañaba. Se miró en el espejo que le devolvió su imagen, profundas ojeras rodeaban sus ojos, su mirada había perdido el brillo de antaño, las pequeñas arrugas que el tiempo había dibujado en su rostro estaban muy marcadas, dándole la apariencia de una mujer mucho más mayor de lo que era en realidad. Anita estudió su cara detenidamente unos instantes.
-Anita -pensó- te queda poco tiempo. Ni el maquillaje va a poder tapar las huellas de la enfermedad. Tendrás que armarte de valor y hablar con Alfred. Sí -decidió- mañana mismo hablaré con él.
Terminó de vestirse y con paso decidido salió, dirigiéndose al jardín de la gran casa. Los invitados empezaban a llegar, la música había comenzado a sonar y las últimas luces del atardecer indicaban que la fiesta iba a comenzar.
Grupos dispersos estaban de pie, unos junto a la orquesta, otros charlando cerca del bar, otros junto a la gran barbacoa, donde grandes chuletas se asaban con un alegre chisporroteo.
Anita echó una ojeada a su alrededor sonriendo.
-Sí -se dijo a sí misma- todo está perfecto. Steven estará contento.
Al fondo junto a la pérgola cubierta de buganvilla distinguió a Alfred, su hijo, acompañado de una joven muy guapa, pero no era Sarah.
-Este Alfred siempre haciendo el tonto -pensó Anita contrariada- no sé cuándo va a sentar la cabeza.
Cerca de la entrada vio a Linda con una copa en la mano, hablando con unos amigos. Mientras Anita se acercaba a la casa, las miradas de ambas mujeres se encontraron un momento, la de Linda empañada por el alcohol, la de Anita apagada por el dolor y el sufrimiento. Fue Anita la primera que bajó la mirada y siguió su camino hacia la cocina, seguida por el ruido y la música del jardín.
En la cocina María y Lupe estaban preparando las últimas bandejas que se servirían con los postres, manzanas ácidas asadas con ron, pequeños cuencos con macedonia de frutas, tartas de queso y frambuesas, todo estaba dispuesto sobre la gran mesa de la cocina.
-María, Lupe, habéis hecho un gran trabajo -dijo Anita a modo de saludo- todo está en su punto.
-Gracias Anita -dijo María- ya hemos acabado, ahora toca descansar un rato hasta que acabe y retiremos todo después de la fiesta. Juan ha dicho que nos traería algo de la barbacoa para cenar, así que siéntate y relájate un poco.
-Sí voy a descansar un ratito aquí con vosotras, ¿sabes? La edad no perdona y me canso enseguida -dijo Anita dejándose caer en una silla.
María sirvió dos pequeños vasos de vino, dándoles uno a Anita, se sentó a su lado y alzándolo dijo:
-Por nosotras, para que podamos seguir cansándonos por mucho tiempo.
Las dos mujeres brindaron y bebieron en silencio, cada una absorta en sus propios pensamientos, sintiendo como el calor del rojo néctar invadía sus cuerpos y cosquilleaba su paladar.

La fiesta estaba en todo su apogeo, todos comían o bebían sentados a las mesas o de pie dispersos por el jardín, algunas parejas bailaban.
Anita iba paseando entre los invitados para cerciorarse de que todo marchaba bien y no hacía falta más comida o traer más bebida.
Junto a la barbacoa vio de nuevo a Alfred que charlaba y se reía junto a aquella mujer, él la tenía cogida por el talle y ella apoyaba una de sus manos en el pecho de su hijo, mientras que con la otra sujetaba una copa.
Mientras Anita los observaba, Anya se deshizo del abrazo de Alfred y girando sobre sí misma se encontró con la mirada de Anita. Con una gran sonrisa Anya le hizo gestos para que se acercase. Anita sin saber muy bien qué podría querer aquella mujer, se acercó a la pareja sonriendo.
-Tráeme otra copa de vino -le dijo Anya alargando hacia Anita la copa vacía que tenía en su mano -y date prisa que estoy sedienta.
Anita no podía moverse, sólo miraba a Alfred que se había quedado quieto con el rostro demudado. Estaba tan sorprendida por la orden y el tono despectivo de la orden que únicamente pudo balbucear.
-Las bebidas se sirven en la barra, yo no soy la camarera.
Anya la miró de arriba a abajo y con un tono de voz lleno de desprecio dijo, dirigiéndose a Alfred:
-¡Vaya! Ahora no sirven ni para ser camareras ¿entonces para qué las contratamos?
Alfred escuchó aquellas palabras como si cada una fuese una bofetada. Con el rostro rojo de vergüenza y de rabia, mirando a Anya fijamente a los ojos dijo:
-Madre, te acompaño, esta fiesta ya no me divierte, al contrario creo que me da náuseas.
Cogiendo a Anita por el brazo se encaminaron hacia la casa, dejando Anya muda por la sorpresa.
Cuando llegaron junto a la casa, Alfred sin poder mirar a los ojos de su madre dijo:
-Perdona madre, mañana hablaremos, ahora no puedo.
-Alfred, hijo...
Pero Alfred ya no la escuchó, dando media vuelta salió deprisa y Anita lo vio desaparecer en la oscuridad. Ciego de rabia y humillación subió a su coche y arrancó saliendo de la casa de Steven Taylor.







viernes, 7 de octubre de 2011

LA PELI DEL FINDE

Inauguro esta sección con la intención de dar a conocer aquellas películas que, por una razón u otra, me han encantado. Esta semana empezamos con "Las mujeres de verdad tienen curvas", una magnífica comedia en la que se tratan temas como la sexualidad, la familia y el modelo de belleza.                                                       Sinopsis: Ana, hija de inmigrantes en EEUU, acaba el instituto y decide ingresar en la Universidad. Esta decisión genera un conflicto entre Ana, que quiere vivir su vida de un modo diferente, y su familia, que tiene una visión de la vida mucho más tradicional.
¿La has visto? ¿Qué opinas? ¿Qué peli crees que no debería perderme?
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